Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Gonzalo hace otro ejercicio de pensamiento comiquero y Matías sigue cayendo en la trampa de que le gusten los cómics de Tom King.
No entendés nada, yo perdí mi mundo: Supergirl: Woman of Tomorrow de Tom King, Bilquis Evely y Matheus Lopes
Por Matías Mir
Quizás es bastante tarde para hablar de Supergirl: Woman of Tomorrow. Todos ya hablaron de Supergirl. Ya cautivó al mundo. Ya fue uno de los diez cómics que leyó James Gunn, dijo "es por acá" y lo llamó a Tom King para que le dé una mano haciendo producciones basadas en cómics de superhéroes que no sientas que te faltan el respeto mientras las ves. Pero bueno, Oficio al Medio nunca fue un espacio caracterizado por llegar temprano a nada. La obra de King, Bilquis Evely y Matheus Lopes es una de esas historietas que salen cada tanto, trascienden al medio y se instalan cómodas como uno de esos clásicos que solo se siguen recomendando y analizando ad eternum. Es una historieta de superhéroes atemporal, hipnótica y hecha desde un lugar de optimismo y esperanza honesto, un triplete que no es tan fácil de alcanzar.
El cómic se plantea como un western espacial, el viaje de venganza a través de la galaxia de Supergirl y Ruthye, una nena alienígena a la que le mataron a su padre. La lección que Kara intenta darle a entender desde el principio es, claro, que la venganza no resuelve nada, y que (como máximo) debería buscar justicia. Sin embargo, a lo largo de esos ocho capítulos, mientras las chicas persiguen el rastro de más muerte y sufrimiento, a la propia Supergirl parece escapársele ese eje moral. Las atrocidades a las que se enfrentan son cada vez más incomprensibles, crueles y azarosas, y se siente que su capacidad para entenderlas, para evitarlas o hacer algo al respecto es cada vez más nimia. O como dicen ellas: “It’s too big. We’re too small”.
Una observación curiosa que se le escapa a pocos: este ni siquiera es el primer laburo de Tomás Rey en el que un kryptoniano cruza la galaxia para ayudar a una nena. En Superman: Up in the Sky ya había hecho una trama similar: una serie de episodios cortos protagonizada por Kal en la que el autor les responde a todos los que piensan que no se pueden escribir buenas historias modernas de Superman porque “es demasiado poderoso”. En ese cómic, al pobre Supes le pasan las mil y una, no paran de cagarlo a piñas y parece que está por quebrarse en cualquier momento. Y sigue adelante porque nunca deja de ser el mayor superhéroe de todos los tiempos.
Hay una idea similar acá en Woman of Tomorrow, aunque con un disclaimer enorme: Kara es su propia persona, tiene sus propios métodos, su propia historia. Esto se tiene que mantener como una historia que solo podría ser de Supergirl, y esa autoimposición permea en la misma trama. Kara es una chica que no tiene ganas de que le rompan las bolas, es mucho más pragmática y bastante menos inocente que su pariente más famoso. En este libro se emborracha, putea, se empastilla y amenaza a más de uno que se pasa de vivo, pero mantiene sus valores intactos, espera a tener 21 para tomar alcohol y hace paradas en el camino para ayudar a todo el que necesite ayuda, porque así es como entiende King al personaje.
Pero esto es un cómic de Tom King, así que inevitablemente todo va a terminar atado a la ansiedad, el trauma, el PTSD… Si los héroes no exponen sus psiquis dañadas, ¿es realmente un libro de King? Kara perdió un mundo hace años, pero Ruthye acaba de perder a su papá recién, lo que para ella es más o menos lo mismo. Y, a diferencia del caso de Kara, Ruthye sí sabe quién es el culpable, y sabe que sigue ahí afuera robándoles sus mundos a otros por toda la galaxia. ¿Puede Kara decirle que no, que se quede sentada mientras ella se ocupa de… qué, de mandarlo a la cárcel? Es en esas áreas grises, en esos lugares difíciles, donde King siembre sabe lucirse. Incluso cuando usa sus trucos usuales y se le ven todos los hilos, en cómics como este sale airoso porque se acuerda de una boludez: que los personajes se sientan como personas de verdad, con contradicciones, opiniones incómodas, ángulos menos populares… pero también con un núcleo duro que sale a la luz cuando está todo en juego.
Y ya pasé demasiados e imperdonables párrafos diciendo boludeces de un pelado ex-CIA en vez de hablar de la verdadera estrella de este libro. Supergirl: Woman of Tomorrow no sería ni la mitad de ganchero sin la faceta gráfica de la dupla de Bilquis Evely y Matheus Lopes. Lo que hacen estos brazucas es de otro planeta. Ni siquiera necesita que yo lo describa, solo hace falta verlo. Evely dibuja un universo riquísimo, lleno de vida, texturado, caótico e inmersivo, y Lopes lo llena de color y le da sentido a todas las atmósferas que atraviesan sus personajes. Hay peleas al atardecer, secuencias en un bondi a oscuras, escenas adentro de una estrella, mundos que se ven como una página de Jack Kirby... y todo es distintivo, impecable y reconocible desde lejos.
