Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza monologa brevemente sobre las traducciones y Matías recomienda una historieta inclasificable y polémica.
Houseki no Kuni: nunca podés volver a casa
Por Matías Mir
¿Puede hacerse una historieta en la que todos los elementos les sean alienígenos a los lectores y sin embargo ser capaz de resonar con ellos? El desafío es casi imposible de resolver con gracia, pero hay al menos un ejemplo a la altura. Houseki no Kuni (o “La tierra de las gemas”, como le pusieron en España) de Haruko Ichikawa es un manga que se publica en la revista Afternoon desde el 2012 y que actualmente está en un extendido hiato desde fines del 2020. Houseki es, también, una verdadera gema del noveno arte.
El concepto, desde el vamos, es innovador. El fin del mundo pasó hace rato y no quedan rastros de la humanidad. El planeta entero es océano a excepción de una islita en medio de la nada. Un misterioso proceso evolutivo hizo que la única forma de vida que queda, aparentemente, sean una especie de microbios simbióticos que se apegan a minerales y les dan consciencia. Una aún más misteriosa figura humanoide, el “Sensei”, les da forma y funciona de figura responsable de estas gemas antropomórficas que pueden hablar, tienen personalidades, visten ropa y se maquillan para tapar su textura traslúcida. No tienen género, no tienen órganos, no tienen necesidades fisiológicas, no tienen ninguna costumbre heredada de los humanos, ni siquiera saben qué fueron los humanos. No pueden morir en el sentido tradicional. Solo existen en esta isla, en su academia, y conviven. El único conflicto en sus vidas es que, cada tanto, aparecen en el cielo unas criaturas también humanoides, más similares a estatuas, que buscan secuestrarlas para llevárselas a la Luna. Así, pasan sus días entrenando para luchar contra estos lunarianos y mantener su eternidad en paz.
¿Qué se puede hacer con algo así excepto una sucesión de peleas de gemas contra lunarianos? A través de Phos (la fosfofilita), Ichikawa explora las ansiedades innatas de la humanidad y cómo se desarrollan cuando no hay absolutamente nada más que el yo y los otros. Phos, la gema más débil de todas a la hora de pelear, tiene que buscar su propósito en este mundo, qué la hace merecedora de pertenecer en la única sociedad que existe. El concepto fantástico y las peleas funcionan como escenario para un tratamiento existencialista acerca del propósito de estar vivos y la búsqueda de un cambio en las personas.
El enfoque, el hilo que sigue a Phos a lo largo de todo el manga, es ese cambio, esa transformación, interna y externa, para encontrar un propósito. En Houseki, las gemas (que no tienen cerebro ni corazón) son su propio cuerpo, son esos microorganismos que unen al mineral. Su mismísima esencia se comparte en todos los pedazos, y viven aunque sean atravesadas, partidas, astilladas o hechas polvo. Sus mismísimos recuerdos están almacenados en ese cuerpo, así que, ¿qué ocurre cuando pierden pedazos de ese cuerpo? ¿Y cuando lo alían con otro material? Casi bordeando el body-horror, los personajes de Ichikawa se deforman, destruyen y reconstruyen y tienen que lidiar con lo que sus cuerpos definen que son ahora. Como en el camino del héroe, Phos como personaje evoluciona, pierde y recupera cosas. Alcanza su apoteosis y, aunque vuelva a casa, nunca puede volver a ser su hogar.
Este enfoque en la corporalidad (y la destrucción de la misma) se puede ver en otras obras de la autora, por cierto. En sus historias cortas previas (recopiladas en dos volúmenes de la Haruko Ichikawa Sakuhinshuu) se puede ver cómo fue explorando este concepto, cómo se obsesionó con buscar la forma de combinarlo con un mundo propio que le permitiera extenderse en una serie regular. Pasa por gente planta, gente rayo, gente insecto y varios más, los rompe y deshace y rearma y se pregunta qué queda cuando el cuerpo y el alma se separan. ¿Pueden separarse siquiera? Con las gemas, alcanza su excelencia como narradora, explorando y explotando el concepto hasta el extremo absoluto.
