Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza trae dos recomendaciones del viejo continente y Mati llega al primer gran hito de Dave Sim en Cerebus.
Cerebus II: Alta sociedad
Por Matías Mir
Acá está la papa, la buena historieta, las finas hierbas. “High Society” es todo por lo que te venden Cerebus y más. Es simplemente una novela gráfica (con el perdón del uso del término) redonda, absoluta, cuyo mayor y único pecado es ser parte de una serie más grande y polémica. Es casi absurdo pensar que los primeros 25 capítulos son la antesala de esto, pero todo encastra perfectamente, como si la obra existiera en un estado etéreo y Sim solo la cazara en el aire y le diera forma.
Ampliemos un poco: entre los mayos de 1981 y 1983 (Cerebus #26-50), Dave Sim se dedica a producir mensualmente un único y extendido arco argumental de Cerebus, alejándose narrativamente de las historias cortas del personaje vagando en su mundo medieval teniendo misiones, batallas y enemigos sobrenaturales, y volviéndolo una figura política en Iest, un país con un sistema vagamente republicano y un cierto sentido de democracia. Una serie de casualidades heredadas de sus desventuras como “supervisor del personal de la cocina” de Lord Julius lo lleva a tener un mínimo de influencia en el Regency, un hotel muy cheto que se vuelve el escenario de la mayor parte de este arco. Después de dar un par de vueltas, conoce a Astoria, una mujer inteligente y misteriosa que le ofrece ayudarlo a capitalizar su poder y convertirlo en más.
Es con la introducción de Astoria (quizás EL personaje de toda esta serie) que Cerebus pasa de ser una historieta dinámica e interesante de leer a ser una ficción insoltable. Fuera de las aventuras y batallas del pasado, en estas 500 páginas apenas hay violencia. La trama va de copiloto para los personajes, que agarran el volante y movilizan la narración por completo. Páginas y páginas de Cerebus charlando o hurdiendo sus planes que no aburren nunca porque tienen una artesanía tan fina en su producción y están tan bien escritas que uno solo quiere leer más.
Para que esto funcione, Sim cambia radicalmente el concepto básico de su serie y propone un par de cosas distintas. Primero: establece explícitamente un objetivo para Cerebus. Nosotros podíamos más o menos entender que Cerebus quiere poder chupar, comer, pelear y dormir tranquilo, porque es un bárbaro, un salvaje, un animal en un mundo de humanos. Sin embargo, en la Regency, cuando la gente anda bien vestida, no tiene que luchar por sus necesidades básicas y las guerras las pelean otros, Cerebus puede concentrarse en aspirar a algo más. Como le dice a Astoria: él lo que quiere es poder, que en el capitalismo republicano en el que están se traduce en poder político y económico. O sea, quiere plata y quiere que todos le hagan caso. Que pueda tener eso en mente y esté dispuesto a sacrificar otras cosas para alcanzarlo eleva el drama, las tensiones y los riesgos: ahora tiene algo que perder.
Lo segundo que hace Sim es darle a Cerebus un reparto de personajes que lo circunden y que sean más que solo enemigos, empleadores o molestos alivios cómicos. Empezando por Astoria, de a poco, mientras va subiendo la escalera política de Iest, va haciendo aliados, contratando gente y armando una suerte de núcleo interno y mesa chica interesantísima. El novio esquizofrénico de Cockroach (ahora Moon Roach, en un juego genial con su esquizofrenía representada en que ahora parodia a Moon Knight y hasta tiene una personalidad de tachero) se vuelve una suerte de enforcer a su servicio; sus secuestradores, los hermanos McGraw, se convierten en sus guardaespaldas; el antiguo bárbaro Bran Mac Muffin ahora es su asesor de guerra; la Regency Elf, una criatura mitológica que vive en el edificio y le hace de informante cuando no está gastándole bromas; Astoria, por supuesto, es su secretaria y asesora principal; y también dan vueltas por ahí otros personajes menores que hacen a este grupo divertido y disparejo con dramas internos a los que Cerebus no odia particularmente (la mayoría del tiempo) sino todo lo contrario: los necesita.
