Bienvenidos a la tercera entrega de Oficio al Medio (o “O/2”), un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este segundo contacto, Matías diserta respecto a la muerte de la historieta argentina, y Gonza trae tres ejemplos de estilos de manga realizados acá.
Berliac, Kami Kama, Calvi y tres formas de reinterpretar tres géneros del manga
Por Gonzalo Ruiz
Aaaaah, momento de abrir otra polémica que involucra cuestiones de nomenclatura, traducción, idiosincrasia… ¿puede ser posible la existencia del manga argentino? Y, la primera respuesta es: SÍ.
O sea, entendiendo que manga significa, separando sus kanjis, como “dibujo informal” antes, y hoy como “historieta” en su traducción aggiornada y amable, decir “manga argentino” es lo mismo que decir “cómic argentino”. Pero no vine con pedantería a explicar terminologías (yo no me especializo en ninguna labor lingüística) que suelen confundirse con total facilidad, como decirle “indie” al comic de Dark Horse o fanzine a cualquier publicación de impresión barata, sino a demostrar lo siguiente, que es la otra falencia cuando se discute si manga argentino sí o no. Porque claro, cuando tenemos que decir manga argentino no, es comparando las complicadísimas cuestiones que involucran a la producción en sí misma. Es decir: el manga japonés sale semanalmente, un ritmo bestial si comparamos las obras que voy a detallar en breve, que seguramente se tomaron sus meses o años para publicarse. Estas obras no fueron serializadas en ninguna publicación antológica ni puestas a competir con otras en un concurso de popularidad apremiante.
De lo que quiero hablar es de algo más divertido, lúdico, que es el juego de las influencias. Porque, en al menos dos de las obras, desconozco si lxs autorxs pensaron “esto es un manga”. Pero si no se puede negar que tienen una marcadísima influencia y estilo narrativo que provienen de géneros y hasta de divisiones demográficas distintas. Sí están lejos de ser un manga que publicaría, digamos, la Shonen Jump, porque básicamente dos son revistas de pocas páginas con historias unitarias, de algo que se podría llamar fanzine, pero que no lo son (otra discusión para este newsletter, seguramente). A lo sumo podrían ser parte de una antología del mangaka, que recopilan historias cortas a lo largo del tiempo, pero que responden muy fuerte a cuestiones muy propias de la idiosincrasia japonesa, narrativamente hablando. Entonces, acá empiezan tres recomendaciones de algo que podríamos llamar “manga gaijin”, pero que en definitiva son historietas producidas en Argentina con una fuerte influencia oriental.
Mechas: Fusion 501 (Kami Kama; Barro Editora)
Ópera prima de Kami Kama (Camila D’Onofrio) que, en poco más de 40 páginas, cuenta una historia ubicada en el año 501, en plena era de las colonias. Tres adolescentes son reclutados por la milicia para pilotear mechas conectados entre sí por vías neurológicas. ¿La misión? Detener un ataque enemigo. Esta historia no busca ser rupturista, sino ser una visión mucho más fresca de un tópico habitual, al menos en Japón, y en ese sentido cumple y da más de lo que promete. Condensar todo un universo, problemáticas y personajes con sus propios complejos en pocas páginas es un trabajo de diseño complicado en el que la autora sale airosa. Se preocupa porque sepas quién es el personaje principal, de dónde viene, qué le pasa y cuál es su relación con el resto del ambiente.
Si bien la obra tiene una inspiración total sacada de Neon Genesis Evangelion, temáticamente hablando tiene más razón de ser una influencia un poco menos dura, como ser Macross y los mechas ochentosos, con un laburo de diseño más complejo que el de Mazinger Z. Capaz le juega en contra justamente, ser una obra condensada en si misma y sin mucho más por explorar de momento. Pero es un lindo ejemplo de mechas nacionales y populares. Hay una temprana obra de Ignacio Minaverry, El regreso de Daigar, editada por Comiqueando Press a finales de los 90 que también es otro ejemplo, pero al no ser de fácil acceso para la lectura, no estoy capacitado para recomendarla. Tal vez cuando pueda leerla.
Gekiga: Sadbøi (Berliac; La Pinta)
Entramos a un terreno más áspero, menos amable como el gekiga, que, como indica la traducción literal de sus kanjis, son historias dramáticas. Completamente alejados de la aventura, las transformaciones y la machaca, estas historias son urbanas, un slice of life pero absolutamente mala onda. Los personajes son trágicos, poco empáticos con nosotros, y generalmente sus vidas no terminan con algo remotamente parecido a un final feliz.
