Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En esta entrega, Gonzalo se entrega a una epopeya underground inglesa y Matías encuentra una rareza de la historieta nacional.
Las Aventuras de Luther Arkwright: ¿A qué suena la revolución?
Por Gonzalo Ruiz
Más cool que Jerry Cornelius no existe. La respuesta con flavour Swinging London de Michael Moorcock a James Bond, pero con diferencias cruciales. Jerry es un seductor innato, un agente infalible que toca la viola como nadie y es muy canchero. La diferencia más grande es que Cornelius es un agente del caos, su agenda no responde a la de la monarquía o el MI6. Jerry Cornelius juega para Jerry Cornelius, la versión new wave de los espías, el hijo pródigo de un escritor que está más emparentado en su modernización del sword and sorcery gracias a personajes como Elric o Corum, la saga de los Campeones Eternos. Cornelius es un personaje moderno, cuyas novelas desafiaron las convenciones de la escritura de su momento (Moorcock contó que los editores de “El programa final”, la primera novela del personaje, consideraban al libro muy “freaky”) sin ser un libro necesariamente canónico o fundamental para entender la vanguardia inglesa. No hace falta, tampoco: dejó su huella.
Tal vez la más “mainstream” sea la de Gideon Stargrave, uno de los alter-ego del King Mob invisible, que en realidad era un personaje underground que había creado Grant Morrison a finales de los 70 y que le trajo problemas con Moorcock, quien acusó al escocés de plagio (qué mufa la de Morrison: siempre tuvo problemas con sus ídolos). Pero también está Luther Arkwright, el héroe underground creado por Bryan Talbot.
El derrotero de Luther (el de Talbot, más bien) es el mismo que padeció la historieta británica underground, un camino plagado de baches y trabas que te incita a querer trabajar para el mainstream yanqui o abandonar cualquier atisbo de creatividad revulsiva historietística. Con decir que Talbot tardó diez años en contar el desarrollo y final de una historia que debutó en una antología llamada Near Myths, alcanza y sobra para entender lo difícil que es ser un artista local por fuera de la 2000 A.D.. La Near Myths se canceló con la historia apenas empezada, y esto podría haber significado el final de no ser por Serge Boissevain, editor de aquellos que apostó (económica y anímicamente) por el artista y para la conclusión de una épica retorcida.
Es difícil explicar qué es lo que pasa en Las aventuras de Luther Arkwright (tal es el nombre de la edición española de Astiberri del 2016, un integral precioso de gran tamaño) de forma concisa y vendedora, principalmente por lo idiosincrático que es Talbot. No creo que haya un cómic más british que este, más allá de las implicancias sci-fi de la historia y su desarrollo. Estamos en una serie donde el multiverso y las variantes de las personas son una posibilidad, y Luther Arkwright es único, no tiene una contrapartida paralela y encima puede moverse entre los distintos universos. A lo Cornelius, es un agente infalible con habilidades psíquicas muy poderosas, con gran manejo de armas y que responde ante W.O.T.A.N., una organización que está tras el fuegohielo, el mcguffin del día. De hecho, casi todas las cosas que se cuentan son accesorias para que la trama avance pero sin darle importancia. ¿Qué hace W.O.T.A.N.? Deducimos que controlan las ramas multiversales ante cualquier imprevisto. En medio de la historia hay una guerra civil en una Gran Bretaña donde Luther es un peón esencial para la rebelión.
Pero Las aventuras de Luther Arkwright es mucho más que un cómic bélico-sci-fi-multiversal: es la conjunción perfecta de obsesiones artistico-vanguardistas que influenciaron a Bryan Talbot, desde Moorcock y los cut-ups de Byron Gysin y William Burroughs hasta Gustav Doré y Jim Steranko, pasando por el cine de Leone y Peckinpah, el Garage Hermético de Mœbius1 y la Métal Hurlant, el sword and sorcery de Alfred Bester y la limadura de Robert Anton Wilson. Luther Arkwright es una historieta personal y espiritual, es el resultado final de una sumatoria de búsquedas que responden a una necesidad: la falta de historieta adulta en el Reino Unido, según Talbot. Una nueva madurez comiquera que todavía no empezaba a florecer (estamos hablando de un cómic de principios de los ochenta, no habían empezado las Invasiones Británicas y faltaban diez años más para la fundación de Vertigo).
