Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza se va de vacaciones y queda Mati, que aprovecha para retomar su serie de diarios de lectura de Cerebus.
Cerebus IV: “La historia de Jaka” y “Melmoth”
Por Matías Mir
Índice a las entregas anteriores:
Sigo impasible con este proyecto que solo a mí me interpela en el que uso mi espacio en este newsletter como diario de lectura de Cerebus, la historieta occidental más ambiciosa de la historia, para darme una excusa para seguir leyendo y alcanzar mi meta de consumir sus 300 entregas. Por suerte, en esta etapa de la serie estoy tan manija que casi se me pasa escribir esto. Tanto así que meto dos arcos en una sola nota, para meterle velocidad al proyecto pero también porque estoy demasiado tentado de solo seguir y olvidarme.
La historia de Jaka
Finalmente, después de haber elevado su historia a puntos tan épicos que se difumina la ficción pura de la retórica teológica, Dave Sim le baja un cambio y mueve todo el escenario para un lado completamente distinto a lo que venía haciendo antes: un drama doméstico. Por supuesto, sigue siendo Dave Sim y esto sigue siendo Cerebus, así que las cosas no van a tardar en irse bien a la mierda.
Antes que nada, una rareza: Como epílogo de “Iglesia y estado”, Sim publica un issue doble (el #112-113) casi silente en el que vemos al cerdo hormiguero pasearse por las cenizas de su desgracia, todo lo que perdió, y hasta ser tentado por el suicidio cada vez que recuerda que esencialmente Dios le dijo que iba a morir solo y sin que nadie lo ame. El personaje alcanza su fondo absoluto (hasta ahora…) y nos prepara para lo que se viene.
“Lo que se viene” no es otra cosa que “Jaka’s Story” (#114-138, septiembre de 1988 a septiembre de 1990), dos años en los que la gran narrativa de Cerebus queda de fondo y seguimos a un puñado de personajes definidos atravesando una variedad de conflictos bastante terrenales. Cerebus se reencuentra con Jaka en un pueblito chico en la ladera de la Torre Negra de Iest y se queda a vivir con ella y con su actual esposo, Rick, como huésped. Sim pretende vender esto como un triángulo amoroso, pero eso es solo como lo ve Cerebus, que está atento a cuándo puede meterse para llevarse a Jaka con él y finalmente tener el romance que nunca dejó de desear. Ella, por otro lado, se preocupa más por su economía, por la decadencia que percibe en su cuerpo, por su trabajo y por sus propios mambos.
Es en este arco que Sim finalmente da una resolución a la gran incógnita que colgaba sobre la serie prácticamente desde el principio: ¿quién es Jaka? Mucha importancia narrativa se le dio a este personaje del que el protagonista se enamoró casi por accidente y que aparece solo en momentos clave para confundirlo más. La respuesta del autor, sin embargo, es tan sobredimensionada como su obra. A lo largo de todo este mundano arco, la trama es interrumpida sin criterio por páginas de una novela ilustrada en la que un narrador omnisciente nos relata la infancia de Jaka con un apabullante nivel de detalle. Floripondiosas narraciones sobre cada hoja que pisa y cada pensamiento que se le ocurre. Lo que se siente como decenas de páginas describiendo a Jaka abriendo una puerta. Es casi enloquecedor que te corten todo el tiempo el cómic para esta novela en la que nunca sabés si lo que están contando es importante o no.
En el arco siguiente, un personaje va a hacer un comentario al respecto encarnando al propio Sim: “Un pasaje implacable para describir un evento implacable... Uno piensa entonces: 'Por supuesto-- ¿por qué no se me ocurrió a mí? A menos que uno sea un editor, por supuesto, en cuyo caso pensará: 'Qué innecesariamente largo-- el autor debe aprender que menos es más’”. Básicamente, que lo hace así porque puede, porque su inspiración no está frenada por la mediación de editoriales carroñeras.
Además de Cerebus (que no hace mucho en estas páginas), Jaka y Rick, también están Pud (el posadero que contrata a Jaka para que baile en su bar y que se va volviendo progresivamente más turbina) y Oscar, un amigo de Rick que es esencialmente un calco de Oscar Wilde y el escritor de la “Historia de Jaka” dentro de ese universo.
Las idas y vueltas de los personajes están atravesadas por un fantasma muy ruidoso: el del facismo. Al final del arco anterior, el grupo matriarcal facista de las Cirinistas tomó el poder por la fuerza, se quedó con todo el oro que había reclamado Cerebus y ahora domina Iest. Hay un subtexto de crisis económica insostenible, de pobreza, en el que los personajes de a pie no saben muy bien cómo actuar y solo esperan a que pase lo peor. Tratan de seguir con sus vidas como si nada hubiera cambiado, como si quizás, si fingen que esa situación no está ahí, nada empeore demasiado. Pero, indefectiblemente, el horror de la violencia del Estado acaba llegando a ellos.
