#4: Mazzitelli/Alcatena // King Hell Heroica
El olvido, superhéroes e historietas que te rompen el corazón.
Bienvenidos a la cuarta entrega de Oficio al Medio (o “O/2”), un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este segundo contacto, Matías filosofa acerca de una historia corta de Mazzitelli y Alcatena, y Gonza habla de la deconstrucción más extrema que tuvieron los superhéroes en los 90.
“Inmensidad” de Mazzitelli/Alcatena y el largo camino hacia la nada.
Por Matías Mir
I wish I had been born at sea
then you wouldn't care and you wouldn't know me.
Ebb and flow, they just won't carry me home,
It's only water and air, as far as I can see.
Casi seguro publicada a principios de siglo por la Skorpio italiana, “Inmensidad” es una historia unitaria de 13 páginas de la dupla mágica, Eduardo Mazzitelli y Enrique Alcatena. El concepto con el que Mazzitelli juega esta vez es con la idea de un pueblo que vive en un continente montañoso con solo una salida al mar. Con la ansiedad de pensarse encerrados entre montañas para siempre, deciden aventurarse al océano y encontrar ALGO que no sea montañas u horizonte marítimo. Como las aguas son bastante jodidas y no parece haber nada cerca, la misión se torna enorme y la única posibilidad de que funcione es aceptando que este es un viaje generacional. En un trasatlántico imposible, se sube media comunidad y zarpan a vivir en esta isla flotante hasta encontrar tierra.
Arriba del barco pasan dos o tres generaciones, hambrunas, guerras civiles y otras situaciones ridículas de ocurrir en un mismo vehículo hasta que llega el giro: aparece un hombre flotando, agarrado de un globo. Ese hombre pertenece a su misma tierra natal, donde la otra mitad de la sociedad, hartos de esperar, decidieron probar con una travesía por aire. Luego de que la nave voladora cayera en una tormenta, el último sobreviviente flotó en la deriva hasta alcanzar al barco y, habiendo tenido una perspectiva elevada, les revela qué hay por delante: nada. La tierra y el agua se terminan y dentro de algunas semanas de viaje solo van a caer a la nada. ¿Qué esperanza queda? Pegar la vuelta, volver al continente y reintentar la travesía, esta vez por tierra.
Se pone oscura la cosa, porque ya están tan lejos que nadie en el barco va a estar vivo para cuando lleguen a la isla de nuevo. Ahí Mazzitelli pone la pija en el teclado y plantea una situación desgarradora e imposible. Hasta ahora, todo el viaje, aunque imposiblemente largo, estaba dotado de esperanza: cada generación soñaba que sería la que llegara a algún destino, pero ahora es seguro que no lo será, porque hacia un lado hay un viaje que saben demasiado largo, y para el otro está el fin, el olvido. No tener un objetivo claro resulta ser mejor que tenerlo. “Nadie puede pedirnos que seamos un instante” dice sufriendo el capitán del barco, y termina decidiendo avanzar hacia la nada en lugar de retroceder los pasos hechos por sus ancestros. Si no podemos escribir la historia, al menos podemos escribir el final.
Tremenda bomba atómica de la historieta, ya sé, y más con el arte de Quique. Aunque se las haya spoileado toda igual léanla que no tiene desperdicio, está incluida en el libro Metallum Terra y otros mundos imposibles, editado por Napoleones sin Batallas y Entelequia un tomo no muy difícil de conseguir.
La estructura de esta historia no es distinta a muchísimas otras del autor. Mazzitelli tiene dominadísimo el concepto de crear un universo, mostrar personajes que quieran desafiar su orden establecido, le encuentren los hilos a su existencia e intenten rebelarse inútilmente, o que su única posibilidad de revelación posible sea el sacrificio. Saber cómo funciona, más o menos, no hace que sea menos impresionante cada vez que lo hace, sobre todo si además le sumamos esos guiones demoledores, esos diálogos atómicos con los que Eduardo hila sus historietas. Como dijo Accorsi una vez:
“Los autores de literatura le tienen que agradecer al destino que Mazzitelli haya querido ser guionista de historietas y no cuentista o novelista, porque así tienen una chance de ganar alguna vez algún premio. Si Eduardo incursionara en la literatura, llenaría containers con premios Nobel, Cervantes, Hugo, Nébula, los que quieras”.
