Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza se ceba con su más reciente lectura y Matías regresa para escribir acerca de uno de los mejores libros del año.
Viaje al centro de la Tierra: It’s Lonely at the Centre of the Earth de Zoe Thorogood.
Por Matías Mir
“Ni la enfermedad ni la desgracia hacen creadoras a las personas. De ser así, la miseria produciría genios desnutridos”.
“La ambición de una poesía total” en Leer de Gabriel Zaid.
Hay libros de los que es muy fácil hablar y hay libros que te eluden, que esquivan todo intento de análisis porque se le adelantan y se enredan en su propia narrativa al punto de que lo que sea que puedas escribir termina siendo (en el mejor de los casos) una serie de adjetivos abstractos como “buenísimo”, “tremendo”, o (en el peor de los casos) una torpe descripción de lo que narran. La novela “auto-bio-gráfica” que Zoe Thorogood publicó a fines del 2022 es de esa clase de libros hijos de puta, tan envueltos sobre sí mismos en capas y capas de autoreflejo metatextual y sangre hecha tinta que te miran desafiantes mientras mueren como diciendo: “Dale, a ver qué te sale”. Veamos qué me sale.
Como seguramente le debe haber pasado a la mayoría de los lectores de este libro, una multitud muchísimo mayor que los que la venían siguiendo por su carrera los últimos años (volviéndolo al toque a novela gráfica en inglés más vendida del mes en Estados Unidos y agotándose en todos lados en la semana de lanzamiento), yo conocí el trabajo de Zoe Thorogood a través de las redes sociales. Con el algoritmo de su lado, no pararon de aparecerme en Twitter y en Instagram bocetos y páginas completas de este proyecto autobiográfico demencial. Incluso sin seguirla nunca, me iba enterando de todos los avances de Zoe a medida que iba terminando una novela gráfica más que ambiciosa en la que mezclaba un diario de seis meses de su vida con varios flashbacks a su infancia y adolescencia (recordemos que tiene solo 23 años al momento de publicar It’s Lonely…). No fue sino hasta noviembre que salió el TPB por Image Comics y estalló como un fuerte candidato al mejor cómic del año en la lista de cada medio que se precie de leer buenas historietas.
It’s Lonely… se propone como el proyecto personal de una historietista que necesita una excusa artística para no matarse. Una bitácora de seis meses de vida para buscarle la vuelta a convertir su vida en obra y, a cambio, encontrarle un sentido narrativo a su existencia. Eso es muchísimo para pedirle a la historieta. Zoe, por supuesto, sabe esto, y cubre esta bitácora de una metanarrativa, de autoconsciencia, que la termina llevando constantemente al mismo callejón sin salida: si es tan al pedo todo, si este libro no va a servir de nada, para qué seguir haciéndolo. Tenerlo uno en las manos y estarlo leyendo se vuelve, entonces, el mayor spoiler de todos.
Por supuesto, el libro está dibujado como los dioses. Zoe ya había demostrado su talento con la pluma y la técnica mixta en The Impending Blindness of Billie Scott (libro que todavía no leí y que mientras escribo esta nota está cruzando el océano para llegar a mis manos) y en Rain, una historieta con otro guionista sobre sobrevivientes de una lluvia de pedazos de vidrio, además de otros one-shots. Sin embargo, lo que pone en el papel en It’s Lonely… supera con creces todo lo que vino antes. No solo en capacidad estética o en color, sino en la pura ejecución de la narrativa de historieta como medio para contar algo. Agarrándose de que no está contando nada lineal sino un tren de pensamiento casi improvisado, estira bastante la definición de “historieta” y los límites de lo que podés hacer sin dejar de contar una misma historia. Entre sus dos tapas, It’s Lonely… incluye segmentos que solo son mensajes de texto, páginas vacías, fotografías, páginas de texto puro, collages con otras historietas, escenas musicales y hasta en una parte “reinicia” el libro, metiendo de nuevo la portada, los legales, todo. Leer It’s Lonely… es una experiencia, es pasar la página para ver qué recurso se le ocurre a Zoe para hacer avanzar su narración de la forma más creativa y original posible. Es, como siempre digo, una historia que solo podría ser contada a través de la historieta, y esas son, quizás, las mejores historietas de todas.
El hilo conductor de toda esta demencia narrativa es, sin embargo, algo mucho más anclado a tierra: la tensión entre el personaje de Zoe y su depresión suicida. Y yo seré un hinchabolas con esto, pero estoy 99% seguro de que tuvo que haber leído a Inio Asano (principalmente Oyasumi Punpun) y a Nagata Kabi (Mi experiencia lesbiana con la soledad) porque hay muchos elementos ahí dando vueltas demasiado similares. La representación de las facetas de uno mismo como distintos garabatos que van tomando el control del cuerpo, la forma dispersa de narrar la batalla diaria contra uno mismo, la depresión misma como un bicho que te sigue a todos lados… suenan como representaciones muy generales, pero si leíste esas obras no hay forma de no ver las similitudes.
