Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Gonzalo celebra a un gran mangaka español, y Matías (muere de camino a su planeta, no sé, me re olvidé de escribir esta parte).
Las redes invisibles que forma la historieta: Metamorfosis BL de Kaori Tsuritani
Por Matías Mir
Esta semana, gracias al Japanese Film Festival Online, pude ver Metamorphose no Engawa (Kariyama Shunsuke, 2022), la adaptación de un manga de cinco tomos cuyos primeros capítulos recordaba haber leído durante la cuarentena hace más o menos una vida. Recordaba vagamente la trama original, pero lo que me terminé encontrando superó con creces el preconcepto que tenía de esta historia simpática. Yo pensaba que esto se trataba sobre fanáticas del yaoi. En realidad, se trataba sobre el potencial emocional, inspirador y social de las historietas.
La obra original, que se publicó entre 2017 y 2020, trata sobre cómo la estudiante de secundaria Urara (de 17 años) se hace amiga de la señora Yuki (de 75 años) a través de la fascinación descubierta de la anciana por el BL (Boys Love, o sea, manga de romance entre hombres). Ese es el pitch que te vende la serie: cómo conectan una piba y una vieja gracias al fanatismo por los mangas de homosexuales. Y eso te engancha lo suficiente como para seguir leyendo/viendo, porque abre varias puertas interesantes: cómo percibe la señora esta clase de libros, la idea subyacente de que los manga de demografía femenina pueden unir a las mujeres sin importar su edad, las asperezas entre ambas cuando algunos títulos se ponen picantes… Hay un tabú ahí, una vieja viuda que lee romances de gente joven y encima gay, pero al abrir ese tabú es que encuentra un espacio muy wholesome, muy lindo basado en la conexión de la gente con el arte, sin importar qué arte sea, y cómo eso sirve de excusa para hacer que se relacionen almas afines.
Y eso sería todo, pero Kaori Tsuritani no se queda en el concepto y roba con eso, sino que aprovecha que ya entraste para hablar sobre otra cosa: el poder de las historietas. Enfocándose siempre en el manga pero sin miopía, Metamorphose no Engawa (o como se lo llama internacionalmente, Metamorfosis BL) va expandiendo su reparto de personajes y de situaciones para mostrar un panorama variado sobre todas las partes en las que los libros interactúan con las vidas de las personas. Urara trabaja a medio tiempo en una librería. Ella y Yuki se vuelven fans de un mismo título BL. La autora de ese manga, su asistente y su editora son personajes. La asistente también hace fanzines (doujins) que cada tanto vende en convenciones. ¡Hasta hay un personaje que maneja una imprenta!
Quizás me interpela tanto todo esto porque apela a uno de mis mayores fetiches: las experiencias lectoras. O sea, qué le pasa a la gente por la cabeza después de leer un libro. En qué afecta su vida. Qué hace a partir de ahora con eso que leyó y cómo moviliza así a un sistema invisible de influencias. La historia de los libros es por sobre todo la historia de la lectura, porque si no solo sería la de una deforestación muy creativa. Vos lees algo y eso te impulsa a hacer algo. A mí me impulsa a escribir esto. A vos, a leerlo.
Lo hermoso de Metamorphose no Engawa es que hace que todas esas redes invisibles queden expuestas. La cosa se prende cuando las circunstancias llevan a Urara a decidir que va a producir un fanzine para vender en una convención a pesar de que es una completa amateur. Su inspiración, por supuesto, son todos esos BL que consume, pero también sus experiencias (o falta de ellas) y su relación con Yuki. Y es hermoso verla comprar herramientas de dibujo usadas, aprender a usar una pluma con tutoriales de Youtube desde el celu, ir a prueba y error a cada paso del camino para producir doce míseras páginas que parecen imposibles de terminar. Y después, claro, la odisea de llegar al evento, poner su media mesita con una sola revista agarrada con dos ganchitos, ver que está rodeada de artistas con mucha más experiencia y mejores stands y pensar “para qué mierda hice todo esto”. Es traumático, bello, triste y sumamente forjador, y no puedo dejar de recomendarle a cualquiera que pretende hacer arte en esta vida que se someta a una experiencia similar para ganar un poco de humildad y de desacralización de su propio trabajo.