Lo de Berliac es un caso interesante, porque es alguien que transmutó de influencias tan criollas como José Muñoz o Alberto Breccia en esto, un arte más emparentado al que los hermanos Tsuge militaron fuerte en la mítica revista avant garde Garo. Y hablando de la Garo (y del manga gaijin), me quiero hacer eco de estas palabras de Mitsuhiro Asakawa, ex editor de la revista: “Dibujar manga no tiene nada que ver con el país de origen del autor”. A su vez, el autor escribió en su fanzine Seinen Crap este artículo donde habla del manga como una cuestión de género, que le valió algunas polémicas que no vienen al caso.
¿Y de que habla Sadbøi? Básicamente de la vida de un pibe recontra marginal (inmigrante ilegal, homosexual y presidiario con prontuario) que utiliza el arte como un recurso para cometer el robo del siglo. La obra es complicada como un buen gekiga: incomoda, plantea lugares y posiciones difíciles de tomar, y sobre todo, hace que la empatía sea asfixiante, porque sabés, a medida que vas leyendo, que todos tienen su agenda propia y es muy difícil encariñarse con ellos y sus acciones. En cierta manera, esta obra es un triunfo de lo iconoclasta, de lo incómodo.
Seinen: M.O.N. 51: Infierno 2000 (Fernando Calvi; La Pinta)
Acá hay trampa por varios lados. Seinen por un lado, no es un género, sino una división demográfica, que apunta al young adult, al adolescente que no está para leer bobadas como Astroboy. Y, mirándolo varias veces, no siento que M.O.N. 51 tenga mucho de manga. Pero Calvi tiene una actitud camaleónica muy fuerte en su arte, y siento innegablemente una influencia de Akira en varias de las viñetas y hasta en el diseño de algunos personajes.
La historia es algo confusa, implica una conspiración gubernamental con unos bichos tecnológicos que sirven para mejorar a la policía, pero en definitiva es un catálogo para mostrar lo gran narrador que es Fernando, haciendo un uso fuerte de la economía de recursos que suele usar el manga, con pocas viñetas por páginas. Pero hay entre una fuerte impronta de un seinen más violento y menos “fantasioso” en el desarrollo y contenido de la historia, y un dibujo bastante deudor de muchos mangakas (Recomiendo que revisen el Inktober que Calvi subió en su instagram en octubre de 2019, con 31 personajes clásicos de manga y animé).
Por supuesto que en el camino quedaron varias cosas afuera. Decidí dejar atrás, por ejemplo, los trabajos de Lea Caballero, un exégeta absoluto del shonen con su Yo-Nen y actualmente con Go! Unbounder. Y también a artistas como Sukermercado, que maneja un estilo muy similar al de una mangaka, pero siento que sus obras podrían funcionar de todas maneras sin su influencia oriental… por más que su labor gráfica sea gratificante de ver. Quique Alcatena es otro dibujante que, más que obrar como mangaka, suele aplicar un estilo cercano al ukiyo-e como en la saga de Shankar.
Sin embargo, si a estos tres ejemplos los despojás del arte nipón, puede que sus obras pierdan no necesariamente el sentido, pero sí el toque que las hace especiales. O bueno, deudoras de ser grandes exponentes del manga gaijin. De todas maneras, parece que siempre que se habla de esto, se siente como si los artistas que lo aplican fueran criminales de guerra, cuando en definitiva son la prueba viva de lo heterogéneo de la historieta en si, de lo fantástico que tiene la variedad no solo en historietas globales, sino acá.
Además, este es otro punto, que en cierta manera se conecta a la cita mencionada en el apartado de Berliac: si bien estas historias no tienen “localismos” en si mismos (no me refiero necesariamente a los diálogos, porque Sadbøi está lleno), si hay una cuestión en como se interpreta, o como se traducen algunas cosas desde una mirada completamente distinta, con una sociedad menos reprimida que la japonesa, más abierta a otras influencias externas… el manga gaijin no necesariamente se refiere a una banda tributo a Akira o JoJo pero hecha fuera de Japón, sino a con qué óptica vemos nosotros un mundo desconocido con los estímulos que nos llegan.
La historieta, el manga, la bande dessinée, el fumetto o los quadrinhos es un lenguaje universal sin importar la traducción elegida, pero que por supuesto, está armada por los ingredientes propios del caldo de cultivo que son las culturas que adoptan esos nombres. A algunos se les aplica el estilo, a otros la forma de publicación o el volumen de obra producida. El manga siempre va a ser polémico, y tal vez un poquito por eso es que elijo hablar de ello.
