Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías comenta los trabajos del crítico y difusor Oscar Masotta, y Gonza se centra en las dos muertes de Jason Todd.
Comprometiendo la historieta con Oscar Masotta
Por Matías Mir
En el ambiente de la psicología, Oscar Masotta es conocido por ser uno de los principales impulsores de Jacques Lacan en países hispanohablantes y por haber fundado diversas revistas e instituciones freudianas en nuestro país. Era un intelectual muy prominente en esos ámbitos mucho más serios, pero a nosotros nos importa que, como era un jugador de toda la cancha, también era muy fanático de la literatura, el arte pop y de las historietas, y podemos considerarlo uno de los primeros difusores de la historieta en el idioma castellano.
Masotta nació en 1930 en Buenos Aires, y para la historieta probablemente sea más conocido por La historieta en el mundo moderno, el libro que publicó en 1970 y que constituye uno de los primeros libros en castellano acerca de historietas. La historieta… es en realidad la conclusión de los trabajos que estuvo haciendo Masotta durante los años anteriores, a partir de su codirección y participación en la Primera Bienal Mundial de la Historieta celebrada en el Instituto Di Tella en 1968 con colaboración de la Escuela Panamericana de Arte. Todo el asunto de la Bienal es interesantísimo: Masotta expuso originales firmados de casi todos los artistas grosos de la época (Alberto Breccia, Quino, Solano López, Hugo Pratt y, fácil, veinte estrellas locales más, además de artistas extranjeros como Roy Crane y George MacManus), organizó mesas redondas donde participaban, entre otros, nombres como Héctor Oesterheld y Burne Hogarth; y expresó sus ambiciones de “fundar un museo de la historieta mundial”... ¡en 1968! Una locura.
Pero lo más interesante de todo (bah, lo más interesante para mí, que es lo que se conservó y se puede experimentar cincuenta años después) es que, en noviembre de 1968 en paralelo a la Bienal y como parte del trabajo de difusión de la historieta, Masotta publica la revista LD: Literatura Dibujada, una publicación mensual definida como una “serie documental de la historieta mundial”.
Yo no sé cómo explicar esto de otra forma: la LD es una revista fantástica, adelantadísima a su época por completo. Ya desde las tapas de Guido Crepax es visualmente más llamativa que todas las publicaciones contemporáneas, pero además el contenido se parece más a lo que me gustaría leer hoy, ahora, en el 2021, que a lo que el público probablemente estaba acostumbrado a consumir a fines de los 60.
El editorial de Masotta en el primer número ya es una cosa maravillosa. Desde la primera línea arranca definiendo al proyecto como una “reflexión militante sobre la historieta” sin carpa en absoluto. Llama a “escapar tanto de un ideologismo puritano (...) como a un esteticismo aburrido y vacío” y a comprometer políticamente a la historieta. De ahí viene el título de la revista, para sacar de prejuicios a la historieta y pensarlo como algo que podía verse desde una perspectiva intelectual: la literatura. También en ese editorial legendario declara que es mentira que “lo mejor de la producción actual se halle en Estados Unidos”, critica a quienes intentan explicar la historieta con instrumentos de otras disciplinas (tirando palos a Victoria Ocampo y Umberto Eco) y, entre otros planteos interesantísimos, cierra recordando que “la belleza existe (...) y siempre estuvo muy cerca de nuestra manos, en las revistas de consumo cotidiano y acceso popular”.
Todo ese texto parece que hubiera sido escrito ayer, pero tiene más de cincuenta años. También, en su misión, aclara que “existe historieta buena y mala”, y que ellos solo iban a publicar de la buena. Y no mentía. El objetivo de Masotta con la revista era mostrar lo buena que podía estar la historieta al público argentino, mover el sentido común a tener más expectativas del medio que solo aventuras pasatistas descartables (de hecho, la revista se distribuye también por librerías, algo poco común, y él mismo la denomina “con formato de consumo popular (...) pero también una revista de biblioteca”) sino como una forma de arte de calidad para conservar, releer y pensar. Con eso en mente, por las páginas de LD pasan Flash Gordon de Alex Raymond, tiras de Copi, Valentina de Guido Crepax, Mutt y Jeff de Bud Fisher, Little Nemo de Windsor McCay y Dick Tracy de Chester Gould, entre otras historietas de distintos autores de todo el mundo. Y ni siquiera te conté que el tercer número de la revista incluye toda la batalla de las Termópilas de Mort Cinder (¡en su formato original sin retocar!). De hecho, el rumor1 dice que Mort Cinder (y la obra de Breccia en general) empezó a popularizarse en España a partir de que llegaron algunos ejemplares de la LD al viejo continente. Una locura.
