¡Bienvenidos de vuelta a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas! Volvemos recargados de nuestras vacaciones. Como cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza habla de su artista favorito y Matías recomienda algunas historias cortas.
Salvajes, neuróticos, patéticos: los mundos realistas e insoportables de Pablo Vigo
Por Gonzalo Ruiz
Pablo Vigo es una rara avis en la cosmogonía nacional: un artista integral celebrado con varias participaciones en diversas antologías en todo el mundo y que, aún así, solo tiene publicado un único libro. Por suerte, los fanáticos hoy tenemos para celebrar una nueva publicación que responde al dicho de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Esta se llama Dusko y salió por Maten al Mensajero a principios de este mes, una suerte de versión “solista” de la mítica y gloriosa antología Doppelganger (la Love and Rockets que nos tocó por padrón) que el artista mantenía con el también glorioso Matías San Juan. Las antologías de autores que de gran furor fueron (y que de a poquito están volviendo) en Estados Unidos, acá nunca fueron parte ni de la norma como de la excepción, pero la dupla insistió por cuatro números editados por La Pinta, que, si bien los primeros dos números están agotados y desaparecidos hace tiempo, queda como premio consuelo conseguir los números 3 y 4, y ojalá que este comentario sirva para que se reediten las partes restantes y, por qué no, quién sabe si se da el milagro, ocurra un quinto número, o al menos un Dusko 2, 3, 4 y así.
La revista sirvió como un campo de experimentación para los dibujantes, que pelaban chapa infinita con historias breves. Mientras que San Juan elegía contar cosas más sórdidas con algún que otro elemento fantástico o sobrenatural, lo de Vigo pasaba por el lado opuesto. Sus relatos abordan la existencia de los seres humanos que protagonizan las historias, nos sitúan en un momento de la vida de cada personaje, pero no en uno trascendental, sino en esos instantes donde nadie, ni el protagonista principal ni sus “secundarios”, parecen estar pasando un buen momento, un compendio de anecdotarios tragicómicos que pasan por el recuerdo cuasitraumático de un chico de doce años al que una amiga por correspondencia le hace su primera paja, un estudiante de periodismo enfrascado en una delirante e infumable conversación con su portero y un vecino, mientras nota cómo su vida se le escapa de las manos. Todos ellos y ellas tienen, en lugar de una chance de brillar, una chance de pasarla más o menos mal, pero no hay sufrimiento perpetuo.
Lo más cautivante de los relatos (once en total, algunos de ellos recopilados en el libro Lo Salvaje también publicado por Maten al Mensajero) es su potencial de funcionar como un espejo donde cada uno de los lectores se puede ver reflejado con facilidad. Nadie está enfrascado en una tarea hercúlea, nadie tiene que ir a pelear con archivillanos. ¿Quién no conoció a un mufa en su vida, nadie tuvo un día tan de mierda desde que te levantás hasta que te acostás? También hay espacios para historias mínimas, que también están para contar el fracaso, pero de aquellos que, de tan ajenos y lejanos, solo son un buen chiste bien elaborado (Lancigliotti, número 2 del tercer volumen de Fierro).
No solo el fracaso es por notar que tu vida es una mierda, a veces también la falla tiene su oficio al pensar en todas las posibilidades que te da la vida y que uno por quién sabe qué motivo no agarra. El segmento Vigo de la Doppelganger #2 lo ocupa una sola historia larga, Descanso, sobre como un pibe piensa que por pegar buena onda con una chica se va a terminar quedando con ella. En medio de una fiesta, el protagonista se la pasa con un monólogo interno, delirante y neurótico donde se piensa que puede salir bien, mal o peor, todo lo que puede pasar antes de terminar chocándose contra una dura realidad. Algo parecido, pero en menor cantidad ocurre en La parada, historia publicada en el número 4 del tercer volumen de Fierro donde, también, chico conoce chica en la parada de un colectivo y piensa en lo idílico que llegaría a ser su vida con ella, cuando lo único que le dice es, fastidiada, si falta mucho para que llegue el bondi. La vida dentro de la cabeza es mucho más linda que la dura realidad para todos los personajes que salen del lápiz de Pablo.
