Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza se queda solo, pero aprovecha para hablar de un gran guionista argentino.
La escuela Connellyeana de superhéroes darks
Por Gonzalo Ruiz
Primero comenzó con un run-run virtual publicado por el mismo autor para después romper el mercado del back issue norteamericano con la edición foránea a cargo de Behemoth Entertainment para llegar ahora con el trade paperback nacional y popular a cargo de Deriva Ediciones. Ese fue el recorrido de Me Prometiste Oscuridad de Damián Connelly, una extrañísima miniserie (por el momento) de cuatro números que recupera lo mejor del aura que tenían los cómics de Vertigo a principios de los 90. Pero no es la primera vez que el guionista bonaerense hoy radicado en Córdoba realiza una obra con el siguiente “high concept”: personas renegadas, casi misántropas, con superpoderes tienen que usarlos para sacar las papas del fuego.
Los podríamos considerar antihéroes, si se quiere, pero la manera en que trabaja esta obra (y otras más que, por supuesto, voy a mencionar más adelante) no es la misma que tienen otras mejor vinculadas con esta idea. O más bien, tienen vinculaciones con obras difíciles de clasificar, como la Doom Patrol de Grant Morrison (¿alguien se anima a definir si son superhéroes o no? Si me lo preguntan, la respuesta va por la negativa), con una fuerte carga ambigua sobre para quiénes obran los personajes, si para ellos o para el mundo. O si en realidad obran para sí mismos salvando el mundo, ya que sin él no tendrían dónde vivir.
El primer experimento donde “el irlandés” expone su extraña visión sobre los superhéroes es en la saga de El Ojo Eléctrico, un proyecto desarrollado durante el 2017 y que hasta la fecha no continuó más allá de tres novelas gráficas (una absoluta pena), donde Connelly firmó dos de ellas: Psicocandy (dibujada por Nicolás Brondo) y Flashcard/Mistery Man (con Fernando Calvi como aliado artístico). La idea de El Ojo Eléctrico es de una distopía basada conceptualmente en canciones de David Bowie1, cuya primera parte plantea parte de los conceptos básicos que hacen a esta historia coral2: una ciudad llamada Diamond City donde la organización Stardust está detrás de una droga experimental, creada por el Dr. Eno. Se presentan otros tres personajes, los principales, que entran un derrotero violento/sexual que predomina en todas las páginas. Cindy/Candy, la lideresa, se coge (en realidad las viola) gente como alimento, lo cual necesita hacer de forma constante. Honey, la otra chica, es un portal que lleva hacia una dimensión sexual donde reina una versión “comiquera” de Sasha Grey… un delirio que solo suma capas y capas de complejidad a la historia, le otorga nuevos niveles para arriba y para abajo por donde pueda desarrollarse, algo que lamentablemente no ocurre, porque tras la aparición de Flashcard/Mistery Man, no se volvieron a publicar más historias. Y para sumarle más problemática, este último libro es un juego literario burroughseano llevado al extremo: Connelly escribió buena parte de los diálogos utilizando el Verbasizer, un software diseñado por Ty Roberts que David Bowie utilizó para las letras de su disco 1. Outside; una reversión moderna del cut-up que Burroughs usaba para muchas de sus novelas. El cómic, al igual que la obra del beatnik maldito, es una pesadilla conceptual salvaje, metiéndose en este caso con un detective robot que busca su identidad. Grandes ideas que no terminaron de explotar como se lo merecen. Ojalá haya revancha.
Avancemos al 2019, cuando Damián une fuerzas con Kundo Krunch para diseñar a otro grupo de extrañísimos outsiders juntados a la fuerza para una misión: resolver La extraña desaparición de Barnabas Jones, que es como se llama el libro también editado por Deriva. Este se hace cargo, si se quiere, de la idea de un mundo con superhéroes y poderes, donde justamente Barnabas Jones encarna a un Superman halfordiano, homosexual y encuerado que desaparece misteriosamente. A continuación, una búsqueda que involucra viajes en el tiempo y mundos paralelos y un ejército de imitadores de Elvis. La mención a la Doom Patrol hecha con anterioridad no fue porque sí: esta obra en formato apaisado es muy deudora de la reimaginación que Morrison le hizo a los personajes creados por Arnold Drake, Bob Haney y Bruno Premiani, esa cosa de gente con poderes que no tiene ganas de ayudar a nadie, pero que no le queda otra. Justamente la oscuridad con las que el escocés se metía sirvió para diseñar el estilo del primer Vertigo: violencia, sexo, podes extravagantes, villanos todavía más extravagantes, todo un cóctel que explota por obra y gracia del dibujante marplatense, que parece competir consigo mismo página a página para diseñar las criaturas más deformes y los trajes más locos posibles. Una historia oscura que no está pensada para tener un final feliz (ni siquiera agradable y ameno con el lector), fiel a la vieja escuela Berger.