En su campaña por “comprometer la historieta” (y acá se viene lo fantástico), la revista incluye muchísimos artículos e introducciones a las historietas que publica. Páginas y páginas de textos de Masotta explicándoles a los lectores quién es Chester Gould, quién es Alex Raymond, por qué Valentina es tan bueno. Incluye análisis de la obra de Breccia y entrevista al Viejo, pone guías de orden de publicación de la obra de Crepax. Estas eran revistas de 70 páginas llenas de puro interés y amor por la historieta (y algunas publicidades de mueblerías).
Desgraciadamente, nada bueno dura, y la LD solo tuvo tres entregas entre noviembre de 1968 y enero de 1969, y el fracaso se teoriza puramente comercial. En 1970, Masotta publica La historieta en el mundo moderno, su texto fundamental sobre el tema, dividido en tres capítulos: historieta norteamericana, historieta europea e historieta en Argentina. La introducción del libro es una versión recortada de ese editorial genial de la LD #1, y el libro además incluye algunos de los artículos de la revista, como el de Dick Tracy o el de Breccia. Este último lo edita un poco y le agrega lo que debe ser mi cita favorita de toda la obra del tipo:
“Siempre me será difícil contestar sobre una historieta, y lo que me fascina en verdad es la variedad, la multiplicidad de historias existentes: sería preciso conocerlas todas para decidir sobre una”.
Y con eso engloba bastante bien toda su postura respecto a la historieta como medio, la de un mapa inmenso por explorar, en la que cerrarse en géneros u orígenes es la decisión más perjudicial. Masotta analizaba, difundía y criticaba la historieta sin subestimarla, tomándola como un medio artístico serio que merece esa clase de tratamientos, y lo hacía en una época donde, si bien tenía muchísimo más público que ahora, era tambien considerada un entretenimiento de descarte. En la revista Artetiempo #2, una crónica de la Bienal narra que la postura de Masotta a los espectadores les parecía una “apropiación snob” de la historieta, y que no estaban de acuerdo con esta intelectualización de su medio de entretenimiento. También, en una entrevista a Enrique Breccia en el #11 de la Fierro (1985), el autor declara que “cuando el semiólogo Masotta hizo LD y comenzó a analizar la historieta desde la semiología, se pudrió todo”. Para el autor de El Sueñero, “no da escribir 500 páginas sobre historieta” y se preguntaba si “en esto de la historieta no seremos un montón de boludos trabajando para otro montón de boludos que nos leen”. Ciertamente, no era el único que pensaba (y aún piensa) así.
Para la publicación de La historieta…, Masotta ya había dejado los estudios de la historieta para pasar a volcarse por completo a la psicología, y ya para mediados de los 70 se instala definitivamente en España hasta su muerte a fines de 1979.
Claramente desde entonces aparecieron muchísimos más pensadores, críticos y difusores de la historieta en castellano y en Argentina, pero la teoría de Masotta sentó un precedente interesantísmo no solo en formas de trazar la historia de la historieta en nuestro idioma, sino también de pensar a la historieta local2 y mundial y también de editar revistas de y sobre historieta que intenten elevar el medio y su consumo. Y, además, nos queda que es el primer texto de difusión que aclara que el nombre de Dick Tracy “también designa al genital masculino”, y eso me parece fantástico.
Barajar y dar (barrotazos) de nuevo: Dark Knight Returns, The Last Crusade
Por Gonzalo Ruiz
A los dos Jim (Starlin y Aparo) los quiero muchísimo. Dicho esto, paso a decir esto otra cosa: A death in the family es un cómic horrible. Entiendo la “necesidad” de hacerlo, conozco buena parte de toda la trastienda que explica por qué se llegó a este punto (desde que los fans odiaron a Jason Todd desde siempre pasando porque Tim Burton no iba a usar a Robin en su primera película y lo mejor era sacarse de encima al personaje en las historietas3), está todo bien… pero para mí, la saga es indefendible. Tres números atropellados entre sí y un final que involucra al Joker como embajador en la ONU. Creo que nunca me cagué tanto de risa como cuando llegué a esa viñeta, lástima que la intención de Starlin no era justamente que me ría, pero bueno, realmente no me esperaba uno de los giros más estúpidos en la historia del inverosímil comiquero.
Sí, cualquiera esta historia de Batman, pero sería tapar el sol con el dedo si solo la reduzco a cuatro números chotos, porque es innegable que el impacto sobre el alter-ego de Bruce Wayne fue enorme: por primera vez, un personaje infalible fallaba y fuerte, con sangre en sus manos. Y todo porque al público no le gustó un personaje que, pre-Crisis, era un clon falto de inspiración del Dick Grayson original, y que post-Crisis se convirtió en un cheronca insoportable. La gente pidió que se fuera, y Dennis O’Neil, tras la aprobación de la presidenta de DC Comics, Jenette Kahn, abrió un poll telefónico para que el destino quede en mano de aquellos quienes pedían por su salida.