La muerte de la historieta argentina y el problema de la iconicidad
Por Matías Mir
Hace ya unas semanas, veíamos cómo, en un programa de televisión local, a dos equipos se les pedía que mencionaran personajes de historieta argentina exceptuando a los de Mafalda. Lo que siguió fueron diez minutos en los cuales una decena de adultos luchaban por recordar que la historieta existía, y sus respuestas variaron entre “Dibu”, “El caballito Ico” y “Mafalda”, dichas con cierto dejo de vergüenza, como cuando en un ambiente formal alguien menciona un dibujito que veías de chico y tenés que fingir que no te sabés la canción de la intro de memoria. Al final, gana esa ronda el grupo que recuerda a los personajes de Quinterno y la cosa sigue.
Lejos de juzgar al todo por las partes, me pareció interesante cómo no se les ocurría nada más, nada de los últimos treinta años o nada de lo que cualquier comiquero consideraría icónico (el Eternauta, otras series de Oesterheld, Robin Wood o Carlos Trillo). No desde el lado de “qué ignorantes, todos deberían estar al tanto de mi nicho”, sino desde una fútil expectativa de que aquella supuesta popularidad que la historieta alguna vez tuvo se conservara en las generaciones que siguen vivas. Quizás es porque todavía hoy nos seguimos apoyando en esa antigua masividad para distinguir a la historieta de otros nichos como, no sé, los coleccionistas de estampillas o los que arman aviones miniatura. La verdad parecería ser que entre esos otros nichos alienados y este ya no quedan tantas diferencias como alguna vez las hubo.
Tampoco estoy diciendo nada nuevo. Es bien sabido que el acta de defunción de la historieta local se firmó hace bastante. La popularización en Argentina de otros medios de entretenimiento como la televisión (cada vez más accesible a las clases populares), la entrada irrestricta de historietas extranjeras durante la Convertibilidad, la crisis del 2001, el cierre de todas las empresas que formaban la industria de la historieta, la aparición de Internet y el pase de los consumos culturales de la masividad a los nichos fueron reconfigurando las posibilidades que tenía la historieta en nuestro país si pretendía seguir siendo algo más que pagar por imprimir papeles que nadie lea. Hay una ecuación muy simple que es la de que si tu tirada es cada vez más chica, indudablemente te va a leer menos gente. Si las tiradas de ediciones de historieta pasaron de 300.000 a 2.000 (como mucho) a lo largo de los últimos 70 años, entonces es imposible que se mantenga la misma cantidad de lectores. (Por supuesto, hay muchas variables a esto, como el hecho de que un mismo ejemplar puede ser leído por varias personas al ser prestado/revendido, o que las versiones digitales legales e ilegales también existen, pero siguen siendo las menos). Esas tiradas reducidas no son porque sí. Si bajan es porque la demanda baja, en coincidencia con todos esos procesos que ya describimos antes.
Además del problema de la baja oferta y demanda, se suma otro problema inevitable pero clave para entender la imposibilidad que tiene la historieta local contemporánea para salir del nicho y es la falta de iconicidad. Si bien a todos nos gusta una buena novela gráfica autoconclusiva, pensemos por un momento cómo funcionan los mercados más grandes de historieta en el mundo: EE.UU., Japón, Europa. Si pensamos en qué historietas mueven más ese mercado, cuáles son las más exitosas, la respuesta suele llegar en la forma de distintas series con personajes populares. Ya sean Goku, Asterix, Batman o el que sea, esos personajes de historieta mueven sus mercados porque instan a grandes y chicos a consumirlos en todas sus formas, incluso aunque los manejen distintos guionistas o dibujantes. Ese es el poder de la iconicidad, la de que una configuración de trazos reconocible inste al consumo.
En Japón, la guerra secreta del shonen la juegan los editores presionando a sus artistas para que creen nuevos personajes que sean atractivos y reconocibles con una mirada rápida, y si es posible solo con su silueta, porque en un mercado gigantesco donde cada semana salen cientos de capítulos de historietas, la guerra por la atención de los lectores, la popularidad y los contratos para volverse transmedia (lo cual luego retroactivamente aumenta las ventas de la historieta, solo hace falta ver los saltos exorbitantes en las ventas de volúmenes viejos de Kimetsu no Yaiba y Jujutsu Kaisen apenas se transmiten sus adaptaciones animadas) es despiadada y sin cuartel. Con sus variables lógicas, la cosa no es tan distinta en los otros mercados que ya mencionamos, con la diferencia de que en ellos quizás es más común la idea de franquicia de una idea exitosa en paralelo a la de buscar crear un hit nuevo cada año.
