Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza vuelve a su serie indie favorita y Matías recomienda una saga moderna de superhéroes.
El mejor volantazo de tu vida (o Love and Rockets, parte dos de Dios sabe cuántas)
Por Gonzalo Ruiz
Después de cuatro meses, vuelvo con este diario íntimo de mi lectura cronológica, si se quiere, de la serie que me voló la cabeza cuando la descubrí hace dos años y que en este 2022 cumple ni más ni menos que 40 años. Durante un diciembre particularmente difícil que incluyó una mudanza no planeada, uno de los poquísimos libros que leí (me estoy descubriendo como un lector lento en estos últimos meses) fue el segundo tomo de Locas en la edición española de La Cúpula que, por supuesto, continúa las aventuras de la saga del ídolo absoluto Jaime Hernández.
Como habré mencionado en la primera parte ya citada, es de público y notorio conocimiento que, tanto la revista como sus “sagas” mutaron bastante en lo que al género se refiere. Tanto Jaime como Beto, ultra fanáticos de la Silver Age comiquera (y no atada únicamente a los superhéroes), metieron mucha historieta corta de género sci-fi en los primeros números de la antología, como respuesta clara a sus primeras influencias, algo que terminaría no necesariamente por desaparecer pero sí tendría menos peso o importancia. (En una mitológica entrevista al Comics Journal, hablan de su fanatismo por la revista Heavy Metal).
No puedo hablar con exactitud sobre Palomar porque aún no empiezo a leerlo (y probablemente quede para cuando termine con Jaime, dentro de muuuucho tiempo), pero en el caso de Locas, hay un momento bisagra donde esa intención de una saga de ciencia ficción con superheroínas mecánicas de aerodeslizadores y peleadoras de lucha libre desaparece por completo para convertirse en una megahistoria humanística centralizada en las mujeres y sus amigos/novios/amantes que habitan en un barrio chicano de la costa oeste. Y ese momento está en este libro. Por supuesto, no puedo precisar en qué momento de la serialización original ocurre, porque la verdad recomiendo más leer la serie con los libros recopilatorios y no tanto con los magazines originales. De todas maneras, las historietas unitarias quedaron debidamente recopiladas en la Love and Rockets Library que armó Fantagraphics (y esto en la edición española, de momento, no ha ocurrido).
De golpe, las cosas que ocurrían en las historias previas cambian de forma brutal. ¿Maggie trabajaba como mecánica de naves voladoras? Después de la cantidad de aventuras que tuvo (en sentido literal) complicadas, ya no labura más. Y no solo eso, toma empleos tan embolantes que los deja pasar y renuncia. Encuentra su lugar como una adolescente inconformista que no quiere hacer nada, se preocupa por cómo engorda y encima le pasan cosas con su mejor amiga. ¿La lucha libre era una herramienta “subversiva” de liberación en pueblos pseudolatinos? Ahora es solo una “excusa” para meter drama familiar entre Maggie, su mejor amiga, la exícono revolucionario Rena Titañón y su tía, Vicky Glori, que odia con todo su ser a Rena. Ah, y también para que Jaime se divierta y humille con espectaculares dibujos de peleas. ¿Penny Century, la voluptuosa superheróina? Está, pero ya figura decididamente (al menos por “ahora”) como una parodia absoluta. En un episodio donde Hopey decanta en una de las varias mansiones de H. R. Costigan, marido de Penny, ella tiene armado todo un set donde “actúa” situaciones heroicas. Ya no hay seres multidimensionales, naves ni naciones ficticias habitadas por guerrilleros y monstruos. Ahora estamos decididamente en un slice of life. En uno de los más hermosos.
Es una impresión, pero para mí son dos las cosas que garantizan el éxito y la permanencia extendida en el tiempo de Love and Rockets, al menos aplicadas a Locas: Por un lado, está el dibujo. Jaime a mi juicio es el mejor de los dos, el más completo, el que mejor sabe adaptar y tributar a grosos de tiempos pretéritos (además de un uso fastuoso del claroscuro, con dibujos y escenas muy similares a Sin City, por dar un ejemplo anglosajón y sin meterme -ahora- en la polémica de si Miller le afanó a Breccia o a Pratt). Acá, claro, las sombras no están para generar un aura “detectivesco” o noir, sino para sumarle más expresiones a la imagen. En este tomo ocurren cosas trágicas y ese “clima” se siente. Seguramente cuando llegue al tomo de Penny Century, la cuarta parte de esta saguita de notas, profundice más, pero las escenas de acción son alucinantes: no termino de entender cómo puede ser que esos dibujos estáticos que arma para las peleas de catch tengan, de todas maneras, un nivel de tensión y, perdón la redundancia, acción que logra el “movimiento” sin usar líneas cinéticas.
