Bienvenidos a la sexta entrega de Oficio al Medio (o “O/2”), un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías se reincide escribiendo acerca de las tiras diarias de Moomin de Tove Jansson, y Gonza habla de su arco preferido del New X-Men de Grant Morrison.
Dibujando las tiras diarias de Moomin con Tove Jansson
Por Matías Mir
Ya en la primera entrega de Oficio al Medio hablé largo y tendido sobre las tiras de Moomin de Tove Jansson porque son una pieza de historieta fantástica y eterna, pero también porque son hermosas no solo en lo gráfico sino desde lo semántico. Sin embargo, quería hacer una segunda parte para explayarme un poco en lo visual, en cómo Tove producía estas tiras, qué detalles escondían, qué recursos manejaba para que un par de garabatos sin mucha forma se convirtieran en uno de los íconos más importantes de la caricatura del norte de Europa y de mi corazón.
Primero, si bien escribí en “Deconstrucción, escapismo y anticapitalismo en las tiras diarias de Moomin de Tove Jansson” que las tiras comienzan con “Moomin y los bandidos”, eso solo es cierto si contamos su publicación en el Evening Press a partir de 1954 bajo la edición de Charles Sutton. Sin embargo, antes ya había existido una historia en forma de tiras, una adaptación de la novela Cometa en Moominland, que salió publicada en el periódico sueco-finlandés Ny Tid en 1948. Esa adaptación es bastante libre, y fue criticada porque los personajes eran “demasiado burgueses” para un periódico de izquierda (aunque, siendo justos, en esa historia Moominmama literalmente se pone a hacer una torta mientras el resto del valle sufre por la amenaza del fin del mundo), así que la colaboración no continuó. Esa historia es considerada como un “capítulo cero” de las tiras, aunque en nuevas ediciones se pone como historia #17.
Todas las tiras, incluso esa extra, comienzan con el mismo chiste: Moomin agachado por alguna razón. La joda es que parece un círculo y recién cuando se levanta se entiende que es un Moomintroll, aunque entonces la historia prosigue como si la incógnita hubiera sido resuelta, sin explicar qué corno es un “Moomintroll”. Como el público siempre se renueva, ese chiste también, aunque con variaciones respecto a qué hace Moomin agachado o por qué se levanta.
A diferencia de otras tiras, donde hay un flujo más errático e improvisado, las tiras de Tove siguen una tradición más seria de strips, esa en la que se cuentan historias completas con título que ocupan una determinada cantidad de tiras y llegan a un final. Tove participó (ya sea como artista integral o como guionista) de 20 historias, todas comienzan, avanzan y terminan con un “fin”, y al día siguiente comienza una historia nueva.
Un detalle gráfico creado para las tiras y que luego se trasladó a las novelas es el hecho de que Moominmama use un delantal. En las primeras novelas, el personaje solo usa una cartera. Fue Sutton el que propuso un nuevo detalle al diseño del personaje para que así fuera distinguible de Moominpapa y Moomin. Con el tiempo, ese se volvería el diseño definitivo de Moominmama.
Otro detalle muy interesante de la tira es cómo Tove empezó a experimentar con un elemento básico de las tiras: los bordes de las viñetas. Aunque en la mayoría de las historias solo se representan con líneas rectas, cada tanto, erráticamente y sin mucho criterio, aparecen tiras aisladas o historias completas en las que los bordes de las viñetas son objetos en algunos casos aislados, en otro plano, y en otros casos directamente interactuando con la propia acción de la tira.
En algunas tiras, los propios bordes cuentan su propia narrativa, su propia secuencia de “inicio-desenlace” que juega como un relato en segundo plano al remate de la tira principal. ¿Por qué Tove se tomaba el tiempo de armar así las tiras? Probablemente porque le gustaba dibujar y llenar cada pedazo del papel, además de hacer que la tira no solo fuera un pedazo de una historia más grande sino una pieza estética de entretenimiento en sí misma.
Si bien pueden ser hilarantes, las tiras de Tove no siempre estaban pensadas como una sucesión de chistes, como bien pueden ser clásicas tiras cómicas americanas o argentinas. A veces había un chiste pero en el medio de la tira, o en el penúltimo globo. El ritmo es errático porque la tira todo el tiempo busca conciliar una comedia con un serial de aventuras, hilado por la simpatía de todos los personajes en la escena y por lo armonioso del trazo.
