Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías explora un experimento gráfico alucinante y Gonza recomienda uno de sus unitarios favoritos.
Autor versus obra: la Bestinta de Jorge Quien
Por Matías Mir
“Todo fluyó abstrusamente y sentí que me estaba jugando la vida”.
Para el libro Vichoquien, editado por la Facultad de Arte de la Universidad de Chile, el historietista e ilustrador argentino Jorge Quien decide dibujar un experimento gráfico que consiste en producir una historieta de más de sesenta páginas enteramente con la mano no dominante, la izquierda. El resultado es una obra fantástica que explora las tensiones que pueden crearse entre obra y creador y evidencia el talento de Quien para desenvolverse y salir bien parado como artista en cualquier situación.
La trama en Bestinta es casi improvisada. Hay una idea de una bestia de tinta que habla con su creador y lo insta a seguir dibujando con la mano izquierda, y ambos personajes (la bestia y el artista, que no existe visualmente en ningún momento y solo se expresa por cuadros de narración) van de acá para allá en un páramo en el que el suelo es un desierto y el cielo es siempre de noche, el mismo escenario de otras obras de Quien (sobre todo explorado en Pocketland, otro libro fantástico).
Lo interesante acá, como casi siempre, es el cómo. Desde las primeras páginas, evidenciado por un terreno que se llena de apellidos ilustres del mundo de la ilustración y la historieta, sumado a una seguidilla de parodias/referencias a cuadros famosos de las que el autor sale bastante bien parado considerando que está dibujando con la zurda, queda claro que va a aprovechar este espacio autogestionado de exploración para homenajear en su propio trazo de tinta a sus influencias artísticas. Bestinta es un despliegue de traslación de recursos de otros artistas (sobre todo genios de la tinta, del claroscuro) al trazo de Quien. Hay máquinas kirbyanas, secuencias prattescas, escenarios nineanos, expresiones oliverescas y mucho más que ni siquiera puedo reconocer y que funciona muy bien en el contexto de un historietista expresándose a través de sus influencias para comunicarse con su personaje apócrifo.
Pero no es solo un rejunte de guiños. En Bestinta hay una exploración muy fina de los recursos de la historieta y sus límites siempre inalcanzables. Cada página es para colgarla y jugar a entender qué está haciendo Quien, qué está trastocando de la estructura tradicional de la narración secuencial y cómo le sale bien esa alteración. Hay diálogos que sangran tinta por fuera de sus globos, irrupciones de la “realidad” en la ficción, elementos que cruzan la página sin importarles la secuencialidad.
Como ya dije, la trama es casi una excusa. Bestia y autor transitan este espacio que van formando a medida que se movilizan, en el medio hay una fantástica secuencia de pelea contra unos juguetes de Parque Rivadavia que traspasan la barrera entre realidad y ficción gracias a la pluma y la tinta y la cosa cierra en una emotiva despedida entre nuestros personajes. Lo que alucina acá es la técnica, la genialidad de la historieta por la historieta en sí. Todo ese manejo de recursos y de guiños que demuestran el amor por el medio que se produce y que le dan calidad más allá de la experimentalidad del asunto.
Además, es interesantísimo el juego de dualidades entre bestia y obra. ¿Qué es la Bestinta? ¿Ser dibujado con la mano no hábil vuelve al dibujo una bestia apócrifa? ¿Acaso en la otra mano hay un dibujante distinto, menos “hábil” pero más suelto? Todo es contraste, y no hay contraste más evidente que el de negro sobre blanco, tinta sobre papel. El claroscuro que tan bien maneja Quien es el campo de batalla definitivo entre dos entes siempre en tensión: artista y obra. La Bestinta y el autor con quien se comunica se pelean, se reconcilian, se intentan matar, hacen hinchada uno por el otro y constantemente giran sobre el eje del otro en la lectura.
La edición que se consigue, de Fadel&Fadel, es fantástica, por cierto. Tapa con serigrafía, grandecito, impreso con una calidad de papel y tintas que invita a quedárselo observando ad infinitum… Soy el primero en admitir que proyectos como este no son para cualquiera, menos para quien espera en la historieta una lectura lineal en actos con personajes definidos. Pero si te interesa leer algo que profundice las posibilidades de la historieta en general y del claroscuro en particular, entonces Bestinta es mi recomendación número uno, por lejos. Y para un libro hecho enteramente con la mano izquierda de un dibujante diestro, eso no está nada mal.