Las varias caras de Zoe (la seria, la infantil, la que siente vergüenza de todo esto…) la acompañan a todos lados como un público permanente criticando el libro en vivo mientras lo leemos en otra capa de autodefensa que pone la autora entre ella y los lectores, tratando de adelantarse a cualquier crítica y avivándose de las reacciones mixtas que pueda llegar a tener. Y también está el bicho, esa criatura icónica cuya apariencia denota que el vacío solo está cada vez más cerca, un emisario de la oscuridad que en realidad siempre está adentro y que solo sale para recordarte que no podés escapar de la angustia suicida producida por un mal balance químico en tu cerebro.
Las idas y venidas de Zoe, sus propias voces y este bicho son una lectura interesantísima que no se puede soltar hasta el final. En varias escenas es desgarradora, cruda, muy dura de atravesar, y en otras es un cago de risa cómo le encuentra el humor más absurdo a cualquier cosa. Es, en definitiva, tan compleja como el ser humano que la produce.
Pero esto plantea un problema: el proyecto de “bitácora de hacer historieta para encontrar razones para vivir” es desde el vamos inabordable e inútil porque toda historieta se termina antes que su autora (siempre que esta no se mate, como, por suerte, no ocurrió). Mientras leía It’s Lonely…, no paraba de pensar que era imposible de cerrar, que no existía forma de concluir satisfactoriamente un libro que se esfuerza constantemente por decirte que no es capaz de encontrarle la vuelta a la vida y a la felicidad. Al igual que Peter Cannon, se rehúsa a tener un cierre con moño tirando una moraleja pedorra. Todavía me quedan mis distancias con el final que plantea Zoe, como si pareciera que lo cerró más porque se le acababan las páginas que porque le encontró la vuelta a su depresión, pero lo que es seguro es que cerré el libro con una imperiosa necesidad de volverlo a leer, y eso siempre es la marca de una historieta excelente.
Una historieta excelente pero inabordable. ¿Cómo escribís acerca de un libro que ya escribió todo lo que tiene para decir sobre sí mismo en sus propias páginas? ¿Cómo le ganás en su propio juego a alguien que reinventa las reglas? Tampoco ayuda que, a la hora de leerlo, yo también estuviera del orto (y este libro no ayuda en absoluto). Casi que había renunciado a escribir nada (aunque, al igual que It’s Lonely…, que estés leyendo esto es el spoiler de que al final sí se pudo) cuando otra lectura me cruzó y unió los puntos que faltaban.
En su ensayo “La ambición de una poesía total”, Gabriel Zaid habla, entre varias cosas, de la idea del “genio creativo” y su relación con el sufrimiento. Enfrentándose a la polémica, Zaid plantea que la conexión entre el sufrimiento y la creatividad es un fetichismo romántico, y que lo verdaderamente creativo es buscar dejar de sufrir.
“Lo creador es cierta forma de negarse a padecer. Es una negación creadora que transmuta el padecimiento en acción, la opresión en comunión, la necesidad en libertad. El padecimiento, la opresión, la necesidad, dejan de ser circunstancias desdichadas para convertirse en oportunidades creativas”.
Lo que hace Zoe en It’s Lonely…, a fin de cuentas, es exactamente lo que plantea Zaid: sobreponerse a su sufrimiento. Surfea la ola de la depresión y usa la historieta como catarsis para salir adelante y, en el medio, alcanzar el éxito artístico y llegar a un montonazo de gente a la que su mensaje de supervivencia le puede hacer un mayor bien. Es, a todas luces, un librazo que se presta a la relectura y que hace valer la pena el desafío de abordarlo. Una historieta catártica y creadora de una artista cuyo mayor desafío fue vivir para contarla.
La maldición sonora de Blue in Green
Por Gonzalo Ruiz
Hace mucho que no terminaba completamente enganchado con un comic-book al punto de bajármelo de una sola sentada, casi sin parar (más allá de un par de distracciones con el celular, un mal inevitable de este siglo), y sin correr la tablet de mi vista. Bueno, en honor a la verdad, esta historia conjuga cosas y tópicos que me gustan muchísimo como el policial y el jazz. Una mezcla que, podríamos decir, fue utilizada muchas veces y en múltiples formatos artísticos, incluso en la historieta. Pero lo que hace Ram V acá está a otro nivel y no solo por su guion.
Blue in Green saca su título de la mítica composición que los míticos Bill Evans y Miles Davis hicieran para el también mítico elepé Kind of Blue, grabado por el trompetista en el 59. Y es, en este caso, una miniserie que el guionista hindú hizo para Image en 2020. El quía la viene rompiendo desde el 2016, y quizás tengan más presente su paso por Swamp Thing y la miniserie The many deaths of Laila Starr (reseñada con propiedad y altura por Mati en este espacio), Blue in Green es, hasta el momento, su última obra por fuera las editoriales mainstream, acompañado por Anand Rk, también nacido en India, en dibujos (que a su vez lo acompaña John Pearson en color).
