Bienvenidos a la primera entrega de Oficio al Medio del 2022, un año en el que no prometemos nada excepto estar en sus correos todos los sábados que podamos. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías disecciona una de sus lecturas favoritas del año pasado y le quita todo espacio a Gonza para escribir algo. Será la próxima.
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Hay que dejar de robar con Watchmen por diez años: Peter Cannon: Thunderbolt y el poder de las historietas.
Por Matías Mir
It is not that the grid is significant, but rather that it reminds us of significance. We confuse the sign for the very thing it is pointing towards.
—Fearscape #1
(Este es un análisis que SPOILEA toda la obra. Aunque soy un acérrimo odiador de spoilers, honestamente creo que PC:T funciona aunque sepas todo lo que pasa porque es una obra maestra del cómo contar por encima del qué contar. Aun así, yo avisé).
En 2019, Kieron Gillen propone a Dynamite una miniserie protagonizada por Thunderbolt, un viejo personaje de Charlton adquirido por DC en los 80 que luego pasó a Dynamite tras la muerte de su creador original por decisión de sus herederos. (La historia del personaje la detalló ya mi buen amigo Bob). Sin embargo, la idea de Gillen (con arte de Caspar Wijngaard) no es simplemente contar una aventura de un superhéroe medio relegado, apenas conocido por haber inspirado a uno de los Crimebusters de Watchmen. Su apuesta, justamente, es la de agarrarse de esa conexión metanarrativa y hacer un cómic acerca de Watchmen a través del Peter Cannon original, el de Charlton, y de sus versiones alternativas del multiverso, incluyendo una que es Ozymandias en todo menos el nombre. Unas cien páginas después, Peter Cannon: Thunderbolt trasciende de ser una historieta metaficcional a convertirse casi en una tesis acerca del mundo de los cómics de superhéroes y cómo obras como Watchmen y la constante carroñización de la obra de Alan Moore degradan al propio medio.
Pero primero tenemos que hablar de The Tale of One Bad Rat. La obra de Bryan Talbot es mencionada más de una vez como pseudoinspiración estética de Gillen para PC:T, y me pareció interesante analizar ese proceso creativo. One Bad Rat es una miniserie publicada por Dark Horse entre 1994 y 1995 en la que Talbot, parte de la famosa “invasión británica”, ficcionaliza la historia de una chica que escapa de su hogar luego de sufrir años de abuso de parte de su padre. La historieta (que visualmente recuerda mucho a otros autores británicos como David Lloyd) maneja tres elementos que la movilizan en todo momento: el Lake District británico, las secuelas del abuso infantil y la biografía e influencia de Beatrix Potter (autora de libros infantiles ilustrados británicos muy populares, entre ellos Peter Rabbit). Es un libro muy bueno que fue alabado por autores como Neil Gaiman (con quien Talbot había trabajado en Sandman #30, un NUMERAZO que también lidia con temáticas de abuso y hasta tiene una secuencia con una rata) y Alan Moore (ojo ahí).
Lo que más importa de One Bad Rat a efectos de este análisis es, por un lado, su puesta en página; y, por el otro, su retrato de cómo funciona un mundo realista con dramas realistas. Lo primero es mencionado textualmente por Gillen en sus anotaciones preliminares de PC:T: cómo Talbot trabaja sobre una grilla de nueve viñetas pero con más soltura, jugando con las “calles” o torciendo la estructura, como si las viñetas fueran papeles en una mesa que se van moviendo de a poco. La realidad es que el uso de la grilla y la puesta en página en One Bad Rat son admirables: Talbot crea una narrativa excelsa que moviliza la lectura, marca énfasis y crea jerarquías de importancia de forma que parece completamente orgánica y natural. Gillen, por supuesto, vio algo ahí y lo arrastró a su obra donde el formalismo y la grilla son elementos protagonistas, pensados y para nada invisibles.
Después está el tema del “realismo”, palabra sensible para hablar de historietas de superhéroes. Gillen, si bien critica a Flex Mentallo en sus notas, menciona admirar la genial frase de Morrison de “solo un adolescente confundiría el realismo con el pesimismo”. En el caso de la obra de Talbot, es interesantísimo cómo crea una historia dramática con momentos de mucha tensión que se transmiten al lector justamente gracias a basar su obra en un realismo consciente. La historia sucede en espacios reales, la psicología de sus personajes está fuertemente investigada (incluso parafraseada de casos reales de abuso) y los elementos “fantásticos” son claramente establecidos como sueños o fantasías para que, cuando ocurre algo drástico, dudemos por un segundo si vimos bien o nos lo imaginamos, tal como ocurre en la vida real. Esta forma de crear ambientes “reales” opuestos a la fantasía también es clave en la segunda mitad de la obra de Gillen.