Coincidencias o no, dos años antes de la publicación del “final” de Jason (y del pedido de su cabeza), Frank Miller menciona al pasar en su descomunal The Dark Knight Returns, que este segundo Robin no tuvo un final muy feliz, algo que pasó extradiegéticamente antes del primer prestige de la saga y que también tuvo consecuencias fuertes en este Batman maduro. De hecho, fue lo que propició el final de su carrera como vigilante, entre otras amarguras que tiñen el excelso relato.
Pasan los años y Miller le tomó el gustito a expandir para atrás y para adelante lo que hoy podemos conocer como el “Universo Dark Knight”. En primer lugar vino la secuela, The Dark Knight Strikes Again, tres polémicos tomos publicados entre 2001 y 2002 donde aprovechó para mostrar como había quedado el resto del Universo DC en dicho futuro oscuro. Entre 2005 y 2008 salío la no menos polémica All Star Batman & Robin, The Boy Wonder que, si bien no dice “Dark Knight” por ningún lado, el guionista mismo dejó en claro que lo que ocurre en esta saga (dibujada por Jim Lee y que quedó inconclusa) transcurre antes del DK 1, aunque no necesariamente justo antes. Y para cuando en 2015 se vino la tercera parte, The Master Race, las ganas de vender de todo eran más fuerte que las de contar una historia. Panzada de tapas variantes lograron que el sucio mercado fuera más que el arte (lo mediocre de la historia tampoco acompaña, claro está).
Pero en medio de esa necesidad imperiosa de recaudar para pagar el ABL, se coló un prestige especial con un Miller y un John Romita Jr. laburando con muchas ganas. Pero además de ser una buena historia, y esto debo decir es más una opinión completamente personal, The Last Crusade es la muerte que Jason Todd se merecía.
Ok, no, nadie merece morir. Pero bueno, a efectos de lo que estamos hablando tiene sentido.
Este cómic es de mis favoritos personales del murciélago porque, por un lado, rescata una “arte” perdido en el mar de la, repito, necesidad de facturar todo lo que se pueda, que es la de contar historias impactantes en UN solo número (que, está bien, no es un back issue común porque tiene más de 50 páginas). Menos es más y funciona de forma orgánica, no parece estar todo metido con calzador.
Por otro lado, la historia dialoga perfectamente con lo que ocurrirá en “el futuro”. Cosas que asumimos que están bien dentro de la diégesis del DKR, acá tienen su explicación. La influencia de Batman en la juventud sigue siendo un problema, como dijera el “psicólogo” del Joker, y acá lo menos es una publicidad de una liga de madres anti-Batman como con las actitudes de Jason que, como aquel personaje de la continuidad “oficial”, sigue siendo un pendejo inmanejable. La diferencia es que acá vemos a un Wayne que comienza a avejentarse y que, por ende, algunas cosas se le escapan. Cada paliza es peor y, al darse a notar de manera debilitada, le resta la credibilidad que Robin debería observar en él. Y el murciélago ve esto, y sabe que su fiel patiño no es el vital heredero del manto, una tarea que se tiene que resolver pronto porque ya no le da el cuero.
Y por supuesto, al final de todo esto, hay un Robin muerto.
The Last Crusade no es solo un buen prólogo al Dark Knight Returns, tampoco es solamente un gran comic bien escrito y que muestra que se puede contar mucho en espacios chicos, sino también un acto de justicia. Todo lo que Batman “necesitaba” para todavía darle más dimensionalidad a su figura torturada hecho “bien” está acá, y no adentro de un cómic hecho casi “a pedido del público” que no se bancaba un personajito.
¿Batman necesitaba un baldazo de agua fría bien dado? Acá lo tuve. Tarde, pero lo tuvo.
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Según dicen en Del tebeo al manga: Una historia de los cómics Vol. 9: Revistas de aventuras y de cómic para adultos (Panini, 2004).
De hecho, en La historieta… plantea las bases de su teoría de las características propias de la historieta argentina: “Un estilo original y una ideología menos repudiable [que la de las historietas norteamericanas]; (...) el vigoroso desarrollo del género humorístico, que da lugar a diversas tendencias: el humorismo metafísico y delirante, (...) un humorismo sociológico (...) y el humorismo de Mafalda; y el desarrollo y la popularidad de la historieta folclórica”.
Algo que, sospecho, es terrible bofe porque Tim Drake aparece al año siguiente.