Sin embargo, no todo es slice of life protagonizado por insoportables dentro del universo Vigo. En Dusko hay dos ejemplos donde el artista se mueve con total soltura dentro de otros géneros, como por ejemplo en el breve thriller Combustión (originalmente publicado en la antología digital Guiso Policial de Barro y Clan de Fomento) o en Aparición en el departamento 7°A, que se tira chispazos sobrenaturales dentro de un triste drama familiar. Sí, no faltan los neuróticos con los que a uno le toca convivir a veces, pero es bueno ver cuando los artistas demuestran libertad y no estar siempre abocados a una única tarea. Ojalá que en el futuro nos depare más géneros, sin perder esa habilidad alla Adrian Tomine de convertir los instantes en algo no solo congelado en el tiempo, sino también en viñetas más interesantes aún que un monstruo gigante destruyendo una ciudad.
Pablo Vigo funciona como un observador absoluto de las miserias habituales, un redactor de modernas aguafuertes porteñas y, aun así, la manera en cómo las cuenta permite que nos riamos por un instante, como quien puede reaccionar de esa manera cuando todo le sale mal.
¡Compren Dusko!
El arte de hacer historias cortas
Por Matías Mir.
El otro día comentaba en el podcast de Comiqueando lo mucho que milito los tomos unitarios de historias cortas y las historias cortas en general, como formato y como concepto historietístico. Hacer una “novela gráfica” o una serie tiene sus dificultades y sus méritos y a todos nos gustan, por supuesto, pero también me gusta mucho el formato corto y autoconclusivo en el que los autores tienen que condensar una buena idea o concepto en un espacio limitado y salir impunes, sin tiempo para presentaciones descomprimidas o un establecimiento calmado de escenarios. Me parece casi una prueba de fuego para los historietistas: ver si podés expresar y ejecutar todo lo que una historia necesita en un puñado de páginas sin que se sienta apurado, apretado o que te quedaste corto y, encima, contar algo bueno. Los que lo hacen mejor pueden llegar a ser un golpe a la mandíbula, un K.O. historietístico. Acá van algunas historias cortas que leí o releí recientemente y me gustaron mucho: una argentina, una yanki y un par de menciones cortitas de manga.
“Tinta invisible”, de Pablo De Santis y Juan Sáenz Valiente
Yo soy muy fanático de Sáenz Valiente y compro cada cúmulo de hojas que lleven su nombre en la tapa, pero acá su dibujo cumple la función de servir a un guion fantástico que es la razón por la cual recomiendo esto. “Tinta invisible” es una historieta de cuatro (¡!) páginas que habrá salido en alguna Fierro pero que yo leí recién al final del recopilatorio de Cobalto por Hotel de las Ideas.
Hay un escritor contando la historia de un detective, y hay un detective buscando a un tipo desaparecido. Ambos, por su profesión, entienden perfectamente la vida y la personalidad de otro al cual no pueden ver, del cual solo existe información en papeles. El juego del paralelismo es interesantísimo y De Santis lo juega de taquito. Los textos no te dejan leerlo apurado, para que no se te disuelvan en las manos las páginas y hacer rendir el poco espacio con el que se cuenta. Lo mismo con la narración, que salta de una historia a otra sin aviso, como un auto que pasa por varias lomas de burro para evitar acelerar.
Y obviamente hay una vuelta meta en la que el escritor termina entendiendo algo sobre su propia vida a través de lo que su detective descubre en el papel. Todo jugado con gracia y sin caer pretencioso y en CUATRO PÁGINAS. No hay vuelta que darle: De Santis es de los mejores guionistas contemporáneos del país.
