Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días y cada quincena más cerca del correo número 100, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Matías recupera una adaptación excelente a la historieta.
Atender el número equivocado: City of Glass de Paul Karasik y David Mazzucchelli
Por Matías Mir
Me rehúso a creer que todo el mundo no maneja cierto nivel de autoconciencia. Que hasta la persona más pelotuda que conocés no piensa al menos una vez al día en por qué se para en la esquina cuando el semáforo está en rojo, o en por qué sus horas de trabajo se recompensan con papelitos, o por qué la palabra “perro” lo hace pensar en un perro. Lo cotidiano se puede tornar inexplicable si te lo ponés a pensar el tiempo suficiente. El posmodernismo persigue esas perspectivas incómodas, y en él la obra no es solo un medio para llegar a un fin, sino que su desarrollo y sus formas son el fin que persigue. La obra también puede ser autoconsciente, un organismo con latidos y movimientos y que, como cualquier ser vivo, no existe con un objetivo determinado. City of Glass es un bastión de la literatura posmoderna, y su adaptación a historieta, una obra del recarajo, se enmarca en ese movimiento y le agrega texturas inalcanzables para la novela tradicional.
A principios de los años 90, la editorial Avon (que basaba su negocio en literatura descartable y novelas y cómics de género) anuncia una colección de historietas bautizada “Neon Lit”, que publicaría adaptaciones de novelas de crimen producidas por “algunos de los mejores guionistas y dibujantes del mundo”. El editor era Bob Callahan, y lo acompañaba el mismísimo Art Spiegelman como director de arte. El proyecto eventualmente se pincharía (y ya vamos a hablar de eso), pero su breve existencia se justificó con creces porque nos dio una novela gráfica absoluta y espectacular: la adaptación de City of Glass (la primera novela de la “Trilogía de Nueva York” de Paul Auster) por Paul “quién” Karasik y Dave “Dios” Mazzucchelli.
La idea de “Neon Lit” era embeberse de la estética y la esencia de las novelas hard-bolied y del cine noir de la primera mitad del siglo XX y que esas influencias permearan en una colección de historietas de finales de siglo. Entonces, qué mejor forma de empezar ese experimento nostálgico y farsante que adaptando Ciudad de cristal, una novela que viene envuelta en la narrativa de un policial clásico (un detective solitario es contratado por una femme fatale para perseguir y detener a un criminal en Nueva York) pero que resulta ser una encrucijada introspectiva. El protagonista de City of Glass ni siquiera es un detective, sino un autor de novelas de detectives. Y el autor de este libro ni siquiera es realmente un novelista, sino un par de historietistas. La farsa está completa.
La trama de City of Glass es sencillísima: el autor Daniel Quinn recibe un llamado de alguien buscando al detective Paul Auster (sí, de una). Quinn, que viene muy bajón porque se le murió la familia y solo le quedan las novelas de detectives que escribe para ganarse el pan, decide eventualmente hacerse pasar por el tal Auster y seguir tirando del hilo para ver qué pasa. El caso que le encargan es el de perseguir a un hombre, Peter Stillman, que sospechan que va a intentar matar a su hijo cuando salga de la cárcel en unos días. Tanto en la novela como en la historieta, el cuerpo de la historia se lo lleva esa persecución silenciosa a través de las calles de Nueva York (un leitmotiv que atraviesa a la “Trilogía” entera) y la obsesión de Quinn por entender esta dinámica en la que se introdujo a la fuerza. El concepto es atrapante, y la ejecución de Paul Auster en el material original es de un vuelo altísimo. En su versión en historieta, afortunadamente, nada de lo importante se pierde.
Karasik da su apoyo en la coadaptación de la novela a guion de historieta, pero esto es el show de Mazzucchelli, quien entiende todo lo que tiene que entender del original para producir unas páginas espectaculares en su sencillez y, lo más importante, una secuencialidad perfecta. Uno de los aspectos más atractivos del estilo de Paul Auster es el ritmo que maneja con las palabras, la forma en la que casi podés escuchar un metrónomo sonando en tu cabeza mientras leés. Mazzucchelli elige con mucho ojo una grilla clásica de 3x31 y se adapta a ese ritmo imparable que le exige el material, y se da espacios para splash-pages de alto impacto narrativo, incluso si solo son escenas de diálogo.
Otra cosa que hace es entender el valor de su adaptación a otro medio. Inevitablemente tiene que cortar grandes pasajes del original, además de asegurarse de no canibalizar lo que dibuja con la narración (ahí es donde más habrá aportado Karasik), pero también puede agregarle una dimensión gráfica a lo que la narración nebulosa de Paul Auster hace solo con palabras. La metáfora visual se convierte, entonces, en el espacio de Mazzucchelli para interpretar la novela a su manera. Durante largos tramos de la historieta, mientras los personajes conversan o monologan, vemos algunas secuencias interesantísimas en las que el dibujante de Batman: Año uno se despacha desmenuzando el texto original y aporta más significados.