También en Houseki alcanza la excelencia como artista. Hay una belleza calculada en la puesta en página, en el diseño de personajes antropomórfico, andrógino y fluido (aunque sean literales piedras) y en el trazo que le dan una estética única. No existe otra historieta así. En estas páginas hay una armonía que sintetiza y se sobrepone a las tensiones que la componen: la corporalidad humanoide versus la cristalización, la fluidez de los personajes versus la dureza de los minerales, la aparente humanidad en los personajes versus su completa alienación de cualquier concepto humano, la importancia del color en la identidad de los personajes versus el monocromo inherente al medio en el que se publica. Ichikawa lo resuelve como si esta historia tuviera que existir, como si fuese algo orgánico que solo reproduce en tinta. (Acá les dejo un video ensayo fantástico que analiza tanto el arte del manga como su adaptación a animación CGI del 2017, que no puedo dejar de recomendar)
Es una historieta alienígena, inclasificable. No entra en ningún canon. Quizá por eso era inevitable que causara incomodidad y polémica en algunos públicos. Por voluntad de su propia autora, y en coincidencia con lo inevitable de la obra, los personajes no tienen identidad de género, no tienen pronombres definidos, y las traducciones internacionales tienen que adaptarse a eso. En su edición española, se adaptó en una versión de lenguaje no binario, la famosa “e” y el “nosotres”. Por supuesto, un montón de personas se enojaron en Internet, sobre todo personas que no leyeron el manga ni les interesaba leer una obra que abierta y explícitamente desafía la idea de hegemonía y explora que el género es una construcción humana al alejarse temáticamente de todas las construcciones humanas. También en inglés se tradujo con pronombres neutros, los they/them, con su respectiva polémica (acá un artículo interesantísimo que incluye una entrevista a la traductora del manga en EE.UU. y un repaso de la historia de traducción de personajes sin pronombres binarios en Occidente). Quizá lo que más me interesa de todo este caso es que sentó un precedente buenísimo a la hora de pensar el lenguaje no binario y su uso en la edición y traducción de obras populares, fuera de literatura con perspectiva de género concreta.
Pero volviendo al manga, viendo su desarrollo, sus giros de la trama, el nivel que alcanza su historia, se vuelve un caso de estudio que, cuando esté terminada, seguramente merezca análisis más profundos.
¿A qué nivel existencial tienen que llegar las cosas para que exista un conflicto extendido y complejo en ese mundo? ¿Qué desacuerdos morales pueden desencadenar una guerra total en la que prácticamente no existen las cosas?
¿De cuántos pedazos está compuesta el alma?
¡Jolines! Que un macarra me ha traducido los tebeos.
Por Gonzalo Ruiz
Antes que nada, una pequeña aclaración absolutamente personal: no vine a juzgar a nadie con lo que vaya a decir. No porque crea que en el texto vaya a decir cosas de forma agresivamente absolutistas, pero en caso que se pueda llegar a malinterpretar, prefiero atajarme de antemano. De paso, vale aclarar también que mucho de lo que voy a exponer está basado absolutamente en mi gusto.
Dicho esto, comienzo.
Se habla mucho en varios espacios de debate que siempre es mejor leer las historietas en su idioma original, y me vale decir que estoy de acuerdo con esta afirmación, o al menos lo estoy a medias. Si bien todo texto es traducible a cualquier idioma, hay artistas que sufren del “lost in translation”, sobre todo aquellos que utilizan la prosa de un modo excepcional o con influencias literarias marcadas, como en el caso de Alan Moore y Neil Gaiman1, por nombrar a dos que han honrado el oficio de William Shakespeare con creces y elegancia. Pero hay un problema: sentenciar abiertamente esto es problemático, como suele ocurrir con cualquier dogma. Y decir que Moore o Gaiman solo se deben leer en su idioma original es un poco cerrarle la puerta en la cara a la gente que no sabe leer en inglés… y tampoco creo que la solución sea mandar a la gente a estudiar un idioma, entonces es acá donde la idea del texto traducido es una salvación.
Pero tampoco creo que leer textos traducidos sea la salvación inminente. Y acá es donde entro en los (mis) terrenos de la subjetividad.
Cada editorial tiene, quiero creer, un “departamento” dentro del área de traducción y/o corrección, donde se establecen algunas reglas o cánones a respetar con la obra. Basicamente, que enfoque tendrá la traducción (si hay voseo o no), qué se traduce, cómo, cuándo, dónde… lo que sea que sirva para cuidar lo mejor que se pueda la reversión del texto y que no ocurran animaladas como cuando se pasa del “voseo” al “tuteo” de manera aleatoria y que destruye por completo el verosímil de la lectura. Si me lo preguntan, yo disfruto mucho más la “traducción rioplatense” que utiliza Ivrea Argentina, más cercano al léxico que escucho habitualmente en donde sea que me mueva. ¿Por qué? Pues por eso mismo, me hace más amena la lectura si los personajes hablan como hablo yo, por más que sea Jotaro utilizando su stand o una magnifica pieza terrorífica de Junji Ito, cualquiera sea la situación, el “voseo” le queda bien.
