Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En esta entrega, Gonzalo recomienda una antología introspectiva sobre relaciones… y pajas.
Yummy Fur y la honestidad brutal.
Por Gonzalo Ruiz
Hacer una historieta autobiográfica honesta no es para cualquiera.
Exponer tu propia miseria humana ante los lectores, tu forma retorcida de ver el mundo y tus anécdotas más asquerosas. Tienen que estar ahí, a la vista. Si no, estás vendiendo una vida falsa, pintada de color de rosa o con problemas superficiales poco relevantes (mejor conocido en estos tiempos internéticos como “white people problems”). Chester Brown no tiene ningún problema con mostrarse tal cual es.
Brown, canadiense, no tuvo una infancia demasiado alegre. Por lo que podemos inferir con sus lecturas, era un chico introvertido, de fuerte arraigo religioso (bautista, para ser más exacto), con una madre esquizofrénica que murió en un hospital mientras él, su hermano menor y su padre estaban de vacaciones. Fanático de los cómics de superhéroes, tenía muchas ganas de iniciar su carrera como dibujante en las grandes editoriales, pero le frenaron el carro durante sus entrevistas laborales. En su trip a Nueva York, entró en contacto con la incipiente movida alternativa, que le dio ideas para saber qué hacer con las historietas en su regreso a Toronto. Ese “qué hacer” es Yummy Fur, antología que tuvo distintas iteraciones: primero como minicómic (siete números publicados entre 1983 y 1985), después para la editorial Vortex (los primeros tres números republican el material de los primeros fanzines) entre 1986 y 1991, para después establecerse en Drawn & Quarterly a partir del número 25. En ese pase de mercados, va a haber un quiebre importante en la carrera de Chester.
La primera etapa para Vortex está marcada por dos tipos de narraciones. Además de las clásicas historias cortas, había adaptaciones de los Evangelios del Nuevo Testamento (los de Marcos y Mateo, para ser más específicos), y “Ed the Happy Clown”. La religión y la escatología se dan la mano de la forma más improbable pero orgánica posible. Porque Brown no es paródico cuando habla de religión, no se burla de su credo, sino que adapta fielmente las parábolas que busca enseñar la Biblia. Y encima está la delirante y divertida historia de Ed, un payaso venido muy a menos que se mueve en un contexto ridículo de ciencia ficción donde conviven pigmeos, cazadores de pigmeos, un tipo que no podía parar de cagar y un universo paralelo cuyo único portal es el culo del tipo que no podía parar de cagar. También una vampira, para sumar más ingredientes a un caldo bien picante. Ed es el personaje más importante que tiene Chester, que viene de la era del minicomic, primero con apariciones en historias sin conexión hasta que finalmente le otorga un tratamiento de “novela gráfica”, que no deja de ser un ejercicio donde Brown, fan del surrealismo, ve hasta dónde puede estirar sus ideas más enfermas.
A partir del número 19, con el cambio de editorial, Chester abandona por completo el delirio y la ficción. En el medio, pule mucho su estilo de dibujo: uno crudo, sucio, sin problemas con ser explícito (esto último no va a cambiar) o feo. Conserva lo despojado (casi no hay fondos en la mayoría de sus historias) pero pasa a hacer el trazo un poquito más ameno, redondo. Todo para contar historias de un momento de su vida, la adolescencia. De acá salen otras dos historias largas.
La primera fue serializada en tres números con el título “Disgust”, pero al momento de republicarse en libro, se pasó a llamar “The Playboy: A Comic Book”, que es básicamente la historia del romance entre Chester y… la revista Playboy. Otra cosa que no perdió en el paso es su humor, uno tan honesto como duro y algo mala leche. Si en Ed lo que trasciende es lo delirante, acá la mano es “mirá qué pelotudo era cuando tenía quince años”. El joven Chester descubrió por primera vez la Playboy a sus catorce años, pero su culpa católica pudo más que las pajas que se clavó mientras se deleitaba con las playmates. Vemos cómo se enloquecía por hacer desaparecer la revista y arrancar las páginas con las chicas desnudas mientras tiraba el resto, a tener un período de coleccionista, y así. Todo un mal viaje que se pegaba él solo, porque el resto ignoraba por completo su fanatismo secreto (o fantasías secretas, más bien). Un chiste largo pero bastante divertido.
La otra novela gráfica es “I never liked you”, serializada a lo largo de cinco issues bajo el título original de “Fuck”. Situada en la misma época que “The Playboy” pero mucho más introspectiva y hasta podríamos decir que es un trabajo serio, tomado con muchas pinzas porque el humor sigue ahí. Acá vemos a un Chester adolescente maltratado porque su culpa bautista le impedía decir malas palabras y que empieza a enamorarse, a vivir en su mente un triángulo amoroso entre él y su indecisión por dos amigas. El autor no tiene ningún tipo de reparos en mostrarse como alguien que en su juventud era frío, sin ningún tipo de compromiso con sus sentimientos (de hecho, una de las escenas más fuertes es cuando se entera del fallecimiento de su mamá y cuenta cómo le costó llorarla) y que termina hastiando a su entorno cercano. Menos divertido y más crudo, pero que muestra lo versátil que es a la hora de narrar.
Por supuesto, una antología que incluye historias cortas tiene su recopilatorio a modo de “Best of”. The Little Man junta todas estas cosas sueltas, más algunas que son previas a Yummy Fur. De todo el material (que es de bueno para arriba), se destaca la historia doble “Helder” y “Showing Helder”. La primera cuenta el momento en el que Chester vivía en la habitación de una casa comunal, donde estaba Helder, un punk jodido y maltratador de mujeres que aterrorizaba a los inquilinos. Mientras que “Showing Helder” es absoluta metaficción: se trata de Chester mostrándonos cuando dibujaba esta historia y cómo reaccionaba la gente que la veía (su novia del momento, el editor y Seth, amigo del autor), a la vez que reflexiona sobre las opiniones que tiene la gente por la obra ajena.
Yummy Fur duró hasta enero del 94, cerrando en su número 32. Diez años de pura militancia comiquera y autobiográfica. Pasa el tiempo y Chester Brown sigue en el podio de los mejores artistas autobiográficos. Por su manera de contar las cosas y su cero falta de tapujos, tiene el cielo bien ganado.
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