Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En esta entrega, la dupla encara dos novelas gráficas publicadas por la editorial Pantheon Books de dos indiscutidos próceres de la historieta mundial.
Black Hole: sinfonías para adolescentes traumados
Por Gonzalo Ruiz
En la primera escena de Blue Velvet (la cuarta película de David Lynch, 1986) conocemos Lumberton, una ciudad de ensueño ubicada en Carolina del Norte. Un ensueño que se corta a los dos minutos y medio cuando Jeffrey Beaumont se encuentra con una oreja humana cercenada en medio del pasto. Sin sutilezas pero sin sobreexplicaciones, presenciamos el fin de la inocencia del joven Beaumont, porque a partir de ahí su vida termina involucrada en un descenso a la locura de la mano de Frank Booth (intenso e inmenso Dennis Hopper). La idea del “fin de la inocencia” es un tropo clásico, lo mismo el del pequeño pueblo donde todos parecen felices y contentos pero en sus entrañas se esconde un horrible secreto del que no da hablar. Dos cosas que tienen esta película y la obra maestra de Charles Burns.
Una década le llevó a Burns serializar las 368 páginas de Black Hole, distribuidas en doce revistas (primero por Kitchen Sink, luego por Fantagraphics), un delirio historietístico y alegórico sobre la promiscuidad adolescente. Hay algo en el aire, una plaga, un “bicho” que infecta a adolescentes que se contagian por medio de la cópula y que deviene en impredecibles mutaciones. Esto es el pegamento que une a la trama, dividida entre la caída en desgracia de aquellos jóvenes contagiados y del embole teen reinante en los mid-70's, que es donde está ambientada la historia.
Los 70 y las mutaciones, dos cosas que tienen que ver con Burns y su adolescencia, que trascendió durante dicha década. Él fumaba porro a escondidas en medio de los bosques de Washington, como hacen sus personajes, mientras presenciaba el fin del idealismo sixtie:
“Todavía hay elementos de la cultura hippie. Hay música y drogas, pero hay una falta de idealismo que de alguna manera impulsó el consumo original de drogas y LSD, y toda la idea de la libertad sexual”
(Burns en entrevista para LA City Beat, 2006)
Adolescentes a la deriva, libidos encendidas, jóvenes drogadictos y outsiders, jóvenes deformes. Un gusto adquirido por el bueno de Charles desde su infancia, gracias a la serie The Outer Limits y los dibujos locos de otro Charles, de apellido Addams.
Chris y Keith son dos caras de una misma moneda, la del angst adolescente. La chica popular y el freak, la despampanante joven que acapara miradas y el loquito que busca irse al bosque a fumar faso con sus amigos igual de marginados. Sus caminos se cruzan, la historia puede parecer obvia (el loser que se enamora de la inalcanzable), pero sus vaivenes están marcados más por la tragedia que por una intención de “comedia de enredos”. Chris busca escapar de la soledad de su pueblo (y de las miradas inquisidoras por tener la enfermedad encima), trascender la apatía. Keith solo quiere que la chica de sus sueños se fije en él, una cuestión de castidad también típica en historias norteamericanas que tienen que ver con el despertar sexual. La felicidad es solo con ella y nadie más, incluso cuando conoce a Eliza, una bomba que vive en la casa de dos dealers fumones. Hay atracción, pero no piel, no romance.
No es que Black Hole sea una historieta aleccionadora o con una fuerte carga de moralina. La ambigüedad y lo pecaminoso de los personajes no hace que ellos terminen pagando caro sus acciones, más allá que no hay una luz de esperanza. Las decisiones que toman son una locura (además de erradas) pero no por ello los vamos a ver sufrir como si fuera Reefer Madness. Esto es un coming of age disfrazado de historieta que incluye elementos dramáticos y de ciencia ficción, una historia que versa de la deriva juvenil en medio de una ciudad o poblado opresor.