También está Jaka, lo más parecido a un amor perdido que nos da la serie hasta el momento. A principios de la serie, Cerebus fue drogado con una suerte de pócima del amor y se enamoró de esa bailarina en un bar. Durante ese día, le prometió una vida de lujos y romance, pero cuando pasó el efecto, la olvidó por completo. O eso nos quiso hacer creer Sim, a quien le gusta mucho usar la carta de “ocurren cosas que no se muestran en las viñetas” y nos dice que en realidad sí la recuerda. Del reencuentro con Jaka ya hablé hace bastante en el newsletter porque el capítulo del reencuentro es un issue fantástico que simboliza algo importantísimo de este arco y es la tensión entre el Cerebus salvaje y el Cerebus más estratégico.
Por como lo veo yo, desde su llegada a la Regency, Cerebus empieza un constante pero intenso proceso de domesticación. Es un animal salvaje en más de un sentido, y mucho del humor de los primeros capítulos de esta novela está en el contraste entre sus pretensiones silvestres y los lujos de la vida política. Pero, a medida que va decidiendo que quiere aspirar a un objetivo mayor que no se puede conseguir a los espadazos, va de a poco “humanizándose”, vendiéndose a esta versión civilizada de sí mismo.
La gran artífice de esto, por supuesto, es Astoria. Ella lo va moldeando de a poco, a veces con el palo y a veces con la zanahoria, para que se vaya aggiornando a la vida burocrática y deje sus tendencias más agresivas. De a poco, Cerebus empieza a usar ropa, a acostumbrarse a lujos que antes le eran alienígenas, a pretender obediencia de los demás basada en su poder y no en su fuerza. En una escena, literalmente se enoja tanto con Elrod que solo agarra su espada y va directo a matarlo, y Astoria logra convencerlo de que no lo haga solo con palabras. Algunos análisis toman a esto como una “castración” del personaje, planteando que Astoria le quita su hombría (relacionándolo con sus propias inclinaciones cirinistas —el culto matriarcal del universo de Cerebus—). En oposición a ella se encuentra Jaka, que lo conoce y recuerda de su pasado salvaje y quiere que vuelva a ser como era antes. Es en esa tensión que se sostiene el gran drama del famoso capítulo antes mencionado.
Y ya que estamos en tema, hablemos un poco de misoginia. En el primer arco era más complicado rastrear muchos ejemplos porque Cerebus simplemente se cree mejor que todo el mundo y su ego no distingue géneros. Podemos mencionar a la caracterización estúpida del personaje de Red Sophia, la parodia chik de Red Sonja. A mí me interesa más su interacción con Wenda, una tarotista cirinista a la que literalmente manda a laburar de lavandera. Hay en esa escena una especie de vergüenza mezclada con odio muy bien dibujada que deja entrever algo más profundo en el comentario.
Cerebus busca el poder, sí. Pero no es solo su objetivo, es toda su forma de vida. Lo conocemos en un contexto de matar o morir y las cosas solo se complejizan desde ahí, pero ese instinto nunca desaparece. Él solo puede entender las relaciones con otros como un tira y afloja de poder, y es por eso que Astoria puede manipularlo tan bien: porque lo hace creer que tiene el control aunque ella tome las decisiones. La relación entre ambos, escrita con mucho cuidado, siempre en el borde de matarse entre ellos pero después durmiendo juntos en la misma cama (!), explicita esos juegos de poder.
Es también por esa perspectiva del poder en las relaciones que no puede manejar nunca bien la ambigüedad de su relación con Jaka. Ella parece saber más que él de demasiadas cosas y él no puede controlar la situación, así que intenta controlarla a ella. Cuando discuten respecto a qué hacer en un momento de crisis, Cerebus la faja. Primero quiso controlarla con poder, ofreciéndole plata y lujos si se quedaba a su lado, y cuando ve que no puede, procede a usar la violencia.
