Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto Gonzalo habla (y se ceba) acerca de dos cómics musicales de una gran dupla argentina.
Muñoz, Sampayo y el sonido del dibujo
Por Gonzalo Ruiz
Para Javier Martínez, el último poeta que nos quedaba.
La música también se lee. Y no me refiero a algo literal como leer una partitura, donde los sonidos se plasman en imágenes que se pueden codificar de forma universal para ser interpretados. En cierta medida me refiero a las letras de las canciones, donde nos podemos encontrar con verdaderos poetas que dejaron lo mejor de su imaginación al servicio del entretenimiento. Estas letras no solo reflejan el pensamiento de su demiurgo, sino que también generan climas, sensaciones (sobre todo si están acompañadas por un sonido acorde) que tranquilamente pueden ser descritos y volcados en un texto. En otra medida me refiero a los libros sobre música y músicos… también les dicen libros biográficos. Hay músicos que vivieron mil vidas, incluso cuando su paso por la Tierra haya sido más bien breve. Mil vidas reflejadas en sus voces, instrumentos, letras. Vidas por demás interesantes. Algo que dos argentinos exiliados supieron aprovechar muy bien.
Para todos, José Muñoz (MunDios para los amigos) y Carlos Sampayo son sinónimo de Alack Sinner, uno de los personajes historietísticos más interesantes de las últimas décadas. El detective neoyorquino creado en Europa por dos sudamericanos fue un hitazo que supo apreciar todo el mundo. Pero claro está, no fue el único trabajo realizado por la dupla, que no solo supo divorciarse y trabajar con otra gente, sino que además crearon otras historias. Dos de ellas hablan de estos músicos interesantes mencionados en el párrafo de arriba.
Qué llevó a la dupla a hacer dos historietas dedicadas a Billie Holiday y Carlos Gardel es algo que no sabemos, aunque podemos deducir la mano de Carlos Sampayo detrás de ambos proyectos, porque además de guionista es bastante más reconocido como novelista y crítico musical centrado en el jazz1. Me puedo atajar con la repetición y decir que, sí, tanto “Lady Day” como el “Zorzal criollo” tuvieron vidas muy interesantes (lo cual es cierto) con más sombras que luces. El primer acto de genialidad que genera el guión es que, ambos cómics no siguen un lineamiento ordenado sobre los aspectos biográficos de cada figura, sino que agarran lo más interesante o jugoso de cada uno y le dan un sentido más enrevesado y disfrutable que contar cómo nacieron, crecieron, llegaron al estrellato y murieron.
“Billie Holiday” es una mezcla de una investigación periodística y un spin off de Alack Sinner. La historia arranca en 1989. Un periodista prepara un perfil biográfico/homenaje de Eleanora Holiday Fagan (el nombre real de Billie) por los 30 años de su deceso. No la conoce, y junto a él observamos fragmentos de una vida ya fragmentada, rota. La vida de Billie es una mierda absoluta desde que nació hasta que murió, un campo minado donde caminó y bailó una frágil alma de voz impactante. Nuestra Lady Day no conoció el amor, apenas sí el respeto y un puñado de amigos fieles en medio de violaciones, fiolos y persecución policíaca por negra y falopera, dos crímenes imperdonables dentro de Estados Unidos. En medio de esta investigación, otro personaje sirve de puente entre el pasado y el presente, y no es otro que nuestro rubio y fornido detective favorito, que jura haber conocido a la cantante cuando era un nene.
Por su lado, Carlos Gardel practica una narrativa similar, pero con un giro por demás interesante. A principios del siglo XXI, un programa de televisión que se dedica a investigar mitos argentinos arma un debate entre un fan acérrimo del cantante de tangos y un sociólogo encargado de denostar la figura. Los espectadores miran atónitos la discusión, sobre todo un viejo llamado Merval, que jura haber conocido a Gardel… y de haberlo asesinado y posteriormente suplantarlo. Sí, en este caso, Sampayo arma una historia alternativa apoyándose en lo incierta que fue la vida del tanguero. Acá lo vemos, también en flashbacks, entablar relación con lo más rancio del poder argentino (absolutamente conservador y corrupto) y con los movimientos socialistas; también vemos su relación con las mujeres y la cierta ambigüedad que generaba por culpa de la devoción a su madre… y por supuesto lo incierto de si nació en el Abasto, en Toulouse o Tacuarembó.
