Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías habla sobre su “biblioteca platónica”, y Gonza da su parecer sobre la lectura desprejuiciada y el gusto propio.
Coleccionismo, acumulación y la biblioteca platónica
Por Matías Mir
“Abandona esos libros que tan ávidamente devoras.
Mira que vas a maldecir la muerte algún día en vez de recibirla con alma tranquila”.
Marco Aurelio. Meditaciones.
A raíz de varias conversaciones que tuve en los últimos días acerca del coleccionismo de historietas, la acumulación y la fina línea que las separa, quise detenerme en esta entrega para hablar un poco acerca del concepto que suelo llamar “la biblioteca platónica”, cuál fue mi camino en el mundo del coleccionismo de historietas y cómo percibo hoy a los libros desde un punto de vista filosófico.
¿Qué es la biblioteca platónica? Simplemente, es la biblioteca ideal, utópica e imposible que todos idealizamos. Es la biblioteca que tiene todos los libros, revistas, fanzines y símiles que idealmente querríamos tener ahí, a la mano. Es imposible porque no solo es muy difícil realmente completarla, sino porque literalmente no podemos conocer todas las publicaciones que existen, y por lo tanto siempre estamos descubriendo nuevas cosas que deberían ser parte de ella. Mi biblioteca platónica de hoy no es la misma que la de ayer ni va a ser la misma mañana. Es un conjunto abstracto de publicaciones al que no llegamos nunca pero al que tendemos siempre.
Por ejemplo: en algún momento de mi juventud me planteé la inmensa meta de tener, en la edición que fuera, todos los issues de Amazing Spider-Man. Durante un par de años fui consiguiendo todas las revistas, TPs y Essentials que pudiera para completar ese sueño, y en un momento me di cuenta de que me chupaba bastante un huevo tener todos esos cómics que, encima, ni estaba leyendo. Los terminé vendiendo todos.
Lo mismo con algunas series más. Uno de mis primeros mangas fue Naruto, y me encasillé en querer comprarlo todo (sí, en la edición de Larp. Al día de hoy seguiría esperando). Todo eso eventualmente voló y fue reemplazado por otras cosas, y tengo viejas fotos de mi biblioteca donde hay decenas de libros que hoy ya no tengo.
También en una época más reciente me inclinaba a comprar todas las novedades nacionales que pudiera, porque sí, porque quería descubrir qué me había estado perdiendo todo ese tiempo que me distraje leyendo a tipos con capa y mallas. La consecuencia fue que llené la biblioteca de un montón de libros que la mayoría me parecían “bien”, pero que era muy probable que no fuera a tocar nunca más en la vida. Y así, a prueba y error, fue afinándose un criterio, algo que seguramente le pasó los lectores más veteranos que yo.
Pero entonces, un día vi una biblioteca al tope de libros y pensé: “Son solo papeles. ¿Por qué tengo todos esos papeles si la mayoría no pienso volver a tocarlos? Más allá de la plata, más allá del espacio físico, ¿cuánto espacio mental me ocupan?”. Cuando era chico, recuerdo haber leído la novela The Gospel According to Larry, y siempre quedó resonando en mi cabeza la idea de que el personaje principal solo tenía 75 posesiones, incluyendo ropa y utensilios básicos, y cómo planteaba que tener más objetos que eso empezaba a sentirse como una carga en su vida diaria. No es un planteo moderno, y existen varias líneas de pensamiento religiosas y filosóficas que plantean algo similar, muchas derivadas del budismo y del estoicismo. Cuando vi mi biblioteca ese día, entendí que me sentía igual, que estaba cargando con un montón de cosas que, sobre todo, no podía controlar. No me interesaban lo suficiente la mayoría de esos libros, o no podía recordar a veces si uno lo tenía o no. Sin ese control, sin esa disciplina hacia uno mismo, daba lo mismo si ahí había 500, 600 o 1000 libros, y en esa ambigüedad radicaba el descontrol potencial.