Sin embargo, el freak power domina y no es motivo de vergüenza. Los bosques son protagonistas involuntarios en esta historia porque los adolescentes lo usan como refugio, tanto los que buscan un poco de diversión como aquellos cuyas deformaciones los obligan a esconderse. Y sí, es un tanto contradictorio empezar este párrafo diciendo que “no es motivo de vergüenza”. Pero Chris busca todo el tiempo romper con ese modus vivendi. Quizás porque no tiene una deformidad notoria, exceptuando por el hecho de que logra cambiar de piel como una serpiente. Para ella no es un estigma, ni siquiera cuando elige quedarse con Rob, que fue la persona que la desvirgó y por ende le pasó el “bicho”. La deformidad de Rob es una boca que habla y revela los pensamientos más profundos, un poco a la manera del “talking asshole” burroughseano1 pero menos escatológico. Ellos podrán esconder su deformidad, pero son conscientes de que todos saben de su condición: eso los obligará a irse de su lugar de comfort, pero saben que teniéndose entre ellos no necesitan más, menos que menos “esconderse”, y empezar de nuevo suena bien para dos acomplejados.
Keith también simboliza no solo a Burns mismo con este stoner que lee cómics de terror bastante chotos (como hacía él en su adolescencia), sino a esas pocas ganas de crecer y mantenerse “auténtico”. Eliza lo interpela y lo calienta, pero él sigue tras su princesa embichada. Él solo quiere una sola cosa en medio de este mundo aburrido post-hippismo, post-Watergate donde todo es un gran engaño, todo es blanco y negro como esta historieta, donde el único escapismo está presente en las drogas alucinógenas (demonizadas) y en el sexo como herramienta afectiva (que a su vez deja una marca imborrable y estigmatizante). Decía que no es un cómic aleccionador y no lo es, Burns deja en claro que cada quién sabe lo que hace, incluso las pelotudeces propias de un adolescente algo atormentado.
Black Hole es una historieta poderosa, no solo por su volmen, sino por su contenido, su crudeza y honestidad. Que no trata de boludos no solo a sus lectores, sino a sus personajes. Una historieta que abraza la oscuridad y la hace tan propia que logra reflejar lo que le pasó a su autor y, en cierto modo, también a cualquiera que haya tenido una juventud un tanto complicada. Al final, uno no se siente solo después de este tipo de lecturas.
“Siempre y cuando uno no confunda el sistema por la realidad”: Asterios Polyp de David Mazzucchelli
Por Matías Mir
En 1991, David Mazzucchelli empezó junto a Richmond Lewis una revista antológica de historietas llamada Rubber Blanket, en referencia a la impresión litográfica sobre planchas de goma. Mazucchelli había estado trabajando durante los últimos años en publicaciones mainstream revolucionando la forma en la que podían hacerse los cómics de superhéroes junto a Frank Miller en Batman: Year One y Daredevil: Born Again, y había decidido que esa dirección artística no tenía nada más que ofrecerle, así que metió el freno, dejó de dibujar durante un año y se enfocó en explorar otras vetas artísticas. Así fue como se cruzó con la impresión artesanal, y la idea de enfocarse en la historieta desde la impresión, desde las tintas sobre el papel, desde la impresión que forman sobre lo físico y lo mental lo llevó a desarrollar Rubber Blanket. En la portada del primer número aparece un hombre caminando siendo perseguido por un meteorito amenazante, una imagen que refleja la primera historieta de la revista: “Near Miss”, sobre un hombre paranoico obsesionado con la idea de que una piedra gigante va a destruir la Tierra, así que tiene que vigilar con un telescopio el cielo todos los días para asegurarse de que no nos lleve puestos el universo. Esa historieta tiene todo que ver con Asterios Polyp, pero para llegar a eso hay que hacer un poco de tarea.
