Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías recomienda un compilado de novelas gráficas y Gonza repasa la influencia superheroica de su artista predilecto.
¡Atención! El próximo sábado no habrá entrega, pero volvemos el sábado 5 de marzo con nuestra fabulosa entrega #50. No prometemos nada excepto hablar de historietas.
The End of Summer: Tillie Walden en el país de los sueños
Por Matías Mir
Aprovechando mis vacaciones, estoy bajando de a poco la pila de lecturas pendientes, una tarea tan divertida como infinita, porque el ritmo con el que entran libros es mayor al ritmo con el que se leen, pero así seguimos, empujando esta piedra por la ladera de la montaña que es ser lector y comprador de libros, dos pasatiempos distintos. Encima me pasó que leí libros muy buenos uno después del otro, en una racha interesantísima, así que irán saliendo comentarios sobre los libros en las próximas entregas. Hoy arranco por el último que leí, aprovechando que lo tengo más fresco.
Alone in Space es un libro que te viene al pelo si sos fan de Tillie Walden, porque es una antología en tapa dura muy cheta que recopila tres novelas gráficas de la galardonadísima y consagradísima autora texana que viene rompiendo todo. No es la primera vez que la menciono en este newsletter, y tampoco la segunda, pero Tillie tiene ese poder como artista de movilizarme a tal punto que siempre termino volviendo a escribir sobre su obra.
Como decía, este libro es un compendio de otros tres libros: The End of Summer, I Love This Part y A City Inside. Algo muy bueno, porque salir a cazar esos hoy está medio difícil y te termina saliendo más caro, además de que te quedás sin las más de cien páginas de historieta extra. Solo en el sentido editorial, ya es un librazo que vale cada morlaco.
De esas tres historias, las primeras tres publicadas de la autora, las últimas dos son quizás las más livianas. Son casi poesía ilustrada, un concepto único estirado durante varias hermosas páginas de ese estilo Walden tan atractivo y con todos sus elementos típicos: ciudades, lesbianas, gatos, la búsqueda de una vida tranquila entre almohadones, sábanas y cuadernos cerca del campo o el cielo. Se sienten como una búsqueda de expresar una emoción, una experiencia, una estética muy específica usando las herramientas que provee el arte secuencial, y funcionan muy bien en transmitir eso. Después de leer historietas así, salís a la calle en medio de la ciudad sucia y horrible llena de hijos de puta gritando o con cumbia al palo y te dan (más) ganas de pegarte un tiro o de irte a la mierda en búsqueda de esa paz tan detallada y concreta que transmite Tillie.
Y todo muy lindo, pero (irónicamente) el laburo que me voló la cabeza fue el primero de todos, su primera novela gráfica, The End of Summer, una obra tan impresionante que es imposible creerse que fue la primera historia larga que produjo en su carrera, entre los 17 y los 18 años. Pero lo es, y es un arranque tan fuerte que terminás deprimiéndote pensando en qué hacías vos a los 18 años.
The End of Summer plantea un ambiguo universo en el que el invierno dura como tres años y es tan frío que la gente tiene que aislarse en casas selladas hasta que termine. En este caso, una familia de muchísima guita se encierra con todos sus hijos y un montón de sirvientes invisibles a esperar que vuelva la primavera. Hasta ahí, todo tranca, pero sobre todos estos personajes sobrevuela una tensión muy frágil, un montón de cosas no dichas y situaciones pasivo-agresivas no resueltas que se acentúan con el hecho de que tienen que estar encerrados en el mismo edificio por los próximos años, además de la locura que empieza a producirles el encierro. Tillie pone todo su fanatismo por Hitchcock en crear tensión humana muy palpable y le sale fantástico.
