Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días (excepto cuando no), Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Matías ejerce la intertextualidad y analiza una gran serie del sello Young Animal de DC.
Eternity Girl: No podés morir porque la muerte no existe.
Por Matías Mir
“«¿Y la muerte? ¿Dónde está?»
Buscó su habitual miedo a la muerte y no lo encontró. ¿Dónde está? ¿Cómo es la muerte? No tenía miedo de ninguna clase, porque tampoco ella existía”.
“La muerte de Iván Ilich”, Leon Tolstoi.
Hoy vengo a escribir sobre dos temas que me atraviesan muchísimo: la intertextualidad y las ganas de morir. La primera porque nada me parece más divertido que encontrar conexiones temáticas entre dos o más obras (enlaces pretendidos por sus autores o no, en especial si no) para terminar entretejiendo a Kieron Gillen con Alan Moore o a Tove Jansson con el “Negro” Fontanarrosa. Y sobre las ganas de morir porque de eso, en un principio, se trata la genial Eternity Girl, de Magdalene Visaggio, Sonny Liew y Chris Chuckry.
Publicada en la segunda ola de Young Animal (el sello alternativo de DC curado por Gerard Way), Eternity Girl es una miniserie que se centra en Caroline Sharp, una científica que entregó su cuerpo para salvar al mundo de las manos de una supervillana, Madame Atom, y se convirtió en la heroína cambiaformas Chrysalis. Lo jodido es que, con el mundo ya salvado, tiene problemas para reinsertarse en su vieja vida, sufre un exabrupto superpoderoso en el laburo y le dan una licencia indeterminada que la hunde aún más su depresión. Para cuando la encontramos, ya se quiere matar, pero ahí está el chiste: su actual cuerpo es incapaz de morir en el sentido tradicional. ¿Qué hace, entonces, Caroline, superpoderosa y súper del orto? Ritualizar su suicidio, despersonalizarse, alienarse. Y mientras en la “vida real” va perdiendo todos los lazos con la vida que tenía, empieza a disociar y vivir una aventura cósmica con la mismísima Madame Atom a lo Kirby, con centinelas espaciales e imposibles maquinarias celestiales que mantienen andando a la realidad. Para finalmente morir, Caroline tiene que destruir el universo.
Si bien Eternity Girl no es específicamente postwatchmenista, sí nos presenta a un personaje humano que obtiene el potencial para ser una nueva Dr. Manhattan, en especial su perspectiva de los campos intrínsecos que componen a la materia de la que está hecha toda la realidad y, también, la manipulación de las moléculas a su alrededor. Un elemento importante de la historia de Caroline es cómo no puede volver a la vida que tenía porque ya no percibe al mundo de la misma forma, y ahí es donde entra Atom, quien le demuestra la verdad de su existencia: ella es un error, una anomalía, la piedra a la que el río de la historia le pasa por al lado. Su inmortalidad ni siquiera se limita a esta línea temporal: el universo ya se reinició varias veces y se va a seguir reiniciando eternamente, y ella siempre va a existir, siempre inmortal, y ahora siempre consciente de la rueda en la que está metida. La realidad continua es ahora para ella una máquina de tortura permanente.
Por supuesto, lo más divertido de esto es cómo el cómic expresa la idea de un universo en constante reinvención. Los lectores ya no podemos caer en la trampa de pensar que Caroline es una persona: ella es un personaje de historieta. Sus distintas historias de inmortalidad y depresión se vienen escribiendo desde siempre en páginas de otras historietas que nunca leímos; reboots y reimaginaciones del personaje en todos los estilos. Hay una Caroline de la Golden Age, una más moderna, una dibujada como una tira de Schultz, la que quieras. Esto no es el Multiverso, es una misma existencia lineal a lo largo de un mismo universo que arranca y termina cada vez y les concede a sus habitantes la piedad del olvido para que puedan experimentarlo de nuevo… a todos menos a Caroline. Esa metapercepción es, claro, tremendamente Morrisoneana, pero ya vamos a llegar a eso más adelante.