“The Riddle”, de Kieron Gillen y Jamie McKelvie
A la dupla fantástica ya la conocemos todos, ya sea por Young Avengers, por Phonogram o por The Wicked + The Divine. Hace unos meses, para la nueva serie de Batman: Black and White, el dúo metió una historia corta en la entrega #5. Aprovechando la absoluta libertad que el proyecto ofrece y la experimentalidad y salida de las fórmulas comunes que tácitamente predica, Gillen plantea una historieta interactiva que termina eclipsando bastante a las que la acompañan en la revista, al menos en originalidad. (Y la voy a spoilear, sorry).
“The Riddle” es una versión en historieta de “elige tu propia aventura”, concepto que no inventaron acá porque sé que al menos hubo un cómic de Deadpool que ya hizo algo parecido (y tampoco creo que ese haya sido el primero), pero al que seguro le encontraron una vuelta de tuerca interesantísima. Cada viñeta, numerada, es una casilla de un tablero donde el lector sigue las instrucciones y toma decisiones para ir avanzando en su propia secuencialidad. En sí, la historia es sobre Batman entrando a un laberinto del Acertijo donde tiene que enfrentarlo a él y a Killer Croc para salvar a unos nenes. A medida que vamos tomando decisiones y “controlando” a Batman, el juego se torna más y más frustrante a cada paso que damos porque si das un paso en falso los nenes o Batman mueren. Además, cada viñeta solo te dice cuál es la siguiente y no la anterior, así que se convierte en un ejercicio de llevar registro en la memoria de cuál es el camino que estabas tomando.
Al final, todo es inútil. Si jugás el juego, no importa qué elijas, Batman pierde. Sin embargo, si sos atento y te ponés a ver la revista o avanzás hasta el final, te das cuenta de que Batman gana. ¿Cómo es esto posible?
Gillen plantea ponerte en el papel de Batman no solo controlando sus acciones sino también resolviendo el “caso” como detective. Al explorar todas las alternativas posibles siguiendo las rutas, empiezan a aparecer pistas, como que haya un plano del laberinto que indica que no hay salida, o que el narrador diga “jugando el juego del Acertijo, no hay forma de ganar este juego”. Para ganar, hay que romper las reglas. El lector tiene que no hacerle caso a las indicaciones y encontrar una ruta que no conecta con ninguna otra: la ruta en la que Batman gana. No solo así vuelve divertido y satisfactorio resolver el laberinto, sino que además plantea una versión muy divertida del concepto de que “Batman siempre gana”, a pesar de que acabamos de verlo morir unas cuántas veces y que para ganar tuvo que romper la lógica de la narrativa y la secuencialidad.
“Waltz”, de Shuzo Oshimi
Cómo me gusta lo que hace Oshimi. Su mejor fortaleza siempre son las caracterizaciones; hace que sientas que los personajes son reales, que viven en un mundo real y que son afectados por las situaciones. En “Waltz”, una estudiante descubre que su vecino es crossdresser y, ante el vacío de su propia existencia, decide ayudarlo a que realmente pueda verse como una chica bajo los cánones binarios en los que se manejan. Es un drama muy humano con un final medio agridulce pero que me gustó mucho.
“Al sol de la tarde”, por Moto Hagio
Hace poco terminé de leer Catarsis, el librote que recopila algunas historias cortas de Moto Hagio, y terminó gustándome bastante menos de lo que creí que me iba a gustar. Quizás esperaba otra cosa, no sé. Sí hubo algunas historias que me parecieron muy buenas, como es el caso de la propia “Catarsis” o esta, “Al sol de la tarde”, publicada en 1994. La historia en sí no cuenta mucho, va de una ama de casa que empieza a tener dudas respecto a su matrimonio y se cuestiona distintos conceptos sobre las relaciones, el lugar de la mujer y sus propias decisiones en la vida. Es muy introspectiva y tira muchas puntas de análisis sobre las diferencias generacionales, la misoginia internalizada de las mujeres baby boomers japonesas y el conservadurismo respecto al matrimonio que existía (y existe) en el país, sobre todo en el siglo pasado. El final es… levemente polémico, pero interesante. Me gustaría encontrar otras opiniones sobre esta historia.
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