Y ese era justamente el problema que yo sentía cuando leía historietas de Forum cuando era más chico. Porque cuando yo empecé a leer historieta norteamericana de manera asidua gracias a los saldos de Parque Rivadavia primero y a la extinta Comics Conosur, sentía una variación por lo menos violenta, donde en la también exeditorial española metían no solo una variante nueva para mi en ese entonces, como es el “vosotros”, sino que además ¡habían un montón de expresiones que nunca entendía! "Como mola”, “tío”, el siempre gracioso cuando uno es preadolescente “coger” y algunas todavía peores que sigo sin entender o encontrarles un equivalente. Por ese entonces, me quedó grabado a fuego en la cabeza una carta de lectores dentro del Ultimate Team-Up editado por CCS donde un lector se quejaba de la traducción, a lo que el criminal de guerra Muñones (casi seguro que era él quien respondía las cartas) respondió explicando por qué la traducción estaba bien: si Spider-Man, el protagonista del título en cuestión, dice “cop”, la traducción más precisa es “la cana” y no “la policia”, y de golpe todo me pareció tener más sentido, aparte de gustarme un cómic donde, repito, la gente hablaba como yo, que nunca en mi vida y ni siquiera ahora escuché a un porteño decir “vosotros” o “la pasma”. Y aun así hay gente que, en el caso de Ivrea, se queja mucho de cómo se traduce, que parece vulgar o hasta “villero” (sic). Por eso digo que esto entra ya en el terreno exclusivo de la subjetividad personal, queda, en el caso del manga, en las manos del lector de, digamos, Jojo que capaz decida comprar los tomos españoles o en inglés. Y a esto volveré más al final.
Aun así le tengo un cariño a los “galleguismos”, algo renovado desde que empecé a acercarme más a la historieta norteamericana independiente de los 80, representada en el idioma de Cervantes por la mítica editorial La Cúpula que a través de su antología El Víbora dio a conocer no solo a los españoles más salvajes del postfranquismo sino también a legiones de artistas gringos como Daniel Clowes, Peter Bagge y los Bros. Hernández, por nombrar a algunos. Estos, además de mostrar unos dotes gloriosos para el dibujo, también hacían gala de un léxico salvaje, ligero, joven, algo que tiene que ser traducido con el mismo ímpetu si se lee, por supuesto, lejos del idioma original. Y justamente a todos ellos accedí primeramente gracias a la mítica revista española que presentaba algunos arcos en forma de fetas, pero cuando en algunos casos pude hacer el cambio de traducción a idioma original, noté que el texto no estaba alterado en lo más mínimo. Los slangs norteamericanos (que también varían según región) movilizados enteramente por expresiones bien españolas quedaban fantástico, al punto que casi me daba igual en qué edición tenía los libros físicos: sabía que gracias a La Cúpula tenía un texto tan fiel como el original.
Ahora… Qué problemita el de la fidelidad del texto, ¿no? Eso fue lo que siempre sentí con las ediciones de Vid, tan… neutras, carentes de emoción o de vida (también por culpa de la horrenda tipografía sin onda que usaban). Y ni hablemos de la pobre gente que empezó leyendo con Novaro, que directamente hacían traducciones… ¡libres! Con los textos reducidos a su mínima expresión. Y acá es donde también hay problemas con el manga. Ya sabemos que, en los 90, la gente interesada por la historieta japonesa tuvo que tragarse lo que sea que venga, y eso trajo de todo: mangas en formato revistas, tankoubones mutilados en varias partes chiquitas, todo espejado así nomás… y traducciones que no venían directamente de la fuente original, sino de otro idioma. Así tenemos una doble traducción que va diluyendo cada vez más el mensaje original. Qué importante que es acá tener en cuenta de dónde viene la fuente original, utilizada para ser replicada en cualquier país.
¿A dónde voy con todo esto? Que a veces no importa en qué idioma leas tus historietas mientras lo hagas. Siempre suma saber otros idiomas, porque te habilita a leer cosas que capaz solo fueron publicadas y/o traducidas en ese único idioma y no tenés que esperar a que milagrosamente alguna editorial decida licenciar eso que hace tanto querés leer. Pero bueno, los tiempos (y el dinero) de cada uno harán que sea más fácil o difícil estudiar algo nuevo. Suma, seguro, pero nadie está obligado a saber de más.
(Qué fácil era decir que uno tiene que leer como se le cante las pelotas, pero si cerraba con esta sola frase mi parte del newsletter, Matías me sacaba cagando con razón).
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También está esa rara avis llamada Demon, el personaje de Jack Kirby que habla en prosa, que si lo traducís le sacás toda la gracia.