Pero encima la magia no termina ahí. En paralelo a Urara, la autora de su BL favorito tiene toda una subtrama acerca de cómo está bloqueada y no sabe cómo terminar la historia de romance entre sus personajes sin caer en un final feliz genérico. Las frustraciones de esta artista profesional y veterana se cruzan con las de esa pobre chica que está esforzándose por hacer una primera historieta digna, de nuevo mostrando cómo estas experiencias con la historieta (primero desde el lado lector, ahora desde el lado creador) son universales.1
Y la genialidad cierra cuando, por supuesto, a la autora le llega ese fanzine y la inocencia que desprende esta obra casera y honesta le hace click para poder concluir su propia serie, cerrando el círculo de influencias y demostrando que cualquier historieta, sin importar lo amateur que sea, si fue hecha con honestidad, tiene al menos un lector ahí afuera al que puede interpelar.
Metamorphose no Engawa es mucho más que este hermoso tapiz de relaciones marcadas por la historieta, claro. Sobre todo el manga tiene muchísimas más subtramas, personajes que existen por fuera de ese drama puntual (pero que igual lo influencian) y, principalmente, otros temas: la vejez digna,2 el duelo, la incertidumbre, la búsqueda de una identidad…3 Personalmente, me terminó gustando mucho la película, que en su espacio limitado hace énfasis en el arte y se inventa formas muy creativas de conectar las temáticas y los episodios aislados de la obra original (y tiene una hermosa dirección y a dos actrices increíbles dando la vida). Y lo mejor que tiene es que preserva y potencia la idea original de Kaori Tsuritani, su postura firme ante el cinismo. Que no hay con qué darle, la historieta es lo más lindo que hay.
Los Campeones Eternos de Victor Puchalski
Por Gonzalo Ruiz
Me acuerdo del impacto que me generó la tapa, la vi medio escondida en la vidriera de una comiquería del microcentro porteño. Una suerte de publicación con tamaño magazine de color amarillo, con muchos bichos deformes al costado, y en el medio, un monstruo violeta con una pija gigante y venosa. Todos dibujados como si fueran muñecos de He-Man. La revista tenía el nombre más ganchero, poderoso y alucinante de la historia: KANN AND THE HEAVY METAL LORDS OF WAR. Era un cuaderno plegable, una marcianada absoluta de historieta como si fuera un plano secuencia.
Año 2017 y descubría, sin ponerle un nombre concreto, el concepto de “outlaw comics”. Historietas desbocadas, completamente lejos del concepto de elegancia, o más bien, abrazando lo rupturista y virulento como modelo de elegancia. Sangre, tetas, culos, pijas, sexo sin amor, escatologías, puteadas. Violencia bien entendida. Un gran exponente es el ídolo Benjamin Marra, pero hoy vengo a celebrar al maestro valenciano Victor Puchalski.
No es mucho el material de Puchalski que llegó al país, problemas de enamorarse de un artista underground que (se) publica bajo esas reglas estéticas. Algo ligué con el paso del tiempo. Y sobre estas cosas quiero presentar a un artista a cuya obra vale la pena llegar, aunque desde acá sea medio un palo en el culo. Este es, probablemente, uno de los problemas al que más nos enfrentamos los divulgadores que elegimos como materia de estudio a cosas que no están en publicaciones más mainstream o de edición nacional. En cierto punto, es un manijeo pensado para que, si muchos se ceban con esta lectura, se pueda pedir ediciones nacionales del amigo Victor. But I digress…
Resulta increíble que Enter The Kann sea una opera prima, por su extensión, por la cantidad de mundos que encierra en sus páginas… y porque está buenísima. 200 páginas con mucho amor por la ultraviolencia, las artes marciales y la historieta como medio. Victor la hace fácil: cuenta una historia básica y repetida del cine oriental de acción (un combatiente que pelea de forma escalonada con varios maestros hasta llegar al Maestro de Maestros) para que la espectacularidad del relato caiga por completo en el dibujo. Aunque decirle “dibujo” le queda chico. Puchalski ilustra como los dioses, le rinde tributo al mejor manga (y al arte oriental en general) de los años 70, a Jack Kirby, a Paul Gulacy (otro abanderado del violence comiquero junto a Doug Moench), a los MOTU de los 80, a los artistas underground…
El cómic está dividido en varios capítulos donde cada uno tiene un estilo de dibujo distinto, todo bien estudiado y ejecutado, un sacerdocio profundo donde la travesía de Kann cruza una buena parte de la historieta de mitad del siglo XX en adelante, occidental y oriental. La belleza que mencionaba más arriba, relacionada con la violencia, acá está presente pero por la perfección del dibujo, y sobre todo porque Puchalski no se limita a imitar, con el perdón del juego de palabras. Victor trabaja sus influencias y las aplica en un dibujo muy autoral. Ves a Gulacy pero también ves a Victor Puchalski, un efecto de liminalidad de estilos que resulta en este español desbocado de violencia y poesía. La importancia de la estética es fuerte en Enter The Kann. En una entrevista, Victor dijo:
No me interesa esa tendencia de algunos a la supremacía del “que me cuenten algo”. Me interesa el “cómo contarlo”. A estas alturas de la partida, la fuerza de algo reside ahí [...] por eso, tan importante como el color, es el lenguaje. ¿Por qué no subir el volumen un punto más cómo hago con el color?
