Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Matías se acerca al final del recorrido de leer Cerebus, y Gonzalo se sumerge en un peculiar personaje español
Cerebus VI: Muchachos
Por Matías Mir
Tuve que exorcizarme.
La última vez que me senté a leer Cerebus, salí con muchas ganas de mandar a Dave Sim, al cerdo hormiguero y al pobre de Gerhard a la concha de sus madres. Me fumé doscientos capítulos de una rebuscada y grandilocuente saga para que su clímax fuese una especie de rant masturbatorio, misógino y, lo peor, vago. No porque la historieta en sí no estuviese a un nivel altísimo, sino porque terminó cayendo en lugares medio poco interesantes para resolver varias de sus tramas y el autor lo volvió todo sobre sí mismo, de algún modo. Fue un final disfrutable pero manchado, un final épico pero anticlimático. Un final… que no fue final en absoluto, porque todavía quedaban cien (!) capítulos más de Cerebus para llegar a la meta.
Pero después de leer otras cosas, olvidarme de que existe Dave Sim y pegar toda la vuelta, volví a pensar en que tenía que retomar esto, en que no puede terminar el 2023 sin que yo haya leído las trescientas entregas de esta historieta absurda. Y también me di cuenta de que la vida es una mierda, una constante carrera contra la corriente para llegar a morirnos rodeados de hijos de puta que solo con existir nos hacen las horas más miserables de lo que deberían ser. Es todo demasiado pelotudo como para dejar que un artista inmaduro me cague la experiencia de leer su excelente historieta solo porque era infumable en las páginas de su propio fanzine antes de que yo siquiera naciera.
Así que volví.
Los siguientes dos arcos de Cerebus son en realidad una gran unidad narrativa que podríamos llamar “la saga del bar” porque esencialmente ocurre en un mismo escenario: una taberna en el límite político de Iest al borde de una muralla. Cerebus cayó ahí después de su ascensión cósmica, su encuentro con su creador y una temporada en el asteroide Juno.
El concepto básico es que, bajo la política cirinista, los hombres pueden permanecer en los bares y hacer lo que quieran, tomar lo que quieran y vivir ahí el tiempo que les plazca, como una especie de control social en el que se les permite desahogar sus impulsos masculinos en un espacio aislado para que vuelvan a ser dóciles para la sociedad matriarcal. Es así que Cerebus se pone a ahogar su impotencia cósmica y su depresión entre amigos en el primero de los dos arcos, “Guys” (#201-219), un volantazo tremendo comparado a la alta y compleja narrativa cósmica que veníamos leyendo antes.
Es, honestamente, un buen cambio. Sim sabe exactamente cuándo meterle pedal y cuándo clavar el freno. En esta nueva etapa, olvida los grandes conflictos místicos y (como ya hizo en “Jaka’s Story” y “Melmoth”) regresa a lo terrenal para una historia más humana. Hay dos grandes focos narrativos acá: primero, la rescatación de Cerebus, que después de una cagada a pedos divina y de enfrentarse a lo peor de sí mismo, finalmente empieza a querer cambiar y ser mejor persona; y el segundo, una exploración acerca de las relaciones entre varones en contextos alejados de las mujeres.
La cantera se va llenando de a poco de varios personajes, algunos viejos conocidos (como Bear, Mick Jagger o Pud) y también algunos nuevos, parodias de personajes de otros cómics independientes contemporáneos y amigos1. Entre copa y copa, se cuentan anécdotas, chistes sucios, se boludean entre ellos, se pelean, se amigan, juegan a la pelota, tantean los límites de la heterosexualidad y manejan sus tensiones de una forma muy distinta a la que venía ocurriendo en la serie, muy concentrada hasta ahora en los personajes femeninos o en su relación con los hombres. La taberna es un escape del mundo de afuera, dominado por las mujeres, en una obvia y mala metáfora que a nadie se le escapa, y en el que cada tanto aparece alguna mina para retarlos o buscar sexo. Es casi como el mundo real, Dave, obvio.
Nuestro protagonista va empezando a rescatarse, a tomar menos y a escuchar a sus amigos, y tiene la prueba de fuego para su propio psiquis cuando, inadvertidamente, todos dejan la taberna y se van a probar suerte en sus vidas. Solo con sus pensamientos, Cerebus adopta el rol de bartender para mantenerse ocupado, una posición que lo lleva tener A) una responsabilidad real, y B) demasiado tiempo a solas. Así es como empieza una divertida subtrama gráfica: los trenes de pensamiento de Cerebus como una conversación delirante consigo mismo.