Por otro lado están las historias y, más importante aún, cómo se cuentan. El corazón que tienen estos cómics es gigantesco. Jaime ama a sus personajes, se divierte con ellos, crece con ellos (algo evidenciado en historias más recientes, como Is this how you see me? que obviamente mencionaré a futuro pero puedo dejar como “tráiler” esta reseña que hice para Comiqueando) y los acompaña de manera fantástica. Aparte, insisto: el “desembarazo” que pega de las historias más voladas para convertirlas en algo más íntimo es el equivalente a un volantazo violento pero que sale bien. De pronto la crítica social está más evidenciada en temas más “terrenales” y no representados en golpes de estados; se mete con la muerte en la gloriosa “The death of Speedy Ortiz”, con problemas entre chicanos y gringos.
Si tengo que resumir con una sola frase corta lo (poco) que leí hasta ahora es: pocos comics tienen tanto corazón como estos. Se nota, se siente y, por sobre todas las cosas, se disfruta y mucho. Los momentos más conmovedores de la historieta se encuentran acá y seguramente en otros libros de esta siempreterna saga. Eso prometo confirmarlo por acá lo más pronto posible.
El multiverso no existe: Infinite Frontier y la pesada herencia
Por Matías Mir
Se ve que, estos días, la palabra “multiverso” domina las conversaciones en el ámbito de la ficción comercial. Y es lógico: ante la popularización masiva del concepto de “universo cinematográfico compartido” (y dado que estamos inmersos en un sistema capitalista que exige que todo lo que funcione suba la apuesta y se expanda más y más hasta encontrar el equilibrio o la implosión), el paso siguiente tenía que ser sumar más universos a la conversación. Aunque ahora dominó completamente la conversación fruto de ser el primero en más o menos pilotear bien el concepto en la pantalla grande, Marvel no inventó el concepto de multiverso. Ni siquiera fue el primero en tener un multiverso en los cómics. Pero después de Spider-Man: No Way Home, olvidate. Para el inconsciente colectivo, “multiverso” significa “Marvel” y significa “cameos de actores de franquicias de superhéroes canceladas para celebrar en una sala de cine”. (Ojo, que me encanta).
Pero del otro lado de la tribuna, y hablando solo de historietas, hay una tradición de larga data de explorar continuidades paralelas y hacer que se choquen. El Flash de dos mundos, la crisis en Tierra-Uno, el Batman/Robin de Tierra-Dos… y todo eso pre-Crisis, un superevento cósmico donde una unión de personajes de varias líneas distintas tienen que unirse para luchar contra un bicho enorme mientras una ola de destrucción arrasa con como cincuenta universos y tienen que viajar al principio del tiempo a luchar durante la creación de la existencia. Ahí tenés tu multiverso de la locura.
Claramente hay algo atractivo en el concepto. El multiverso (fuera de apariciones estelares de actores que intentaban pasar a algo menos fetichizante en sus carreras), es la expresión definitiva de la imaginación desencadenada justificada por la trama. Si abrís una puerta al infinito, puede entrar cualquier cosa que se te ocurra, y mientras más contrastante, más falopa, más creativa sea, las audiencias/lectores parecen celebrarla más.
En Infinite Frontier, Joshua Williamson se enfrenta a la tarea de escribir un típico evento “seteador” de historias de esos que agarran todas las cartas desparramadas en la mesa después del juego anterior anterior, las acomodan y las reparten a los guionistas para que puedan seguir jugando. Sus objetivos parecen muy claros: bajar a tierra el despelote absoluto que fue Death Metal, contar una historia que se sienta consecuente con el lore multiversal de DC que se gestó en los últimos años y preparar el terreno para la próxima gran historia.
El último lo logra con bastante sencillez. De hecho, todo Infinite Frontier se siente más como un prólogo para lo que sea que vayan a hacer el próximo año. Son las otras dos metas en las que demuestra un nivel de soltura y creatividad interesantísimos.
