Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza habla de la toxicidad reflejada en The Eltingville Club y Matías rescata historietas sobre los maestros del medio.
The Eltingville Club: miedo y asco en la comiquería
Por Gonzalo Ruiz
Tal vez sea por la masificación de las redes sociales, pero en los últimos años se habló muchísimo de la toxicidad dentro de diversos fandom, como si esto fuera una “cualidad” inherente. Bueno… algo de eso hay, pero seguro que no es una novedad. Por supuesto, hoy ya no hace falta mandar correo a las editoriales para expresar una opinión positiva (o no), y esa lentitud y probable filtro hacían que no fuera tan visible. Aun así, la agresividad del fanático es una idea tan vieja como los cómics mismos. Y si no me creen, pregúntele a Gerry Conway qué onda la gente cuando mató a Gwen Stacy. Que hoy sea más fácil y hasta llamativo de ver es otra cosa.
E incluso antes de toda esta locura actual que solo parece hacerse más y más grande conforme pasan los años y surgen nuevas redes sociales, hubo un comic que habló del fan tóxico del fandom que nos interesa a Mati y a mi. Fue de eso que habló Evan Dorkin (creador de Milk & Cheese) al momento de crear su seminal Eltingville Club.
Dorkin se define como una persona que ama los cómics en cualquiera sea su forma, y sin embargo su obra cumbre ganadora de tres premios Eisner no nació de este amor sino del mismísimo odio que percibió desde el día uno que estuvo dentro del ámbito ocupado por los fans. En realidad, el origen viene de una anécdota puntual: cuando Dan Vado (además de guionista, publisher de Dorkin) decide matar al personaje Ice dentro de la Justice League, la muchachada, al igual que le pasó a Conway con Stacy, enfureció. Furia nivel amenazas de muerte, no de “che, fea la actitud”.
Y por supuesto, este no es un hecho aislado. No lo fue en 1994 ni lo será en el 2021.
Al momento de aparecer por primera vez dentro del número uno de la antología humorística Instant Piano publicada por Dark Horse, la intención de Dorkin era hacer una historia autoconclusiva de cinco páginas, un monstruo que terminó convirtiéndose en algo más grande de lo pretendido. Esta primera aparición1 contaba el funcionamiento del Eltingville Comic Book, Science-Fiction, Fantasy, Horror and Role-Playing Club, formado por cuatro “amigos” preadolescentes de armas tomar que durante la noche comparten debates, noticias, compras, intercambios, partidas de rol y un frustrado intento por ver un montaje porno, todo esto englobado en la más exagerada violencia y que concluía con el supuesto final del grupo. Al final, existieron once historias publicadas entre 1993 y 2015 y que Dark Horse recopiló en un precioso hardcover al año siguiente de la última historia.
¿De qué trata el cómic en general (y no esta primera aparición)? Básicamente, de un grupo de adolescentes que se conocen desde hace años y que viven todo tipo de aventuras relacionadas con el fandom mainstream2, pasando por la visita obligada a la comiquería de la ciudad (Eltingville, un lugar real en Staten Island) o por juntarse a maratonear Twilight Zone. Todas manejan el mismo estilo de “remate” si se quiere: a partir de cierto punto, la historia pega un volantazo curioso que desemboca en una escalada cada vez más alta, violenta e inverosímil.
Por supuesto, vale aclarar que estas exageraciones tienen un basamento palpable, que es (adivinaron, sí), la toxicididad del fanático. Todas las escaladas empiezan por el mismo motivo, una discusión que se va acalorando simplemente porque uno no opina lo mismo que el otro, y de ahí a las piñas y la agresión verbal.
