Bienvenidos a la quinta (¡!) entrega de Oficio al Medio (o “O/2”), un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto (¡ya superamos el primer mes!), Matías se explaya acerca del papel de la arquitectura en la obra de Tsutomu Nihei, y Gonza dispara una serie de obsesiones sueltas sobre un mismo tema: coleccionar historietas.
Desordenar la Biblioteca de Alejandría comiquera: Anotaciones, observaciones y obsesiones sobre acumular historietas
Por Gonzalo Ruiz
Todos estamos acá (Mati et moi escribimos; ustedes leen) por una cuestión básica: nos gustan los cómics. Y no importa cómo sea que hoy los consumimos, alguna vez, en algún momento de nuestras vidas, agarramos una revista de aproximadamente 30 páginas y la leímos con devoción, sin importar que fuera un número random de Batman, un fanzine de alto nivel o una Condorito. Pero conforme pasa el tiempo y, camino a la adultez, el dinero deja de ser entregado por papá/mamá/abuela para convertirse en un sueldo fijo mensual (suponiendo, por supuesto, que todos trabajemos), también cambia la forma de leer cómics (suponiendo, por supuesto, que pasada cierta edad uno siga leyendo); pero no hablo de leer cosas escritas y dibujadas de maneras más sofisticadas, sino de ediciones más sofisticadas.
Y es acá donde quiero empezar a hablar, porque a medida que fui creciendo (y junto a mí, mi sueldo —a veces, no siempre, y tampoco en cantidades fastuosas—), fui cambiando hábitos. Cambié formatos por otros, cambié ediciones modernas por algunas más primerizas, cambié traducciones por idioma original (al menos en inglés, de momento), y en el medio de eso, empecé a completar mis títulos favoritos de un modo que, según a quién le preguntes, puede ser polémico o no: lo que con Matías denominamos “colecciones Frankenstein”. Esto implica alternar ediciones de diversos tamaños, formatos e idiomas, pero que en la lectura de corrido, la historia original está íntegra.
Pero no siempre esta forma deforme es arbitraria. En su momento supe tener Uncanny X-Men (la etapa del glorioso Chris Claremont), mitad formato Essential (libros de 400 o 500 páginas con un papel berreta y en bellísimo blanco y negro que permite apreciar mejor el laburo de tintas), mitad Biblioteca Marvel de Panini (libros de 100 páginas en tamaño de bolsillo, con un papel correcto y en bellísimo blanco y negro). Como pueden ver, hay un criterio que unía este monstruo, el gusto por la falta de color en algunas historietas. Pero vuelvo a lo mismo que dije en el párrafo anterior: cuando pude conseguir los Essentials que me faltaban, liquidé los tomitos españoles para uniformar la colección… y tampoco es tan así, porque estos bodoques similares a una guía telefónica tuvieron hasta tres ediciones cuyos criterios de diseño cambiaron mucho, entonces ahí también, si bien el formato y lenguaje es el mismo, está la huella de la colección Frankenstein.
¿Qué es lo que lleva a cada uno (o en este caso, a mi) tener esta variedad de ediciones? ¿Una necesidad ansiosa de lectura urgente que lleva a uno a conseguir la primera edición que ve? ¿Una falta significativa de capital que te lleva a conseguir una edición más barata? Cada quien sabrá responder esta pregunta con sus propias verdades. Ya que estas interrogativas no tienen una respuesta correcta, la subjetividad es la única manera de saber responder esto. Voy a responder, por supuesto, con otra anécdota personal. Volví a leer cómics a mis 18 años con las ediciones españolas de Zinco de la Doom Patrol de Grant Morrison. Tras haber leído hasta el hartazgo el sexto “taco” y dos de las tres colecciones prestige, quería leer más. A fuerza de ahorro, conseguí el Omnibus que recopila todo lo escrito por el escocés, donde un altísimo porcentaje era inédito para mi (no sabía que podía leerlo online, sabrán disculpar mis limitaciones que al día de hoy perduran), con el prólogo me enteré que había más historias viejas (por fuera de los 17 olvidables números de Paul Kupperberg) que, para ese entonces, no tenían ediciones recientes (y repito, no sabía que podía leerlas online) y caí en una trampa. En Mercado Libre encontré un lote de las historias seminales de Arnold Drake y Bruno Premiani editados por… ¡Novaro! El gigante mexicano que había traído alegrías a, por lo menos, dos generaciones previas a la mía era mi única opción para saber qué había pasado en los 60 con estos personajes. Seamos honestos: las ediciones de Novaro son horribles: rotulado mecánico y sin onda, traducciones espantosamente reducidas en comparación a los diálogos reales y una impresión bastante mediocre (similar a las revistas de los 60, si tengo que decir la verdad). Pero era la única manera que tenía de empezar mi colección de la verdadera Patrulla Salvadora (el maravilloso título que pusieron los mexicanos), y no me importó realmente, hasta que con algo de suerte conseguí los cinco Archives de DC Comics, de ultra lujo y con un papel perfecto que permite disfrutar del color original sin recurrir a inmundas técnicas de recoloreado para que queden mejor en los papeles de ilustración. Pero así como lo ven, la necesidad que uno tiene por leer cosas muy puntuales hace que la plata termine yendo para un camino no necesariamente equivocado, pero sí incómodo (ni hablar de lo imposible que sería hoy conseguir toda la edición mexicana de la Doom Patrol).