Rubber Blanket duró solo tres entregas, que salieron una por año, y la partida tuvo que ver principalmente con que David estaba cebándose y haciendo historias cada vez más extensas y no tenía tiempo ni espacio. Su idea para la cuarta entrega era un proyecto ambicioso que se le empezó a salir de las manos, así que se dedicó de lleno a eso, con pausas intermitentes para producir la genial City of Glass en 1994, de la que ya escribí en detalle una vez. Ese proyecto inmenso era, por supuesto, Asterios Polyp, la novela gráfica escrita, dibujada, rotulada y diseñada por Mazzucchelli que terminó teniendo 340 páginas y que publicó la editorial Pantheon, en su sello de historietas donde se estaban juntando los más grosos de los grosos, como Daniel Clowes, Marjane Satrapi y Charles Burns. Ganó tres premios Eisner y tres Harvey.
El desafío imposible: explicar de qué trata la obra de David Mazzucchelli y que de alguna forma le haga justicia al libro adentro. En la más absoluta de las teorías, Asterios Polyp cuenta la historia de un arquitecto homónimo que, después de perderlo todo, emprende un viaje sin destino fijo para enfrentarse a sus propias falencias y descubrir dónde fue que todo salió mal. Y eso sería un embole si viviéramos en la más absoluta de las teorías, pero por suerte vivimos en otro lado. Bajo la pluma de Mazzucchelli, el lector sigue dos historias que se cuentan entrelazadas, la del antes de la caída y la del después, íntimamente reflejadas y separadas por el color: Al principio del libro, en el peor momento de Asterios, su vida cian es destruida por un rayo amarillo, por el fuego dorado que consume su departamento, y a partir de ahí es que se parte este libro en sus capítulos “amarillos” (el presente) y “cian” (el pasado), mientras que el autor hace todo lo posible por cuestionar esa dicotomía usando otros colores que acercan y alejan las dos narrativas en una danza precisa y no por eso menos bella.
Y mientras en la estructura pasa eso, en la narrativa están pasando mil cosas más. Es difícil hablar sobre Asterios Polyp en un espacio tan reducido, porque es una historieta tan rica, tan llena de ideas y formas de expresarlas, tan única en su relación con su medio, que necesitaría de un libro entero para hacerle justicia. Sí podemos decir que es una historieta que le enseña al lector a leerla mientras lo va haciendo, didácticamente señalando sus elementos simbólicos en lo gráfico, en los diálogos, en los sucesos que ocurren. Como muy pocos libros que haya leído, construye su universo temático ladrillo a ladrillo, es un acto de malabarismo en el que cada pequeña viñeta, cada globo suma un plato en el aire hasta alcanzar la singularidad narrativa.
Entonces, Asterios Polyp es un cómic que trata sobre un millón de cosas, pero si me tengo que quedar con una para este espacio, sería su énfasis en la introspección humana, en la distancia inconmensurable entre el mundo interno de las personas y en la epopeya de atreverse a cruzar ese abismo para conectar con otros. Fiel a sus excéntricos personajes artistas, activistas, ingenieros y constructores, es una historieta que trata sobre las distintas formas de ver el mundo, un compromiso que asume en lo gráfico, demostrando la realidad interna de cada personaje con un estilo, trazo y hasta color distinto, inspirado por el maestro Saul Steinberg.
Es con eso en mente que Asterios, el protagonista, parece estar todo dibujado con compás, una armonía de figuras geométricas que esconde detrás de una fachada canchera y sobradora a un tipo rígido que busca esa misma rigidez en todo. Asterios es un “paper architect”, un arquitecto experto, el mejor de todos, pero solo en la teoría, porque sus diseños, por imposibles, por inabarcables, por impagables, nunca son llevados a la práctica, un concepto espectacular que le queda perfecto a este personaje, que se siente cómodo en ese lugar, seguro en la perfección de la teoría. “Todo lo que no es funcional es meramente decorativo”, insiste constantemente un tipo cuya funcionalidad jamás fue llevada a la práctica. Todos sus problemas, claro, nacen del afuera, de la interacción con lo real.
