Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías se ausenta para ir a luchar la guerra contra la inflación y Gonza cierra una primera etapa con su saga indie favorita.
La mirada del adiós (o Love and Rockets, parte tres de ¿?)
Por Gonzalo Ruiz
Llegó el día en el que terminé de leer una parte concreta del espacio de Jaime Hernández dentro de la mítica cosmogonía loveandrocketseana. Aquel hermoso lienzo que se comenzó a pintar en 1981, tuvo su primer parate catorce años después y en ese período, solo 50 números le bastaron (en realidad muchos menos, pero para la analogía funciona) a los Bros Hernández para dar cátedra de historieta excelsa, de como ser intimistas y aún así, entregar historias explosivas cargadas de tensión. Y claro, estamos frente a los números finales del primer volumen, por tanto la curva narrativa enfila por completo para ahondar en la parte más emotiva posible. Porque bueno, ahora lo sabemos, pero para ese momento el número 50 era… el final (aunque en la última página de dicho número, una publicidad de Fantagraphics ya anunciaba las miniseries que los hermanos iban a realizar ya completamente por su lado… pero de esto hablaré en quince días) de esta serie que la rompió y que se estableció como la piedra angular de la independencia, todo un faro que indicaba el camino correcto. Así que, si bien nos falta mucha más polvareda dentro del barrio Hoppers, veamos qué onda este “final”.
Este tercer libro arranca con Wigwam Bam, una larga y recontraintrospectiva historia que se come más de un tercio del tomo y que concluye en cierta manera los acontecimientos ocurridos al final de la segunda parte, es decir, qué pasa con Maggie y Hopey, nuestras heroínas que se encuentran completamente a la deriva. Llegó la hora de volver a casa y el camino se torna complicado porque ellas no saben qué quieren con sus vidas. Hopey, fiel a su estilo libertino, no quiere volver a Hoppers; mientras que Maggie se permite dudar porque desconoce su lugar en el mundo, no sabe donde tiene la comodidad, si con su tía Vicky, si con su familia disfuncional o con sus amigas. En el medio, conflictos de polleras y triángulos amorosos, más ambiente punk de supervivencia humana y un misterio: ¿Quién puso esas fotos de Hopey Glass en los cartones de leche y jugo, pidiendo por su aparición? Esta suerte de “novela gráfica” es el espacio donde vemos a nuestra heroína punk lidiar con su forma de ser, sus consecuencias y, sobre todo, saber si ella puede afrontar la vida sin Maggie.
Hay una cierta reconciliación entre el costado más delirante/lúdico de los primeros números de Love and Rockets y esta formalización de contar cosas de una forma más humanizada, o real se quiere. De golpe y en medio de su trip, Hopey termina en la casa de una señora medio pervertida que tiene como fetiche “infantilizar” a su harén de mujeres. También ayuda que, para la segunda mitad del libro, el universo del catch entre con fuerza, aunque al menos dejan de lado la cosa más revolucionaria que involucraba a Rena Titañón (algo que Jaime también limpia de una manera ridícula pero divertida, que involucra secuestros y héroes, por supuesto, enmascarados). Se nota que, tras haber encontrado la vuelta de cómo y qué querer contar, el artista pudo dar una cómoda y absoluta rienda suelta a sus obsesiones comiqueras, algo que se verá en las miniseries posteriores al número 50 de la antología.
Tras Wigwam Bam, le toca a Maggie lidiar con su vida. Toca fondo muchas veces y de maneras más vergonzosas que trágicas, trata de evitar cualquier tipo de responsabilidad afectiva con su pasado en Hoppers, y también: ¿Puede seguir su vida sin Hopey? Hay todavía más conflictos de polleras basados en la aparente facilidad que tiene Mag de levantarse hombres y mujeres (o al menos de conquistarlos de forma indirecta) que desembocan en, por supuesto, más problemas; hay también varios flashbacks donde se nos muestra cómo funciona una de las duplas más maravillosas del indie norteamericano, más que nada para intentar trazar una posible línea que indique hacia donde se dirige el destino de esta chicana. Por supuesto, este viaje está lleno de momentos entrañables, aquellos que involucra a la familia de su tía Vicky, por ejemplo, donde Jaime pela (además de un virtuosismo en el dibujo ya tantas veces mencionado) los momentos más emotivos, al menos en este momento de la saga. Claro que, como dije la vez anterior, tiene todo el sentido del mundo porque es el momento idóneo para que el autor muestre su fanatismo por el catch femenino (más de ello, perdón por la repetición, en quince días).
Este primer final está lleno de miradas hacia el pasado, enfocadas en el camino ya recorrido, con todos los pifies posibles realizados por Maggie, Hopey, Penny y las chicas del montón. Jaime deja en claro que estas son las consecuencias de crecer, mandarse la parte o la canchereada propia de un pendejo y, después de esto, la importancia de, tarde o temprano, hacerse cargo de lo generado. No es necesariamente una historia que le dedica tiempo a la culpa o el remordimiento, sino todo lo contrario: las introspecciones son tan caóticas como sus personajes, a quienes a veces les resulta más fácil evadir los problemas. Por eso son tan magistrales y simbólicas esas dos páginas donde Maggie recibe una paliza por cada personaje al que alguna vez le haya roto los huevos u ovarios. Ahí están justamente las consecuencias de unos actos desorganizados, llegó el momento en que la vida te la da de frente y solo queda despertar y corregir el problema, sí o sí.
Vi de todo en estos tres tomos de casi 300 páginas cada uno: absurdas historias de naves espaciales con monstruos y dictaduras latinas, lucha libre, culebrones, idas y vueltas, punk en dosis gigantescas, delirios de superheroísmo, sexo, romance, brujería, la dura vida de los mexicanos en Estados Unidos… todos esos microuniversos contenidos en una sola revista a lo largo de una década y media. Y dibujados con una sensibilidad acorde a las circunstancias, a tono con este universo maravilloso y encandilante como es de las Locas de Love and Rockets.
¡Y por suerte esto no termina acá!
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