Y en medio de toda esa animosidad, en el final, Astoria le revela su gran propósito, la razón por la cual estuvo ayudándolo a obtener poder en este país y jugándosela por él. Toda su gran apuesta era para, a la larga, conseguir en este mundo retrógrado y conflictivo el voto femenino. Ese giro, a diez páginas de cerrar esta épica de veinticinco capítulos, es inteligentísima porque, simplemente, uno no la espera. Hay tantas conspiraciones, tantos conflictos tras bambalinas, tantas guerras entre facciones misticistas, que el objetivo de Astoria se siente relegado para nosotros, los lectores hombres del mundo moderno. Porque, claro, en ningún momento se explicita que las mujeres no puedan votar. Solo no lo hacen. Y Cerebus, a través de quien experimentamos toda la serie, jamás se lo plantea ni cuestiona, porque para qué se lo cuestionaría, claro. Entonces su respuesta es igual de resentida que con Welda treinta capítulos antes: mandarla a la cocina, a ser madre. Por mucho que fueran aliados, por mucho que trabajaran juntos, que tuvieran una relación de amor-odio con límites difusos, Cerebus traza la línea casi ideológica de la misoginia y es inflexible. Y eso Astoria no puede perdonárselo.
Unos últimos comentarios generales respecto a “High Society”. Primero: cualquiera que crea que puede arrancar a leer Cerebus desde acá está demente. Es tentador, sí, arrancar cuando Sim se deja las aventuras paródicas y se vuelve un maestro de la ficción de la noche a la mañana, pero la realidad es que la continuidad es implacable, y demasiados elementos de esos primeros capítulos son clave para entender lo que va ocurriendo en esta maraña política.
Segundo: en este segundo arco, Sim se pone a evolucionar muchísimo su narrativa y a explotar los recursos de la historieta de forma hermosa, algo que va a seguir haciendo en los próximos arcos (cuando pueda aprovechar mejor no tener que dibujar fondos gracias a la colaboración con Gerhard). En los primeros capítulos, sutilmente se despide de la narración en off que tan densos volvía a algunos capítulos del primer arco y empieza a dejar que los personajes hablen por sí mismos, que tengan que expresar lo que haga falta y que puedan permitirse tener silencios (¡algo que para la época no era tan común!). También la falta de narrador omnisciente hace que tenga que volverse creativo para exponer la información necesaria para el avance de la trama, y empiezan a aparecer reportes, tapas de diarios, transcripciones y fragmentos de libros que enriquecen muchísimo más a la lectura.
Y ni hablemos del uso del rotulado y de la puesta en página. Con ambos empieza a jugar muchísimo, y estoy seguro de que su contemporáneo Scott McCloud se hacía un festín viendo cómo le ponía expresión a cada diálogo, cómo jugaba con los globos, cómo solo se le ocurría que el cómic ahora se leyera horizontalmente durante seis capítulos seguidos (¡portadas incluidas!). Cerca del final, con el cómic todavía en horizontal, a Cerebus le da tremenda resaca y, como todo “le gira”, la puesta en página también gira y hay que dar vuelta la revista torpemente para seguir la narrativa confusa durante varias páginas (y si eso les parece divertido, imagínense hacerlo pero con el tomo recopilatorio de quinientas páginas como yo tuve que hacerlo).
Y por último: el final. El final de Cerebus #49 y cada una de las páginas de Cerebus #50 deben ser las piezas de historieta más intensas que haya leído (o releído) en mucho tiempo. Primero, un Cerebus en la cúspide de su poder, jugadísimo a defenderlo hasta las últimas consecuencias, se lanza a matar o morir contra un ejército al que jamás va a poder ganarle en una secuencia que se nota que Sim se moría de ganas de dibujar desde hacía años. El issue final, por su parte, arranca con un uso hermoso del rotulado y la puesta en página y sigue con la discusión final (por ahora) entre Astoria y Cerebus en la que se tiran de todo, se revelan cosas horribles y terminan para la mierda. Cada frase que se dicen está escrita y rotulada con una intensidad precisa y calculada como para que tengas que absorberlas antes de seguir leyendo. Y después, un último golpe bajo: Cerebus teniendo que despedirse de la Regency Elf. Después de haber perdido a todo su grupo y convencerse de que solo los tenía para controlarlos, nos damos cuenta de que había una única ¿persona? a la que no controlaba ni tenía la necesidad de controlar: una amiga. Sim le da a Cerebus una amistad por primera vez en toda la serie y nos lo hace saber en el mismo momento en que tienen que separarse, en una de las escenas más duras hasta el momento y una de mis favoritas.
