Bienvenidos a la ¡vigésima! entrega de Oficio al Medio. Parecerá una boludez, pero desde hace 20 semanas (¡casi cinco meses!) que estamos Matías Mir y quien escribe esto (Gonzalo Ruiz) dando lo mejor de nos para dejarles algo, ya sea una nueva lectura para descubrir o una manera distinta de leer eso que ya conocés. Desde ya, a los suscriptores muchísimas gracias por estar del otro lado. Dicho todo esto, en este nuevo contacto, Matías lee una revista infantil de los 80 y Gonza lee a Adrian Tomine.
Lo explosivo de salir a dar una vuelta por la calle: viñetas íntimas de Adrian Tomine
Por Gonzalo Ruiz
Hay una frase que voy a usar para empezar mi breve apartado y que en cierta manera, sirve para resumir a este artista y a casi cualquier otro del slice of life: “la belleza de lo simple”, enunciado que usó el ilusionista René Lavand para titular uno de sus míticos trucos. Y de esto quiero hablar hoy.
Siempre que se habla de historieta, por una cuestión de masividad (una masividad que existe antes del MCU o del Snyder Cut), se piensa en superhéroes. Entonces, parece difícil tener que explicarle a uno que capaz ignora este tipo de relato, que algunas historias funcionan cuando no hay un conflicto a resolver. O más bien, eso es lo que parece a primera vista, porque estas historias tienen escondido el conflicto dentro de cuestiones tan cotidianas que parecen nuestras, y a veces esto hace que se nos escape de la cabeza la idea de un “conflicto”, como si esto solamente se resumiera en machacarse con el Joker. Y si bien, dentro del slice of life hay muchísimos artistas buenos, me quiero detener en uno que quizá es un poco más distinto a los demás.
¿Por qué? Porque Adrian Tomine debe ser el único dentro de la camada de artistas que hacían sus propias antologías a blanco y negro que no mete de un modo u otro elementos fantásticos1. Si, claro, otros ídolos más reconocidos del género como Daniel Clowes o los Hernández Bros. tienen drama y cotidianidad en tamaños colosales, pero fue tal su educación comiquera (Archie y la Marvel y DC de la Silver Age) que hay un equilibrio entre lo mundano y cierto toque de fantasía. En cambio Tomine son historias 100% bajadas a tierra.
Hoy Adrian tuvo cierta repercusión por su última publicación (reseñada por el querido Matías acá mismo hace algunas semanas atrás), donde expuso ciertas miserias vivenciadas dentro de su oficio, pero el verdadero corpus de su obra está en Optic Nerve, su revista antológica que primero autopublicó y que desde 1995 es editada Drawn & Quarterly. Hasta hace dos años se publicaron catorce revistas republicadas en cuatro trade paperbacks. ¿Y de qué tratan las historias cortas de la revista? Básicamente de la soledad humana y de cómo afecta de formas muy distintas a las personas que la padecen y las de su entorno.
Hablaba antes del tema “conflictos” dentro de una historia, y todos sabemos la importancia que se les da a dichos conflictos para el desarrollo del Camino del Héroe. Ahora bien, este tipo de historias breves, mínimas e íntimas, parecen reírse un poco de esa regla e incluso de hacer lo contrario (no necesariamente un “Camino del Villano”). Tomine, al mostrarte “un día en la vida” de estos personajes, no deja mucho margen para un desarrollo o cambio, tampoco es lo que importa. Sin embargo, y si uno piensa esto en voz alta creería que no le favorece en lo más mínimo a cómo hacer un correcto desenlace en la historia, lo que termina figurando es que lo importante no es a dónde vamos sino cómo. Aun así hay conflictos. Estos, a diferencia del cómic mainstream, donde este es una figura corpórea y que probablemente use un traje de color chillón, son más internos y propios del protagonista mismo.
Todos son personajes algo torturados por su timidez o introversión casi psicótica, algunos más que solitarios están descontentos con su realidad o con el abandono de sus parejas. Y lo que hace al conflicto es la apatía y dejadez con la que actúan, agravando la situación, son su propio enemigo. Un ejemplo paradigmático es el de Hilary Chan, la protagonista de “Hawaiian Getaway” (Optic Nerve #5), una chica que cada momento está más lejos de encontrar una estabilidad en cualquier aspecto de su vida. Es una historia completamente fatídica (donde encima Tomine hace una de más y te la corta con un cliffhanger que, por supesto, jamás se resolverá) que tranquilamente podría ocurrirle a cualquiera que lea esto o a un conocido.
