Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días (excepto cuando no), Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Gonza se ceba un rato con uno de sus descubrimientos “recientes” y Matías estira los límites de la paciencia de sus lectores volviendo a escribir sobre su personaje finlandés favorito.
El maravilloso y aterrador mundo de Sammy Harkham
Por Gonzalo Ruiz
A tu salud, Mark E. Smith. Gracias por el título de hoy.
Una de las cosas que más me gusta y divierte de este oficio es el de descubrir autores nuevos. Porque es el tipo de dato que puede llegar de cualquier lado: una recomendación, un libro perdido en una comiquería, un nombre desconocido que figura en una antología o que es elogiado por figuras ya consagradas… investigar y difundir te obliga a estar con las alarmas prendidas, permeable a lo que ocurre porque no sabes de donde puede venir tu próxima cosa favorita. Encima con la historieta no es fácil. Me acuerdo de entrar a una disquería de microcentro y que estuviera sonando a todo volumen un disco que me enganchó de entrada. Por supuesto me lo llevé. Con los cómics uno tiende a revolver y hojear las cosas misteriosas, a veces no alcanza que te digan “esto es lo más grande que hay” o “Alan Moore es el fan número uno”, tampoco es fácil saber si un cómic es bueno o no en pocos segundos. Toda esta perorata es porque hace poco conseguí un libro (físico) de Sammy Harkham.
A Harkham me lo presentó Pablo Vigo hace varios años a través de unos scans, y en ese momento ya era algo más que “la nueva gran cosa”, aunque igual pasaba por debajo del radar. ¿Su pecado? Ser un fanzinero que publica su antología Crickets por motu propio después de haber arrancado con Drawn & Quarterly seguro no habrá ayudado, y mucho menos que recién este año se publique completa la historia larga que estuvo serializando hace catorce años: Blood of the Virgins, muchísimo para un artista de poquísima obra larga. Este libro por supuesto fue largamente celebrado, bien criticado y aún espero poder tenerlo en mis garras, una misión casi difícil por la coyuntura que al pedo repasar acá (porque ustedes vienen a pasarla bien por un rato).
Hace tiempo que viene molestando el quía, por suerte. Arrancó militando en el maravilloso mundo fanzinero con Kramers Ergot, un minizine publicado en la primavera del 2000 y que, a fuerza de insistir, logró colaboraciones de grossos y grossas como Renee French, Gary Panter, Chris Ware, Dan Clowes, Simon Hanselman, Crumb… un proyecto anual veraniego que terminó por explotar (y salir en Fantagraphics) y figurar como los destacados del año según el New York Times (donde también publicó historias cortas) o el LA Weekly. Con estas apariciones como base, más otras colaboraciones a medios como Vice, se compone Everything Together1, el famoso “libro recopilatorio de obra dispersa”. El lugar ideal para conocer a alguien.
¿Qué tiene para ofrecer Sammy? Como su coterráneo Johnny Ryan, Harkham presenta mundos plagados de mucho humor negro. Historias cortas cargadas con mismas dosis de mala leche y remates ingeniosos y graciosos. Pero lo más importante que tiene es su absurdo, cómo esos remates a veces caen de la nada o cuando estás con la guardia baja. O como en otras veces donde el chiste se estira, como en “Black Death”, la historia con la que arranca el número 1 de Crickets. En sus primeras cuatro páginas vemos a un tipo recibir una lluvia de flechazos y que cae por un precipicio, como si fuera el Coyote. Toda una declaración de principios, si tenemos en cuenta que el resto de la historia (contada entre los números 1 y 2 de la antología) se trata de un recorrido sin suerte trazado por este accidentado anónimo que se encuentra con una mole retrasada y un extraño pervertido que estaba atrapado en un aljibe vacío. La historia no se termina de contar, se abandona, el estilo Adrian Tomine (tomado de Carver, por otro lado), pero en lugar de contar cotidianidades, Harkham es más bucólico, diseña mundos donde Napoleón es, además de un férreo conquistador, un frustrado dibujante de tiras cómicas2, un recurso que suele repetir para contar lo frustrante de su trabajo.
