Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza se despacha a sus anchas sobre Altavista de Fernando Calvi.
El domicilio de la aventura
Por Gonzalo Ruiz.
Con ese título, Juan Sasturain reunió diversos artículos publicados alrededor del mundo con diversas funciones, sean prólogos, comentarios para catálogos de muestras y/o reseñas, dentro de un libro publicado por Colihue en el año 1995. También es el nombre de un artículo del mismo autor, publicado en el número 9 de Medios y Comunicación, en marzo de 1980 donde, a raíz del cambio en la tira de El Loco Chavez, Sasturain teoriza sobre las verosimilitudes que pueden ocurrir dentro de ciertas locaciones. No es que vaya a hablar de eso, aunque bien el tema podría servir para una futura entrega (hasta podría decir que me viene bien para hablar de algo que ya tengo en carpeta) cuando justamente la historieta que traigo a colación trata sobre viajes y muchas, miles de locaciones, pero me quiero agarrar de tan poderoso título para, solo por hoy, resignificar un poco.
La “aventura” como campo temático ha estado (está y estará) en la historieta argentina desde siempre, es el motor de casi todas las obras que uno pueda elegir. Elijas el momento histórico que quieras, la aventura siempre va a estar, escrita de un modo u otro, protagonizada de un modo u otro. La idea de salir a recorrer el camino del héroe planteado por Joseph Campbell figura en personajes, editoriales o artistas, como es el caso, al menos por hoy también, de Fernando Calvi.
La aventura está presente desde su primera aparición en Ediciones de la Urraca con la miniserie de Megaman, superhéroe moldeado a imagen y semejanza de lo que ocurría en los salvajes 90, del lado del hemisferio norte con Image y la avanzada de los “dibujantes solistas”. No quedó solo ahí, al poco tiempo debutó Bruno Helmet dentro de la revista de información bimensual Comiqueando, tal vez con una búsqueda o intención artística distinta (Calvi, vale decirlo aunque obvio sea a la vista de todos, es un mutante gráfico, son pocas las obras que se parecen entre ellas), pero la aventura está ahí todavía, incluso dentro de los momentos más oscuros para el mercado historietístico argentino.
En el año 2006, tras un largo hiato, regresa la revista Fierro, con el apoyo del diario Página/12, en donde artistas clásicos y modernas promesas comulgan en un mismo lugar, y un año después se suma Calvi, por supuesto, con más aventuras bajo el brazo. Pero puntualmente se trajo La Aventura.
Altavista, serializada desde 2007 hasta el 2011 (consta de dos partes, y en la actual encarnación digital de la Fierro se narra la tercera parte) es muchas cosas, pero por sobre todas las cosas es un homenaje a la palabra que tantas veces repetí en este texto. Barragán, el personaje principal, vive aventuras. De eso se trata la obra en cuestión, resumida de una manera muy burda y breve. Pero no vive solo un par de aventuras, sino todas las que existieron, existen y seguramente existirán.
Barragán no es otra cosa que una excusa narrativa para que él/nosotros seamos testigos de las cosas que definen las culturas todas. Un libro/mundo donde todo es real, desde los delirios del “Almuerzo Desnudo” que presenció Burroughs en sus delirios heroinómanos en la mística Tánger hasta aquel macabro grimorio que funciona como eje central en toda épica lovecrafteana, pasando, por supuesto, por diversos errantes gráficos.
Como si fuera consciente del medio elegido, lo que Altavista cuenta son viñetas de una vida que no ha sido perturbada por la aventura. No importa el tiempo y lugar, Barragán siempre estuvo, está y estará en el lugar indicado, en aquellos momentos históricos que la siempreterna serie de televisión Doctor Who, llama “puntos fijos en el tiempo”, hechos que tienen que ocurrir sí o sí. Barragán es la memoria viva de la historia de la aventura, está con él la memoria de elefante, animales que figuran de forma talismánica en todo el libro, desde la tapa hasta las últimas páginas.
Barragán, el viajero perfecto, aquel que pudo llegar hasta donde ningún otro pudo, porque su origen se nutre por supuesto, de esos viajeros primigenios, desde las epopeyas griegas hasta los superhéroes cósmicos, pasando por Stevenson y los cómics pulp. No sería el único, tampoco. A Barragán se le podrían sumar la chica de Al Rey de Constantinopla, heroína digna de los bolsilibros sci-fi baratos de Bruguera, o el misterioso Señor T. de ¡México Lindo! (por supuesto, ambas obras serializadas en Fierro y posteriormente recogidas en libros de Hotel de las Ideas y Loco Rabia respectivamente), otro reimaginado, esta vez del etílicamente narcotizado Long Goodbye de Raymond Chandler, otro duro navegante de aventuras que transcurren en mares hechos de cemento y las únicas gotas que hay son del licor con el que se envenenan las voluntades. En estas dos obras, Calvi también deja en cargo hacia a dónde van sus obsesiones, y cuál es la importancia de la influencia en el artista.
Aunque no lo parezca, Altavista es una oda a la libertad, a la destrucción de las ataduras y cadenas, algo irónico si se piensa en lo estructurado de la historia (la duración de los capítulos es siempre la misma: cuatro páginas, todas con una estricta grilla de nueve cuadros). Es una obra libre, aleatoria, donde las historias en si, o los capítulos más bien, no tienen un principo ni un final. De hecho, si se ignora el FIN de la última viñeta de la última hoja de la historia, se puede pensar que Barragán sigue ahí, con nosotros (de hecho, lo está: repito que actualmente la serie está de regreso). Como en el free jazz, donde las piezas sonoras (difícil considerarlas una canción) están estructuradas por un inicio, un final y en el medio el caos de la improvisación, Altavista es un acto de libertad. Dicho por el artista mismo:
Todo eso estaba ahí, y también estaba lo otro, que es que yo lo estaba haciendo para Fierro y no sabía cuántos capítulos me iban a publicar. Entonces eso me obligaba a hacer todas las historietas que había querido hacer en mi vida en cada página, meterlo todo en uno o dos cuadritos, y seguir. 1
Porque en definitiva, Altavista es la Aventura Definitiva, es la aventura final, la que protagoniza el lector que busca progresar, salir de su virginidad iletrada para convertirse en un conocedor del mundo a través de textos y/o dibujos. Instrospectiva como pocas, como si de un viaje interior personal pero que a la vez comparte un lenguaje universal que cualquiera pueda entender, Altavista es la aventura de aquellos que, bienaventurados, no le temen a las tempestades que se encuentran atrás de la tapa de un libro. Hay en esta obra y las otras dos citadas, una necesidad de no solo resignificar qué significan los superhéroes, los pulps, los personajes de ficción que importan, sino también una necesidad de mostrar de dónde venimos y hacia dónde vamos o pensamos ir.
A veces, sino siempre, lo que importa no es el destino, sino el viaje. Y Altavista lo demuestra, más que nada porque el destino no existe, es eterno, como la aventura en sí misma.
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