Pero suficiente de hablar de otras historietas, acá el que importa es Peter Cannon. Pero ¿quién es Peter Cannon? En la concepción original de Pete Morisi (la cual Gillen decide continuar narrativamente, unos cuantos años en el futuro), Peter es un pibe cuyos padres murieron ayudando a salvar a una aldea tibetana de una plaga. El tipo fue criado entonces por unos monjes que le otorgaron el privilegio de estudiar unos antiguos pergaminos y, de mayorcito, se vuelve a Estados Unidos siendo un superdotado y apático millonario con un asistente llamado Tabu y los famosos pergaminos que sirven de excusa para que pueda hacer de todo. Peter Cannon es un superhéroe casi por desgano, y si no está Tabu diciéndole que vaya y ayude, ni se gasta. En la serie de Gillen, este mundo ya tiene nuevos héroes, pero ninguno tiene el potencial de Cannon para salvarlo… o destruirlo.
En el primer capítulo, los paralelismos con Watchmen ya son notorios: la Tierra es víctima de una invasión alienígena que destruye una ciudad entera y mata a millones. Los héroes, semianálogos de personajes de Marvel (aunque, como después se hace más evidente, son versiones marvelizadas de los Crimebusters), buscan la ayuda de Cannon para detener este ataque de moluscos cósmicos que, al ser detenido, tiene la “inesperada” consecuencia de detener los conflictos internacionales crecientes, hacer retroceder el Reloj del Apocalipsis y acercar la esperanza de la paz mundial. Y si todo eso suena conocido es porque lo es, y Cannon también lo reconoce, no solo como un atentado inútil (acá Gillen planta muy dura su bandera: la estrategia Ozymandias/MCU!Thanos NO sirve) sino como uno que solo él podría haber ejecutado. Y si no lo ejecutó él mismo, entonces la única opción lógica es que haya sido un Peter Cannon de una dimensión alternativa.
Un delirio absoluto y hermoso, sí. Pero volvamos. Más que como “analogías”, me gusta pensar a todos esos guiños, paralelismos y huevos de pascua como el intento bien logrado de hacer una historieta que hable en el mismo idioma que Watchmen. Incluso si nunca es mencionada como tal ni mostrada en algún cameo (como, digamos, en el clásico The Question #17), la obra de Moore se instala en tu cerebro y late constantemente durante la lectura de PC:T. Está en las expresiones usadas, en las viñetas y páginas que reconstruye, en los chistes. Gillen no desperdicia una sola viñeta. Y hablando de viñetas, donde más se siente ese diálogo con Watchmen es, por supuesto, en la grilla de nueve.
Ah… la grilla de nueve viñetas. Ese 3x3 que se usó toda la vida pero que Alan Moore, para bien o para mal, iconizó eternamente al indicarle a Dave Gibbons que la usara sin ninguna clase de desviación durante las doce entregas de Watchmen. Quiérase o no, esa grilla, en cómics estadounidenses de superhéroes (o historietas que aspiren a ser interpretadas en ese canon), termina irremediablemente regresando a Moore y a Gibbons y al Dr. Manhattan y a toda esa banda de personajes. En Fearscape, de Ryan O’Sullivan y Andrea Mutti, el guionista arranca con una grilla similar en blanco en la que se disculpa por usar el recurso y menciona:
“Es común que los autores usen esta estructura para declararse herederos de aquellos que vinieron antes. Esos hombres (men) que observan (watch) y de los que aprendimos todas las lecciones equivocadas”.1
En PC:T, la grilla es un poder más, similar a cómo en Multiversity: Pax Americana (el único otro heredero digno del postwachmenismo) el “algoritmo 8” y su entendimiento pueden cambiar la realidad (es decir, el entender que su universo funciona dentro de una grilla de 8 viñetas, de 2x4). El Thunderbolt alternativo que envía calamares invasores a otras dimensiones (y que, por lo que cuenta en su flashback, es esencialmente el Ozymandias de Watchmen) es todopoderoso en su Tierra porque comprende, digamos, su “algoritmo 9”, e incluso puede usarlo a su favor en ciertas escenas, como en la fantástica pelea del capítulo 2 en la que “bloquea” una viñeta para que un ataque no lo alcance. Por otro lado, nuestro Peter Cannon tiene su propio entendimiento de la grilla, a la que entiende desde el punto de vista del observador (lo que conlleva un montón de juegos de palabras con la palabra “watch”). Su superioridad se basa en que puede ver “9 veces más que el resto”. Su forma de viajar entre dimensiones es formando una grilla de 3x3 artificial que se “activa” cuando el otro lo “lee”. Al final, cuando los dos Peter Cannon luchan por última vez, el todopoderoso Thunderbolt huye hacia el multiverso (parafraseando al Dr. Manhattan, a quien también le roba la estética pero reemplazando el símbolo atómico por un engranaje de reloj) y es aniquilado por esa misma grilla. Su inflexibilidad, su insistencia en el formalismo, acaba siendo su perdición.2
Nuestro Peter Cannon, sin embargo, tiene la epifanía de su lado. En su escape del primer enfrentamiento (en el que mueren todos sus compañeros), cae en el multiverso (un espacio abstracto en el que los distintos universos se representan con viñetas que forman infinitas grillas) y aterriza en un mundo sacado de un cómic indie, en blanco y negro, con rotulado a mano, que representa, a grandes rasgos, el “mundo real”.