Y esto, creo yo, explica todo el espíritu de este cómic.
Aún así, y con riesgo a contradecirme, Puchalski no encontró su voz hasta 2021, cuando lanza un Verkami (un sitio de mecenazgo español) para lanzar de manera digital La balada de Jolene Blackcountry, personaje que había presentado en otro magazine de 2017, editado por Autsaider4. Para Victor, esta historieta doble se define como “manga, stoner y Métal Hurlant”. La definición le queda pintada. Las dos historias son una jodorowskeada dibujada bajo un filtro de Leiji Matsumoto, full setentas, con In search of space de Hawkwind como banda sonora incidental.
Con una particularidad: estas dos historias salieron exclusivamente en formato digital, y las páginas están apaisadas con una única viñeta por página. Esto, sin embargo, no es economía de guerra, Victor explota su potencial de mangaka en cada página/cuadro/frame. Maneja a la perfección el equilibrio entre cierto realismo con los fondos y un trazo ligero, escuela Tezuka a full al servicio de una historia fumada con ribetes psicodélicos/filosóficos, una versión manga de El Topo.
En estos dos cómics vemos la obsesión principal de Victor: los guerreros. Tanto Kann como Jolene son guerreros, Campeones Eternos moorcockeanos que representan distintos estilos en sus aventuras. Por el lado del primero está la violencia over the top. Por el lado de la segunda, hay introspección, una idea de búsqueda espiritual donde los “combates” no pasan por las piñas (salvo varias escenas de acción). En ambas figuras hay una intención de progreso en su camino del héroe, siempre triunfante aunque se tarde en llegar. Son implacables, quizás no posean las debilidades que hicieron interesantes a Elric, por ejemplo. Pero su ambición está, su búsqueda por un bienestar personal existe, por más que las intenciones no sean amables.
Mientras tanto, Puchalski sigue en su búsqueda. Hace poco se publicó Kneel!!, historieta que muero por tener en mis garras. Pero en su publicación hay una intención. Victor se considera a sí mismo, a partir de ahora y de Jolene, un mangaka. Encontró su piel definitiva al absorber las influencias niponas (el segundo tomo de Jolene está dedicado a Miura, Takao Saito, Hiroshi Hirata y Sanpei Shirato, ídolos caídos de la aventura adulta) y se nota la soltura y comodidad del trazo. Encontrar la voz es un trabajo que requiere de prueba y error, de ir para adelante y para atrás todo el tiempo, de saber beber de lo que uno lee y mira. La orfebrería comiquera de Victor Puchalski es digna de admiración y ojalá podamos tener más de su material de forma totalmente accesible en Argentina. Nos lo merecemos.
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Y ojo, esto no es Bakuman. Esto no va de cómo Urara se vuelve mangaka, sino de alguien que se pone una meta y se rompe el lomo por cumplirla. Para algunos eso es conseguir seguidores en TikTok. Para otros, es hacer un fanzine mediocre del que puedas sentirte orgulloso.
Ideológicamente opuesto a lo que hace, digamos, Inio Asano en “Tempest”.
En cierto sentido estético me recuerda a cosas como Hirayasumi, en cómo pone el énfasis en los detalles de cada escena que lo vuelven realista, en los gestos minúsculos pero humanos como la forma en la que envolvés en film unos sánguches para comer al otro día o en la idea de que alguien viejo tiene cajas llenas de vajilla que ya ni usa. ¡Encima Hirayasumi también trata (en parte) sobre la relación entre alguien joven y una anciana!
Quienes, dicho sea de paso, son los que editaron los dos cómics de Kann y esta primera versión de Jolene.
De Victor Puchalski no puedo decir nada más que: lo agrego a mi enorme txt de próximas lecturas, no he leído nada suyo, me cebó la reseña y me dan ganas de leerlo cronológicamente para ver cómo evoluciona hasta su etapa más mangaka. Otra lectura futura asegurada el manga de Tsuritani, vi la película sin saber que era una adaptación de un manga y me pareció hermosa. Saluditos!