Lo de Optic Nerve es una colección de historias escritas a corazón abierto y dedicadas a corazones rotos u olvidados, enfocadas en humanidades frágiles y vulnerables y manejadas con una simpleza envidiable, con un gran uso del remate y hasta del antiremate, porque eso de cortar la historia sin un final definido no lo hace una sola vez sino unas cuantas.
La revista Humi y el compromiso político con la infancia
Por Matías Mir
Esto pasó medio por casualidad. En mi búsqueda constante de la obra historietística de Carlos Nine, me crucé con el dato de que había tenido una gran participación en la revista Humi, una especie de spin-off infantil de la Humor Registrado de Ediciones de la Urraca cuya primera y más popular etapa se publicó entre 1982 y 1984. Casualmente, en estas últimas semanas (si leen el newsletter al día) empecé a ver un extraño revival de la Humi en las redes debido al anuncio de una nueva entrega de Capicúa, el programa digital sobre historieta infantil de la Escuela de dibujo Eugenio Zoppi, dedicada a la revista, y a eso se le sumó una columna de Grisel Pires Dos Barros en Pánico presentándola. También, en la vorágine, descubrí que existía un activo grupo de Facebook de lectores de la Humi, lo que me terminó inevitablemente arrastrando hasta esas páginas de hace ya casi cuarenta años.2
Grisel comenta algo interesante: que la Humi funciona como una especie de continuidad estética de la Humor y las demás revistas de La Urraca que estaban orientadas a los adultos pero que los chicos inevitablemente terminaban agarrando. La propuesta era la de darles a esos lectores su propia versión de esos contenidos que los apelara directamente. Sigue habiendo columnas interactuando con los lectores, ficción, información postulada a través de un filtro humorístico y con una bajada clara y, por supuesto, ilustraciones e historietas, muchas de ellas escritas y dibujadas por los mismos artistas que trabajaban en la redacción de Humor, como Tabaré, Nine, Grondona White, Sanyú y bastantes más.
En “‘La inefable HUMI’: alcances y limitaciones en las dimensiones humorísticas de una revista infantil argentina (1982-1984)”3, Lucía Aíta señala que la revista se distingue entre el resto de la oferta de contenidos editoriales periódicos infantiles de la época debido a que:
“1. no fue pensada como una publicación infantil meramente educativa o comercial sino también artística y lúdica; 2. sus editores y colaboradores no subestimaron a sus lectores (...) 3. no realizaron una diferenciación tajante entre lo que sería humor para adultos y humor infantil. Fue la introducción del humor político, es decir, aquel que expresa una crítica social y política”.
Respecto al primer punto, es importante algo que resalta Grisel: “era un llamado a la acción permanente, (...) una verdadera propuesta cultural para chicos (...). Te decía ‘hacé cosas, mandanos dibujos, ponete a producir’”. Todas las entregas de la Humi planteaban actividades no solo para “rellenar” en la propia revista sino para recortar, armar maquetas con el propio papel de la publicación, recortar figuritas para pegar en otros lados, instrucciones para armar cosas interesantes (desde una imprenta casera hasta zancos), además de incentivar los dibujos y las cartas con contenido de todo tipo en su sección “La pelela de la pulga”.
El segundo punto es quizás el más importante y se basa en el discurso y la ideología de la propia revista. Había una postura “infantocéntrica” (en oposición a la adultocéntrica que podían tener las demás publicaciones infantiles, sobre todo durante la dictadura) que buscaba apelar a los lectores, hacerlos sentir como que tenían una voz que era escuchada, los movilizaba a pensar en sus derechos y planteaba que los adultos podían estar equivocados a veces. Y eso, por supuesto, lleva al punto que más me interesa, el del compromiso político.
