Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza desaparece como Houdini y Mati te da la primicia de que un cómic ganador del Eisner está bueno.
PERO ANTES: Si hay algo que los dos podemos asegurar, es que disfrutamos muchísimo el desafío de escribir semana a semana. Tuvimos altibajos donde capaz uno no llegaba a entregar algo o directamente nadie tenía nada, y por ende se “cancelaba” esa entrega, pero así y todo estabamos (y estamos) contentos con como venimos hace 54 mails y un podcast, que no es poca cosa… pero es momento de sincerarnos con nuestros tiempos, y avisar que, a partir de ahora, las entregas serán quincenales. Nuestro compromiso con ustedes sigue firme, solamente preferimos dilatar el espacio entre correo y correo para nunca flaquear y seguir ofreciéndoles lo mejor. En quince días prometemos estar ambos con ideas comiqueras muy bonitas para cebarles las lecturas.
Todos creamos nuestras propias trampas: Mister Miracle de Tom King y Mitch Gerads
Por Matías Mir
[Ojo, meto algunos spoilers del libro. No creo que te arruine la experiencia de lectura de la obra pero mejor prevenir que lamentar]
Sí, ya sé, llego tarde, me chupa un huevo. Últimamente llego tarde a todo, necesito que la ola pase para poder entrarle tranquilo a las historietas y juzgar sin la influencia de la manija externa si lo que leo está bueno o solo es eso, una moda. Pero a veces es inescapable, ¿no? Hay historietas (y películas, y series, y libros…) que simplemente adquieren cierto estatus de “imprescindibles”, que acumulan tanta energía de todos los que lo vendieron como una maravilla del arte que terminan siendo presas de sus propias expectativas. Si te gusta, es porque es una gema que tenés que demostrar que te gusta y que entendiste y defenderla. Si no te gusta, es una basura sobrevalorada. Claramente la gente sensible y con criterio sabe que no es así, pero la polarización de la hiperconectividad hace que los comentarios sensibles y con criterio no abunden. Es una trampa de la que ni las obras ni los lectores pueden escapar.
Y Mister Miracle se trata de eso, de escapar y de las trampas que creamos nosotros mismos. Tom King y Mitch Gerads arman una serie limitada basados en el clásico escapista de Jack Kirby en la que el enfoque es intimista, perturbador e incómodamente humano, incluso si hablamos de un nuevo dios.
No voy a mentir. Entré a este libro con mucho escepticismo, principalmente porque nunca me siento tranquilo confiando en King. El tipo, como guionista, tiene sus brillos, sus momentos de lucirse, sus ideas, y ya leí otras cosas suyas que me gustaron. Pero también leí de las que no, y aprendí que incluso cuando está escribiendo algo choto y sin alma, es muy bueno para hacerte creer que está escribiendo algo bueno. Conoce todas las herramientas, tiene un estilo muy propio, se sabe todos los trucos para venderte la forma por la esencia, el paquete por el producto. Se sabe marketinear y casi siempre consigue dibujantes buenísimos y que congenian muy bien con lo que está contando, entonces casi es más fácil aceptar que está todo bueno porque se siente bueno que esforzarte en remarcar los desarrollos chotos y la mala caracterización escondidas detrás de una buena narrativa y un dibujo atractivo. King no es solo guionista y exmilico, también es un ilusionista. Y como es un ilusionista, acá está en su salsa. Scott Free es un nuevo dios, es un superhéroe, pero el corazón del personaje siempre fue el de superescapista, de performer ilusionista, y en esas doce entregas se le da tanta bola a eso como a las piñas, sino más.
El cómic arranca con el intento de suicidio de Scott Free. Son páginas abiertas, splash, impactantes, pero el resto del cómic no lo es. Después de verlo desangrándose en su baño, la grilla de nueve viñetas domina la historieta y no la suelta más. En una entrevista para la revista PanelxPanel, los autores comentan:
King: “(...) Durante el intento [de suicidio], él vive en un mundo sin viñetas. Cuando despierta después del intento, se encuentra atrapado en una grilla”.
Gerads: “Es casi como si esas primeras cuatro páginas fueran las únicas en las que el lector no está atrapado”.