¿Solo de esto habla? No, por supuesto. A medida que las historias se espacian en el tiempo (hubo un bache de diez años hasta que los personajes volvieron), los tópicos de discusión, mas que achicarse, se amplían, sobre todo en el cuestionamiento del fanático. Hay un momento clave cuando Bill, uno de los cuatro chicos del club, queda a cargo de la comiquería de Eltingville. Mientras el dueño le explica cómo funciona el local, ocurre lo siguiente:
Esta historia, “This Fan… This Monster!”, más cercana en el tiempo (2014), ya habla de algo que es moneda corriente desde el boom de las películas de superhéroes, más puntualmente las de Marvel, que es la falsedad del fanático, o siendo justos, de como el “hardcore fan” prejuzga con saña a aquellos recién ingresados al medio, algo que explota de manera, por supuesto muy exagerada, en el siguiente y final relato: “Lo, There Shall be an Epilogue” (2015), donde la aventura transcurre en una Comic-Con. Ahora el enemigo no es el fan que te lleva la contra, sino aquel que porta una bandera con una supuesta pose, donde resulta que para ser parte del ghetto tenes que saber y haber estado ahí siempre, sin posibilidad de una entrada cómoda o amable.
Quiero frenar con las flores hacia Eltingville Club, porque efectivamente estas últimas dos historias son tal vez más “realistas” en cuanto a contenido de denuncia si se quiere, algo realmente palpable dentro de cualquier foro de historietas. Y así como el mundo moderno hace que uno se cuestione ciertos potenciales privilegios que se poseen, no parece que hubiera lugar para cuestionar ciertas actitudes con respecto del otro. Por supuesto que Dorkin pensó estas historias para que sean un cómic de comedia, pero también (dicho por él mismo en los textos complementarios a la edición completa o en varias entrevistas) para apuntar con el dedo algo incómodo y que parece más fácil naturalizarlo que combatirlo3 justo cuando, por obra y gracia de las redes sociales y la posibilidad de que cualquier persona con ganas de expresarse sobre algo pueda hacerlo con mínimas herramientas, estas expresiones gratuitas de odio hacen metástasis.
Dicho sea de paso, esta facilidad para la violencia gratuita fue lo que lo empujó a darle un final definitivo al club. Para él, el chiste ya no es gracioso.
La última historia también se mete un poco con la misoginia reinante, por si la página con la “falsa fan” de Saga no bastaba. Durante la aventura en la Comic-Con (donde Dorkin hace un Ten Years Later con los personajes), tal vez la menos graciosa pero sin dudas la mejor, Jerry (el más “humano” de los cuatro) es el único que, pese a seguir metido dentro del mundillo como jugador profesional de Magic, logró sentar cabeza y hasta conseguir una novia. Cosa que para Bill, definitivamente un sociópata, es una traición, ya que las chicas no estaban admitidas en el club.
¿Por qué es la mejor historia? Básicamente porque muestra que es virtualmente imposible que el fan más talibán vaya a mostrar un grado de madurez en su vida. De hecho la última página es la prueba. Pero, sin caer en algún tipo de spoiler, cabe mostrar que, sin importar el paso del tiempo y el hecho de haber cometido un sin fin de “crímenes” en nombre del fanatismo, el que está podrido por dentro y solo vive para esto no va a soltar nunca ese círculo vicioso del maltrato, es una persona que en definitiva parece vivir más para humillar al otro que para difundir algo tan lindo como el fanatismo y el cebamiento infinito por estas cosas que nos gustan tanto.
¿Qué hacemos con el Eltingville Club? ¿Nos reímos con él? Sí, por supuesto. También hay que combatirlo cuando lo vemos reflejado en grupos de Facebook, cuando de golpe algunos parecen estar con más ganas de tirarle mierda a algo que de quedarse con lo bueno de este mundo. No son necesariamente todos, pero hay ya cierta cantidad de personas cuya mirada crítica se dedica justamente a criticar (a veces de más, si es injusto quedará a criterio personal) en lugar de hacer de la difusión un lugar feliz, no necesariamente esterilizado, pero sí con más energías puestas en bancar lo que merece ser bancado en lugar de destruir lo que no gusta.
Qué gasto de energía al pedo. Es mejor leer un buen cómic para sacarse el mal gusto de algo que está bajo el standard personal que uno maneja que hacer un texto o un video puteando, ¿no les parece? Lean Eltingville Club y sáquense el mal gusto de los “difusores mala leche”. Capaz que, en una de esas, se encuentran con alguno de esos en el cómic.