Y obvio que en el centro de todo están los personajes. Evely no solo hace las puestas en página más atractivas y detalladas de su generación, sino que también le redobla la apuesta a King y su intención de darles personalidades creíbles a los personajes con algunas de las expresiones más complejas, intensas y humanas que se vieron en un cómic de superhéroes. Cada par de ojos que dibuja es una ventana en la que te quedás mirando y entendés todo. Volviendo a hojear el libro para escribir esto, me encuentro como un boludo perdiendo tiempo admirando las páginas de nuevo, encontrando una fuerza impresionante y un entendimiento exacto de cómo hacer que cada diálogo pegue más cuando viene con la cara correcta.
La verdad, yo no tengo una gran conexión con el personaje. Mis únicos recuerdos de Supergirl son verla morir en la Crisis, verla durante la muerte de Superman (y que cada ser humano y su abuela salieran de una alcantarilla para decirme "esa no es Supergirl, es Matrix", fuera lo que fuera esa tal "Matrix"), durante el suplicio de Bendis y durante el otro suplicio de Death Metal. Según Tom King, Supergirl tiene como quince orígenes distintos, y son todos medio un quilombo. Con Woman of Tomorrow se propone a encontrar la esencia del personaje, y confía en Evely y Lopes para que la capturen del éter.
Si en otros de sus libros los protagonistas se desesperaban por alcanzar una suerte de felicidad a costa de perderse a sí mismos (como en la desoladora y melancólica Mister Miracle), acá esa postura se ve enfrentada a una fuerza de voluntad y esperanza inquebrantable. Ruthye y Kara atraviesan ese camino juntas y, por supuesto, le dejan al lector las conclusiones. Un clásico afano de Tom King: uno chorro que roba pero hace.
Aprender, comprender, facultarse, darse cuenta
Por Gonzalo Ruiz
“Nothing is everything,
everything is nothing.”
The Who (P. Townshend) - Let’s See Action
Tener curiosidad es tanto una bendición como una maldición. La bendición es un poco obvia, tal vez lo más palpable que tiene querer conocer cosas. La curiosidad te obliga a moverte, a investigar, a conocer. A su vez, esto yo lo considero una maldición. Es agotador tener que estar encima de algo constantemente, pasar de la historieta al libro, del libro al disco, del disco a la película… llega un punto donde necesariamente le soltás la mano a algo. Personalmente, estoy viendo muchas menos películas y leyendo menos libros que hace, no sé, cinco o seis años. Al contrario y en perfecto equilibrio, leí muchas más historietas en ese mismo período.
El secreto del mago está en el equilibrio, en no irse de mambo con una sola cosa mientras se descuida otra. Sobre todo porque, el arte (dicho esto como un todo) es un mosaico interminable donde todas sus disciplinas tienen uno (o más) puntos de conexión. La historieta, y la pongo de ejemplo porque es de lo que hablamos principalmente, no debe leerse de forma apartada del resto del mundo, como una sola cosa mientras el resto no existe o es menor. No se puede criticar una historieta como eso y nada más, sin prestar atención a lo que ocurre en sus márgenes, su contexto e idiosincrasia. Y esto, en cierta forma, también es una bonita herramienta para generar nuevos enlaces, desconocidos para uno mismo, al menos.
Hace poco tuve la dicha de leer el primer integral español de los Fabulous Furry Freak Brothers, la máxima creación de Gilbert Shelton. Sabía que me iba a gustar de antemano, no solo porque conocía de antemano el estilo de dibujo, sino por los temas que tocan sus aventuras: la droga, su caracterización paródica del hippismo, la necesidad de los outsiders de sobrevivir como sea, hacer lo que sea por un faso o un gramo. Leer este tomo reconfirmó mis sospechas, además de que me hizo encontrarme con un cómic inteligentísimo, muy gracioso, satírico pero con la peor de las ondas para con el gobierno yanqui de finales de los 60. No es tampoco una glorificación o una condena sobre el consumo de estupefacientes como recreo para un puñado de nabos sin ambiciones. Es simplemente un retrato realista de las juventudes desenfrenadas woodstockeanas, con el porro o un puñado de anfetas como motor, que de tan verosímil (más allá de las locuras imposibles que hacen los Brothers) no termina nunca de envejecer, porque esto pasó y lo sabemos.
El cebamiento me hizo buscar cosas similares y terminé con un libro que tenía en mi biblioteca esperando su momento para ser leído: Inherent Vice de Thomas Pynchon. Con la obra de Shelton fresca, me fue inevitable ver los puntos en común con esta novela escrita en el siglo XXI pero con el foco puesto en los 70, con un detective privado hippie. Sí, en un acto de deconstrucción, Pynchon fusiona a Raymond Chandler con Freewheelin' Franklin Freek. No hay chupi, sino infinidad de tucas y enfermedades venéreas desperdigadas por todo LA. Lo mismo que hacen los Furry Freaks pero en Nueva York. Parece una pelotudez, pero el libro se me hace muy disfrutable con esta proximidad, como si fuera un acompañamiento conceptual del cómic que leí hace unas semanas.