Y esta es, también, una de las cosas que me “obligan” a elegir qué quiero y cómo. El paso del tiempo y de las ediciones hace que uno prefiera elegir: si no queda otra que leer en traducciones, ¿se eligen cosas neutras como hacen en México o llena de localismos como ocurre en España y en viejas ediciones argentinas? ¿Cómo preferís el papel: brillante u opaco, liso o “rústico”? Parece una pelotudez, pero cuando la hora de la lectura se traslada a la noche, pegado a la hora de dormir, leer un libro con papel ilustración es un parto, porque la mesita de luz invade en lugar de ayudar. De golpe, descubro que ese tipo de papel no me sirve. Y siguiendo con la idea de leer cómodo, como puede ser acostado en una cama o sillón, ¿puedo clavarme un Omnibus? No sin morir ahogado porque el libro se me cae sobre el pecho. Qué mejor que un tankoubon, el querido trade baperback o, simplemente, la mítica y gloriosa revista de 30 páginas, abrochada y con una cantidad obscena e invasiva de publicidad.
Hay algo también que me suele ocurrir, y es el enamoramiento que siento por el objeto/edición, sea por cómo me lo encontré, o por bondades que se enumeran antes o a continuación de este párrafo. Por ejemplo, le tengo muchísimo cariño a la edición de Forum de la novela gráfica del Silver Surfer que Stan Lee y Jack Kirby hicieran a finales de los 70 para una editorial que originalmente publicaba libros. La edición española noventosa replica a la que había sacado Marvel unos pocos años antes. La tengo destruída, remendada con mis manos a fuerza de pegamento y goma de borrar, pero tengo el vivo recuerdo de conseguirla a $50. Nada, ni una botella de 500ml de gaseosa vale eso al momento de escribir esto. Pero bueno, el enamoramiento también está porque, si quisiera conseguir ese trade paperback, capaz a ese número inicial le tenga que agregar dos o tres ceros más. A veces, también el querer tener una mejor edición te obliga a deshacerte de incunables. Supe conseguir por un precio realmente módico los dos números originales de Epic de Parable, magnánima miniserie del Surfer (nuevamente con Lee ofiicando de guionista y con la novedad de tener al mítico Moebius en los lápices)… pero sabiendo que la recopilación en formato prestige tenía mejor papel que el original, más unos textos extras bastante útiles sobre como se dió este cruce fantástico, me pareció más atractivo que tener dos first printing con un papel bastante poronga.
Y vuelvo también a lo del recoloreado. Neal Adams, además de cobrarte infinidades de guita por un mísero autógrafo, tiene la “genial” idea de recolorear TODOS, TODOS, TODOS sus viejos cómics, lo que genera que un estilo tan propio de una época quede pervertido por colores digitales, dando lugar a un híbrido molesto. Entonces, si esto realmente te hace daño (visual y moral), tenés, dependiendo del título a elección, estas opciones:
¿Querés leer el mítico road-comic Green Lantern/Green Arrow, escrito por Dennis O’Neil en su color original? Bueno, bien podes dilapidar una millonada de verdes en las revistas originales, dilapidar una cantidad menor, pero grande aún, en las reediciones Baxter de los ochenta… o comprar la colección Clasicos DC de Zinco, que capaz es más difícil de conseguir, pero con total seguridad mucho más barata.