Cerebus no solo no hace mucho en esta parte de la historia sino que es hasta innecesario. Su ausencia casual a dos tercios de esta novela es casi el catalista de su clímax. Cuando la mayoría de los problemas de Jaka, Rick y Pud fueron resueltos; cuando las tensiones entre Jaka y Oscar parecieron haberse calmado; cuando la silenciosa violencia de Pud es aplacada y parece haber redención hasta para el personaje más podrido; cuando todo parece que va a ir bien, caen las Cirinistas. Algunos personajes mueren ahí mismo solo para demostrar lo absoluto y violento de este grupo que, desgraciadamente, Dave Sim propone inspirado en el “feminismo”.
Jaka y Rick son secuestrados y encarcelados por separado. Siguiendo con la línea del terrorismo de Estado, me parece particularmente profunda la forma en la que describe toda esta etapa. El secuestro, la retención sin juicio, las torturas. Jaka en la cárcel se reencuentra por casualidad con una figura clave de su infancia, una conocida ahora casi lejana, a la que solo puede reconocer por la voz porque están en celdas separadas, y esas escenas de encontrar esperanza en una voz en el calabozo que te reconforta ante la incertidumbre son demoledoras.
El final de esta historia, la liberación de Jaka, la forma en la que el accionar de las Cirinistas busca volverla una subversiva por las cosas más ridículas, todo eso está tan bien escrito que ni me dan ganas de contarlo. Hay que leerlo, es así.
Al final, Cerebus vuelve de su travesía fuera de cámara y se encuentra con que este pedacito de vida que había encontrado en un pueblito olvidado ya no existe. Las casas fueron quemadas, los cadáveres se cuentan, los proyectos quedan a medio hacer y Jaka es, ahora, para él, una desaparecida.
Melmoth
“Melmoth” es una rareza, un capricho artístico. Es una historieta de 240 páginas a la que Dave Sim llama “una historia corta” en joda, porque puede y porque, en la gran escala de su ridículo proyecto de un cómic de 300 capítulos mensuales, un arquito de 12 issues (#139-150, octubre de 1990 a septiembre de 1991) es apenas un desvío insignificante.
Lo que vuelve a “Melmoth” tan extraño es que es prácticamente otro cómic. Luego del final de “La historia de Jaka”, Cerebus queda esencialmente catatónico y su vida entera queda en pausa, mirando a la nada mientras otros eventos ocurren a su alrededor. Si uno saca las páginas en las que lo vemos estar sentado y empezar a delirar de la angustia, esta novela gráfica puede leerse completamente independiente de todo lo que vino antes o vendrá después.
Por otra parte, lo que vuelve a esta historia un “capricho artístico” es que nos muestra a Sim haciendo algo radicalmente opuesto a la épica historia de ficción que venía contando. “Melmoth” es un ejercicio, una adaptación a historieta de los últimos días del escritor Oscar Wilde. Específicamente, es una recreación gráfica de los eventos detallados en algunas cartas de sus allegados en los días previos a su muerte, cuyos fragmentos son transcritos casi textualmente en el cómic.
Casi. Porque otra parte del ejercicio, para justificar enchufárselo a sus lectores, es que todo esto ocurra en el universo de Cerebus, en paralelo a la trama contemporánea, en la misma ciudad en la que está el protagonista en ese momento. Así, Sim cambia en las cartas algunas referencias a ciudades reales o a conceptos de nuestro mundo por sus propias invenciones, tratando de alterar lo menos posible la historia pero jugando con las diferencias.
Acá quizás estoy dando un salto enorme, pero leo en “Melmoth” un extraño paralelismo con ciertos capítulos de Sandman. De la misma forma que Neil Gaiman se encarna en Sueño pero también en William Shakespeare como personaje y como figura histórica, noto ese mismo doble paralelismo en la tríada Dave Sim/Cerebus/Oscar Wilde. Sim va comentando en sus editoriales la fascinación que fue obteniendo por la figura del escritor, cómo se obsesionó con la tragedia de su muerte, cómo lo admiraba por sus capacidades artísticas, conversacionales, por ese exceso de confianza burguesa que exudaba. Pone en boca de este Oscar, también, algunas de sus críticas más elementales a la industria del cómic, camuflado como un soliloquio acerca del estado de las artes.
i “Jaka’s Story” era una historia sobre el terrorismo de estado, “Melmoth” es una historia sobre la muerte. Sobre la muerte morbosa, lenta y pesada. Oscar tarda once capítulos en morirse, y vamos leyendo en una historieta con exceso de sombras, de manchones de tinta negra, de marcos negros y escenas poco iluminadas cómo va sumiéndose en su muerte de a poco a través de los ojos de los que tienen la desgracia de estar acompañándolo en estos momentos finales. Horas que se vuelven días, que se vuelven semanas. Incluso el ser más querido empieza a esperar desesperado que se termine muriendo para que ni el finado ni ellos sigan sufriendo más, dilatando esta espera agonizante. Es un cómic temáticamente pesadísimo que Sim elije narrar con pocas viñetas y capítulos que se leen muy rápido, pero que leídos mes a mes debieron ser una tortura. “Un pasaje implacable para describir un evento implacable”.