Primero hay una referencia muchísimo más evidente, porque si yo te digo que leí un cómic sobre una heroína metamórfica que se quiere morir y no puede, una historieta publicada desde los bordes de DC, técnicamente canon pero apuntada a un público alternativo, vos pensarías que te estoy hablando de Sandman #20 (“Façade”, octubre de 1990), ese capítulo tremendo en el que vemos qué fue de la vida Element Girl de la mano de Neil Gaiman, Coleen Doran, Malcolm Jones III y Steve Oliff. Rainie Blackwell, acá también, es solo lo que queda de ella, ansiosa y depresiva, de licencia y con ganas no satisfechas de matarse. Difícil que Visaggio no haya leído este cómic, no solo porque su detonante es igual, sino porque incluso hay líneas de diálogo muy similares. En cualquier caso, Caroline no sufre la misma ansiedad social extrema que tiene Rainie, y decide proactivamente buscar su muerte en vez de esperar que esta (literalmente) llame a la puerta.1
Para Element Girl hay un final feliz, porque Muerte la ayuda a juntar confianza y pedirle al responsable de su inmortalidad que se la quite en un vuelo poético hermoso que solo me da ganas de ponerme a leer Sandman de nuevo. Para Caroline las cosas no son tan sencillas. Aun así, destaco mucho una frase que tira Muerte cerca del final, cuando ve el cuerpo de Rainie deshaciéndose bajo el sol: “Divertite, Rainie. Mejor suerte la próxima”. Completamente en sintonía con la idea cíclica de la existencia, incluso la de los inmortales que logran morir, que plantea Eternity Girl.
Pero esa no es mi mayor carta bajo la manga. Un último juego narrativo de unir los puntos, mucho más rico, estuvo evidente, siempre a la vista. Poco después de la publicación de “Façade”, en 1991 salió a la venta el primer capítulo de Kid Eternity, de Grant Morrison (ahí está) y un Duncan Fegredo camaleónico jugando a ser Sienkiewicz, una miniserie producida casi en joda, a raíz supuestamente de un desafío de Karen Berger al entonces no pelado guionista de que no podía recrear su ya entonces clásico truco de agarrar personajes de la B Metropolitana y convertirlos en best-sellers para el público adulto. Esta obra de título resonante es una historieta increíble, absolutamente desatada, muy desafiante, que invita a entrarle con su arte violento y su historia llena de angst, nihilismo y viajes dantescos… pero que a la vez parece expulsarte en una primera lectura con lo caótico de su narrativa y la cantidad absurda de información que insiste en sumar todo el tiempo. Gana muchísimo con la(s) relectura(s) (la mejor review que encontré es que es un cómic que no se lee con los ojos sino con el estómago), y les aseguro que bajarse este cómic y Eternity Girl inmediatamente después te deja absolutamente gagá (literal eso retrasó la publicación de esta entrega), pero estuvo bueno porque dio a luz una idea en mi cabeza que ya enterró sus raíces y no puedo desalojar: la de que Kid Eternity y Eternity Girl son dos caras de la misma moneda.
En la historia de Morrison,2 el Kid (originalmente un personaje de Quality Comics en los 40 luego adquirido por DC) de kid no tiene nada: es un adulto con la pinta de Crowley de Good Omens bien canchero que se pasó los últimos 30 años atrapado en el infierno y pudo salir gracias a una serie de casualidades que desembocaron en la cabeza del humano Jerry, standupero y side-kick improvisado. Si bien es el Kid quien nos guía al infierno y de regreso en su aventura para salvar a su guardián y, de paso, al mundo, enfoquémonos en Jerry por un rato. Este compañero de aventuras descubre que es apenas la última iteración de una misma alma que viene reencarnando una y otra vez desde el principio de la existencia, siempre encontrando la muerte ritual y su renacimiento antes de que ciertos demonios lo maten, porque tiene que llegar hasta su encuentro con el Kid y cumplir su lugar en el destino de ambos. Solo en ese concepto ya hay muchísimos paralelismos con la historia de Caroline: el suicidio ritual, el inevitable ciclo de existencia. En Kid Eternity, un leitmotiv llamativo es la carta de la Rueda de la Fortuna, esta constante de muerte que no es eterna y vida que no se termina nunca atrapa tanto a Jerry como a Caroline. Para Jerry al final hay un modo de terminar con este ciclo, mientras que para Caroline, de nuevo, las cosas no van a estar tan fáciles.