Pero incluso el amor por el medio tiene un límite. En una carta en 1959 al editor del Evening Press, Tove escribe:
“Tengo que dejar de dibujar porque ya no siento alegría al trabajar”.
Tove Jansson era una mujer tan errática como su obra. Le era imposible quedarse quieta y buscaba todo el tiempo nuevos horizontes artísticos, ya fuera como escritora, artista plástica o dibujante. Donde cualquiera podría sentir que se había sacado la lotería con un personaje popular que literalmente le daría regalías toda su vida, ella veía una cárcel. No quería ser solo “la mujer que hace los Moomins”, y tener que producir una tira diaria era la cadena más grande que la ataba a esa versión de sí misma. Sin embargo, los personajes eran más populares que nunca, y el syndicate todavía necesitaba historias. Ahí es donde aparece su hermano, el escritor Lars Jansson.
Lars, como ya dijimos, era quien traducía las tiras del sueco al inglés para que se publicaran en el Reino Unido. A partir de la historia “Moomin en el Viejo Oeste”, de 1957 (si se preguntan cómo los personajes viajan al Viejo Oeste, la respuesta es: máquina del tiempo), Lars comienza a ayudar en la tira como dibujante auxiliar. Si la tira está firmada como “Tove Jansson”, es de Tove; si está firmada como “Jansson” o sin firma, entonces fue con participación de Lars. En 1959, Lars le ofrece a Tove el mejor regalo que podía darle: le ofrece suplantarla en las labores de la tira, y le muestra algunas páginas hechas por él mismo para demostrarle que podía mantener el estilo estético y narrativo de su hermana sin muchos sobresaltos.
Con eso arreglado, ese año se publica la última tira de Tove, la única firmada, simplemente, como “Tove”. Desde 1959 y hasta el final de la tira en 1975, el encargado fue Lars, firmando como “Lars Jansson” y continuando con todas las estructuras previamente establecidas por su hermana y de a poco agregándole su propio toque.
De las tiras de hecho no hay muchos originales disponibles, porque eran enviados al periódico y consecuentemente desechados. Sí se conservan algunos proyectos rechazados y los estudios y borradores para las tiras que quedaron en el estudio de Tove, y mucho de ese material se recopiló para una exhibición basada específicamente en las tiras (algo raro, ya que la franquicia es muchísimo más famosa por las novelas, el merchandising —particularmente las tazas— y las series animadas —tanto la japonesa como las nórdicas—) que ahora mismo se expone en Japón, uno de los países que más supo apreciar al Moomintroll. En Occidente (y ni hablemos de nuestro país) sigue siendo una deuda pendiente.
No hay autoridad salvo vos mismo: Quentin Quire y la rebeldía en New X-Men
Por Gonzalo Ruiz
Grant Morrison es un nombre presente cuando se hable de revolucionar títulos. Hoy me quiero detener en una saga de cuatro números dentro de su estadía en los X-Men, rebautizada New X-Men con su llegada en el 2001, donde nuestro escocés favorito hace gala del poder de las juventudes que deciden tomar el poder del cuestionamiento y la revolución, por más que no estemos de acuerdo con el promulgador de semejante mensaje.
Siempre que le toca sentarse en la cabecera de algún título, Morrison decide tomar el statu quo del título que escribe y lo da vuelta como una media. ¿Qué pasa en este caso con los mutantes? Hace que el Profesor se anuncie al mundo como mutante, arma un genocidio descomunal en Genosha, y genera dos cosas claves que dialogan entre sí: rompe con la hegemonía de los personajes habituales y expande el concepto de escuela, algo que no siempre había sido explotado en su totalidad. Pone alumnos que van rotando como personajes secundarios y principales a cada rato y además los hace mutantes en un sentido literal en cuanto al diseño. La mayoría de los estudiantes tienen malformaciones en el cuerpo o la piel como si fueran enfermedades (una parece sufrir progeria), o algunos directamente son figuras abstractas como un cuerpo hecho de humo o algo más alienígena. Puede sonar algo menor, pero Morrison extiende en ribetes grotescos la percepción que tiene el homo sapiens del mutante, algo más cercano a un tullido que a un ser humano de apariencia “normal” (en algunos casos, y de hecho los más deformes vivían en las cloacas) con habilidades extraordinarias. Hay más de esto en su gloriosa Doom Patrol, pero seguramente de esto hable en alguna próxima entrega.