No se me ocurren dos artistas más idóneos que Muñoz y Sampayo para retratar estas vidas repletas de (y perdón por repetir la obviedad) claroscuros. No solo por el gusto musical o por la originalidad, sino porque saben traducir a imagen y palabras lo intrincado y sonoro que posee la música. Hasta la fecha, los cómics no pueden emitir sonidos, nuestro cerebro sabe interpretar que las palabras que leemos son diálogos (o una narración) y que las onomatopeyas representan el sonido diegético de la vida (o de los golpes propinados). Lo mismo si vemos dibujado un pentagrama con notas: si uno sabe leer partituras, puede entender qué está sonando. Pero lo más difícil de traducir o representar son los climas que genera en este caso la música. Cualquiera que alguna vez haya escuchado una canción (de lo que sea, no necesariamente de las dos figuras hoy mencionadas) sintió algo especial más allá del “me gusta/no me gusta”. Algún sonido dispara un recuerdo feliz, una melancolía o una total tristeza. Hay algo que nos mueve y que, capaz, la historieta al ser estática no puede generar (aunque con esto no digo que el cómic no sea capaz de conmover, vaya que hay historias que me sacaron más de una lágrima), no al menos con un efecto inmediato como puede generar un La al aire. La magia, el poder de estas dos historietas está en que te conmueven incluso con leer las letritas inmóviles que representan la letra de alguna canción.
La voz de Billie Holiday es impactante. Por su potencia, porque refleja la dureza de la vida realmente sufrida… y a su vez está envuelta, por momentos, con una dulzura cautivante, sofisticada y que enamora. Todo esto se combina de una forma que envuelve a Lady Day con un halo de misterio, incluso aunque se sepan al detalle cosas escabrosas de su vida. Algo que no pasa con nuestro crédito local, del cual desconocemos su país de orígen o su orientación sexual. Gardel ES misterio. Todo lo que tiene que ver con él, a título personal, es pura especulación. Lo único certero es su talento y lo que su voz les genera a sus millones de fanáticos ayer, hoy y siempre, lo cual explica por qué se sigue hablando de él a más de 100 años de su aparición.
En estas dos diferencias que presentan ambos cantantes es donde elige pararse muy sabiamente Carlos Sampayo para escribir los guiones. Que Billie Holiday se convierta en una investigación periodística y que Carlos Gardel sea un noir (con alteraciones de la realidad, una licencia que se toma Sampayo pero que le calza más que bien) es una gran forma de abordar las biografías sin caer en lo lineal. Centrarse en un cierto período (como en la historia de Gardel, que solo relata sus últimos años), sumarle un condimento que va más allá de las vidas reales, es decir, enmarcar la realidad en un contexto ficticio, hace de la lectura una más dinámica, cosa que no ocurre en un relato que empieza en un punto A y termina en el B sin desviarse de la norma. Acá se va y viene. Por momentos el resultado peca de caótico, sobre todo en Billie Holiday, que en cierto modo no presenta una “trama” en el sentido estricto, no hay un misterio real en la investigación periodística más allá de involucrar al querido Alack. En ese aspecto, Carlos Gardel es un cómic mucho más resuelto y fluido, además de que los personajes y las situaciones ad-hoc de la historieta funcionan a la perfección.
El jazz y el tango se sostienen, más allá de la musicalidad, con los (no sé cuántas veces dije esta palabra) climas y las sensaciones. Una voz segura y honesta que habla de recuerdos, sufrimientos, el pasado, el barrio o ghetto, el Harlem de los negros o la San Telmo de los marineros y las putas. Dibujar o ilustrar esos paisajes es fácil, pero imprimir ese sentimiento de nostalgia, transmitir lo mismo que uno escucha, no tanto. Es un Olimpo que poquísimos dibujantes y guionistas lograron alcanzar. José Muñoz y Carlos Sampayo sí pudieron. Brindo por ellos, por el Zorzal y por la Lady Day.
Y una vez más, brindo por Javier Martínez. Sin Manal hoy no podría generar una transición perfecta del rock al jazz, al blues o al tango. Gracias por la poesía, maestro.
Si alguna vez sienten dudas, escuchen “Porque hoy nací”. Ahí está todo. Y cuando digo todo, es todo.
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Recomiendo mucho su libro Discografía personal del jazz (1920-2011), publicado por Gourmet Musical, donde el maestro habla de sus discos favoritos en todo ese bruto marco temporal. Ideal si querés descubrir nuevos sonidos.
Muy bueno Gonza, gran nota!