Hay otra arista interesante del paralelismo entre las dos miniseries eternas. Durante mi lectura de Eternity Girl, me sorprendí cuando la trama mete un giro e introduce a los Lords of Order, dioses por fuera del universo que encarnan y administran todas las facetas del orden en la realidad y que funcionan en oposición, obviamente, a los Lords of Chaos, y la tensión entre ambas facciones mantiene al universo moviéndose en relativo equilibrio. Uno de esos Lords of Order, Crash, decide corporizarse para involucrarse y evitar que Caroline destruya la existencia, y moviliza bastante de la segunda mitad de la serie. Sin embargo, me llamó la atención que los supuestos Lords of Chaos que los oponen no hicieran acto de presencia… hasta que me di cuenta de que ya habían aparecido, tiempo atrás, en Kid Eternity.3
En la obra de Morrison, el Kid resulta haber sido manipulado por los Lords of Chaos para crear caosferas, maquinarias arcanas que (con lógica típica de la magia del caos) inevitablemente acelerarían la entropía para avanzar a la humanidad a un nuevo estado más cercano a la singularidad de la que nacen tanto el Orden como el Caos. Los enemigos acá, claro está, son los Lords of Order, percibidos desde la perspectiva mortal como figuras geométricas de cuatro dimensiones que luchan por mantener el statu quo, incluso si tienen que invadir el mundo mortal con demonios asesinos para detener a dos personas. Acá, son los Lords of Chaos los que se mueven para “salvar” a la existencia (o lo que ellos interpretan como “salvarla”, que es un apocalipsis que nos regrese al “puro ser”...), mientras que en Eternity Girl es un Lord of Order el que se moviliza para salvar la existencia (o sea, parar a Caroline).
Caroline ya salvó al mundo, ahora su misión es destruirlo. O, al menos, eso es lo que ella cree. Todos con quienes se cruza en su aventura intentan separarla de Madame Atom, el fantasma, acaso una ilusión, que intenta convencerla de que la no existencia es la única salida a su tormento. El guion es muy bueno en plantarnos desde el principio una incomodidad en la caracterización de Caroline que se va haciendo más y más evidente a medida que avanzan las páginas, y es que su mayor problema es que sigue aferrándose a la persona que era cuando era mortal y humana mientras que su forma de percibir la realidad y a ella misma ya no son iguales. Glorifica su dolor y busca irse en un estallido que acabe con todo, pero su existencia ya no juega con las mismas reglas. Y aunque no puede romper su ciclo, tiene el poder para cambiarlo.
Como le hace entender su amiga, una mujer trans, todo se reduce a la decisión de aferrarse a la preconcepción de uno mismo y resistir el cambio… o aceptarlo y ver qué pasa. La angustia atraviesa a Caroline no porque perdió su vida, sino porque sigue aferrándose a algo que ya no existe. Cuando acepta esta nueva forma, finalmente puede despertar, mirar al sol y fundirse en lo que será. No es el fin del mundo, pero es el fin de un mundo. Al menos, de un punto de vista.
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Datazo: en Doomsday Clock se revela que la Element Girl actual (o la de esa continuidad de bolsillo, quién sabe a esta altura) también pasó por una historia similar y se terminó suicidando. Bien por ella.
Que me vengo a enterar que Gonza ya reseñó en su momento en Comiqueando.
Y no, no relaciono a esta jerarquía de panteones opuestos de Visaggio ni de Morrison con sus equivalentes en la continuidad regular de DC ni con los representantes que aparecen en Season of Mists en Sandman.