Esta primera etapa de la Humi publicó su número 1 apenas un par de semanas después de la derrota de Malvinas y, como señala Lucía Aíta, fue una revista de transición democrática, atravesando los últimos cartuchos de la dictadura, las elecciones democráticas de 1983 y los primeros meses de la presidencia de Alfonsín. Aunque en toda la revista se mantiene la tajante bajada orientada a los derechos de los chicos tanto en las notas como en las historietas (principalmente en Los Bespi de Grondona White y La banda de Nicolás de Trillo y Marín, es decir, aquellas protagonizadas por chicos en un contexto no fantástico), es a partir de la transición democrática cuando “explotan” de cierta forma los contenidos ideológicos “reprimidos” (algo no reservado solo a esta revista, sino como parte de un movimiento cultural de principios de los ochenta). Veamos algunos ejemplos.
Tirando para la segunda mitad de esta primera etapa, empieza a notarse cada vez más el nivel de conciencia social y económica de la revista, y se aprecian varias notas en las que intentan explicarle a los lectores infantiles estas cuestiones. Por ejemplo, en 1983 se decretó el cambio de pesos ley 18.188 a peso argentino, y la revista dedicó más de un artículo a cuestiones económicas locales. El #19 incluye tanto una tabla de conversión de pesos viejos a nuevos como una nota entera de Laura Devetach explicando qué es el dinero y qué es la inflación (“debido a un cierto tipo de conducción económica, nuestro país sufrió un proceso de inflación muy grande”), y concluye con una nota seria respecto al costo que tiene la inflación y el reemplazo de billetes, declarando tajantemente que “no es cuestión de remendar billetes, sino de resolver el problema de fondo de administración de nuestra economía. (...) El dinero cuesta dinero. Nos cuesta”. Siguieron habiendo menciones a este tema, por ejemplo, en el #21, donde cuentan el chiste “al peso nuevo lo llaman ‘astilla’ porque es lo que va quedando del ‘palo’ viejo”, y en el #36 la nota “¡Todo está por las nubes!” vuelve a hablar de la inflación, la responsabilidad del estado para regular la economía, la sociedad de consumo, señala a los empresarios deshonestos y casi que le explica el concepto de plusvalía a los chicos a mediados de 1984.
En paralelo, también hay una bajada social muy clara, como en el #18 cuando, explicando cómo son las distintas casas en el mundo, se toman un espacio para aclarar que “aún hoy hay quienes viven como en la época en que el hombre no tenía casas y vivía en cuevas. (...) Conventillos o casas de chapa, madera y cartón en casi todas las grandes ciudades del mundo”. Parece inocuo pero era una decisión conciente e ideológica no ocultar la desigualdad social y la pobreza, no taparla por abajo de la alfombra como suele hacerse en los discursos para chicos. En el #32, el especial de regreso a clases, unos nenes dicen “ojalá que los libros no sean caros” y “que la maestra no tenga dos cursos”.
Los chicos, entonces, pueden tener opiniones políticas, deseos y esperanzas basadas en su propio entorno y las personas a su alrededor que son afectadas por las decisiones del estado. Ahí ya entramos directamente en el territorio político-político. Ya en la #19 los chicos de Baldosa Floja (con los personajes de La banda de Nicolás pero firmada por Marín solo, ya sin Trillo) empezaban a hablar de votaciones, y algo similar ocurre en Bicherío de Tabaré en el #20 (número en el que también se habla de las inundaciones en nuestro país y la responsabilidad del gobierno para solucionarlas). El #27 tiene una ilustración a doble página sobre cómo van a ser las elecciones (gente en la escuela haciendo fila, los fiscales de mesa, los adultos mayores eligiendo sufragar, etc.), y entonces llega el mítico #29, publicado luego de la victoria de Alfonsín en 1983.