Pero todas esas estrategias funcionan cuando hay cierta demanda que asegure las ventas y provea espacios de prueba y error para series (sí, series, porque la iconicidad en la historieta requiere también de cierta permanencia, aunque sea temporal, en el mercado, no solo algo autoconclusivo de pocas páginas, e incluso si arranca así, la demanda va a pedir que ese one-shot se convierta en serie) y para artistas nuevos. En nuestro país, por otro lado, la palabra “serie” fue casi blasfemia por años, luego de que en cierto periodo entre la década del 90 y hasta hace no mucho, la idea de una historieta serializada fuera casi imposible por las bajas ventas, y los lectores argentinos empezáramos a sospechar de todo lo que dijera “#1” en la tapa (el editor Pablo Muñoz es un gran culpable de esto, pero no es el único). El miedo a clavarse con series inconclusas es justificado, porque nos pasó a todos y está tan internalizado que las editoriales lo saben y en cierta medida reconfiguraron el mercado para que sea uno de libros autoconclusivos. Incluso “series” de libros, como Dora (Ed. Común/Hotel de las Ideas) o Gilgamesh (Doedytores) no se promocionan como tales y no ponen numeraciones. Hasta Ovni Press, cuando licenciaba Marvel, empezó a ponerle “novela gráfica autoconclusiva” a los primeros arcos de sus series para tratar de quitarle el miedo a los posibles consumidores y/o para permitirse no continuar esa serie si las ventas no acompañaban.
¿Qué íconos le quedan a la historieta argentina? ¿Qué personajes se mantienen reconocibles, consiguen fanáticos del personaje en sí incluso por fuera de la historieta? ¿Qué editores se arriesgan a jugársela por serializaciones de un mismo grupo de personajes? A fines del siglo pasado y principios de este, algunos ejemplos notables que fueron por ese lado son el Cazador y el Animal Urbano, nacidos de la influencia del cómic norteamericano. Hay una ilustración muy buena que hizo Juan Sáenz Valiente para el Metró News en el que homenajea a los autores argentinos invitados al festival de historietas Lyon BD. En esa ilustración, los que bajan del avión no son los autores sino los personajes, y ahí podemos ver (con cierto sesgo del artista y la limitación de los autores asistentes) qué personajes salen a representar a la historieta. Lo interesante es que muchos son protagonistas de historietas autoconclusivas, otros son de series (como la protagonista de Borderline o Paolo Pinocchio) y los más reconocibles quizás sean los infantiles (Torni de Torni y Yo, Norton Gutiérrez, el Manu de Ed). El más grande de todos y quizás el más exitoso en esta idea de la iconicidad sea Olga, posiblemente el personaje más popular de Macanudo, de Liniers.
Aunque no son los más, todavía tenemos personajes que luchan por la iconicidad con más o menos éxito. El caso de Liniers recién mencionado es uno, con su tira Macanudo sindicada en múltiples diarios, y yendo por el lado de la historieta infantil siguen existiendo series como Bosquenegro, de Calvi, o los distintos proyectos del mendocino Chanti. Claramente ahí hay una doble entrada a la iconicidad, la supervivencia y la popularidad de estas historietas sostenida en apuntar al público infantil y en la publicación en los últimos espacios que quedan que siguen apuntando a la masividad: los diarios, los suplementos, las revistas infantiles, espacios donde incluso chicos y grandes que ni saben que las comiquerías existen tienen acceso a historietas y las siguen disfrutando.
(Y también, tímidamente, existen algunos proyectos independientes que postulan series con relativo éxito, como la saga de Manta de Libera la Bestia, la ya mencionada Dora o los principales proyectos de Módena: Sinestesia y Republicagada).
Tampoco es cuestión de seguir agarrados a un pasado del cual apenas quedan rastros en los estudios académicos y en los rescates editoriales. Como dice Amadeo Gandolfo en su editorial para la revista Strapazin, el mito de la masividad de la historieta en nuestro país ya quedó obsoleto y no sirve para seguir explicando el presente. Y si pretendemos que haya un futuro, o al menos que el público se renueve y no desaparezca, entonces quizá la clave siga estando en la iconicidad, en apuntar a los lectores más jóvenes y, como siempre, en salir del nicho.
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