En Riot at Xavier's (New X-Men #135-138, con dibujos de Frank Quitely), el foco está puesto por completo en Quentin Quire, un mutante de habilidades telepáticas categoría omega que cuestiona los lineamientos pacifistas de Xavier. Parado en las antípodas, arma su propio grupo, la Omega Gang, con la intención de tomar justicia mutante por mano propia. Todo esto se da, además, en el marco de un día donde el jerarca mutante tenía pensado abrir las puertas de su escuela al público, tanto homo superior como sapiens.
Un mito urbano estableció en su momento que Stan Lee concibió a Xavier y Magneto como versiones superheroicas de Martin Luther King y Malcom X, por cómo estos líderes se manejaban con los problemas de su raza. En el caso de Uncanny X-Men, la segregación pasa obviamente por los mutantes. Esto en realidad es más una percepción más reciente de la coyuntura de los '0, siendo que Eric Magnus en los cómics parece más un villano terrorista que un fanático radical. Sin embargo, un verdadero ejemplo de esta radicalización falsamente asumida antes es Quentin, que pasa de ser un sabelotodo insufrible y “en el molde” a dar un giro de 180° sobre su línea de pensamiento “política” al enterarse de la noticia de la muerte de un diseñador mutante, presumiblemente asesinado por una horda de humanos. Lookeado por completo al estilo skinhead, Kid Omega ve en Xavier lo mismo que vieron las juventudes del punk en el rock mainstream del momento: atraso absoluto, una transa definitiva con el poder dominante, entregadores de una juventud que busca más un ícono de rebelión y no tanto palabras amables. Para Quentin, es inadmisible que los X-Men no reaccionen con las muertes de los mutantes marginados en sus barrios. De golpe, entre número y número, el joven quiere darse importancia tomando por asalto la escuela.
Por supuesto que lo más interesante de esta historia es cómo el mensaje radicalizado a veces se ve opacado por clichés bobos (puestos a propósito) propios de los jóvenes que entienden la rebeldía como simplemente hacer lo que sus padres les piden que no hagan. El ejemplo más claro es la presencia casi principal que tiene la droga en estos números, en este caso un concentrado de hipercortisona D denominado “Kick”, que aumenta las habilidades mutantes por un puñado de horas, con un estado de euforia violenta como efecto secundario. También hay, en cierta manera, un acto de capricho más que una autoconvencida ideológica anárquica, o siendo más peyorativos, una pose en esta historia. La remera de Magneto was right, o escribirse en la frente como hiciera Prince ante los ejecutivos de Warner en los 90, da la impresión de que por momentos Quentin es solo un caprichoso más que un verdadero rebelde.
Pero aun así quiero decir que, al menos en este arco, banco mucho al joven rebelde. Siento algo de identificación personal (aunque nunca encabecé ninguna revuelta) en cuanto al desencanto que presenta contra “lo establecido”.
Morrison, siendo alguien que pasó su infancia junto a sus padres en marchas por el desarme nuclear, adolecido en pleno ataque 77 británico, deja acá constancia que la revolución quedó, queda y quedará siempre en manos de la juventud. Capaz este mensaje final suene ambiguo, usando como base una historia donde el radical es el villano y lo conservador son los héroes que salvan el día. Pero parte de la rebelión es cuestionar día a día nuestros actos, nuestros pensamientos, qué es lo que está bien y qué es lo que está mal. No hay crimen en empatizar con Quentin Quire, alguien que quiso algo mejor para sus hermanos, aunque sus métodos puedan parecernos incorrectos. De todos modos, no hay crimen en cuestionar a tu profesor: es hasta un acto de absoluta valentía. Lo dijeron los Crass: no hay autoridad salvo vos mismo.
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