La historia comienza con la muerte de la madre de Erik Dieter, nuestro protagonista, un saxofonista que eligió el camino académico en lugar de convertirse en un músico de sesión que toque en discos o en recitales. La sorpresiva noticia no hace otra cosa que obligar a Erik a tener que volver a Nueva York para el velatorio, y de paso, sumergirse en la búsqueda de un músico, otro saxofonista que figura entre las fotos que la finada guardaba en su estudio. A partir de acá, un viaje mental fuerte.
Siempre me sorprende la utilización de “la música” (refiriéndome a esto como un todo) en los cómics, más allá de una cuestión diegética o extradiegética de “sonido”, representado generalmente como globos de diálogo que apuntan a una radio u onomatopeyas que salen de un instrumento musical. Me sorprende porque, justamente, la historieta sabe valerse de muchas herramientas para demostrar dinamismo, pero no puede hacer mucho más con el sonido, no hay modo de hacer sonar una viñeta. Así que demostrar algo de dinamismo sonoro suele ser un desafío que, muchas veces, las historietas suelen esquivar. Hace mucho mencioné la biografía ilustrada sobre el maestro Coltrane de Paolo Parisi, tano con un estilo bastante estético y compacto pero que supo hacer justicia a la novela. Acá Anand pela unas puestas de página interesantes para los momentos musicales, que son más bien pocos. Son una mera excusa para muchas de las cuestiones que se debaten.
En primera, la música se corre de foco apenas entra en escena la foto mencionada, acá la historia se convierte en un policial donde el investigador no es otra cosa que un músico que sintió una atracción peculiar. Pero hay más. En el medio, Ram se la juega por completo al meter elementos completamente sobrenaturales. En una excursión nocturna por la gigantesca casa donde se crio, Dieter se cruza con una figura espectral, blanca, que lo acosará a lo largo del cómic. En el medio, se suma misterio sobre la figura del saxofonista misterioso, que involucra el incendio de un club de jazz, unas criaturas lovecraftianas y una suerte de maldición sobre la figura del músico.
Ahí está la gran trampa del guionista: de golpe el policial se convierte en una historia existencialista sobre la puesta en valor de ser músico, siendo Erik un mero profesor en lugar de un ejecutante de renombre. Para Erik, y por culpa de una crianza salvaje por parte de su madre, la música es un lugar maldito cargado de sufrimiento y fracaso, sin lugar para aquellos que no tienen el talento de los grandes. Algo irónico, siendo que Alana (la finada) regenteaba un local de jazz, además de ser admiradora y algo más de o algunos músicos. Todo tiene un motivo, pero decir más es cagar la(s) sorpresa(s).
¿Algo más fino que el guion de Ram V? El dibujo, majestuoso. Sin ser una copia fiel, Anand se calza en los complicados zapatos de un arte expresionista y salvaje como BIll Sienkiewicz o David Mack, que aparte se combina con otras técnicas plásticas como el collage (desconozco si es digital o analógico) que le agrega una cuota importante al aura de angustia que sobrevuela durante el relato. El maestro no está solo: Pearson sabe colorear sin opacar el dibujo y a ellos los acompaña Tom Muller, diseñador que viene de romperla en Dawn of X y acá sabe emular la estética del sello discográfico Blue Note (al menos como se observa en el trade paperback).1
Kind of Blue se podría traducir como “una especie de tristeza”, y de tristeza también está hecha esta historia, no precisamente por la muerte de una madre, sino por lo que resultó su enseñanza máxima: la música es un problema que trae desgracia, una tortura para alguien como Erik Dieter, que la ama (a la música, no a su madre) desde que la descubrió de chiquito, en medio de una situación que se tornó dramática. Esta es una historia sobre música, sí, pero lo que termina importando es lo mucho que puede hacer sufrir a uno que busca estar bañado por ese genio, la única enseñanza que queda es un “no” rotundo. La película Whiplash se hace eco de una anécdota donde a un joven Charlie Parker le tiran un platillo en la cabeza (en realidad Jo Jones le tiró a los pies, pero no importa, no es el punto) como forma de ejemplificar que, a veces, la manera de formar a los mejores músicos es bajo la presión (de Piazzolla se decía que le cerraba la tapa del piano a sus alumnos mientras tocaban). Todo esto va en relación a lo que se sufre para llegar a ser “el mejor”. Este cómic no habla de eso. Y solo por eso, lo hace una mejor historia.
(Dicho sea de paso, me queda por terminar Laila Starr que dejé por la mitad…).2
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N.d.M (Nota de Mati): Recomiendo mucho la entrevista que le hicieron a Muller en la última PanelxPanel.
N.d.M.: Hijo de puta, terminá ese cómic que es fantástico. El que yo tendría que leer es su Swamp Thing que dicen que es una locura.