Pero lo que hace que esta historia trascienda de “muy copada” a “bomba atómica” es el apartado gráfico. Las páginas de The End of Summer son una locura, una cátedra de narración, de uso inteligente de la grilla, de viñetas chiquitas cargadas de sentido, de secuencias finísimas que parecen tan fáciles pero que le salen a ella sola. Además, obvio, el dibujo en sí es fenomenal. Lo que más resalta es la obsesión con la arquitectura y la línea fina con la que desarrolla los espacios de esta mansión que parece un laberinto. A un vistazo rápido recuerda al trabajo de Gerhard en Cerebus, aunque su uso del claroscuro es completamente distinto.
Uno lee las páginas de Walden en este libro y no sabe si, o los originales son gigantes, o dibuja con microscopio. Las composiciones en The End of Summer están claramente inspiradas por la obra de Winsor McCay (para cerrar el homenaje, el gato gigante que acompaña al protagonista se llama “Nemo”) y su fantasía onírica. Todo en esta historieta se siente como un sueño al que intentamos darle un sentido narrativo. Gana MUCHÍSIMO con la relectura, porque en esas viñetitas hay tanta información, tanta sutileza, todo fluye tan bien que uno se pierde en ese flujo de lectura y la información se escapa por el blanco de la hoja, por ese mundo tan vivo que parece que solo lo espiamos por un rato.
Para cerrar, el resto del libro está lleno de historietas cortas una más buena que la otra muy útiles para ir viendo la evolución de Tillie y cómo va probando distintos elementos para hacer cómics. Hay desde distintas formas de autobiografía hasta homenajes más obvios a otras historietas (incluyendo, obvio, a McCay, pero también a Moomin, a Nagata Kabi [o hacen cosas demasiado similares] y a Nancy) entre trabajos por placer y tareas para el Center for Cartoon Studies de Vermont. Es simplemente un libro muy completo en una edición fantástica que plantea toda una forma distinta de pensar cómo puede ser una historieta moderna. Es una pequeña mina de oro de la narrativa en secuencia.
El camino plateado de Quique Alcatena
Por Gonzalo Ruiz
Esta semana que acaba de terminar me tuvo leyendo dos cosas que me engancharon por completo: una tiene que ver con Daniel Clowes (y para saber qué van a tener que esperar al próximo miércoles o jueves), y la otra con el ídolo que menciono en el título. Con paciencia terminé el esperadísimo (y demoradísimo) tomo dos de la Colección Alcatena que lleva a cabo la editorial Utopía, centrado en dos personajes creados por el dibujante, en este caso como artista integral, para la revista Anteojito: Arlekín y Cascabel.
Pasemos lista de lo obvio primero: sí, son historietas pensadas enteramente para chicos… pero que, como cada vez que Quique se mete con este rango etario, posee ingredientes que hacen que un adulto los pueda disfrutar. Por supuesto, la narrativa es mucho más amena que las obras que hiciera/hace a dúo con Eduardo Mazzitelli, pero no por ello pasatistas. Básicamente, las historias están pensadas para que las aventuras avancen siempre hacia adelante con obstáculos a cada rato, cosa que tiene sentido si pensamos que estas historias se serializaban DE A UNA PÁGINA POR NÚMERO. Es cortísimo el espacio para generar un conflicto que enganche (a veces pasa y a veces no, a veces funciona y a veces no), y no se me ocurre manera más incómoda de disfrutar algo, pero el tener ahora la oportunidad de leerlo de corrido anula un poco ese detalle anecdótico que, de nuevo, no afecta a como se plantea la historia.
Ahora, puedo decir de que van las historias, pero al margen de dejar sorpresas, me interesa más hablar, tanto sobre este libro como de otros, lo lindo que Alcatena maneja su influencia máxima, tal vez una que está presente todo el tiempo pero no de siempre manera directa, planteada a veces en gestos o guiños y a veces como la única forma válida de narrar una historia. Claro está, esa influencia es la gloriosa Silver Age, ese período histórico que algunos ubican entre finales de los 50 y finales de los 60, que incluye la “conquista espacial” de DC Comics y la Edad de Oro de Marvel Comics. Un período tan fructífero como, irónicamente, verdulero, donde a veces la imaginación primaba y en otras oportunidades las historias estaban pensadas para sacar así nomás, de encargo y sin el menor vuelo poético. Pocos momentos históricos tienen detractores y fanáticos en cantidades similares. Y Quique por supuesto, se encuentra en el segundo grupo.