El conflicto existencial que cae sobre los tripulantes de “Inmensidad” está bien presentado como para que no nos demos cuenta a la primera lectura que en realidad es el conflicto filosófico más antiguo que existe, el del propósito de la existencia. Las vidas humanas son todas un viaje a la deriva en lo desconocido, nadie nace con el propósito fijo de alcanzar un objetivo concreto, eso lo vamos encontrando en el camino, e incluso cuando (o si) lo encontramos, no dejamos de vivir solo por eso. Los personajes en realidad vivían inadvertidos a esto, al igual que muchas personas viven sus vidas sin cuestionarlas mucho.
La aparición del hombre en globo disrumpe esto, como la filosofía. Sus palabras abren el ojo de la mente, hacen salir a los tripulantes de la caverna, pero lo que hay afuera no es la claridad de Platón, sino el horror existencialista. Tan horroroso que los personajes terminan por elegir la ilusión del propósito (y la muerte suya y de todo su pueblo) a la realidad del viaje interminable (para ellos y sus futuras generaciones). Es un verdadero fracaso platónico. El entendimiento, simplemente, se les hace demasiado inmenso.
Demonizados, pervertidos e impuros: The King Hell Heroica, o el Aleph salvaje de Rick Veitch
Por Gonzalo Ruiz
En la primera entrega de este newsletter/fanzine de información virtual, hablé del Swamp Thing de Moore, y hoy quiero hablar de uno de sus dibujantes, uno que, además de ser un as del lápiz, es probablemente uno de los mejores aprendices del mago de Northampton en esto que es deconstruir no solo a los héroes, sino a la historieta como medio. La eterna vigencia de los superhéroes permite que el pasar de los años abra diversas ópticas sobre el tópico. Se han hecho innumerables análisis y deconstrucciones desde el polémico Seduction of the Innocent de Fredric Wertham hasta Watchmen mismo. En el alba de la década más polémica para los cómics, Rick Veitch no solo dio su propia deconstrucción, sino que fue más allá y conquistó el terreno del metamensaje para no solo poner a la ficción bajo la lupa, sino a los verdaderos oprimidos de esta historia. Parte de un proyecto ambicioso que quedó reducido a dos miniseries (y que en estos últimos años retomó lentamente con una tercera mini), el King Hell Heroica involucra a The Maximortal (1992) y Brat Pack (1990). Sí, esta última fue primera, pero en lo que cronología se refiere, The Maximortal va primero.
The Maximortal funciona como un Aleph personal donde conviven varias historias unidas por un talismán, principalmente está la reinterpretación tanto del origen de Superman como la tragedia de Joe Shuster y Jerry Spiegel condimentado con una reimaginación de la Segunda Guerra Mundial. Mensaje y metamensaje se confunden para contar, sin ningún tipo de tapujos o nostalgias, las miserias editoriales en la Golden Age. El Maximortal no es un personaje real, es todos y a la vez ninguno. Es Wesley Winston, un niño traído por alienígenas que aterrizan en Tunguska y lo envían al estado de California a finales de la segunda década del siglo XX. Allí es recogido por un matrimonio cuya esposa tiene alucinaciones con un “ángel” y toma al alien como la señal enviada del Cielo. Es True Man, el personaje hito de Jerry Spiegal y Joe Schumacher. Es Byron Reeves, desdichado actor de cine que encontraría su última redención como el True Man de carne y hueso y otro profeta del ángel antes mencionado. Cada historia está interconectada y enlazada (y con perfectos paralelos con respecto a lo que pasó en el mundo real) con el correr del tiempo, comenzando en 1918 y llegando hasta la Guerra Fría. En esta, cada persona y personaje es parte de una partida de ajedrez pergeñada por los aliens vistos en las primeras viñetas de la historia. Por un lado, el salvaje e inocente Wesley masacra a un poblado por completo y atenta, casi sin querer, contra los genitales de Sidney Wallace, quien terminará siendo el villano principal de la historia que sigue.
Veitch se encarga de reescribir la historia para hacer que True Man tome, en 1937, el lugar que en la historia le corresponde a Kal-El: el primer superhéroe. Spiegal y Schumacher son jóvenes idealistas con una idea revolucionaria que terminarán siendo esquilmados por Wallace. Este último usará al héroe ficticio (dentro de esta diégesis) como catapulta hacia el estrellato editorial, mientras los creadores originales son rápidamente apartados de su primogénito y empujados a la marginalidad. La verdadera intención del artista no es deconstruir realmente a los superhéroes, sino reconstruir los entre telones de cómo nacieron los mismos. Desde cameos (obviamente renombrados) de Wertham y el nefasto Comics Code of Authority, The Maximortal es tanto una carta de amor a aquellos héroes caídos, olvidados y fagocitados por una industria que eligió chuparles la sangre mientras todavía dejara dividendos, como también un acuso de recibo al resto de la industria, en pleno albor de la burbuja especulativa que casi dinamita todo.