En la conclusión, mete dos revelaciones más que, también, recontextualizan todo lo que acabás de leer, te hacen ir para atrás y buscar si se puede ser tan hijo de puta. Y, sí, se puede. Es un final con golpes bajos y fuegos artificiales, como la derrota más glamorosa de la historia, y solo sube la manija para lo que está por venir. Que, si mi memoria no me falla, sube aún más la apuesta y es incluso más largo. Tan largo que tuvieron que recopilarlo en dos bodoques de seiscientas páginas.
Dave Sim es claramente un animal. Por suerte, le toca escribir a uno.
Furros a la europea
Por Gonzalo Ruiz
En estos días pensé demasiado en este bello espacio (un poco gracias a la gira de prensa que está teniendo el libro que pueden comprar en el puesto instalado en el hall del teatro) y el faltante de recomendaciones europeas que tenemos. Así que, pegándole una mirada a mi biblioteca, se me ocurrió hacer dos recomendaciones de dos países distintos pero unidos por el mismo concepto: furros (pero no esos pecaminosos japoneses).
Siempre que se habla de la bande dessinée, se tiene en cuenta uno de los detalles más clásicos y reconocidos: la línea clara. Desde el éxito masivo del Tintín de Hergé, la línea clara es de las expresiones artísticas europeas más utilizadas y que tuvo un resurgimiento durante los ochentas. Sin embargo, toda regla tiene su excepción, y mientras en la Métal Hurlant gente como Yves Chaland aportaba su obra y gracia a la línea clara, otros preferían ser más asquerosos.
El dibujante Jean Leguay (Jano) comenzó a publicar las historias de un no tan simpático personaje llamado Kebra: una rata antropomórfica de estilo rockabillyesco, ataviada con jeans, campera de cuero y remera a rayas. Fue en 1978 cuando hizo equipo con el guionista Bertrand Huon de Kermadec (Tramber) y llevaron a cabo algunas de sus historias más destacadas. Acorde con el clásico estereotipo del personaje, el Kebra es un delincuente juvenil que solo se preocupa por estar con mujeres, pandillas, tocar rock y perpetuar su estado de reviente, sin ningún otro tipo de aspiración. La gran mayoría de sus historias son bastante cortas y no superan la longitud de cuatro o cinco páginas. Sin embargo, hay dos historias con una duración un poco más prolongada que pintan de pies a cabeza qué se puede esperar de un personaje tan particular.
En “Fait comme un rat!”, el protagonista decide ayudar a un amigo que se encuentra internado a recibir drogas de un barco. Lo que podría ser una misión tal vez sencilla, se complica al descubrirse que la droga se encuentra dentro de un Cadillac que le pertenece a una criatura intocable. Los sketch cómicos corren en la cuenta de cómo cada acción del personaje principal solo entorpece y empeora la misión, lo que involucra al Kebra con una extraña instalación militar que experimenta sobre su cuerpo.
En “Le zonard des etoiles”, Tramber y Jano mandan a la rata al futuro, cuando este se roba un scooter sin saber que tiene la posibilidad de viajar entre el espacio y el tiempo, y así llega accidentalmente al año 4023. Nuevamente el destino se la hace pasar difícil y, mientras trata de huir de unos mutantes poco amistosos con los forasteros, es detenido por la policía. La suerte quiere que la hija del rey de este futuro distópico se enamore del rebelde y le permita huir, lo que obviamente trae consecuencias catastróficas para la pareja.