Siempre se discute mucho sobre la idea de “superhéroes argentinos”. Recomiendo este episodio del podcast de Comiqueando donde se discute al respecto, pero mientras tanto esbozo mi pequeña teoría al respecto (y perdón si vuelvo a la primera persona). A veces siento que el principal problema que tienen este tipo de historietas con un origen idiosincráticamente norteamericano es que, justamente, hacen adaptaciones bastante calcadas, sin “argentinizar” las ocurrencias, los tropos. Connelly es inteligente y aplica ideas completamente distintas, que se podrían considerar muy tiradas de los pelos, como “superhéroes”. Estos seres que están a mitad de camino entre ser eso o antihéroes, no son habituales en la historieta más mainstream, que elige matices completamente puros. La ambigüedad moral que se maneja en la historieta para adultos es fuerte, define las historias y hasta sus resoluciones, muy diferente de una cuestión del “bueno peleando contra el malo para salvar al mundo”. Y con estas ideas más entramadas juega Damián.
Mucho de esto hay en Me prometiste oscuridad, a donde quería llegar desde el principio, que en comparación es una historia más convencial y lineal que las anteriores, lo cual podría explicar por qué los gringos enloquecieron y compraron más de 300.000 ejemplares en la preventa del primer back issue, porque esta es una obra 100% Vertigueana, una que le quedaría bien tanto a la Doom Patrol como a John Constantine. La idea es sencilla: cada vez que pasa el cometa Halley, algunas personas elegidas son “bendecidas” por el aura del cuerpo celeste, y les otorga poderes. De este selecto grupo, algunos eligieron hacer el bien y convertirse en superhéroes, otros por supuesto prefierieron jugar para el bando contrario. En el medio, la ensalada connellyana de influencias mete al satanismo, el Oppa Gangam Style (¿se acuerdan de ese flagelo? casi que prefiero 50 años más de Covid antes que acordarme de nuevo de la canción) y, por supuesto, la infaltable conspiración para que llegue el apocalipsis… con la diferencia de que, acá, a nadie realmente parece importarle si llega a ocurrir o no. Acá no está la ambigüedad moral que antes comentaba, sino que predomina un ambiente de absoluta mala onda donde, pase lo que pase, las cosas no se van a solucionar pegándole una trompada fuerte y dura al villano.
A diferencia del resto de las obras, Connelly vuelve a ser artista integral, manejándose con brutales visiones de claroscuro, por momento tan cripticas que incomodan, un contraste de lo más interesante si lo ponemos par a par con cualquiera de los artistas antes mencionados. Cuatro formas muy distintas de ilustrar, y aún así bastante acertadas. La ventaja más grande de M.P.O. es que presenta un final semicerrado, pero que de todas maneras no dejan tantas dudas como con lo que ocurre en los otros cómics (en el caso de El Ojo Eléctrico es más que nada porque no se volvió a ese mundo; La extraña desaparición… también deja una puerta bien abierta aunque no sabemos qué pasará). Aun así, el artista ya está al mando de la secuela.
Cuatro grandes cómics que ofrecen cuatro visiones tan similares como distintas. También podemos ver un camino seguido por un artista tan ecléctico como prolífico, donde hay algo de prueba y error que termina decantando en este nuevo universo, esta vez más compacto, y a su vez ameno y mala onda, disruptivo. La obra de Damián Connelly es por demás interesante y (vuelvo un poco a lo que decía párrafos atrás) ofrece una visión absolutamente alternativa de “tipos con superpoderes cagándose a trompadas contra otras personas con superpoderes” fatto in casa, absolutamente original y desquiciada, sin temor alguno a ser (pre)juzgado por no moverse con solemnidad.
Por más demencias como estas, por favor.
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Connelly mismo cuenta en el epílogo de Psicocandy que el concepto general nació tras la muerte de Bowie en 2016. Aún así, la obra (y sus capítulos) obtienen títulos del disco Psychocandy de los Jesus and Mary Chain, gloriosa banda noise-pop de los hermanos Reid.
Hay un libro que va en el medio entre Psicocandy y Flashcard Mistery Man que es Paint it Black, a cargo de Rodrigo Canessa y Nicolás Barbera. Es bastante recomendable, simplemente lo dejé afuera para centrarme 100% en el artista hoy analizado.