Al final, Oscar se muere y Sim termina su oda con muchísima altura. Eso ocurre, sin embargo, en el capítulo #149. El epílogo, el #150, el issue que representa el pesado logro de haber llegado a la mitad de lo que se propuso catorce años antes; ese capítulo final no es, obviamente, parte de la eulogía a Wilde, sino el regreso de Cerebus al centro indiscutido de la historia. Ya desde la portada increíblemente ominosa, Sim adelanta que la acción está por regresar a esta historia en la que venimos viendo al cerdo hormiguero estar boludeando hace ya como tres años.
Una pista sobre el destino de Jaka, un comentario al pasar de unas cirinistas respecto a las torturas en el calabozo despiertan a Cerebus y lo devuelven a la realidad de un sacudón violentísimo. En una de las escenas más crudas e icónicas de este cómic, Cerebus vuelve a empuñar la espada y a masacrar a sus enemigos como lo hizo ya una y mil veces antes de que toda la runfla política, religiosa, filosófica y romántica lo absorbiera. Pelea aunque sepa que es inútil, aunque su destino sea morir solo, sin que nadie lo ame ni nadie lo llore. Aunque sepa que nunca va a tener el poder que tanto deseó. Sale a pelear porque es el puto Cerebus, y es la clase de cómics que te decir: “dale, loco, la puta madre, qué buen cómic”.
En la cima absoluta de sus poderes como narrador, con el peso de años y años de dramas y tensiones liberándose como un resorte en un mismo punto increíblemente satisfactorio, con Gerhard haciendo el trabajo pesado de ponerle vida y textura a este libro y a este mundo, Dave Sim concluye la primera mitad de Cerebus en un punto altísimo. Uno solo desearía que los próximos 150 capítulos fueran así de tremendos.
Por fuera de las viñetas, Sim sigue en su cruzada por la independencia de los autores de historieta, y es entrevistado en varios lados y comenta distintos casos en sus editoriales. Es interesante cómo termina siendo medio el vocero de estos temas por un tiempo (al menos hasta que Image se consolide) y cómo su obra termina siendo un bastión para su militancia. Los autores pueden ser exitosos por fuera de las grandes editoriales y sus contratos caníbales porque Cerebus existe, tiene que existir. Eso seguramente le ponía mucho peso a la producción, en un punto en el que se mezclaban su trabajo, su militancia, el medio que transitaba y hasta su reputación.
Estar así de jugado seguro explica lo reaccionario que se va volviendo a lo largo de esta etapa. En su papel de rebelde, Sim decide dejar de ir a convenciones y dejar de responder el correo de lectores para dedicarse ininterrumpidamente a las dos cosas que más le apasionan: hacer historieta y ser un misógino insoportable, aparentemente. Una cosa es que se filtre en tu obra o que se te escape un comentario, pero ante las acusaciones o los comentarios respecto a su misoginia, en vez de disculparse, hacerse el boludo o ignorarlo, siempre redobla la apuesta, como diciendo: “puedo decir lo que se me cante el culo porque soy mi propio jefe y no me pueden cancelar”.
Los editoriales comienzan a llenarse más y más de falopeadas de odio. Uno agarra Cerebus dispuesto a emocionarse con una historieta fabulosa pero tiene que puentear este pantano abyecto. Algunos ejemplos: En un editorial se pone a divagar acerca de sus insultos favoritos para las mujeres. En otro, discute por qué las mujeres tienen que bancársela por tener hijos y que son unas aprovechadas por pedir que el Estado financie guarderías. En otro dice que los hombres tienen que tener la última palabra a la hora de decidir un aborto (esto particularmente se filtra en “Jaka’s Story”). En uno compara la persecución histórica a la comunidad gay con que te hagan bullying por leer cómics (aunque, siendo justos, salva las distancias al final). En uno dice que “todos odiamos, es normal” para justificar su odio a las feministas, y para ejemplificar termina diciendo que odiar a los pelados (?) y el antisemitismo (!) están al mismo nivel.
Pero el problema no es solo Dave Sim, sino que esta expresión tan abierta de odio termina funcionando como un silbato para perros de manual que atrae a los lectores más fachos y misóginos, y su sección de cartas termina siendo cancha libre para que un montón de locos se pongan a contar sus historias de cómo las minas no les dan bola o literales descripciones de cómo violarían a mujeres específicas.
Eso también es Cerebus.
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