Homenajeando a los maestros
Por Matías Mir
Lo grosso de la historieta argentina es que plantea una continuidad artística muy concreta basada en artistas e influencias poco sutiles. Maestros se inspiran en maestros y se van formando líneas como ramas que enriquecen al medio en general y establecen las nuevas generaciones de artistas que producen para, a su vez, las generaciones que vendrán. Esto debe suceder en parte porque, como se dijo mil veces, Argentina produce buenas vacas, buenos granos y buenos artistas; en parte porque nos apropiamos sin carpa, por publicación o por cercanía, de autores que no son necesariamente argentinos; y en parte porque hay una gran “tradición” de artistas (sobre todo los dibujantes, pero también guionistas) de dar clases y transmitir sus métodos a la próxima generación, desde el curso por correo de la Escuela Panamericana de Arte hasta los talleres de guion y dibujo de artistas contemporáneos. Esto último seguramente ocurre porque cada vez se vuelve más rara la idea de “vivir de” producir historietas, y enseñar a hacerlas se vuelve también una forma de llegar a pagar el alquiler.
En cualquier caso, en un ejercicio de expresar mi amor por la intertextualidad y rellenar estas páginas a último momento, rescato tres historietas producidas en homenaje a historietistas clásicos. No son libros ni álbumes editados en varios idiomas, sino historias cortas publicadas como fanzines o en antologías, como usualmente ocurre con esta clase de historias que son más producidas desde la pasión que desde la visión comercial (?). Ya ni sé qué estoy diciendo, así que pasemos a las menciones.
“Pratt es un crack” de José Muñoz
Publicada en alguna Fierro (segunda época) de 2005, esta historia corta del maestro Muñoz relata muy oníricamente la influencia de Hugo Pratt en su juventud y en sus inicios como dibujante. Leer las Misterix en el patio, practicar imitando el trazo de Pratt, una bizarra anécdota sobre un intento de robar originales de las oficinas de la editorial Abril… Esta historia de seis páginas es más un ejercicio de reponer un recuerdo a través de la historieta. El título, por supuesto, hace referencia a la clásica onomatopeya que usaba Pratt para representar el ruido que hacía un disparo, “crack”.
Las páginas finales son particularmente fuertes. La tensión entre el arte de Pratt y el de Muñoz imitándolo concluye con un gran plano del Sargento Kirk mirando de frente al lector (y al dibujante) declarando “nunca podrás ser yo, tendrás que ser vos”. La última página, opuesta a esa, es un gran plano en la perspectiva del joven Muñoz de esas hojas del árbol del patio, hecha con manchas de tinta que son inconfundiblemente muñonezcas. Y el resto es historia.
“Una educación sentimental” de Diego Rey
Últimamente pienso mucho en Carlos Nine, en lo inabarcable de su obra, en lo deforme de su trazo, en cómo solo puedo concebirlo al poseerlo pero es imposible de poseer en su totalidad (recuerdo cómo, charlando con Juan Sáenz Valiente, me mostraba sus carpetas de recortes con cada ilustración de Nine que pudiera cazar) ni de describir sin las herramientas que solo tienen los artistas.
Diego Rey (ilustrador, historietista, editor) editó hace unos años un fanzine a color de muy buena calidad material y gráfica en la que hace un ejercicio similar al ejemplo anterior y repasa su historia como dibujante a la par de su experiencia como lector de Nine, aun sin ser consciente de ello. A diferencia de mí, Diego sí tiene las herramientas para procesar lo genial de Nine, y ese entendimiento se convierte en influencia. El trazo de Diego grita “Nine” por todos lados, pero también le aplica su propio pulso.
Quizás lo más satisfactorio de todo es que hoy en día Diego, como parte de Hotel de las Ideas, se encarga de la edición y rescate de la obra de Nine en nuestro país y gracias a eso podemos leer en muy buenas ediciones obras como El Patito Saubón o Crímenes y castigos, y ese quizás sea el mayor homenaje de todos.