¿Querés leer el también mítico Batman, con la misma dupla? Está también la posibilidad de las revistas originales… o comprar el sexto Showcase. Esto es, claro, el cómic en blanco y negro, pero, bueno, al menos no tiene el horrible color nuevo.
¿Te interesa leer el final de los X-Men, el intento por salvar ese título en manos de Roy Thomas y Adams? Ok, tenés números originales, o tres opciones en blanco y negro: el último Essential de Classic X-Men, el noveno tomo de la Biblioteca Excelsior de Forum o el tomo de la colección Clásicos Marvel Blanco y Negro dedicado a estos pocos números. Claro que si tu obsesión solo te permite leer en inglés, solo te queda una única opción barata.
Esto es, claro, un único y sesgadísimo ejemplo (seguro se me escaparon más opciones dentro de las tres variantes). Hay miles más con otros miles de títulos posibles e imposibles.
Y quiero cerrar con una ¿polémica? En el —al momento de escribir esto— último episodio del podcast de 9 Paneles, debatimos con mi querido colega y hermano de tinta y papel Gonzalo Solanot sobre cómic digital. Al margen de diversas cuestiones que seguramente llegarán a este humilde espacio, se me ocurrió deslizar la posibilidad de considerar como una “biblioteca” o “colección” a una combinación perfecta de ceros y unos que generan una imagen .jpg que, en combinación con más imágenes, forman un archivo digital de lectura (sea .cbr, .pdf o el que elijan). Una tecno-Biblioteca de Alejandría fría, inolora y esterilizada, pero que en definitiva son historietas, más practicas de leer y de cargar encima (imaginate poner en una mochila los 300 números físicos de Cerebus, que, con suerte, son solo 1 GB adentro de una tablet que no llega a pesar ni medio kilo).
Por supuesto que coleccionar es algo tan específico para cada persona individual que es imposible llegar a un acuerdo básico sobre qué es coleccionar o qué valida cada colección o biblioteca. Y puedo asegurar que esta no va a ser la única vez que hable de coleccionismo por acá. Si alguno desea responder, pues bienvenido sea, mis redes están al alcance y, si hay algo que nutre fuerte a este espacio de debate, es, justamente, debatir entre las dos partes que conforman este cyber-fanzine: escritor y lector.
Posta, los espero, lo que quieran decir, acá estoy.
Tsutomu Nihei y la arquitectura de lo imposible
Por Matías Mir
Por suerte, alguien ya se dedicó a estudiar este tema en serio, porque se merece un análisis mejor que el que puedo darle en este espacio y con mis lecturas limitadas. En “Speculative Architectures in Comics”, Francesco-Alessio Ursini hace un estudio sobre cómo funcionan narrativamente los espacios artificiales en la obra de la dupla Francois Schuiten/Benoit Peeters y, lo que nos compete, en la obra de Tsutomu Nihei. ¿Por qué la arquitectura? Porque los mangas de Nihei, distintas historias cyberpunk, de ciencia ficción y steampunk, son todas más o menos absorbidas (en el mejor sentido) por los espacios por los que transitan. Veamos un poco.
Nihei tiene varias obras, siendo BLAME! la más popular junto a Knights of Sidonia y Biomega. También tiene varios libritos más (como Abara, Noise, Wolverine: Snikt! y algunos unitarios) porque es un tipo incapaz de quedarse quieto (ahora mismo trabaja en su serie Aposimz). En muchas de estas series se mantiene una atmósfera oscura, intranquila, en la que elementos artificiales se disputan el espacio de lo orgánico, y los personajes, humanoides (hasta ahí…), sobreviven al viaje con distintos tipos de enemigos futuristas. También muchas de estas series están conectadas por algunos conceptos, como los bichos Gaunas, la megaestructura y la empresa Industrias Pesadas del Este Asiático, entre otros que sugieren alguna clase de continuidad, aunque los fans más acérrimos del autor todavía lo discuten.
En las obras dentro de la continuidad de BLAME! (que incluyen principalmente a esta y a Noise, su precuela), el protagonista, Killy, avanza por “la ciudad”, una megaestructura infinita, imposiblemente gigante, aleatoria y laberíntica, llena de enemigos preparados para matar a cualquier humanoide. Si bien hay una historia, un propósito para ese viaje, lo que los lectores leen por diez volúmenes (o seis en la nueva edición) es a un tipo caminando por estos pasillos claustrofóbicos y estas salas inmensas. Killy viaja hace tantos siglos que a veces parece que ni él sabe por qué lo hace, y el lector se mueve también en esa ambivalencia.