Hice control de daños, filtré y refiltré mi biblioteca (y mi vida) mil veces desde entonces. ¿Por qué tengo esto? ¿Cuándo lo obtuve? Si ya lo leí, ¿me interesa volverlo a leer? ¿Qué valor puede tener esto para mí a partir de ahora? Esencialmente: ¿esto pertenece a la biblioteca platónica?
Así vendí lo que pude, regalé todo lo demás y hasta dejé para reciclar muchas cosas que eran indonables. Empecé a pelearme todos los días con la romantización de los libros que yo mismo milito más que nadie. Literalmente se convirtieron en mi trabajo, en mi hobbie y en mi carrera académica, y me sentía nadando contra una corriente de papeles que yo mismo había creado.
Ahora, cada vez que tengo el impulso de comprar algo pienso: “¿Para qué? ¿Qué gano con tener esto? ¿Puedo deshacerme de esto después de leerlo si no me interesa conservarlo? ¿Puedo leer esto en Internet y ahorrarme esta compra?”. Dejar de pensar cada compra como algo que se va a clavar para siempre en la biblioteca. Todo es temporal, son solo papeles. Hasta llegar a su perfección definitiva, la biblioteca real es fluida, un espacio donde libros entran y salen todo el tiempo. Incluso vendí un par de cosas a las que les tenía relativo apego solo para demostrarme a mí mismo que el mundo seguía sin esos códices encuadernados.
Y así sigo hasta el día de hoy, acercándome un paso más hacia la biblioteca platónica y luchando contra la acumulación. Estoy seguro de que otros coleccionistas sienten lo mismo, o están transitando la etapa de descontrol antes de tener la epifanía del minimalismo. A todos los interesados les recomiendo que vean algunos videos del canal de Matt D’avela, un youtuber medio ladri pero que me inspiró mucho a pensar en el minimalismo y a moverme en pos de tener menos cosas y ser un poco más feliz. Y a no dejar de disfrutar de los cómics.
Contra todo pronóstico, o cuando toca leer lo que pensamos que no nos gusta y capaz sí… o cuando toca leer lo que pensamos que gusta y al final no.
Por Gonzalo Ruiz
Voy a arrancar con un statement que define mi manera de pensar mis gustos o preferencias: no existe el “consumo irónico” o “placer culposo”. Para mí, las cosas me gustan o no, no hay un término medio (tal vez sí lo haya en cómo describa la obra, si encantó o simplemente gustó), no hay un manto de vergüenza sobre las cosas, simplemente gustan o no. Y de esto, aunque no necesariamente de manera puntual, quiero hablar hoy.
Las historietas, como casi cualquier medio de expresión artística, son de un contenido inabarcable. Simplemente hay historias para cada uno de nosotros, sean cuales sean nuestros gustos, cada quién sabrá definirlo mejor. Pero cuando uno se aventura a buscar las cosas que lo llaman, o porque la curiosidad es más fuerte, no falta aquella lista que discutiblemente (ojo: a nivel subjetivo, no de calidad) presente historias “fundamentales”. Las mejores X historias de Batman, Superman, Spider-Man, Image, etc., un ranking donde las subjetividades y obviedades por momentos abundan, pero basadas, por supuesto, creemos, en un ojo crítico que define por qué tal historia está en el puesto número 1. Uno, siendo ingenuo, tiende a creer en estas listas como si fueran la verdad revelada, y ciertamente cuando lee esas obras termina creyendo de buenas a primeras, sea por una cuestión de promedio o totalidad, que la lista es correcta. Pero estas tienen una trampa, que es una mirada sesgada que encapsula 100 años de historias en un lapso de, con suerte, 30 años. Estas listas se pueden acusar de ser causales de algunas de las cosas que quiero mencionar hoy.
Primer tema, el gusto propio: ¿Qué pasa si llegas a leer, digamos, Watchmen, y no te gusta? La respuesta correcta es nada.
