Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías analiza su capítulo favorito del famoso manga de Hiroaki Samura, y Gonza brilla por su ausencia, pero promete una columna exclusiva para la entrega #29 (la #28, que cae el 4 de septiembre, por supuesto que la dedicaremos a la historieta argentina por el Día de la historieta).
Magia en sesenta páginas: La espada del inmortal #45
Por Matías Mir
Advertencia de SPOILER: si bien el capítulo en cuestión salió hace más de veinte años, está saliendo ahora mismo en edición nacional y este capítulo específicamente está en el tomo que, si leen el newsletter al día, salió AYER (vol. 4 de la edición de Ovni Press), así que si vienen leyendo esa edición, mejor pónganse al día antes de leer esto. O no, hagan lo que quieran.
Al igual que hice en su momento con mi capítulo favorito de Cerebus, esta vez quería analizar y hacer énfasis en una serie de páginas fantásticas que nos entregó el groso de Hiroaki Samura en Muugen no Junin, el clásico manga de espadachines que por razones fortuitas del destino se publica en nuestro país. Recuerdo que hace años, viendo una de las adaptaciones del manga, este capítulo me sorprendió por lo intenso y atrapante de sus diálogos y su historia, y ahora que tuve la oportunidad de leerlo en el manga original me terminó de convencer de que es una de las mejores escenas que alguna vez vi plasmadas en historieta.
Un poco de contexto para los chismosos: en La espada del inmortal, la historia sigue a Rin, una chica en un Japón feudal medio ficticio cuyos padres fueron asesinados en una venganza de Kagehisa Anotsu contra su clan, y entonces ella se pone en plan de vengar a sus padres cazando a Anotsu por todo el país. Para hacerlo, termina contratando los servicios de Manji, un samurái maldito con la inmortalidad que tiene que matar a mil hombres malos para curarse.
Igual, Manji, a pesar de ser el que le da el nombre a la serie, en este capítulo no pincha ni corta (ja ja) porque por razones de la historia ambos protagonistas se separan y Rin queda sola en su misión. Habiendo tenido que depender de Manji hasta ahora para resolver la mayoría de los problemas, esta vez tiene que ir sola de pueblo en pueblo siendo buscada como criminal y, para peor, descubre que Anotsu está en un pueblo cuya frontera es inaccesible a menos que pases por un control fronterizo bien resguardado. La única forma de tener aunque sea una chance de pasar es si alguien con permiso te hace pasar como su familiar, y si descubren que mentiste, te matan al instante. Rin encuentra a una pareja de posaderos que en el pasado traficaban gente adentro, pero que después de una operación fallida abandonaron el negocio, y los convence, estando jugadísima de todas formas, de que hagan un último trabajo.
Todo eso es solo el contexto para entender el capítulo #45, originalmente recopilado en el tomo 8 de la serie (y en el 4 de las nuevas ediciones). Rin llega frente al magistrado de Kaga junto a un acompañante que supuestamente es el marido de su hermana mayor y este les dice que antes de dejarlos pasar va a tener que entrevistarla para asegurarse de que sea realmente quien dice ser.
Todo el capítulo, que después de la ilustración de portada arranca con una página negra con el título como un telón que se abre, es esa entrevista. Rin y el tipo que la está ayudando están tensísimos porque la situación se les salió de control y llega el magistrado con registros familiares, mapas y poca confianza en que ella sea quien dice ser. Es más, empezamos a sospechar como lectores que este tipo directamente no le cree, que solo está esperando que la pifie en un dato, en un nombre, para tener pruebas y condenarla a muerte ahí mismo. Sobre todo porque Rin en ese momento es una prófuga de la ley y hay carteles en todos lados con su cara dibujada, y justo aparece una chica demasiado parecida junto a un tipo con fama de traficante de personas trayendo a una cuñada que nadie vio nunca. Rin tiene todo en contra, no hay forma de que pase esa entrevista, y ahí radica la tensión de todo el capítulo.
Como el magistrado no le cree una mierda, cada comentario, cada pregunta que le hace viene con trampa. Rin no solo tiene que recordar la información que le dijeron la noche anterior, sino que encima tiene que estar preparada para defenderla cuando se la retrucan. El magistrado también le cuestiona cosas hasta superfluas pero que solo sabría si realmente fuera quien dice ser, desde el negocio de su padre hasta qué valle estaba inundado en el camino que supuestamente hizo para llegar.
Rin, entonces, aprovecha a tomar la palabra y le retruca al magistrado su desconfianza explicándole que las razones de su nerviosismo y de su presencia ahí son en realidad por una íntima historia sobre la muerte de “sus padres” y el complicado parto que supuestamente tuvo durante una inundación. Esa escena es fantástica porque hace énfasis en la misión imposible de Rin: tiene que mentirle a un tipo que no le cree, que no piensa creerle, que prácticamente sabe que le está mintiendo. Entonces, para ganar, tiene que cambiar la realidad, tiene que usar las palabras para ser otra persona. Como si fuera una función de teatro (con Rin sentada narrando su historia, algo que me recordó mucho al teatro rakugo, aunque claramente no humorístico; me debo saber si existe una corriente de contadores de historias serias en ese mismo formato), ella narra la historia de una vida que no fue suya y la vuelve suya con las palabras, con los gestos, con la voz que se rompe. Esa historia ocupa tantas páginas y está tan bien contada que como lector te olvidás que todo esto va de samurais y tipos inmortales y te metés de lleno en el drama de un personaje que no existe y, al final, el magistrado es convencido.
Ah, pero no. El tipo, que hasta admite que no le creía pero que fue convencido por la historia, los frena un momentito antes de que se vayan y le dice a Rin que le pareció muy interesante el dato de que supuestamente tuvo dos hijos hace algunos años. Cuando creían que habían ganado y finalmente empezaban a relajarse, el magistrado agarra a Rin y a su acompañante con la guardia baja y le pide a ella una última prueba de que su historia es verídica. Si realmente es esa mujer que tuvo dos hijos a los catorce años, entonces tiene que demostrarlo no solo con sus palabras, sino con su cuerpo. La tensión del capítulo, que había bajado un poco, sube hasta las nubes cuando el magistrado llama a una criada para que la desnude y confirme que tiene una necesaria cicatriz que habrían tenido que hacerle para sacarle dos bebés de adentro a tan corta edad y que Rin, que no fue madre nunca, obviamente no debería tener.
Y ahí es cuando Samura mete el gol. Rin lo para al tipo y le dice que la criada no hace falta, y frente a tres hombres, en una secuencia muda buenísima, se desnuda y les muestra desafiante una real cicatriz en el vientre. Después nos enteramos que, habiendo previsto que no le iban a creer, la mujer del posadero le dijo que su último recurso iba a ser tener preparada una prueba infalible de que era quien decía ser, y la noche anterior a la entrevista le hicieron una herida relativamente superficial pero igual bastante arriesgada y que no era exactamente la clase de cicatriz de una cesárea, así que solo tenía que mostrarse ante hombres y no dejar que la viera ninguna mujer que pudiera tener experiencia en partos. Ante el miedo a que llegara la criada, Rin se desnuda frente al magistrado y lo fuerza a decirle que la deje pasar o la condene a muerte, pero que se apure porque está faltando él a la decencia y el decoro de una pobre chica. El cambio en las posiciones, el desbalance de poder en la conversación cambia. Es un juego de tensiones perfecto que gana Rin cuando logra cambiar la realidad y obligar al escéptico a aceptar una mentira.
Y todo eso solo para pasar una frontera.
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