Hago una pausa para hablar de otra cosa. Sé que siempre digo que lo último que acabo de leer es el mayor punto artístico de la obra, pero este TIENE que ser el mayor punto artístico de la obra. Fuera de la tramoya cosmológica, en este arco entre cuatro paredes, Sim y Gerhard se despachan algunas de las mejores páginas de historieta que leí en mi vida. Hay una belleza, un equilibrio, una expresión salvaje en la puesta en página que sobrepasa cualquier pelea o gran plano. Hay un regreso a la historieta didascálica, pasajes mudos llenos de onomatopeyas creativas y exageraciones cómicas que cuentan más que las palabras. Ah, pero cuando hay palabras, son de calidad mayúscula. EL SEÑOR ROTULADO que maneja este cómic es el mejor que leí en mi vida. No hay comparación, nadie se le acerca. Cada trazo, cada textura, cada ondulación tiene un sentido, una sonoridad, hasta una vuelta de tuerca o chiste, que parece imposible hacer algo así. Cada línea es aprovechada para jugar con las posibilidades materiales del medio a niveles insospechados. Y encima va y lo combina con ese morboso amor por los densos bloques de texto inabordables para crear páginas que se mueven entre la historieta y el diseño y que querés solo arrancar del libro y colgar en tu pared.2
Pero volvamos al meollo. Sin entrar mucho en detalles, en esta época de maduración y delirio, Cerebus se encuentra con un personaje rarísimo: una mina con la que él garchó en una de las visiones del futuro que le mostró su creador el arco anterior. Rarísimo narrativamente, porque Cerebus la “conoce” pero ella a él no, mas Dave Sim lo hace adrede para explorar lo interesante que sería algo así. Las cosas arrancan bien pero, como siempre, terminan mal. Al final, se separan, y Cerebus queda de nuevo solo con sus voces, pero apenas hasta que llega un nuevo cliente regular…
En “Rick’s Story” (#220-231), obviamente, quien aparece a mover las cosas es Rick, el exmarido de Jaka, con quien todo terminó para la mierda hace ya tantos años. Ahora un escritor y casanova, Rick se reconcilia con Cerebus, en quien encuentra un viejo conocido pero también un confidente y una inspiración. La relación entre ellos, sin embargo, se tuerce muy rápido por influencia de dos mujeres: la srta. Thatcher (quien había torturado a Rick y le dejó algunos traumas somatizados en delirios religiosos) y Joanne, la última ex de Cerebus, quien se interesa en este nuevo cliente del bar.
Todo lo que ocurre en estas páginas es raro de describir y de recordar. Rick empieza a flashear que Cerebus es una especie de ángel y que él mismo es una suerte de apóstol. Una biblia basada en sus charlas con Cerebus se empieza a filtrar en las páginas. Cerebus se pone celoso de su relación con Joanne pero también quiere que estén juntos para poder sacárselo de encima… todo muy confuso.
Al final, Rick se va, y Cerebus recibe a un último cliente. Sí, quién más, quién si no, qué muchacho no podía faltar a la barra sino el mismísimo hijo de puta de Dave Sim, quien se pide un trago y se pone a escuchar a su creación quejarse de todo lo que le vino pasando, esperando que el cerdo hormiguero caiga en que, sin darse cuenta, maduró, cambió como persona y no es el mismo demente obsesionado con el poder y su propio ego al que tuvo que darle su desarrollo de personaje a vergazos en el arco anterior. Luego de un par de comentarios meta, Dave también abandona el bar, no sin antes dejarle un regalo a Cerebus: el reencuentro ansiado y (finalmente) conveniente con Jaka.
El reencuentro es feliz, obvio, pero lo es también para los lectores porque, esta vez, Cerebus creció y se volvió digno de esa relación que dinamitó en cada oportunidad que tuvo. Es interesante que todo el drama de la esquizofrenia en su cabeza y sus ticks nerviosos desaparecen cuando Jaka cruza la puerta, como si algo que hubiera estado anudado finalmente se desatara y el personaje pudiera volver a respirar. Por eso, sin dudarlo, cuando sus amigos vuelven irremediablemente al bar, esta vez es Cerebus el que sale por la puerta. Ahora, junto a Jaka, solo le queda el camino a casa.