Las historias más breves (en su mayoría firmadas solo por Jano), presentan tramas más terrenales. Entre ellas, se puede mencionar cuando el Kebra conoce al máximo ídolo del rock caído en desgracia por una maldición, guerra de bandas y pandillas en la calle, y un robo en un aeropuerto que sale mal e involucra el secuestro de su novia. Las historias toman un nivel de delirio que son acompañadas por el trazo tan sucio como fino de Leguay.
Dentro de las bondades del concepto de la línea clara, predomina la idea del efecto máscara. El ambiente sucio y bastante realista está atestado por criaturas antropomórficas desgarbadas, completamente irreales, lo que genera un contraste bien acompañado por el dibujo. Jano es tan detallista como sintético, no tiene ningún problema en dibujar algo tan irreal como un futuro espacial o una calle oscura y asquerosa donde el Kebra pasa sus momentos pensando en fechorías.
Muchas de sus historias aparecieron a lo largo de la Métal Hurlant, tanto en su versión original como en la versión española. Esta última apareció algunos años después, bajo la editorial Eurocomic. El material que contienen las revistas es mucho más fácil de localizar que los dos libros en español que recopilan sus historias más largas (¡Vida de rata! y El macarra del espacio) bajo la colección Humor Humanoide.
Y ahora pasamos de la tierra del queso y el vino a la tierra de la pasta y la pizza.
Las parodias a los superhéroes existen desde tiempos inmemorables. Sin ir más lejos, la Marvel armó Not Brand Ecch, su propia autoparodia en plena Silver Age, y esto es solo un pequeño ejemplo. Tópicos, tropos y (per)versiones del género se aglutinan, pero no son tantas las que adquieren un nivel tan salvaje como esta maravilla del underground comix italiano, craneada por el maestro Massimo Mattioli, acaecido lamentablemente el año pasado.
Superwest aparece por primera vez en la revista Frigidaire (fundada junto otros talentos del fumetti como Tanino Liberatore y Stefano Tamburini) donde entre 1981 y 1984 publicó solo dos historias de un total de seis, recopiladas en un tapa dura de Catalan Communications. El resto de las apariciones de esta ratita quedan repartidas entre otras publicaciones italianas y francesas.
La primera aparición, titulada “Panic in the City”, muestra muy a grosso modo los conceptos básicos del personaje. Es un superhéroe que lucha contra el mal en un mundo antropomórfico, con una estética muy inspirada en Tex Avery y Krazy Kat. La aventura es muy simpática, un villano cerdito convierte el asfalto en arena movediza, Superwest salva el día pero ignora que el villano tendió otra trampa y convirtió la vereda en arena movediza, quedando atrapado.
Lo que queda en claro es que estamos leyendo una parodia simpática. Desde el vamos, el personaje de civil lleva los pantalones de Micky Mouse y su traje de justiciero es una copia del de Superman. Pero en las historias posteriores, el concepto toma un giro de 180°. Su siguiente aventura se llama “Porno Massacre”, un título más que descriptivo y acertado. Y a partir de acá se va forjando la identidad del Superwest.
Mattioli no solo se encarga de parodiar la tradición heroica desde el nombre, sino también de homenajear al exploitation, al body horror (con una aventura dedicada al film Scanners, de David Cronenberg), y el slasher, todo bajo la tradición del undergroud comix americano: exageración absoluta de las situaciones, villanos extravagantes, falta de respeto por íconos del medio (un trío de ladrones cometen atracos disfrazados como personajes de Walt Disney y Walter Lantz) y total despreocupación en los modos del personaje, enmarcado dentro de un trazo limpio y simple, donde el artista se luce por completo.
La virtud más grande de Superwest es saber conjugar el mundo del cine de terror y los superhéroes. El elemento bizarro (en su acepción anglosajona) está presente en todo momento, sin dejar espacio a la seriedad. Incluso así, Massimo se encarga de mostrar cariño en todos los elementos que forman la obra y el personaje. Porque, detrás de una gran parodia, siempre hay un grado de homenaje respetuoso, aunque esto depende del ojo del lector.
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