Lo primero que hace de divertido es que explora cómo experimentan las personas de a pie el hecho de que… un Batman jokerizado estuvo peleándose con una diosa omniversal en el cielo tirándose tierras como si fueran pelotas, todos murieron y después Wonder Woman lo resolvió todo pidiéndole porfis porfis a Dios que arreglara todo. A nivel narrativo es fácil decir “y todo salió bien”, pero Williamson va por el lado de “¿entonces cuánto se acuerda la gente de todo esto?”.
No es la primera Crisis por la que pasan los ciudadanos de la Tierra Prima, obvio, pero sí debe ser la primera que pasan con redes sociales masivas y grupos de conspiranoicos y negacionistas con miles de suscriptores. La escena del primer capítulo, donde distintas personas en un bar se ponen a discutir si lo que ocurrió en Death Metal fue real o solo un delirio colectivo y termina con un negacionista gritándole en la cara a Roy Harper, que acababa de revivir gracias a la magia del reboot, que “el multiverso no es real”, es fantástica. Porque para nosotros, más allá de conceptos hipóteticos poco posibles de demostrar (alguien va a saltar con un link a demostrarme lo contrario), el multiverso es solo un concepto de ficción y no algo a lo que podemos llegar a enfrentarnos psicológicamente. En Infinite Frontier, Mr. Bones convence a Cameron Chase de ayudarlo al mostrarle fotos reales de sus yo paralelos en otras Tierras, y ella no es la única persona que empieza a preguntarse si, quizás, no es solo la versión aburrida o pedorra o trágica de sí misma en el nuevo gran esquema de las cosas.
Todo esto es maniobrado de forma muy orgánica, pero es casi la trama secundaria de una nueva Crisis (en todo menos nombre, con Flash metido, el Psico-Pirata, un Multi-Darkseid haciendo de Antimonitor en un universo desolado aislado del resto…) muy interesante. Primero, porque no es protagonizada por la JLA de Tierra-Prima sino por Justice Incarnate, la Liga multiversal, lo cual hace que sea una aventura mucho más fresca y menos repetitiva. Williamson tuvo la brillante idea de que sus World Finest sean el Presidente Superman y Thomas Wayne, el Batman de Flashpoint, una dupla divertidísima de la cual me encantaría leer una miniserie copada.
Lo otro que hace es, como dije antes, hacerse cargo de lo que vino antes. Tanto del Batman de Tom King en la trama de Thomas Wayne (al cual elige redimir y darle un cierre mucho más satisfactorio que el le dio Tomás Rey) como de la fantástica Multiversity de Grant Morrison. Ver a la Justice Incarnate usando el Multiversity Guidebook, que mencionen a The Gentry, que los villanos sean personajes desplazados de Tierras desaparecidas o arruinadas que le tienen bronca a Tierra Prima… Infinite Frontier es el sucesor espiritual de las ideas de Morrison. Nada de Multiverso Oscuro, nada de intentar volver a inventar la rueda: tenés 52 Tierras cartografiadas para explorar que ahora están todas conectadas, es un caballo narrativo salvaje que hay que domar, y Williamson lo cabalga bastante bien.
También quiero resaltar el Infinite Frontier: Secret Files #6, el final de la miniserie precuela, coescrito con Dan Watters en el que buscan preparar al Psico-Pirata para caer en las manos de Darkseid y escriben a una de las mejores versiones del personaje. Si en la Crisis original el chiste era que era el único personaje consciente del Multiverso y la continuidad, ahora que todos son conscientes de eso, el paso lógico es hacerlo romper la cuarta pared, escribirlo como un catalista narrativo que intenta escapar de las viñetas que lo encierran pero que, aun así, no puede escapar de Darkseid.
En síntesis, es todo lo que no espero del evento anual de rutina de DC: una historia bien escrita, con conceptos creativos que no subestime la atención del lector y no busque solo crear momentos icónicos viralizables (casi siempre muertes de personajes) para movilizar la narrativa. Y encima el final solo sube más la apuesta, la aumenta hasta donde no recuerdo nunca haberla visto en otro cómic. Me da ganas de ver qué pasa con cómics de superhéroes modernos, y eso ya es bastante.
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