Una última nota. Yo sé que me prometí no leer más de los metatextos de los issues, pero no podía evitar leer la conversación entre Dave Sim y Neil Gaiman por el final de Sandman. Todo el texto es muy interesante (Sim parece ser el único que puede poner nervioso a Gaiman), y la charla termina con una nota de Dave muy curiosa:
“Neil mencionó que una interpretación común del final de Sandman era que él estaba diciendo que era la reencarnación de William Shakespeare, o que era un Shakespeare moderno. Esa la conozco bien. La lectura literal, la percepción tallada en piedra de que toda la ficción es autobiografía y de que el rol del reseñador, crítico y lector es el de encontrar las pistas ocultas que develen el misterio”.
Lo cual es una postura tremenda, muy fuerte, muy certera acerca de ciertas tendencias en el mundo parasitario que formamos los que hablamos de cultura en vez de crearla. Es una lástima que la tenga que decir el cabeza de zapallo que no puede evitar meterse a sí mismo en su obra y poner flechas que digan “yo, soy yo, mírenme a mí, ni se les ocurra separar a la obra del autor”. Quizás es justamente por eso que lo dice. Quizás dice una cosa y hace exactamente lo opuesto para joder nomás. Es en esas contradicciones que se pasea el lector de Cerebus, criatura sufrida y masoquista, dispuesta a un poco de consumo poco ético a cambio del placer de una historieta excelente.
Peter Petrake, artificio pop
Por Gonzalo Ruiz
En una entrevista, Charly García contó que Mercedes Sosa le dijo que había descubierto los colores el día que vio Yellow Submarine. Esta metáfora referida a la película animada de George Dunning siempre me pareció, además de simpática, bastante acertada. Si bien se estrenó en 1968, es todo un epítome de la psicodelia y el pop, al menos para el diseño. La salvedad la doy porque, con el inicio de la era hippie al menos dos años antes, ese tipo de imaginería “trippy” ya estaba en el inconsciente colectivo. Pero bueno, los Beatles son los Beatles, la banda más grande del mundo, y por supuesto que su influencia y popularidad siempre va a generar masividad.
Es así que la influencia pop-art diseñada por el checo Heinz Edelmann llegó al español Miguel Calatayud, quizás más recordado por su paso en la mítica antología Cairo, siendo uno de los impulsores de la Nueva Escuela Valenciana. Pero a principios de los 70, su estilo tenía mucho más que ver con esta onda moderna y menos con una perfección del trazo. Es así que empieza el breve (y casi olvidado) recorrido de Peter Petrake.
Impulsados por otra fuerza creativa, esta vez la revista francobelga apta para el público infanto-juvenil Pilote, la editorial Doncel armó Trinca, cuya publicación comenzó el 1 de noviembre de 1970. La intención de esta revista era bien clara: tratar de captar al público que empezó de niño con las antologías TBO o Tío Vivo, que solo ofrecían historietas infantiles, sin acompañar el crecimiento de sus lectores. El paso intermedio no existía, y acá buscaban llenar ese necesario agujero. Calatayud ya trabajaba como ilustrador de tapas de libros de Doncel, por lo que su incorporación a este número uno estaba cantada. Capaz lo que no se esperaban era esa explosión liberadora en el sentido artístico: Una historieta radical era posible. Por supuesto que no fue entendida del todo en su momento, pero no importa, la historia terminó juzgando (a favor) a Miguel.
¿Y quién es Peter Petrake? Una versión remozada y amigable de James Bond, un agente secreto internacional totalmente infalible en sus misiones que pelea contra el mal, científicos locos que buscan dominar el mundo. Pero queda claro desde el momento en que uno lee sus historias, recopiladas en un álbum publicado en 2009 por El Patito Editorial, que lo que importa no son los guiones. Las historias, cortas y autoconclusivas, son de una simpleza pensadas para que el dibujo brille. Pero claro, uno no se esperaba semejante despliegue ultramoderno, barroco, pop, con una ametralladora de ideas y construcciones de viñetas avant-garde. Obvio que ante semejante impacto no importa que Petrake se tire de un avión y caiga en el lugar y tiempo indicado porque, siendo estas historias para jóvenes adultos, el artificio más grande está en lo que primero impacta al leer un cómic. Y esto es, por supuesto, el dibujo.