¿Qué se gana y qué se pierde realmente cuando se pone bajo análisis el cómic norteamericano de la guerra y post-guerra? ¿Es válido hacerle un juicio de valor y acusar a los personajes de ser un mero icono propagandístico cuando detrás de la figura hay un laburante que gana miserias para dar felicidad y un posible mensaje tan proselitista como subversivo? Para exagerar las cosas, Veitch hace que acusen a nuestros falsos Joe y Jerry de comunistas, conflicto que también dividió las aguas en el Hollywood de los 50. Se podrían hacer mil juicios de valores sobre qué pueden representar, inequívocamente o no, las figuras de Superman o el Captain America para el sentir nacionalista yanqui. Pero al fin y al cabo, quienes se encuentran detrás son pobres diablos a los que el reconocimiento les llegó bastante tardío, después de años y décadas de penurias.
Por su lado, Brat Pack también trata sobre el vil mercantilismo, pero dentro de un mundo donde los superhéroes son el "verosímil", a diferencia de lo que ocurre en la obra anterior. Quienes ahora pasan por el proceso de deconstrucción (o más bien, los que pasan por una picadora de carne) son los side-kicks, que para los héroes principales son mero merchandising. Es necesario que hayan Brat Packs para vender muñequitos, pero también es necesario liquidar a los pendejos antes de que conozcan su valía.
Pero también habla de lo que muchos consideraban en un tiempo pasado, que son las perversiones que atraen los comic books. Si en The Maximortal las víctimas son los creadores comidos por la industria, acá los que corren el riesgo son el público, los lectores, las débiles mentes obnubiladas por super hombres vestidos con spándex saltando arriba de los techos. ¿Y que mejor manera de mostrar a ese público prepubescente virginal, maleable y frágil que con los side-kicks? La orden para la creación de Robin fue muy clara: un personaje con el cual los niños se puedan identificar. Y ahí está, joven, gracioso, damisela en peligro pero de armas tomar de momentos… Casi como un juego perverso si se lo lee así, sin rememorar las aventuras de los años 40 del encapotado. Acá, los nuevos Brat Packs son jóvenes quebrados, de un modo u otro: un niño rico que no tiene a sus padres ni juntos entre ellos ni cerca de él; una nena dulce y malcriada atrapada en una burbuja personal; un joven extremadamente conservador “en manos” de unos padres que tienen el pecado de ser hippies; y un pibe de la calle. Almas en pena por los motivos que cada uno creerá si son equivocados o no.
Por otro lado, algo que une esta historia con la anterior, están el culto a la personalidad y el mesianismo en torno a la figura del True Man. Los cuatro “héroes” que engloban el Black October fueron tocados de alguna manera u otra por Él, sintiéndose inspirados para “hacer el bien”. Sin embargo están signados por un pecado mortal, el contacto no les abrió la mente, se las pervirtió. ¿Qué tiene de divertido la verdad, la justicia y el estilo de vida americano? Para Veitch, nada. Todo el mundo está condenado a ser parte de un engranaje sostenido por contratos ridículos, firma de autógrafos y la flagelación que debería fortalecer.
Los tropos que presenta cada personaje son similares a los que, en su momento, Wertham denunció: Midnight Mink es un homosexual que acosa a su sidekick hasta el cansancio mental. Judge Jury (una parodia bien entendida sobre Judge Dredd, otro concepto paródico), supremacista irredento adicto a los esteroides. King Rad, casi adelantándose a lo que se suele asociar con los cómics de los noventa, es un millonario tan canchero como borracho, el arquetipo de lo kewl. Moon Misstress finalmente es una misándrica, una caricatura perfecta de Wonder Woman con un look a lo Big Barda, que a su vez representa el total culto a la personalidad con su miedo a la imperfección y el envejecimiento. Estos personajes, como figuras retóricas, tienen como misión pudrirle la cabeza a los Brat Packs a su imagen y semejanza. La clara prueba de que un cómic puede romperte el corazón.
Y a título personal: este fue uno de los pocos cómics que me sacó lagrimas post lectura.
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