(De Diego actualmente se consigue otra muy buena obra en la que homenajea a una figura cultural de nuestro país, Roberto Arlt: cronista criminal, con guiones de Santiago Sánchez Kutika).
“Viajero de la eternidad” de Mariano D’Angelo y Waquero
Esta es apenas una historia de dos páginas, publicada en la Fierro #90 (primera época). Trabajos sobre Oesterheld se han hecho muchos (sin ir muy lejos, esta historia comparte algún concepto con El manuscrito, la novela gráfica de Marcelo Pulido y José Massaroli), pero no quería dejar pasar este por lo interesante de la historia detrás de la historieta.
Según cuenta Waquero, uno de los representantes más importantes de la movida fanzinera de los años 80, Juan Sasturain se interesó en sus historietas y le ofreció publicar algo en Fierro. Sin embargo, con el correr de las entregas, sus historietas brillaban por su ausencia, y pronto se enteró de que no había intenciones de publicarlo debido a que el director de arte de ese momento, Juan Manuel Lima, no simpatizaba con la militancia de Waquero en el Partido Radical. Al final, pudo ganarle haciendo trampa. Llevándolas como páginas de autoría integral, Mariano D’Angelo entrega “Viajero de la eternidad” a la redacción, y se publican creditadas solo a su nombre, a pesar de que habían sido co-producidas con Waquero. No es mencionado en los créditos, pero en las páginas aparece la firma “Waquero - D’angelo”.
La historia en sí quizás suene algo amarillista, pero las intenciones son buenas. Situados en los últimos días de HGO en algún centro de detención clandestino, los autores plantean que la desaparición de Oesterheld fue en realidad porque Juan Salvo volvió a materializarse frente a él, como lo hiciera al principio de El Eternauta, para rescatarlo llevándoselo al continuum, y termina con unos milicos resentidos. Lo que más me gusta de estas páginas es la secuencia de materialización de Juan Salvo, en la que D’Angelo referencia a la versión de Breccia al hacer que se corporice desde el espectro y el esqueleto con tintas muy fúnebres, y que se vaya de la misma forma con Oesterheld.
EXTRA: “Diferentes formas de desaparecer”, de José Muñoz.
Mezclando un par de rescates anteriores, quería mencionar esta historia, simplemente porque no se me ocurre dónde más ponerla. En la Fierro #2 (segunda época) (sí, estamos muy fierrocéntricos hoy), se publica esta historia del personaje de Muñoz “el Pibepi”, un poema en forma de historieta sobre los desaparecidos en todas sus formas. Es una muy buena historieta, pero la resalto particularmente por una viñeta en la que el Pibepi atraviesa el estudio de Oesterheld y lo incluye en su relato, resaltando su idea del “héroe colectivo”, pero también polemizando su figura.
Lo último que menciona el Pibepi es “cometió algunos errores”. No tengo idea de a qué se refiere el maestro exactamente (¿a la reivindicación de HGO de la lucha armada y el héroe individual que sacrifica a otros en las secuelas de El Eternauta? ¿A su trato poco respetuoso con las páginas de sus artistas colaboradores?), pero me parece una interesante postura para rescatar: la reivindicación sin absolutismos de una de las figuras más importantes del medio.
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Esta historia se publicó en Argentina, en la Comiqueando #8 (diciembre de 1994). La publicación, por supuesto, estuvo autorizada por Evan Dorkin que, copado por la idea, insistió en que sigan publicando las otras aventuras, pero no pudo ser.
Desconozco si es un extra exclusivo para la edición hardcover o si fue publicado en alguna antología como el resto de las historias, pero Dorkin creó un “one-shot”, si se quiere, llamado The Northwest Comix Collective. Cartoonist Kayfabe antes de Cartoonist Kayfabe.
Adiviná si a Dorkin le mandaron cartas puteándolo a raíz de Eltingville Club…
Gracias!!Recién leo, muy lindo artículo sobre todo porque menciona dos historietas de Muñoz que me encantan!! Abrazo y gracias de nuevo!