Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza habla del manga biográfico de Azuma y Matías regresa a hablar sobre su capítulo favorito de Ghost in the Shell.
Manga will break your heart: la tragedia de Hideo Azuma
Por Gonzalo Ruiz
Trabajar no siempre da situaciones placenteras y a veces solo se convierte en un generador de estrés. Ahora, vos que lees esto y quizás trabajás en una oficina medianamente cómoda durante ocho o nueve horas cinco veces a la semana, imaginate lo que es el trabajo de un mangaka. Las deadlines de diversas obras se van apilando y acercando, los problemas con los editores también, y además formas parte de ese concurso de popularidad que proponen las antologías shōnen que garantizan (o no) la continuación de las historias y el consiguiente sueldo. No todos pueden soportar este peso y algunos terminan por quebrarse, como le pasó a Hideo Azuma.
Shissō Nikki (Diario de una Desaparición), publicado por East Press en Japón y luego por Ponent Mon en inglés y español, narra las consecuencias que sufrió Hideo tras sucumbir ante las presiones laborales de ser un mangaka. Azuma es un artista de vital importancia que transitó ascenso, popularidad y caída a lo largo de los 70 y 80 con obras humorísticas y de ciencia ficción, además de ser uno de los impulsores del género lolicon a través del fanzine (dōjinshi, tal como le dicen a las obras autopublicadas) Cybele, impulsado por él y colegas del estudio donde trabajaba. A principios de los 90, el autor comienza a tocar fondo y huye de su casa por primera vez para dar comienzo a la historia en cuestión.
El libro está dividido en tres partes que muestran sus dos desapariciones, los motivos que lo llevaron a tomar esa decisión, y por último, las consecuencias que le significaron el abandono y el alcoholismo que también transitaba por aquella época. Una extraña manera de tratar el tiempo, yendo constantemente para atrás y para adelante, pero el recurso funciona. Uno puede agarrar el libro ignorando si es autobiográfico o incluso desconociendo la importancia del artista dentro de la historia del manga, y así convertirse en testigo de la supervivencia de una persona que, de un día para el otro, la presión laboral lo termina alienando.
El impacto más grande lo da la segunda parte, cuando nos traslada al pasado para contar con lujo de detalles el ascenso y caída referenciado anteriormente: ¿un homeless llegó a ser par de Osamu Tezuka? ¿un deshauciado que se convirtió en gasista de un día para el otro se puso a negociar con la gente de Shōtarō Ishinomori? Así fue. Azuma, un genio que sucumbió a las presiones de su talento, muestra lo caníbal del trabajo para la industria (la editorial Akita Shoten, en este caso). Discursos motivacionales se conjugan con aprietes para ser un artista vendedor o un fracasado absoluto, volverte héroe o villano a medida que te vas atrasando con las entregas o si tus libros no venden. Su paso por la Shōnen Champion fue un suplicio donde las sugerencias del editor eran cosas que detestaba hacer, mientras se hacía una posición como artista picaresco. Hasta se podría hacer un trabajo de comparación con Bakuman y ver cuánto cambió, entre los 70 y la actualidad, el trato (o destrato) para con el artista, las exigencias, y sus fatales consecuencias.
Si bien el título hace referencia a su desaparición, el tópico que más fluye a lo largo de la historia es la supervivencia. Con lujo de detalles, Hideo relata todo lo que tuvo que hacer para dormir, comer, relajarse, huir de la ley que detenía hurgadores de basura y a los que vivían en el parque. Las dos veces que escapa, debe sobrevivir a situaciones climáticas desesperantes: las nevadas en diciembre y al duro verano. La protección ya se complica y hacer fuego es revelar su posición a la justicia. Sobrevivir también es parte de su carrera como mangaka profesional, la pérdida de seguidores masivos para convertirte en un artista de culto puede ser interesante, pero a los que te dan los cheques a fin de mes no les importa en lo más mínimo. Ser un genio para pocos te hace jugar la permanencia en la industria.