Los espacios que dibuja Nihei no son solo el fondo para la figura que es Killy. Son escenarios palpables, profundos, texturados. A esta altura ni hace falta aclarar que el tipo estudió arquitectura, porque es bastante obvio cuando uno lee esas páginas. Killy se pasea por la ciudad y parece el laberinto más atrapante del mundo, hasta da ganas de pasearse uno por ahí.
Y medio que uno sí se pasea por ahí. Debido a esa ambigüedad de la trama, lo que sostiene a BLAME! por tantas páginas no es su intrincada historia o sus profundos personajes, sino la travesía misma. Nunca tan literalmente fue más importante el trayecto que el destino.
También es interesante ver cómo el loco hace funcionar esto en Knights of Sidonia. En esa serie, con varios años de dibujo arriba, Nihei hace que el escenario cambie ligeramente. La acción se transporta a una inmensa nave-arca, la Sidonia, donde la humanidad viaja buscando un nuevo planeta y se enfrenta a los gaunas en el espacio subiéndose a unos copados robots mechas. La arquitectura fantástica ahora la tiene la nave, pero el concepto es distinto. La ciudad era una megaestructura manejada por el equivalente al Internet en este mundo que se salió de control y se puso a construir y construir azarosamente (absorbiendo hasta otros planetas en el proceso), pero la Sidonia es un espacio hecho por humanos. Tiene túneles, habitaciones, espacios artificiales que imitan la naturaleza, escaleras, barandas y cosas pensadas para que las transiten y habiten personas. Sigue siendo un laberinto imposible, pero predominan más los blancos que los negros, y es un espacio más amigable en el que sentís que podrías vivir sin volverte loco.
Además, en Sidonia hay un contraste interesante entre el adentro y el afuera. La nave es hiperdetallada, arquitectónicamente compleja y llena cada espacio con algo, pero del otro lado de las paredes está el espacio, que es la nada absoluta. Hay una idea subyacente en todas estas obras de que la mayor evidencia de la existencia de los humanos es esta arquitectura, esta necesidad de dividir, maximizar y conectar espacios donde antes solo había plana nada. Abandonan el planeta, salen al espacio y se llevan esa arquitectura con ellos.
Eso se condice con algo que ocurre en Biomega, cuando se crea una gigantesca estructura cilíndrica que sale del planeta y atraviesa el espacio como una tubería cósmica que conecta nuestra atmósfera con la de Neptuno, un concepto ZARPADÍSIMO que solo funciona en obras como esta, con este nivel de altura para ejecutarlo sin quedarse corto.
Nihei claramente la pasa bárbaro dibujando estas cosas. Tan bien la debe pasar que en Sidonia aprovecha las portadas para mostrar distintas áreas de la nave, a veces con un sentido narrativo, conectando esas escenas estáticas con lo que ocurre en el capítulo, y a veces solo porque sí, porque sabe que le da una tridimensionalidad a su concepto y una textura a sus espacios mostrando que no solo están en una nave genérica, sino en una verdadera construcción diseñada y producida.
En todas estas obras, los datos cruciales de la historia suelen eludir al lector, o aparecen poco ceremonialmente, como una anécdota. Nihei se burla de la necesidad del lector obsesivo por entender toda la obra y su lore, y en su lugar le otorga un montón de piezas que parece que conectaran, pero no muestra nunca la imagen completa. Nunca hay referencia, y, al igual que Killy, avanzamos a ciegas por esta estructura caótica e imposible que es su obra.
Cierro con una cita de uno de mis videos favoritos de Pewdiepie, en el que comenta sin guion pero con sincera emoción su amor por BLAME!:
“Debido a la falta de diálogos, te tenés que esforzar por entender la historia, y esa es una oportunidad para volverla tuya. Obviamente tenés un cierto marco para entenderla, pero… es por eso que tampoco me gusta hablar mucho sobre la historia, porque creo que cada uno tiene su propia percepción de qué está pasando. (...) Hay tanto espacio vacío para llenar con tu propia imaginación… es casi como si coescribieras la historia junto al autor.
(...) Algunos de los escenarios son alucinantes, y realmente te absorben. Y aunque es todo tan oscuro y tan gris, aun así, de alguna forma retorcida, querés estar ahí. Cada página es una obra de arte”.
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