Hay dos historias medianamente largas que se enarbolan dentro del slice of life, por supuesto a la manera enrevesada de Sammy: “Somersaulting”, ambientada en Australia (donde el autor vivió una buena parte de su vida), enfocada en la vida de dos adolescentes a la deriva pero, a diferencia de Ghost World donde la vida de las chicas estaba marcada por sus delirios, acá no hay nada, solo desazón, aburrimiento, playa, sexo y nada más. No hay escapismo, no hay una amistad auténtica y sentida, solo gente que se acompaña porque no le queda otra. Y en una tónica de símil abandono está “Una historia del New Yorker”, sobre un profesor de letras frustradísimo con su vida, su carrera, su mujer mientras trata sin demasiado éxito hacer algo más que enseñar, fracasando como escritor y buscando una salida como crítico. Nada es demasiado exacto o preciso en lo que cuenta, pero sí sabe sazonar las viñetas con sentimientos. Unos de mierda, por supuesto, pero apunta a una incomodidad latente, una que te saca una risa incómoda que parece indicar que tenés más ganas de irte de donde estás que seguir viendo lo que pasa. Todo esto y más ocurre en “Pobre marinero” (de sus historias más célebres, republicada en la antología de ficción y no-ficción The Best American Nonrequired Reading, de cierta relevancia en el campo estudiantil californiano), donde muestra cómo la vida de Thomas se va inequívocamente a la mierda después de reconectarse con su hermano marinero y abandonar a su mujer con quien vivía apaciblemente en el campo.
A todo esto se le suma su forma de narrar, pausada pero rápida, como la paradoja de Martin Hannett: el faster-but-slower con el cual supo guiar a Joy Division para explotar mejor su sonido. Por ejemplo, “Pobre marinero” tiene una grilla de doce cuadros que respeta a rajatabla con mucha viñeta muda donde suele apelar a la repetición (como hiciera el Viejo Breccia primero y Keith Giffen después) para mostrar hastío e incomodidad que se esconde con la lentitud del tiempo, pero Harkham también acelera los sucesos (también incómodos, por la mufa que carga Thomas), poniendo a veces un gag atrás de otro en cada viñeta. De esto también se trata Sammy Harkham: un dibujante que carga las páginas con viñetas demasiado pequeñas pero su relleno es más austero, con líneas suaves aunque desprolijas, expresivas aunque por momentos ahorra en detalles. Lo que se guarda de fondo lo pone en las caras.
El ángel que tiene Sammy es su corrosividad, porque no apela a lo explícito o escatológico como el ya citado Ryan (me pongo de pie). Corrosiva es su mirada amarga, frontal, extrovertida y muy para arriba siempre. Un tipo que tiene más ganas de tomar por sorpresa con giros estrambóticos y divertidos. Aunque, así y todo, hay momentos explícitos. Blood of the virgin tiene un nivel de sordidez mayúsculo, sobre todo si tenemos en cuenta que está basado en una setentera LA con un tipo que se mete en el cine porno. De esto trata su obra más personal, una de la que elegí no hablar porque no sé cómo termina (no se pueden conseguir de forma digital -ejem- los últimos números de Crickets), pero imagino que, cuando la tenga, volveré para hablar de ella, además de reconfirmar su merecida posición en el panteón de los grossos que le esquivan el bulto al mainstream (a diferencia de muchos colegas, él elige no figurar en Marvel o DC), así su lenta producción lo termine invisibilizando.
¡Y ojalá que lo editen acá! Sammy se lo merece.
Moomin: El fin del mundo y antes del amanecer
Por Matías Mir
Si hicimos las cosas bien, esta nota debería publicarse en mi cumpleaños, así que permítanme una indulgencia.
Ya hablamos acerca de las tiras diarias de Tove Jansson para el Evening News de Londres (que eventualmente se sindicaron en más de cien periódicos de todo el mundo). Ya hablamos de sus temas, de su articulación gráfica y también de cómo continuaron de la mano de Lars Jansson, el hermano de Tove y su anterior rotulador y traductor. Pero todavía queda una arista para que yo siga robando con Moomin en este hermoso espacio y es que, mucho antes de que Charles Sutton contactara a Tove para producir una tira cómica con sus personajes más populares, ya había existido una versión en historieta de Moomin. Seis años antes de que el mundo angloparlante conociera a este simpático grupo de personajes, un periódico independiente nórdico ya había tenido la primicia en la forma de un serial llamado “Mumintrollet och jordens undergång”, que en sueco vendría a ser el ominoso título de “Moomin y el fin del mundo”.
“Fueron los infernales años de guerra los que me hicieron a mí, una artista, escribir cuentos de hadas”, comentó Tove en una entrevista a fines de la década del 40. En su búsqueda de expresar emociones negativas en algo constructivo, produjo las dos novelas que inician la serie literaria que la lanzaría al estrellato mundial. La primera fue “Los Moomin y la gran inundación” (1945), un drama de guerra camuflado como aventura de travesía para chicos en el que una madre lleva a su hijo y a un huérfano a través del bosque para escapar de la inundación y encontrar un hogar.