Si tengo que pensar cómo se construyó mi camino hacia este cómic, me tengo que remitir a la curiosidad. Veamos: Escucho a los Beatles básicamente desde que existo y me encantan. De grandecito me entero que en el 65 conocieron la marihuana gracias a Bob Dylan y a partir de ahí comenzaron a fundirse con la contracultura hasta llegar a los hippies, que empezaron a aparecer apenas dos años después de esa fumada iniciática. Me interesan los hippies y su forma de ver la vida, sus gustos y consumos. Me interesan más. Escucho más música con esa onda. En paralelo había empezado a leer cómics, tengo 10 años y me copan los superhéroes. Ocho años después me engancho con historietas “adultas”. Algunas de estas hablan de todo este racconto que acabo de hacer. Una de ellas es, por supuesto, Fabulous Furry Freak Brothers. Así como la araña teje una red que va creciendo y con ella se puede alimentar, yo tejo una red pensada para otro tipo de consumos, con una pata puesta en mis gustos, pero con otra posada en las ganas de aprender sobre algo nuevo.
Aprender no es fácil, y no me refiero solamente al hecho de tardar en dominar algo. De bebés tardamos mucho en aprender a hablar o a hilvanar una frase coherente (tengo 31 y todavía me cuesta…). Hay que ponerle onda al asunto, practicar constantemente lo que queremos aprender. ¿Cómo se aprende a divulgar? Una respuesta fácil, obvia y vaga sería decir que eso se hace en la facultad (que igual es cierto), pero también se hace con la práctica. ¿Cómo se practica? Leyendo. El paso más fácil y obvio es leer lo que nos gusta, tratar de interpretarlo a nuestro modo y comunicarlo. ¿Y después? Viene lo más difícil: ampliar el horizonte.
Digamos que acá nadie hace notas pautadas, básicamente porque nadie nos paga, Bastante con que las editoriales nos manden los .pdf de sus novedades para ver si da reseñar. Sacando esto de la ecuación, uno tiene a escribir de lo que sabe, de lo que le gusta, de lo que le genera comodidad. Y no siempre (esto también es un mea culpa, no piensen que señalo con el dedo a nadie, a lo sumo me señalo yo primero) se cruza ese Rubicón donde está el desafío, lo que todavía no conocemos o lo que elegimos prejuiciar. Yo siento que no sintonizo con la onda de las historietas publicadas por la editorial Columba en tiempos pretéritos argentinos. Tampoco sintonizo, a título generalizado esto, con historias “de época”, semidocumentales. Me aburren, ninguna profesora de historia logró despertar un interés por lo que pasó en el mundo, salvo contadas cuestiones que me coparon por otros motivos.
Así y todo, me dejé llevar (también ayudó el bajísimo precio) por una edición patagónica de Cabo Savino, personaje creado por Carlos Casalla. ¿Qué hago leyendo una historia de malones y fortines en la pampa argentina? ¿Desde cuándo me copa la gauchesca? Pero acá estoy, copado fuerte con unas historias escritas y dibujadas a principios de los 80, con un dibujo ágil, estilizado, realista que sabe reflejar la Pampa como nadie hizo. Nuestro propio western (género que tampoco me copa demasiado, salvo Peckinpah) me estaba esperando en una mesa de saldo, con ganas de sacarme unos cuantos prejuicios. Hoy no soy el fan número uno de Casalla o de Cabo Savino, ni me mandé a Columberos para buscar los integrales digitales que arman con el personaje. Pero cierto es que quebré una barrera, y algo que antes elegía ningunear, ahora lo abrazo y lo hago parte de mi gusto.
Tener curiosidad es una bendición y una maldición, que a veces son lo mismo. Hace que sentarme a escribir cada quince días sea tanto un placer como un sufrimiento, sobre todo cuando no tengo nada interesante para contar. Ahí es donde también la curiosidad es un combustible improbable. Como el Silver Surfer, estamos boyando, atrapados por las ganas de conocer más de lo que podemos abarcar. Hay gente a la que le angustia saber que se va a morir sin haber podido conocer todo lo que quiere. Para mí es al revés: me emociona saber que tengo un mundo infinito para conocer. Me pone contento saber que tengo muchos cómics (y libros) “must have” por leer, o muchos discos por escuchar. La maldición se hace bendición. Ojalá les pase lo mismo: esto mantiene viva la llama interior que nos ayuda a vivir felices.
Y eso es todo por hoy. Si te interesa recibir cada quince días el newsletter, podés suscribirte con el botón de abajo. Además, todas las entregas anteriores pueden leerse en el archivo.
También nos podes dejar un comentario acá:
Como si esto fuera poco, ya está a la venta el libro que recopila lo mejor de nuestro primer año en la web. Editó Rabdomantes Ediciones y se consigue a través de la editorial o en comiquerías especializadas.
Y también podés seguirnos en nuestras redes sociales:
¡Nos leemos!