My Sweet Sunday: la pasión de Rumiko Takahashi
Por Gonzalo Ruiz
Si estamos acá, tanto Mati como yo escribiendo este newsletter semanal y ustedes buscando leer algo interesante, es porque las historietas en algún punto de nuestras vidas nos marcaron. Y uno supone que aquellos artistas que hacen las historias que nos marcaron también tuvieron su momento de paroxismo que los empujaron a ser lo que son. Muchos, en entrevistas, han contado cuales fueron sus influencias, pero otros eligieron hacerlo a través de las viñetas y la tinta.
La Weekly Shōnen Sunday de Shogakukan es, además de uno de los semanarios más longevos y vigentes del país del sol naciente, la casa de Rumiko Takahashi. La mangaka publica desde 1978 hasta nuestros días, con Urusei Yatsura como obra debut y luego con hits recordados por todo el mundo como Inuyasha y Ranma 1/2. Desde 2019 publica MAO, demostrando que su vigencia dentro de la demografía shōnen sigue siendo enorme.
My Sweet Sunday es una historia corta publicada en la primera entrega del semanario del año 2009, con fecha del primero de enero para ser más precisos, que celebraba sus bodas de oro. Takahashi hace alianza con su colega Mitsuru Adachi para contar, de forma intercalada, su relación con la revista desde sus infancias hasta la actualidad. Pero además funciona como una explicación para entender la idiosincrasia que tiene el comiquero japonés con las obras de su país, porque lo que ambos dan a entender es que el manga es una figura siempre presente. Sin importar la edad o el estrato social, interpela a todas y todos, férreos comiqueros vieja escuela o simplemente paracaidistas, al punto de poder encontrar una vanguardista Garo en la sala de espera de un dentista.
A la pequeña Rumiko no solo se la ve crecer sino que también narra, a modo de diario íntimo, cómo el manga afectaba su vida. Participaciones en concursos de la Sunday, la primera gran desilusión al ser rebotada en su primer intento, fundar clubes de manga con compañeras del colegio y la universidad, y la influencia del sensei Ryochi Ikegami. Por supuesto, ambos mangakas muestran una versión bastante naif, si se quiere, de cómo es trabajar para uno de los mercados de historietas más grandes del mundo, el cual también es bastante sanguinario con sus trabajadores principales. Pero desde el vamos la idea no es mostrar justamente cómo funciona sino la "romantización" del trabajo soñado, de llegar al lugar al que muchas niñas y niños anhelan entrar pero que solo pocos lo logran.
Es divertido como ejercicio para entender la relación entre Japón y los lectores del manga, ver cómo la historia personal de Takahashi por momentos es igual a la de Adachi, quien, siendo seis años mayor que ella, llegó a vivenciar la era primigenia del mercado de historietas en oriente, cuando los primeros recopilatorios de manga se alquilaban. Sin embargo, entre ambos dan a entender que llegar no es un imposible, aún cuando incluso los personajes dicen en voz alta que "la posta" está en lugares como la Shōnen Jump, de la cual Rumiko fue bochada. Sin caer necesariamente en un discurso meritócrata, el par cuenta en definitiva que tanto la perseverancia como el amor al medio y un incansable ritmo de trabajo (el debut de Adachi se dio a sus 16 años dentro de la antología COM) fue lo que les permitió llegar a donde están, sobre todo teniendo en cuenta que la creadora de Ranma 1/2 es de las artistas shōnen más importantes y relevantes de las últimas cuatro décadas.
My Sweet Sunday es la obra que cierra Kagami Ga Kita, que en 2016 fue editado en Argentina por Ivrea bajo el título de Historias de un Espejo (librazo más que recomendable y que aún hoy se consigue fácil), que recopila historias cortas y forma parte de la colección Rūmikku Wārudo (Rumic World), donde la mangaka da rienda suelta a muchas de sus obsesiones con el mismo sentido de comedia que figura en sus obras largas más recordadas, demostrando además con qué versatilidad se maneja dentro de géneros distintos al habitual en sus obras clásicas, como el thriller y el terror.
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