Pero una sola historia no era suficiente para exorcizar a los demonios de la guerra. La novela que acaba por purgar al Valle Moomin del desastre para dejar entrar a la ilusión, la fantasía y, eventualmente, la madurez, es “Cometa en Moominland” (1946), un libro bastante más largo y sólido respecto a su mensaje. Es también el más icónico3: fue adaptado a teatro, a una (bellísima) película animada, fue reescrito en otra novela, este año va a ser el centro de la nueva temporada de la serie televisiva actual del personaje y, por supuesto, también tuvo su versión en historieta… dos veces.
A fines de 1947, Athos Wirtanen le pide a su amiga y casual pareja Tove que dibuje una tira para su periódico de izquierda Ny Tid. Embebida de historias de Moomins y con la cabeza ya metida en la próxima entrega de la serie, le propone hacer una adaptación libre de “Cometa en Moominland”. En el ejemplar previo a que comience la tira, una figura de Moomin apuntando al cielo anuncia “¡Se acaba el mundo! ¡La historia emocionante y aterradora empieza el domingo! ¡No es apta para niños!”. Con ese mensaje desafiante se presenta “Moomin y el fin del mundo”.
Tanto en la novela original como en la tira, el concepto básico es el mismo: varios presagios casi bíblicos anuncian que un cometa se dirige directo al Valle Moomin y amenaza con destruir al mundo con su impacto. Moomin decide partir en una expedición al observatorio para obtener más información y luego volver para refugiarse con su familia, y en el camino va sumando variopintos compañeros de viaje que se unen todos al final para sobrevivir. Es, en su esencia más pura, una historia sobre cómo las personas lidian con la idea de que el cielo se les viene encima del modo más literal posible.
Lo primero que uno nota es que es una historieta didascálica, bastante diferente a lo que luego haría Tove con estos personajes. Claramente en ese entonces estaba más cómoda haciendo relatos ilustrados, y no llega a soltarse todavía del todo como lo hará en la próxima década. La tira del Ny Tid también es algo tosca, pero tiene a su favor la novedad: es un relato con muñequitos simpáticos y nenes protagonistas acerca de la amenaza de la muerte publicada en la primera mitad del siglo XX. Esa tensión que mencioné antes es su mayor fortaleza, porque la mezcla del ambiente ominoso con la inocencia de todos sus personajes (nenes y adultos por igual) es tan morbosa como esperanzadora. Los lectores saben que está todo mal, pero es difícil angustiarse si los personajes no están tan preocupados como uno.
El material original no es tan compasivo. La primera versión de la novela cuenta esa misma historia, pero donde mete la daga es en sus pasajes más reflexivos. Moomin como personaje es demasiado iluso a lo que ocurre a su alrededor; no tiene las herramientas para entender lo que significa que el cometa choque contra la Tierra. Se distrae fácil de lo que está haciendo con aventuras secundarias pero, a veces, la realidad lo alcanza. Una noche, mientras todos duermen, él mira la bola de fuego que ilumina el cielo. No tiene cola porque viene de frente. En la versión en historieta, solo menciona que piensa: “El cometa está muy cerca…”. Mientras, en la novela, Tove escribe:
“Moomintroll pensó en lo asustada que debía estar la Tierra con esa enorme bola de fuego acercándose más y más. Y entonces pensó en lo mucho que amaba todo; el bosque y el mar, la lluvia y el viento, el calor del sol, el pasto y el musgo, y en lo imposible que sería vivir sin todo ello, y eso lo hizo sentirse muy muy triste. Pero después de un rato, dejó de preocuparse.
‘Mamma sabrá qué hacer’, se dijo en voz alta”.
Moomin se dice esa última frase porque Moominmamma en efecto supo qué hacer cuando peregrinaron para huir de la inundación en la novela anterior, pero no comprende (o elige no comprender) que no hay a dónde huir de lo que se viene.
Algunos de los pasajes más divertidos se mantienen explícitos, y son los referentes al intelectualismo aislado. Tove, que conoció a muchos snobs y burgueses en su paso por el mundo de la pintura y la ilustración editorial, se burla de aquellos universitarios insoportables con los que sin duda tuvo que lidiar mostrando cómo los “expertos” manejan la crisis. El chiste es que cada uno solo puede entender la situación en sus propios términos e ignora todo lo demás. Al astrólogo solo le importa calcular la trayectoria del cometa, pero ignora qué va a pasar cuando impacte. Al entomólogo solo le interesan los insectos aunque el mundo se esté destruyendo a su alrededor. Al coleccionista de estampillas tienen que llevarlo en una carreta al refugio porque está demasiado concentrado acomodando su colección. Los Moomin, en su ignorancia, terminan siendo más pragmáticos que los hombres de ciencia, algo que se revela como inherentemente más valioso que la intelectualidad.