Pero Quique, además de ser un genio, es inteligente. Sus obras “silveragescas” no son una copia directa de los mejores momentos de Carmine Infantino, Curt Swan, John Forte, Gardner Fox o John Broome, sino una reinterpretación que incorpora otros gustos personales, notorios si alguno ve qué otras cosas dibuja aparte de superhéroes. Entre estas historias del libro de Utopía se cuela la mitología griega y marítima, la literatura inglesa y francesa, fauna exótica y fantástica… en fin, si nos sentamos a hilar fino, muchos de estos ítems mencionados también sirvieron de influencia (directa o indirectamente lo podemos discutir hasta el infinito, pero negarlo es de necio) para los superhéroes. El círculo y el tráfico de influencias se cierra. Hay también un fuerte componente lúdico en los “superhéroes” de Alcatena, pero aplicado de manera consciente y no torpe como ocurrían con los cómics de los 50, que pecan más de flojos que de pavos, por más que todavía no se pensaba en un público que tuviera más allá de 11 o 12 años. Eran historietas pensadas de forma tan industrial que carecían de una forma específica. Quique, como buen exégeta, nota los vicios y los hace suyos. Irónicamente, estas sí son historietas para chicos.
Por supuesto que las “silverageadas” del Maestro no terminan acá. Más acá en el tiempo tenemos al Dr. Paradox y a Dugong y Manatí, lo más parecido a personajes recurrentes como pueden serlo Flash o Batman y Robin: con sus propias idiosincrasias y guiños, basados en homenajes, sí, pero con la cantidad necesaria de giros para convertirse en un lenguaje nuevo. También hay un puñado de héroes y no tanto que tuvieron “unitarios digitales” publicados a través de Tótem Comics y que fueron recopilados por Rabdomantes en “El Hombre Tótem y otros héroes extraordinarios”.1
A Quique Alcatena se lo vincula de manera automática con la estilizada prosa del guionista lomense, heredero de la imaginación histórica de figuras como Robin Wood, capaz de agarrar mitologías existentes y con ellas crear una propia, única, “mazzitelliana”. En menor medida, también están presentes sus obras con el recordado Loco Barreiro, que son las menos pero aún así son sinónimo de calidad. Sin embargo, lejos está el dibujante de no bancársela solo, de no demostrar que su conocimiento sobre mitos y leyendas es tan vasto como el de sus legendarios colegas. A la libertad total de trabajar solo sobre sus ideas, se le suma el inmenso amor que le tiene a aquellas viejas revistas publicadas hace ya setenta años, aquellas pensadas para deslumbrar los ojos de los niños, pero que acá los hace propios y les da esa vuelta de tuerca propia del paso del tiempo. Es decir, juega con los tropos clásicos que hoy podemos identificar como Silver Age, pero no obra con la “inocencia” impuesta por el Comics Code of Authority. No es una lectura unidimensional o ciertamente pava, sino que las moderniza, hace del guiño que responde a lo que hoy se llama “cultura pop”, algo que va más allá de la referencia obvia. La cuestiona, se ríe del canon y por supuesto las referencias mencionadas no están atadas solamente a otros comics. En solitario, Alcatena hace superhéroes que son más pop-art, pero sin ningún tipo de pretensión artística. Simplemente es como le salen.
Hoy Quique es uno de los pocos herederos de aquella magia, de aquel esplendor pensado para el más absoluto entretenimiento historietístico, a veces ridiculizado injustamente. En estas obras, la justicia para la Silver Age se ha hecho de manera épica. ¡Excelsior!
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Paso en limpio rápido cómo está recopilado todo este material: hay tres libros de Dr. Paradox editados por Comiks Debris; dos de Dugong y Manatí editados por Comic.Ar; y El Hombre Tótem de Rabdomantes. Si le sumás el libro de Utopía, tenés buena parte de la “carrera solista” de Quique.