No es que Calatayud haya cambiado mucho. Si uno agarra por ejemplo El Proyecto Cíclope (historia serializada en Cairo y publicada casi 20 años después), no se notan muchas diferencias más allá del blanco y negro. Las composiciones planas, donde los personajes parecen estar siempre de frente y contorsionándose para armar posturas improbables, están ahí. Por supuesto, son historias más serias, esto es más lúdico, un estilo de escritura ligero y desenfadado que está a la altura del dibujo. Y si bien algunos diseños rayan el plagio (como cierta similitud entre los “blue meanies” de Yellow Submarine y los esbirros del Doctor Destruction, y ni hablar de los fondos), no le resta mérito artístico ni en pedo. Es más, aplica a la perfección esa inventiva beatle, sabe hacer, con ese estilo de diseño de base, algo propio y personal.
Para hacer la experiencia todavía más lisérgica, Miguel logra tres momentos de “autoconsciencia historietística” bastante vanguardistas si tenemos en cuenta que: A. faltaban años para el final de Animal Man de Morrison, y B. que ciertos experimentos formales que solía usar Tezuka muy difícilmente se hayan difundido en la España franquista. Paso a enumerar: En una historia donde un nene entra en un estado catatónico por haber leído muchas historietas (sic) al punto de combatir contra los personajes, Peter Petrake se mete en el inconsciente para combatir este mal metafísico, digamos. Peter descubre cómo vencerlos, hasta que el “final boss” es… ¡Peter mismo! El chico sabe que su salvador es un personaje de ficción, y esa toma de conciencia le llega a Peter (sí, dije cuatro veces el nombre en dos oraciones juntas, perdón) y lo deja fuera de combate. Si bien no se vuelve a tocar más ese “dilema”, queda ahí el juego metatextual.
En otra aventura completamente demente, que es el regreso del su archinémesis Destruction, el agente queda atrapado entre la espalda y la pared y sabe que no tiene forma de salir. Hasta que Calatayud literalmente pone la historia en “STOP” y anuncia cameos… ¡de otros personajes de Trinca! Dan el presente Manos Kelly (Antonio Hernández Palacios, la versión española del teniente Blueberry) y Andrómeda (Enrique Sánchez Pascual y Guinovart). De paso, Calatayud mete collage (los personajes no están reinterpretados, son dibujos hechos por sus respectivos autores) como para que no quede ningún arte moderno sin tocar. El último, y también sobre el final de la serie, implica meterse con la gravedad del cómic, donde Peter huye de los villanos corriendo sobre los marcos de la viñeta. Hasta interviene Newton explicando brevemente sus principios sobre la gravedad… y los villanos caen “al piso”. De nuevo: entendamos que esto aparecía en una revista para adolescentes de los años 70, desarrollada en un país dominado por una dictadura. ¿Están en contexto? Bien, ahí van a entender lo avanzado del meollo.
Calatayud tuvo que vencer dos problemas: El primero fue el público, que no entendió a su personaje. En los primeros números, los fans mandaban cartas mostrando recelo ante este delirio. Como en la Shonen Jump, la Trinca tenía un sistema de ranking de personajes, y Petrake terminaba en las últimas posiciones. Fue ahí que, después de un año y cinco historias, Miguel mandó a su personaje al freezer y se dedicó a adaptar la mitológica “Los doce trabajos de Hércules”. Recién en 1973 volvería con Pop Carrusel, la solarística de Peter Petrake, el Calatayud paradigmático, donde mete a su héroe a una aventura 100% lisérgica e irreal, combatiendo brujas, soldados que hablan al revés… una cosa sin pies ni cabeza que lamentablemente no pudo ser concluida porque la revista quedaría clausurada tras un pase de manos bastante turbio dentro de la editorial. Miguel llegó a esbozar un final para esta aventura, uno más oscuro y menos alegre, pero no hay una intención de darle un cierre.
Sí, el mundo hizo “pop” en los años 60, el amor libre, Ashbury y Haight, una ideología, un sonido y un diseño, todo manchado con la sangre de Sharon Tate por parte del Clan Manson. Quedó, por supuesto, el idealismo tal vez naif, y una búsqueda e iconicidad artística que mucha gente supo trasladar a lo suyo (pienso en la versión que hizo Napoo de La Guerra de Antares, la “peronística” de Oesterheld; Minaverry en Noelia)3, haciendo que este mundo sea aún más colorido. Gracias Calatayud por mostrarle a mucha gente cómo es un mundo hecho con colores psicodélicos.
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También en esta parte usa el recurso Watchmen de que la tapa sea una viñeta más del cómic. Incluso el espacio donde usualmente iba el editorial a veces es convertido en una viñeta. El arco de “Guys” dura dos años de historia canónica pero en ocasiones es una lectura muy fluida, sin cortes más que los de su regularidad original.
Podríamos hablar de peronispop (?)