Aunque pasa de ser solo un linyera a un poeta (?), Snufkin mantiene su lugar en la historia como el representante de un estilo de vida libre despojado de posesiones materiales. Consuela a Sniff cuando este pierde la oportunidad de conseguir unas piedras preciosas (“La vida se pone más difícil cuando querés tener cosas, llevarlas con vos y poseerlas. Yo solo escribo sobre ellas, ¡mucho más cómodo!”) y devuelve unos pantalones porque “se sienten demasiado nuevos”. Sin embargo, esta versión pierde una escena clave que ningún otro recuento mantiene con tanta desolación como la primera versión de la novela. En su regreso, los nenes se encuentran con una imagen aterradora: el mar desapareció y dejó en su lugar un desierto inhóspito y profundo. Snufkin, que hasta ahora había mantenido bastante la compostura y consolaba a los demás cuando se ponían mal, de pronto se desploma ante este paisaje de horror.
“Snufkin se sentó en el suelo con la cabeza en las manos y sollozó. ‘Oh, dios, oh dios, el hermoso mar… desapareció. Ya no podré navegar, ya no podré pescar. No habrá más grandes tormentas, ni campos de hielo transparente, ni llanuras de aguas negras en las que se reflejen las estrellas. ¡Se acabó! ¡Se perdió para siempre! ¡Se fue!’. Y puso la cabeza entre las rodillas y lloró como si su corazón fuera a romperse”.
En ese pasaje4 se expone una verdad del personaje clave: Snufkin es un trotamundos sin apego a las pertenencias materiales, pero no es pobre. Mide su riqueza en la naturaleza que lo rodea, en sus actividades, en lo que sus ojos pueden ver, recordar y volver a experimentar. La llegada del cometa le revela por primera vez que él también da por sentado cosas que puede perder, y esa realidad lo quiebra pero también lo humaniza.
En 1939, Tove Jannson viajó a Italia y subió a orillas del volcán Vesubio, y luego lo comparó en sus notas con un infierno. Su admiración por la naturaleza es sincera pero respetuosa: la misma energía vital que crea un valle también crea montañas rellenas de fuego que podrían incinerarlo, o inundaciones que podrían arrasarlo, u hombres que podrían explotarlo. O cometas.
Tanto la novela como la historieta fueron densamente reescritas. La Tove mucho más madura en su carrera no estaba cómoda con esas historias tensas y sombrías al principio de la franquicia, además de que había cambiado mucho su estilo de prosa y dibujo, así que las pulió a ambas. La novela atravesó varios estados hasta llegar a la versión definitiva de 1968 (la que se consigue en casi todas las ediciones comerciales modernas, incluyendo la actual en castellano), que cambia bastantes pasajes pero, sobre todo, suaviza las descripciones emocionales más tristes y hace que se sienta más como una aventura divertida que como un drama agridulce.
La versión en historieta también tuvo un remake. "El fin del mundo" fue terminada medio abruptamente en parte porque el público intelectual que la leía no le encontraba la gracia ni le gustaba que en una viñeta Moominpapa estuviera leyendo un periódico de derecha. Ya en la etapa del Evening News hubo una remake con arte de Lars Jansson pero que, en su calidad de tira cómica, apenas mantiene los elementos más básicos de la historia.5 Sin embargo, entre sus pases de comedia se permite más de una entrega ominosa que recuerda al espíritu original cada vez que, en vez de con un remate, termina la tira mostrando una luz en el cielo que brilla más que la luna y el sol, un recordatorio sombrío e ineludible de que el fin de todo se acerca.
Pero no creo spoilear a nadie si digo que al final el mundo no se destruye. Varía según la versión que uno vea o lea, pero en todas el desastre resulta ser parcial y no definitivo. El cometa se acerca y solo roza la tierra, o un tsunami choca contra el cometa y lo apaga, pero en cualquier caso, al día siguiente los personajes se abrazan porque siguen vivos y saben con seguridad que, aunque el presente es un desastre y el mundo quedó desordenado, la casa sigue estando en su lugar y es solo cuestión de volver a acomodarlo todo. Es un hermoso día para nadar, obvio: desde el horizonte se ve que el mar está regresando.
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Editado en España por Fulgencio Pimentel bajo el título “Todo y nada”. Esta fue la edición que conseguí y por eso los títulos de las historias cortas están traducidos.
Nota de Mati: Trillo y Madrafina lo hicieron primero con Peter Kampf lo sabía, esa ucronía en la que Hitler hace tiras diarias.
Mirá lo copado que está este fantrailer animado.
Acá hay otra animación copada hecha por fans.
De hecho, Snufkin ni siquiera aparece.