Azuma relata su vida sin tapujos. No hay altruismo, heroísmo o lástima en cada uno de sus actos, él simplemente relata un período de su vida, dejando al lector en posición de juez, jurado o verdugo. En medio de las penurias nos enteramos que, a causa de las escapadas, abandona a su mujer y a sus hijos. Su familia queda relegada a simples cameos e incluso algunos bastante violentos (Azuma mismo admite en comentarios sobre la obra que son las partes más duras que tuvo que afrentar): vemos en una escena al artista arrastrado hacia un hospital por un hombre, que es su hijo adulto del cual nunca vimos aparecer salvo para este momento crucial. ¿Cómo podría reaccionar el lector ante esto? ¿Uno puede sentir lástima de una persona que abandona a su familia? Las cosas son claras: nunca tuvo un quiebre mental o algo similar, simplemente se fue, como el chiste de salir a buscar cigarrillos y no volver. Esa última pregunta te queda dando vueltas en la cabeza una vez que alcanzás el final de la obra.
En 1980, el artista James Romberger conoció a Jack Kirby en una convención neoyorkina. Romberger tenía la finalidad de mostrarle su trabajo al Rey, en busca de un consejo. El consejo recibido fue: "poné tu obra en un museo, no hagas cómics. Los cómics te van a romper el corazón". En este contexto tenemos a un Kirby harto del maltrato, el manoseo por parte del Big Two, y asimismo de la indiferencia recibida por el público. Dos años más tarde de la fecha citada, Luis Alberto Spinetta publicó un disco llamado Kamikaze, donde lo acompaña un texto que se sintetiza con la siguiente pregunta: "¿lamentablemente no hay más kamikazes de la vida creativa?", asediado por la intención que un artista solo puede ser "más" si vende, el ascenso a las grandes ligas solo te lo permite el sistema capital y no tu contenido o destreza poética. Para unir puntos, uno puede percibir que Azuma sintió su corazón y su alma rotos por el manga. Darlo todo para obtener una respuesta contestada con el bolsillo podría bastar para que largara no solo su trabajo, sino su vida. Azuma es un kamikaze de la vida creativa.
Death is the only reality (and I’m a realist)
Por Matías Mir1
La mejor escena de todo Ghost in the Shell no está en la película de 1995 de Mamoru Oshii, sino en el manga original de Masamune Shirow. “Brain Drain” es el décimo capítulo del manga y es el momento gatillo que dispara la acción de esta historia cyberpunk hacia su clímax. La Sección 9 va en una misión de reconocimiento a un barco y se encuentran con un pibe sospechoso, y antes de que él dispare, Motoko Kusanagi, la protagonista, le vuela los sesos con cinco tiros en la cara. El nivel de gatillo fácil que maneja la protagonista en ese momento tiene que ver con lo perturbada que está después de los acontecimientos que sufrió el capítulo anterior y no son relevantes, además de tampoco justificar su accionar como supuesta fuerza de seguridad.
La trama del capítulo entonces se mueve hacia un lugar muy raro para un manga de ciberacción: los tribunales. Motoko va a juicio por ese asesinato, que encima fue grabado y reproducido en todas las pantallas de Japón. Claramente era una trampa de los enemigos de Aramaki, el jefe de Motoko, para sacar del juego a su mejor agente plantándole un muerto, y el pibe tenía bastante evidencia arriba de estar colaborando con terroristas y lo agarraron en la escena del crimen. Todo calza como para que la situación no sea un problema, pero como el público vio a una agente del gobierno matar a un menor antes de que este intente nada, la situación está jodidísima para nuestra protagonista cyborg.
Cuando finalmente llega el juicio, Motoko no niega nada. Acepta que lo mató, acepta que el pibe no era una amenaza urgente y que podría haberlo detenido sin necesidad de vaciarle el cargador en la cara, acepta que tuvo tiempo suficiente (para su cerebro robótico) para tomar una decisión racional y no instintiva antes de cometer el asesinato. Tuvo todas las chances de no matarlo, pero igual lo hizo. “¿Por qué?”, le pregunta la fiscalía. Y Motoko responde.