Lo de espiritual no me parece algo suelto. De hecho, y esta es una apreciación totalmente personal, los mejores momentos del cómic son aquellos que dejan de lado la aventura para adentrarse en conocer a Luther Arkwright, personaje absolutamente misterioso. Sin madre o padre, Arkwright es un errante que buscó la verdad y una razón de ser en la droga, en el hippismo, en la religión. Es la historia de una búsqueda en la historia, de por qué es la persona más importante de todo el multiverso, él y no otro. Una suerte de mesías (de hecho, en un momento obtiene poderes y logra sanar a un par de rebeldes en la previa a la guerra civil). Es raro ver una historieta profunda en un momento hedonista y posmodernista de la Historia. También es raro ver, a mediados de los ochenta, una historieta que prescinde de varios elementos narrativos propios del cómic (líneas cinéticas, globos de pensamiento, onomatopeyas). La intención de hacer una historieta adulta para Talbot en esos años significaba dejar de lado algunas cosas que hacían a la historieta mainstream para chicos. (De hecho, hay pocos globos de diálogos y muchísima voz omnisciente). Sin ir más lejos, en una entrevista que le hace Stephen Bissette, Bryan cuenta que buscaba dibujar “con un nivel de calidad propio de un trabajo de ilustración, no con el estilo “abreviado” prevalente en la mayoría de los cómics de superhéroes de la época”.2
Lo cual se aprecia a lo largo de las páginas. Más allá del fuerte cambio de estilo (producto de los años que separan las primeras páginas de la obra), hay una búsqueda artística muy fuerte que va de la mano con la espiritual. Unos collages que remiten a cuadros renacentistas adornan muchos momentos introspectivos donde ocurre eso que mencioné antes, el conocer a Luther lo más que se pueda. Su vida, igual, es una incógnita, y su misión también. No importa, porque estamos en presencia de una historieta disruptiva que descolocó a muchos por su forma de contar lo que cuenta y lo que elige contar, algo no menor. Esto va más allá de una aventurita entre buenos contra malos por la conquista del poder y una trama de conspiraciones multiversales. Esto es un arte transformativo, repleto de influencias liberadoras, que enseñan que artes quizá más pueriles como la fantasía o la historieta en realidad tienen capas y capas de complejidad.
También es un desafío en si mismo, por la cantidad de información (no me quedan dudas que Alan Moore, fan de Talbot, robó mucho de acá para sus inserts de información muy presentes en Watchmen o League of Extraordinary Gentlemen) que sirven para ilustrar los miles de universos que colapsan por el fuegohielo y su manifestación. Arkwright tiene que moverse entre realidades caóticas, el final de la civilización occidental, de la misma forma que Cornelius en “El programa final”. La diferencia es que Cornelius se siente como un pez en el agua en ese ambiente, mientras que la parábola del final por causa de la guerra fría no está latente en Las aventuras…, más allá de lo fuerte que se respira el clima opresor thatcheriano, muy presente en quién tiene el poder en la Gran Bretaña ficticia y multiversal. De hecho, el mojón de una mujer poderosa queda en manos de un cameo de Octobriana, un hoax underground de los 70.3
La historieta inglesa es una incógnita, más allá de lo mucho que se puede aprender pispeando el semanario 2000 A.D. Podemos ver una fascinación por la ciencia ficción, por el humor ríspido y por tener una legión de artistas del carajo. Pero aun así, con la cantidad de desafíos que presentan muchas de sus historias, no hay algo que busque ir más allá de lo pasatista, de una aventura que se termina y se olvida de acá a dos o tres meses. Luther Arkwright es todo lo contrario, es alguien que se quiere quedar a vivir en tu biblioteca para siempre, y de paso enseñarte un par de cosas más.
Matar a Videla: Cuando Gabriela Cabezón Cámara y Selva Almada hicieron historieta
Por Matías Mir
Es una anécdota conocida que, durante la Segunda Guerra Mundial, un coronel alemán llamado Claus von Stauffenberg organizó un atentado contra Hitler. El golpe fue un fracaso, y él y sus coconspiradores fueron ejecutados. Lo interesante es que, el año anterior, un colega del ejército con quien compartía su código moral también había intentado frustradamente acabar con el genocida. Su nombre era Axel von dem Bussche, y había sido toda su vida un militar fiel a la patria alemana hasta que, en 1942, fue testigo del fusilamiento de miles de judíos y se dio cuenta de que claramente estaba del bando equivocado. Su idea entonces fue muy clara: el día que estaba destinado a coincidir en un evento con Hitler, iba a abrazarlo muy confianzudo con una bomba bajo el saco, y ambos explotarían en mil pedazos. El evento finalmente nunca se dio, y después von dem Bussche recibió una herida que lo dejó internado y con una pierna menos el resto de la guerra. Nadie se enteró de su plan, y vivió para contarla. El pintor Alfred Hrdlicka ilustra con mucho impacto su imagen mental de von dem Bussche: un militar desnudo, en una zanja, rodeado de cadáveres de judíos y dándole la espalda a la ejecución que espera sin miedo, con los brazos extendidos. En sus ojos, no teme a la muerte, sino que la espera decidido.