Asterios tiene una necesidad patológica por sistematizarlo todo. Como siempre tiene un marco teórico para interpretar la realidad, cree que siempre tiene el control, incluso cuando está claramente equivocado.2 Su tendencia a tener siempre una interpretación para todo, a desmostrar que tiene un esquema para describir cualquier cosa que se le cruce, lo hace un tipo superficialmente interesante pero un goma insufrible cuando lo empezás a conocer, que es lo que le pasa a Hannah, quien se convierte en su esposa.
En una escena particularmente espectacular, Hannah, una esculturista abstracta, le muestra sus obras a Asterios, y él las alaba, celebrando su talento, para inmediatamente ponerse a comentar su interpretación de las obras, completamente alienado del contexto de la obra de Hannah, al punto que termina contradiciéndola y opacándola, todo simbolizado por un foco de luz que suavemente se traslada de ella a él. La sutil violencia de una interpretación vacía.
Otro detalle fundamental de Asterios es que siempre piensa todo en términos de dos. Cuando era chico, se enteró de que originalmente iba a tener un hermano gemelo, que murió en el útero. Con toda su existencia definida por el tiro de una moneda cósmica al aire, la tautológica supervivencia de uno de los dos, se obsesionó con las dualidades, con la idea de que todo es una cosa o la otra, blanco o negro, “A” o “B”. Aterrado por la soledad de perder al hermano que nunca tuvo, por la indiferente existencia que lo salvó a él y lo condenó al otro, busca una semblanza de control definiendo al mundo en sistemas binarios y, lo peor, creyéndoselos. En un contraste magistral, Mazucchelli muestra a Hannah dando una clase de arte en la que explica cómo entre dos objetos puede haber tres elementos si contamos al vacío entre ellos, y cómo después Asterios le menciona “yo no pienso las cosas en términos de tres”. Esa falencia en su percepción acabará siendo su perdición.
El viaje de Asterios en la parte “amarilla” del libro está diseñado para destruirlo. Este tipo rígido, estético y de alta sociedad termina en un pueblo perdido, sin un mango, viviendo en un cuarto desordenado alquilado por una señora creyente de la astrología y lógicas más allá del hermetismo del arquitecto. Sus diseños de papel se deshacen frente al mundo real al enfrentarlo a un montón de personajes, cada uno con una perspectiva incompatible con la suya y que le demuestran, solo con su insistencia rebelde ante el mundo, que existe una realidad por fuera de él mismo, y Mazzucchelli describe esa lenta epifanía con la maestría de alguien que entiende la obsesión por dentro y por fuera.
En Asterios Polyp aparece, casi como un cameo, el protagonista de “Near Miss”. Si leíste el libro, entendés bien su implicancia en la trama, por tangencial que parezca al principio. Pero si no llegaste a ese punto, entonces acá hay algunas lecciones que nos enseña Asterios Polyp: A no creer que nuestra perspectiva única es suficiente para entender el mundo entero; a no pretender tener siempre un sistema a mano para describirlo todo; a no caer en la trampa de las falsas dicotomías; y a saber que existe la historieta perfecta y la dibujó David Mazzucchelli.
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¡Nos leemos!
“The Talking Asshole” es uno de los sketches más famosos de la novela Naked Lunch de William S. Burroughs. La película homónima de David Cronenberg (a la postre, otro que influenció a Burns) tiene una “adaptación” de ese momento tragicómico. Acá lo pueden ver.
Dato de color: me fascina que, en su reseña, Scott McCloud se hace cargo de que su avatar en el mundo de la historieta es demasiado parecido a Asterios: “Un par de lectores mencionaron que Asterios, en sus momentos más pedantes, parece salido de las páginas de uno de mis libros (…). Ya sea que la similaridad sea intencional o no, es una deconstrucción divertida de la clase de hombre o mujer (usualmente un hombre) que cree que puede, de algún modo, meter al mundo entero en una serie de diagramas. Debo admitir que terminé siendo el ejemplo perfecto de esa forma de pensar”.
Como me gusta leer este newsletter, ambas obras las tengo pendientes, pero las adelanto en el txt infinito de futuras lecturas sólo por esta nota!