“Porque la muerte es la única realidad y yo me considero una persona realista. El potencial, el software, tiene más significado que la vida misma, y es lo que utilizo para evaluar una situación. Yo no puedo comprender si él se sentía como “él mismo” o siquiera como “una persona”. De lo que estoy segura es de que él había despertado de su programa, de esa pesadilla. Y, hablando metafóricamente, si su programa estaba generando desperfectos yo simplemente funcioné como una planta de tratamiento de esos desechos. Los que realmente lo mataron fueron quienes lo programaron originalmente, yo solo funcioné como una cómplice involuntaria”.
Y así, en medio de los 80, en uno de los mangas más populares del momento y más trascendentes de su género, la heroína protagonista justifica matar menores de edad porque tienen el potencial de ser dañinos a futuro. Es jodido, pero no es la primera en plantear algo similar. Motoko está dando su respuesta al clásico debate de “utilitarismo vs. deontología”, es decir, si ante una situación conviene hacer lo moralmente correcto o lo que traiga el mayor beneficio a mediano o largo plazo. La agente, por supuesto, es 100% utilitarista. Para ella matar a un pibe está bien si su existencia era potencialmente peligrosa a futuro. Deconstruye la sociedad en un sistema de nodos programados y a los criminales como nodos contaminados que hay que eliminar. Incluso lo justifica desligándose de la responsabilidad, diciendo que los culpables son los que lo “programaron”, que ella solo lo sacó de su miseria, e incluso se pone en lugar de víctima diciendo que fue una “cómplice involuntaria” de la muerte del pibe.
No hace falta ser una agente ciborg del retrofuturista cyberpunk siglo XXI para desarrollar esa clase de argumentos. Hoy en día cientos de taxistas que escuchan a Baby Etchecopar en Radio Mitre y votan a Espert o Gómez Centurión piensan algo bastante parecido. “Funcionar como una planta de tratamiento de los desechos en la programación desperfecta” es solo una manera súper copada y para nada facha de decir “hay que matarlos a todos”, y lo que Motoko hace es básicamente justificar la justicia por mano propia, porque incluso aunque ella sea una oficial de seguridad, la situación no requería un asesinato.
Contra todo lo esperado, después no resulta que era todo un discurso hecho para que la condenen culpable a propósito. El personaje tampoco recibe una redención porque la historia no ve su accionar como algo mal, y Shirow seguramente piensa lo mismo.
Qué incómoda que se vuelve la lectura después de eso, pero también se vuelve mucho más rica de analizar teniendo en cuenta la postura política que admite la protagonista. Tal vez el problema no es que admita que matar está bien si a vos te parece (porque, la verdad, en cualquier historia de acción de policías de la misma época no tienen muchos conflictos morales en disparar primero y preguntar después), sino en que ella lo justifica, deconstruye la situación en términos robóticos tan ambiguos que deja de sentirse que habla de vidas humanas, y eso es lo más jodido de todo, porque, como ya vimos antes, Motoko Kusanagi no es la única que piensa así.
Sin embargo, lo que más me interesa de todo este asunto es que, en su esencia más profunda, “Ghost in the Shell” es un manga sobre la lucha del alma humana contra la tecnología. El “Ghost” es un término de la serie que equivale a la autoconciencia, a la percepción de uno mismo más allá del cuerpo, justamente, esa cáscara que la envuelve y la oculta. En el caso de Motoko, la “Shell” es su cuerpo cibernético de avanzada. Es la agente perfecta y le es útil a la Sección Nueve, pero dentro de todo eso está su Ghost, la verdadera Motoko Kusanagi, la que logra, finalmente, controlar su vida y tomar sus propias decisiones.
Y decide matar pibes.
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Si el texto les suena familiar, es porque es una reversión del primer artículo sobre historietas que escribí en mi vida. El original es del 2017, la reversión salió primero en un fanzine de distribución limitadísima en 2019 y ahora queda para la posteridad en este espacio.