Osvaldo Bayer comenta toda esta historia en su artículo “La ética de la insubordinación” como una fábula de resistencia contra el terror sin importar del lado que venga. Ya hablamos antes de la obligación moral de matar al tirano, y la historieta de esta semana bebe del mismo río. Como von dem Bussche, se trata de esperar al enemigo con una bomba entre manos.
Me sorprende lo poco que se menciona este dato: allá por el 2014, las populares escritoras Selva Almada y Gabriela Cabezón Cámara comenzaron a idear un proyecto juntas que acabó tomando el formato de historieta. El concepto era explosivo: la historia entretejida de dos mujeres que, en plena dictadura, quedan involucradas en un atentado para matar a Jorge Rafael Videla. Para darle forma gráfica, llamaron a Iñaki Echeverría, un dibujante muy activo del mundo de la historieta pero bastante alejado del nicho y que ya había colaborado con Cabezón Cámara para una adaptación de su relato “Beya: Le viste la cara a Dios”.
El vástago está protagonizada por dos mujeres: Gabriela, una enfermera del instituto psiquiátrico Open Door que es en realidad una guerrillera encubierta, y María, la empleada doméstica del mismísimo Videla. Ambas coinciden en esta institución donde está internado nada menos que un hijo bobo del dictador, Josecito. María quiere cuidar al hijo del patrón. Gabi quiere usarlo para acercarse al tipo y reventarlo. A ambas les conviene que el padre venga a visitar al hijo.
El guion es bastante heterogéneo, porque cada una de las escritoras propone una historia distinta, y después Echeverría se encarga de darles sentido juntas. Cabezón Cámara cuenta la historia de Gabriela, y Almada, la de María. Los eventos, en teoría, están basados en hechos reales. Existe el rumor jamás terminado de confirmar de que Videla tenía, entre sus siete hijos, a uno que lo avergonzaba por oligofrénico y lo mandó a Montes de Oca, un instituto psiquiátrico en tan mal estado y tan mal mantenido que cada se decía que internar a un familiar ahí era mandarlo a morirse. El trío autoral mueve la acción al famoso Open Door (o “el Cabred”), y cuentan que fueron a visitar el lugar real para conseguir buenas referencias (¡mintiendo que eran estudiantes de arquitectura!).4
Esa búsqueda de retratar lo real dentro de la distopía se nota en la puesta en página, donde esos edificios antiguos, esas rejas, esos pasillos desvencijados y baños rotos dominan el relato. Las tintas de Echeverría son inmersivas, pero cuando aparecen las personas oscila entre el José Muñoz más tardío y Marcelo Dupleich, un claroscuro caótico y disperso al que cuesta a veces encontrarle las formas.
El vástago se publicó entre 2014 y 2015 en la Fierro,5 y su lectura se planteó, entonces y ahora, como un desafío. En su momento, definitivamente no la ayudó ser un relato partido en diez capítulos de publicación interrumpida. Tampoco el rotulado horrendo típico de la revista, y menos que menos el hecho de que era una historia acerca de algo tan contraintuitivo como la espera. En síntesis, es una historieta acerca de esperar a que Videla llegue, y todas las cosas que ocurren en el medio. Aparecen el dictador, su mujer, su famoso hijo bobo y varios personajes más, todos envueltos en una tensión que ignoran y que recién en el espectacular final a color se resolverá. Es un desafío a la paciencia de sus protagonistas y también a la de sus lectores, y que se aprecia mucho mejor en la lectura de corrido que en la fragmentada versión original.
Historietas en las que aparece Hitler hay miles, pero no recuerdo haber leído muchas en las que Videla sea un personaje. Entre lo gancherísimo del concepto, lo popular de sus guionistas (y la rareza de su team-up creativo) y el hecho de que inevitablemente entraría en la agenda mediática una obra así (ya puedo ver a la vicepresidenta contenta mostrando a su ídolo y fenómeno barrial representado en las viñetas), me sorprende que jamás se haya rescatado a El vástago en un librito. Quizás estoy avivando giles. Quizás estoy encendiendo una bomba.
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Un dato para nada menor es que Jean Giraud se inspiró en Moorcock (más puntualmente en el “cuarteto” de Jerry Cornelius —tal como se conoce a ese ciclo de cuatro novelas—) para las aventuras improvisadas del Garage Hermético, actualmente recopiladas en un hiper masacote de Reservoir Books.
Talbot, Bryan. Las aventuras de Luther Arkwright, Astiberri (2016) p. 246
Mucho de esto se comenta en una nota para Página/12.
Gracias al imprescindible índice del profe Vázquez por la ayuda para encontrar las entregas, repartidas entre las Fierro #94 y #108.