La tapa del #29 arranca con el título “¿Un presidente es Papá Noel?” y lo tiene al recién electo Alfonsín disfrazado efectivamente de Papá Noel con un boletín en la mano (“¿la “sociedad” se había portado bien?, ¿se había sacado buenas notas y recibiría los regalos de Papá Noel?”, escribe Lucía Aíta) y un nene en las rodillas haciendo el saludo alfonsinista. La pregunta de la tapa no es solo un chiste, es de hecho la solución que encontraron los redactores para intentar explicarle a sus lectores que no habían conocido la democracia hasta entonces qué corno era un presidente de verdad. Adentro, la respuesta es “un presidente NO es Papá Noel”, porque no se trata de alguien que viene a regalar nada, sino que trabaja como parte del estado PARA los argentinos. En una propuesta lúdica, los chicos le escriben cartas al presidente pidiéndole cosas, y entre esos pedidos se incluyen “que pare la inflación”, “que cada tanto los chicos puedan elegir un juguete gratis”, “que las plazas tengan pasto”, “que no haya más miedo, que no desaparezcan las cosas ni la gente” y un tajante “que los militares no gobiernen nunca más”. El #32 tiene una propuesta parecida parecida pero para el funcionamiento del Congreso, donde se permiten hacer chistes sobre los militares y sobre diputados de partidos opuestos compartiendo silla “porque no alcanzan para todos”.
Y a los militares les siguen tirando palos, por ejemplo, en el #37, especial del día del periodista, en el que la revista se explaya respecto a la censura durante los últimos años (“a veces los periodistas no podemos decir todo lo que pasa en el país porque los que gobiernan no lo permiten. Esto sucede con frecuencia en los gobiernos que se eligen solos”), las Madres de Plaza de Mayo y las facetas menos épicas de la Guerra de Malvinas.
Por último, es importante resaltar el enfoque antibélico de la revista (que en los números #20 y #27, por ejemplo, pintan negativamente que el país haya comprado armas, que siga habiendo guerras o que la energía nuclear se utiliza para hacer bombas, además de hablar de la Guerra de Malvinas diciendo “trabajemos para que este país no necesite resolver sus problemas con guerras”) y concentrado en los derechos humanos (#27), de los niños (#22) y de los trabajadores (#29: “El aguinaldo ¿se puede decir o se puede cobrar?”).
Y podríamos seguir dando ejemplos de la bajada política e ideológica de la Humi, como la sección “Feo, feísimo” para criticar eventos de actualidad o las notas de Guillermo Magrassi (“La punta del ovillo”) acerca de la Patria Grande y la historia de América Latina, o que el #37 incluía un cuadernillo de educación sexual para chicos, pero se volvería interminable, porque la Humi era una revista interminable, que no acababa en la primera lectura sino que buscaba ser una pieza editorial con vigencia en la vida de sus lectores.
Por supuesto, todo este planteamiento novedoso para los contenidos infantiles no era recibido sin resistencia. Como dice Lucía Aíta, “(Humi) expuso no tanto los límites del humor sino de la tolerancia y la recepción de su propuesta en el mundo adulto antes que en los niños”. Supuestamente, a pesar de las altas ventas de su “hermana mayor” Humor, Humi vendía apenas 15.000 ejemplares, bastante por debajo de la competencia (Billiken y Anteojito, que manejaban en esa época tiradas de entre 60.000 y 95.000 respectivamente). “El proyecto fue un fracaso y duró muy poco”, comenta Hernán Casciari, “porque los padres preferían seguir comprándoles, a sus hijos, cabildos para troquelar”. En total, la primera etapa tuvo 39 entregas entre 1982 y 1984, y hubo una segunda etapa, a principios de los 90, que duró incluso menos, pero es innegable que el objetivo de la revista fue cumplido porque, en efecto, mantuvo una vigencia entre sus lectores de aquel entonces, en su formación política y civil, y al día de hoy se sigue homenajeando y recordando como una de las propuestas editoriales para chicos mejor logradas.
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Ustedes con toda la razón del mundo me podrían decir “Peter Bagge hace lo mismo”. Bueno, sí. Pero lo diferencio por dos cosas: 1. Hate, si bien carece de elementos fantásticos, es completamente exagerada en como se dan las historias, excesivamente histriónica y 2. Hate no es una antología. En tal caso está Neat Stuff, pero no la leí entera como para saber si tiene elementos fantásticos o no. Creería que no…
Muchísimas gracias a Diego Cabral, quien se tomó el trabajo de escanear su colección y subirla al grupo de Facebook ya mencionado.
El capítulo es parte de la sección de “sátira y humor político” de Arruinando chistes: panorama de los estudios del humor y lo cómico (2021) de TeseoPress, y se puede leer gratuitamente registrándose en el sitio de la editorial.