Cada uno está en su derecho divino de elegir qué le gusta o no, pero siempre está ese resquemor punzante, esa incomodidad al momento de meterse con las “vacas sagradas”. Claro, también hay una trampa en la crítica negativa: saber qué decir al respecto y no simplemente llevar la contra porque sí. Puede parecer una boludez hasta obvia, pero a veces la crítica (y con esto me señalo a mí mismo) suele denostar sin una justificación lógica. Aunque siendo honestos, la “justificación lógica” se la da el lector, estando o no de acuerdo con lo dicho. Pero no sé si tengo ganas de hablar puntualmente de esto último, sino de qué pasa cuando uno siente rechazo por una obra.
El problema más grande que tiene casi cualquier trabajo artístico que posee una desmedida adulación es que a veces genera un efecto contrario en el recién llegado. Y cuando llega el momento inminente del “¿te gustó?”, el lector dudoso suele ser ubicado en el banco de los “acusados” por, simplemente, no estar de acuerdo con la mayoría. Y esta represión primaria, hablando en términos obviamente exagerados porque en definitiva hablamos de historietas y no sobre cómo curar el Covid-19. Llevados por la pasión desmedida o el termismo más propio de una barrabrava futbolera, hace que la gente se termine “agarrando a piñas” en defensa o no de la obra a discutirse en cuestión, dentro de ámbitos que bien podríamos identificar como charlas de café, así se den dentro de una comiquería o foro virtual.
Y por mi lado, y lo digo siendo parte de esas discusiones acaloradas, siento que es probablemente el gastadero de energías más grande del mundo.
Segundo tema, ¿qué hacemos con el prejuicio?
Como si de un algoritmo se tratase, la pregunta “¿leíste X?” se puede responder por sí o por no. Generalmente, y al igual que pasa cuando se lee algo con expectativas que no se cumplen, cuando la respuesta es “no”, comienza otro interrogatorio, donde las excusas pueden ser varias. Una de ellas es justamente, aunque no se la denomine así, el prejuicio por lo desconocido, por el cómic que no conocemos, no leímos pero intuimos que no nos va a gustar.
Cada uno tendrá sus motivos y respuestas personales, pero si hay algo que aprendí en estos últimos años es a ganarle la pelea al prejuicio, probablemente una de las más difíciles. Cada país y/o continente tiene su propia idiosincrasia que se refleja en sus artes. Y a su vez, cada arte tiene su propio periodo histórico que se va moldeando según qué pasa a su alrededor, lo que le da un valor incalculable a las historietas en cuanto a cantidad, un poco como había contado antes. ¿A qué va esto? A que es muy probable que cada persona, dentro de su idiosincrasia, no se sienta seducido por historias de aventureros, de superhéroes o de guerreros de fantasía sumeria. Cada uno tendrá su experiencia… pero me arriesgo a pensar que muchos, en el alba de nuestras lecturas, le hacemos mala idea a ciertos tópicos, como nos pasaba de chicos con algunos alimentos.
No hay una técnica infalible para el prejuicio y el consejo suelto hasta parece tonto, pero es necesario decirlo: si te gusta el medio historietístico, no le hagas asco a nada. Cada uno está en su derecho a decir “no me gustó esto, esto y esto; me gusta más aquel, ese y el otro”, pero esto no podes decirlo sin antes haber leído un poco de todo. El abanico de temáticas es, insisto, inabarcable pero esto no lo hace un imposible sino todo lo contrario: hace del medio algo rico, accesible, popular, y en el medio vos ganas (en caso que guste) un conocimiento más que antes no tenías. Mejor que esto no hay.
No vengo a cambiarle ideas a quien reciba el newsletter, pero si alguno se decide por darle una oportunidad a eso que creyó que no lo iba a convencer, mi trabajo acá está hecho, y de manera gratificante. De lo contrario, el próximo sábado traeré algo más que, ojalá, esté al servicio de sus gustos.
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