Ese “mundo real”, como ya dijimos antes, está fundado en las bases de lo que vimos en One Bad Rat: gente mundana, lugares reales (Northampton…), usualmente sin conflictos serios, de tal forma que cuando ocurre uno es casi antinatural. Toda la secuencia de Cannon en el “mundo real” es una obra maestra del guion (si no lo es todo el libro), en la que un personaje que viene de un mundo de historietas choca con un contexto donde las cosas no funcionan con su misma lógica, tanto narrativamente (la violencia se siente sin sentido, la gente es generalmente torpe y aburrida en comparación a él) como metanarrativamente (sus diálogos mantienen otro rotulado, la grilla se rompe y aparecen elementos fuera de ella, como en One Bad Rat). Los personajes con los que convive allí, “The Clock Crowd” (una versión hilarante de “The Watchmen”) del pub The Clock, son los Crimebusters reales. Un Peter curador del museo británico que tiene sus propios pergaminos. Una Laurie bartender que sale con Danny, del que solo sabemos que trabaja en el turno nocturno. Un Johnny patético que muestra fotos de su viaje a New York y que se le notan las ganas que le tiene a Laurie. Eddie, un guionista fracasado de historietas de superhéroes al que apodaron “Eddie the comic” (otro juego de palabras fabuloso, con “the Comedian”) y el Dr. K., que todos sabemos que significa Kovacs, un psicólogo que busca ayudar a la gente bajo la filosofía de que “yo no estoy atrapado acá con ustedes, ustedes no están atrapados acá conmigo. Estamos todos atrapados juntos, así que hagamos lo mejor que podamos”. Una maravilla.
Junto a estos muchachos, Cannon entiende que, con todo su poder, sigue siendo un personaje atrapado en su propia grilla, y no una literal sino una mental. Peter Cannon sigue atrapado en el formalismo, en la inflexibilidad, y eso llevó a que se haya aislado del mundo y de Tabu, su pareja. Envidia al Peter alterno porque, a pesar de que nosotros sabemos que ambos son personajes de historieta (aunque de historietas distintas), “Pete es real de formas que Cannon no lo es”. Y si en el mundo de Cannon la grilla se formaba con dibujos, en el “mundo real” se forma con fotos de toda la banda, leídas por el Thunderbolt malvado (aunque es bastante implicado que en realidad los que lo transportan al leerlo somos nosotros, los lectores). Y el resto es esa pelea que ya sabemos quién va a ganar porque, aunque uno de los Peter controla la grilla, el otro controla el Canon.3
El mensaje de toda la obra está ahí, no en un enfrentamiento entre el bien y el mal sino en uno entre la flexibilidad y el formalismo, entre la herencia y repetición de patrones exitosos en el pasado sin tener en cuenta qué los hizo funcionar en su contexto y las historias nuevas, originales. Nuestro Peter caga a palos a su contraparte inflexible, lo derrota y anula narrativamente, mientras le explica que “esto, todo esto, ya lo hiciste hace treinta años”. Una sombra enorme sobre todos los que, durante décadas, se agarraron de obras como Watchmen y The Dark Knight Returns pensando que lo que las hacía funcionar era solo que eran “oscuras” y “realistas”, y casi una crítica a todos los editores y autores que, en vez de crear nuevos personajes o nuevos conceptos con los que tienen a la mano, buscan en el cajón de las IP de cuál obra de Moore tienen técnicamente los derechos para vender manija en un mercado donde lo que más vende, al parecer, es la falsa sensación de cambio, de quedarse quieto en un escenario cambiante. Casualmente, en estos días, se anunció la llegada de Miracleman al universo Marvel.4
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Más y mejores cosas se han dicho de este tema en el artículo de Claire Napier “Do I Hate the Nine Panel Grid or Do I Just Resent Watchmen?”.
Esto además conforma una de mis cosas favoritas de las historietas de Gillen: que solo funcionan PORQUE son historietas. Es un aprovechamiento al máximo de los elementos y la historia de los cómics que solo funciona en la narrativa secuencial.
Gillen hace todos sus esfuerzos por no meter ese chiste en la obra, pero sí lo incluye al final de sus notas preliminares.
Y me quedan afuera del tintero varias cosas que no sabría bien cómo señalar sin que esto se vuelva una lista de referencias, como la que hacen al principio del #2 a The Wicked + The Divine, también de Gillen, o las dos veces que el pseudo-Rorschach cita al verdadero parafraseándolo, o cómo las últimas dos páginas hacen un juego genial de tirar frase linda de cierre tras frase linda de cierra y cómo el protagonista lo señala y expresamente quiere alejarse de conclusiones de ese estilo, con moño y perfectas pero que no representan la “realidad” que busca ahora. Cada línea de diálogo puede ser diseccionada y estaríamos escribiendo y leyendo por horas, y en ese sentido, PC:T es la obra más parecida a Watchmen de todas las que intentaron serlo.