La adaptación también le suma capas de ficción a una obra que gira alrededor de esas cuestiones. Karasik y Mazzucchelli adaptan la novela de Paul Auster sobre el escritor Daniel Quinn… quien finge ser Paul Auster. A lo largo de todo City of Glass se repite mucho la idea de obras dentro de obras y de los autores y personajes como máscaras sobre máscaras. Un autor puede escribirse a sí mismo. Un novelista puede volverse su personaje. Un escritor puede no haber sido real nunca. No es de extrañar que, en una de sus escenas más interesantes (el encuentro de Quinn con el “verdadero” Paul Auster) se discuta a Don Quijote de la Mancha, la novela de Cervantes que se presenta como una narración de una traducción de un autor de ficción.
City of Glass (junto al resto de la “Trilogía de Nueva York”) se desarrolla con un despliegue violento de recursos narrativos. Metáforas, paralelismos, anáforas se superponen con discursos acerca de temas ajenos a la trama “principal” como la historia de la Torre de Babel, disertaciones sobre los indigentes de Nueva York o la caída del Paraíso. Mazzucchelli eleva la apuesta sumando su narrativa gráfica impecable y el uso de recursos propios de la historieta. Su grilla de nueve viñetas no solo aporta ritmo sino también una celda simbólica para sus personajes (en un pase de magia excelente) y, a medida que Quinn va perdiendo la cordura, al lector se le va deshaciendo entre las manos esa puesta en página, y a las viñetas se las lleva el viento.
Todo, por supuesto, tiene que ver con todo, y tanto el lector como los personajes no pueden abandonar la sensación de que están resolviendo algo enorme, un rompecabezas del tamaño del mundo. Pero el propio narrador desde el principio nos adelanta que esto no es un misterio que resolver. “The question is the story itself. And whether or not it means something is not for the story to tell”. [“La pregunta es la historia en sí misma. Y no le corresponde a la historia determinar si significa algo o no”]. De principio a fin, lo adictivo de la historia es ir conectando puntos de una imagen imposiblemente grande, y al igual que sus personajes, solo caemos en esa manija. Pero el camino hacia abajo y hacia arriba es el mismo.
Cuando a Art Spiegelman le ofrecieron encargarse de “Noir Lit”, rechazó la oferta. El autor de Maus no quería saber nada con adaptaciones ni historietas colaborativas, porque en ese entonces solo podía pensar en la historieta, la verdadera historieta, como una producción individual (en contraste al estándar comercial de “entintado por tal, coloreado por aquel, argumento por este, diálogos por ese otro, lápices de tu vieja”). Medio que aceptó a regañadientes el pedido, y eligió arrancar por Paul Auster porque, de hecho, ya habían trabajado juntos (él había sido su portadista) y eran buenos amigos. En Angoulême, Art se junta con Mazzucchelli y le propone la idea, y David se copa, pero no le encuentra la vuelta a organizar la adaptación de novela a historieta. Ahí aparece Karasik, quien resultó ser profesor de primaria del hijo de Paul Auster años antes, y que de hecho ya venía pensando en cómo podría ser una historieta de City of Glass. Cuando Spiegelman lo llama y le comenta el proyecto, Karasik le responde “¿sabés que ya lo tengo empezado?”.
Demasiadas cosas salen bien para que este proyecto se dé. Y, como si hubiera que devolver todo ese karma, rápidamente empiezan a salir mal. La mala administración de Avon hace que el libro no llegue a tiempo a estar en las tiendas, y para cuando aparece en catálogo, ya no es una novedad sino parte del invisible fondo. Le va sorprendentemente bien para haber salido todo tan mal, más si le sumamos que el editor Bob Meckoy, que había aprobado “Noir Lit”, dejó la empresa apenas salió a la venta el libro, y el proyecto entero quedó rápidamente acéfalo en la editorial. Pudo salir la segunda entrega, Perdita Durango2, y pasó completamente desapercibida por el público. La tercera entrega de la colección, Nightmare Alley salió recién años después por Fantagraphics.3 Había al menos cuatro libros más pensados para “Noir Lit”, pero jamás pasaron de la etapa conceptual.
Una colección mal parida y fallida, que logra sacar su primer libro en base a un montón de coincidencias, logra darle vida a una obra maestra antes de deshacerse sobre sí misma. Como en City of Glass, las palabras escritas en el aire se deshacen a medida que se escriben, y la adaptación pasó de no publicarse a tiempo a jamás salir como una novedad y luego a agotarse y descatalogarse casi de inmediato y volverse una gema de saldos por años hasta que los autores recuperaron los derechos y pudieron republicarla como la gente. Aunque el rompecabezas no tenga respuesta, todavía nos quedan sus fantásticas piezas.
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Luego Spiegelman lo quemaría revelando que los primeros bocetos de la adaptación de hecho fueron dibujados en una grilla de 4x3, y que tuvieron que decirle “ojo que el libro es chiquito, eh. No va a entrar”. Mazzucchelli entonces tuvo que reformular todas sus páginas, para beneficio del producto final.
Adaptación del propio Bob Callahan y el dibujante Scott Gillis de una novela de Barry Gifford.
Era una adaptación de la novela homónima de William Lindsay Gresham, originalmente también con guion de Bob Callahan y Tom de Haven y dibujos de Spain Rodriguez. Rodriguez después desechó el guion que le pasaron y decidió reformular toda la adaptación por su cuenta para la versión que terminó publicando Fantagraphics.