Scott es el personaje, pero el que está atrapado es el lector. La historieta es un medio colaborativo, y no solo en el sentido de la producción. Para la lectura también se necesitan dos: la obra (producida por sus autores y quizás editada por sus editores) y el lector, que pasa sus ojos por la página y las páginas y convierte manchas de tinta en un papel o lucecitas en una pantalla en una secuencia deliberada con ritmo, sonidos, ideas. La lectura es lo que le da sentido a la obra, lo cual vuelve a los lectores no solo partícipes sino cómplices. Y a veces, como en este caso, incluso rehenes.
Después del evento, la vida de Scott empieza a dejar de tener sentido. Las cosas que daba por sentado dejan de ser como las recordaba. La realidad a su alrededor se glitchea, la narrativa da saltos incómodos a propósito para descolocar a los lectores y, la frutilla del postre, una especie de virus se repite como un mantra: “Darkseid es”.
Las nueve viñetas son un formato icónico porque permiten establecer muy rápido un ritmo de lectura que permite distintas formas de inicio-nudo-desenlace o de establecer situación-desarrollo-remate. Con esa fórmula, el lector entra en un patrón de lectura mecánico que le funciona, como el ruido de las ruedas del tren sobre la vía, te adormece, dejás de percibirlo. Pero al romper esa armonía con bloques negros de “Darkseid es”, el lector queda en off-side, se quiebra la confianza en el ritmo de la grilla, la vuelve incómoda. Como un pensamiento intrusivo, nunca aparece cuando lo esperamos ni cuando es conveniente que aparezca.
El Scott de King y Gerads carga con una lista de traumas enorme y no tiene las herramientas para lidiar con ello. Kirby escribió a un tipo que fue entregado por su padre a Darkseid, que fue tirado en la Fosa X de Apókolips a ser torturado por Granny Goodness toda su infancia y que acabó escapando hasta la Tierra donde su mentor escapista fue asesinado y él tomó su lugar. Lo escribió para que sus habilidades de escape significaran resiliencia, para que sea un héroe enmascarado dinámico, atractivo y entretenido, pero en esa historia King vio un muy posible estrés postraumático, vio ansiedad, depresión y tendencias suicidas. Incluso si pretende superarlo, ese sufrimiento siempre vuelve, siempre lo asalta, y para alguien que creció en Apókolips, el sufrimiento y la ansiedad y todo lo malo solo tienen un nombre: Darkseid.
Hay otra trampa en juego: la trampa de las espectativas. Tom King escribe una historieta sobre Mister Miracle. No es sobre otro héroe, no es sobre un personaje nuevo. Es sobre uno de los nuevos dioses que todo el mundo relaciona aunque sea por nombre, aunque sea por estética, solo por asociación, a Jack Kirby. Y como él es Tom King, el guionista de cómics de superhéroes con un giro psicológico y que juegan a repensar la continuidad de los personajes siempre reinterpretando sus bases, casi está atrapado en tener que volverlo una suerte de homenaje a Kirby. Este libro no puede no ser un homenaje a Kirby.
Así que un homenaje a Kirby es. Además del hecho de que mecha cada capítulo con frases introductorias o adelantos del final de la serie original de Kirby (muy meticulosamente, haciendo que cada número de la miniserie actual referencie a su equivalente numérico de la de los 70), me gusta particularmente la vuelta que le mete, muy parecida a lo que hizo en Rorschach con la figura de Steve Ditko: no escribe solo sobre lo que los autores hicieron que los volvió conocidos, sino sobre qué clase de personas fueron, qué dificultades enfrentaron y qué legado dejaron. Kirby no solo es el dibujante de los Cuatro Fantásticos, Hulk y todos esos héroes, también es el trabajador que luchó y sufrió por sentir que se respetaba su obra y su autoría sobre lo que producía, que se peleó con Stan Lee, que amaba los cómics como medio de expresión pero que también veía en ellos corazones rotos.
Entonces me parece interesante cuando King decide meter a Funky Flashman en su libro, ese personaje exageradamente carismático que Kirby creó como una parodia de Lee. El Funky de King es aún más exageradamente Stan Lee, más flanderizado que nunca, pero escrito como un buen tipo, que se presta a ser la niñera cuando Scott y Barda tienen a su hijo, Jacob. Y aunque digan que Jacob se llama así por la escalera de Jacob en Apókolips, nosotros sabemos que se llama así en homenaje al verdadero nombre de Jack Kirby. ¿Qué significa entonces que Funky diga que, durante sus sesiones de juegos, él y Jacob crean historias? ¿Y que esas historias sean versiones flasheras infantiles de Galactus y Silver Surfer? ¿Y que Funky asegure que esas ideas son de Jacob, cediéndole el crédito aunque sería lo más sencillo quedárselo él? Esa trama paralela termina volviéndose un raro intento de reconciliación póstuma de las dos figuras ante los ojos de los lectores, incluso referenciando la última conversación que ambos compartieron en el último capítulo cuando Funky dice “¡¿El alegre Jake y yo?! ¡No tenemos nada que recriminarnos!”.
Pero volviendo a la trama principal, todo termina dando vueltas sobre el escapismo. Durante toda la historieta, vemos cómo Scott performa distintos actos y sale siempre impune, en un juego interesante donde los elementos de la historieta terminan siendo funcionales a la idea: a diferencia de un truco de magia en la vida real frente a nuestros ojos, nosotros tenemos que confiar en que sabemos qué ocurre entre las viñetas por las pistas visuales, pero como todo el ilusionismo se trata de usar esas pistas visuales para despistarnos, la historieta termina siendo el escenario perfecto para el escapismo, incluso más que un escenario real. En la secuencialidad está la trampa, en asumir que, porque vimos el antes y el después, vimos el todo. Pero es solo una ilusión.
Y eso es extrapolable a toda esta historieta. En la linealidad, vimos a Scott con las venas cortadas y después terminamos viéndolo conviviendo con Barda y siendo un guerrero en Apókolips y buscando alguna clase de felicidad a pesar de todo. Vimos el principio y lo que vino después, pero hay suficientes inconsistencias como para hacernos desconfiar de que esa secuencialidad sea lo que realmente está ocurriendo. Cerca del final, incluso King se pone a explicitar de boca de varios personajes distintas teorías respecto a lo que está ocurriendo, propone respuestas pero no define ninguna, porque él también cayó en la trampa de una historia tan atrapante y conmovedora que definir una realidad sería arruinarla. Al igual que Scott, parece, elige seguir con la mentira, elige la ilusión aunque le rompa el corazón, elige seguir atrapado, aunque jura y perjura, como un adicto, que puede escapar cuando quiera.
A fin de cuentas, las peores trampas terminan siendo las que creamos nosotros, porque nadie nos conoce mejor que nosotros mismos. Scott termina percibiendo una realidad, frágil, cambiante, en la que se abre la esperanza para la felicidad, en la que todos sus conocidos con exactamente como los percibe o como desearía percibirlos. Orión es tan malo como él cree que es. Granny Goodness es tan buena como él habría deseado que fuera. Darkseid es tan absoluto que ni siquiera tiene que estar presente para abrumarlo. En esa realidad, puede estar en el lugar de su padre y demostrarse a sí mismo que él no habría tomado sus mismas decisiones. Es una trampa demasiado buena como para arruinarla escapando.
La grilla es una prisión, una prisión invisible a la que nos acostumbramos muy rápido. Asumimos que nuestros barrotes no lo son solo porque no son de acero, o porque ni siquiera son táctiles. A veces nuestra cárcel es un sistema injusto. A veces es nuestro propio cuerpo. A veces es la noción de que somos un cerebro dentro de un cuerpo y que a nadie le importa quiénes somos, solo lo que produzcamos. A veces es el hecho de entender que lo que nos angustia es la norma y que no hay nada que podamos hacer al respecto. A veces es el entendimiento de que le dedicamos todo nuestro esfuerzo y todas las áreas de nuestra vida a algo que nunca nos va a devolver la cortesía. A veces es la historieta. La trampa está echada.
Y eso es todo por esta semana. Si te interesa recibir todos los sábados el newsletter, podés suscribirte con el botón de abajo. Además, todas las entregas anteriores pueden leerse en el archivo.
Y si querés hacer un comentario en la versión subida a Substack, podés hacerlo con siguiente botón:
Y también podés seguirnos en nuestras redes sociales. Por un lado están el Instagram y el Twitter del newsletter (@oficioalmedio) y, por el otro, nuestras cuentas personales: @gonmruiz y @matiasfmir. ¡Nos leemos, ahora cada quince días!