Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Gonzalo se vuelve a cebar con otra novedad nacional, y Matías comenta las historietas de un autor… extraño.
Gustavo Sala y “the shape of humor to come”
Por Gonzalo Ruiz
En diciembre de 1960, Ornette Coleman junta a siete músicos para grabar una session que, un año después, se publica bajo el nombre de “Free Jazz”. Un disco absolutamente rupturista que presentaba otra “nueva forma” del jazz1. La idea de una improvisación colectiva que, a diferencia de las planteadas por Charles Mingus, se desarrolla a medida que existe. Es decir, no hay un parámetro, no hay una composición que sirva de base, salvo una “intro”. A partir de una pequeña pieza de musicalidad, Coleman y los suyos se metían dentro de terrenos absolutamente inexplorados y que jamás iban a ser reexplorados por la simple razón de que existían en ese momento y nada más. La música ocurre en un único momento y, salvo que quede registrada, se pierde. Lo mismo aplicaba Frank Zappa con sus solos de guitarra, que para él eran composiciones espontáneas, nunca en su vida hizo un solo igual al anterior.
La improvisación es un campo poco explorado en las artes (o más bien, es explorado por pocas formas artísticas), vaya uno a saber por qué. Será porque no cualquiera puede sostener algo que empieza en un punto y termina en cualquier otro lado. En esto que nos importa a nosotros, las historietas, no es algo demasiado popular, salvo artistas de corte más vanguardista, como por ejemplo los que integran el grupo Oubapo (y quiénes elijan seguir ese dogma). Y nuestro crédito local del humor, Gustavo Sala.
En una movida por demás interesante que voy a retomar sobre el final, a finales de marzo, Sala publicó Daikiri no, 147 páginas de humor absolutamente libre que parten de una premisa muy salesca y a partir de ahí… el delirio, la libertad del lápiz y las ideas. Cabe aclarar que esta es una historieta imposible de reseñar. Puedo decir lo obvio: que si disfrutas del estilo de dibujo, de lo escatológico, de los remates absurdos y del uso constante de juegos de palabras (cosas que Gustavo nos tiene acostumbrados a sus fanáticos), te va a gustar.
El tema es que acá lo tenes a lo largo de muchísimas páginas en lugar de una tira semanal, en pleno ejercicio del stream of consciousness lisérgico y humorístico donde la historieta se reinicia constantemente, vuelve al chiste que inicia esta aventura (porque Daikiri no es una aventura: tanto en su desarrollo como en su lectura), lo deforma, lo convierte en un chiste nuevo con un remate nuevo. Y de golpe vuelve a empezar, o repite otros chistes que vamos leyendo. Y, al menos a mí, las risas más fuertes se me dieron cuando empezaba el ejercicio de la repetición, porque no me lo esperaba, no hubo nunca un indicio de que todo iba a empezar de cero (si es que se puede hacer eso en una historieta).2
Terminada la lectura, solo puedo pensar: “que osadía”. Principalmente porque este ejercicio de improvisación no tiene ninguna intención artie, al menos de entrada. Es solo humor y nada más, estirándose todo lo que puede y más también. Osado también porque otra cosa que se repiten son secuencias de dibujo completamente surrealistas, como una conjunción de líneas que comienzan a tomar formas extrañas que resultan ser el close-up de… una pija. Y de golpe esta pija crece de tamaño en forma monstruosa y termina adentro de una concha. Y así. La osadía puede estar en pasar de un objeto abstracto a terminar como un remate infantiloide que, obvio, te va a hacer cagar de risa porque no te lo esperabas. Otro acto osado ese, el no dejar nada librado a lo obvio, incluso cuando uno conoce a Sala y su repertorio habitual.
Curiosamente (o no), la improvisación no es algo nuevo para Gustavo. De hecho, el año pasado Historieteca editó en Argentina (dato no menor este, porque hasta hace poco, este libro solo se conseguía en Uruguay y encima estaba agotado) Parto de nalgas, realizado a cuatro manos junto al escritor Ignacio Alcuri. Pero no es que Ignacio le mandó un guión a Gustavo para que dibujara, sino que ambos aplicaron la idea del “cadáver exquisito”, donde el primero le continuaba el chiste al segundo y así. En el caso de “Parto de nalgas”, la historia no hacía otra cosa más que crecer hasta llegar a un final apoteósico. En Daikiri no, la improvisación, aparte de ser personal, se toma el tiempo para ser. Por momentos descansa, por momentos se hace gigante y explota. Gustavo también aprovecha para meterse con lo formal y el “fuera de cuadro” importa tanto como lo que ocurre adentro, e incluso adopta principios básicos de la animación que le dan mucha movilidad, valga la redundancia, a lo que ocurre con los sinfines de personajes que vemos3. Salen o entran, pero nunca vuelven. Sin embargo todo está en constante movimiento.
Hasta acá todo muy bien, pero lo más interesante de Daikiri no es que salió como libro digital y de momento, permanecerá solo en ese formato sin llegar al papel. Toda una declaración de principios, que viene de la mano de lo complicado que está el panorama económico para las editoriales: costos altísimos que se traducen en pocos libros a precios muy altos. La solución de Gustavo es fácil: ¿querés el PDF? compráselo directamente al autor: vale $3000, le transferís el monto y te llega el archivo digital por e-mail y de ahí derecho a tu tablet, celular o PC. Mi pregunta más grande es si el público argentino empezó a acostumbrarse a la posibilidad de leer en digital como único soporte. Es decir, sin esperar que los webcomics que se producen en nuestro país terminen con una versión física.
No sé si puedo responder yo a esta pregunta, más allá de mi propia visión del asunto, sobre todo porque me considero un lector muy distinto a la media, no por lo que elijo leer (que no es nada novedoso, oculto ni mucho menos, ustedes sabrán), sino por “cómo”: disfruto mucho de leer en digital, de esta forma pude leer varias novedades que, sí, me llegan directo por las bondades de este oficio. Pero llegué a pagar por historietas en digitales y conservándolas de esa forma, sin tener que pensar “cuando tenga más plata lo compro en papel”. Esto me pasó sobre todo con algunos cómics internacionales donde conseguir el físico se dificulta bastante. El archivo digital es algo que, desde que llegó para quedarse, estuvo siempre con una lupa encima. Juzgado, menospreciado, poco ponderado por momentos, simplemente demonizado por ser una copia de algo físico (y por ende, asumir que eso es original; error absoluto). Y sin embargo en lo digital hay un futuro luminoso, sobre todo en un país donde muchos libros son editados con tiradas cortas y “mueren” ahí, cuando la última copia es vendida, porque la reedición hace rato que no es algo automático y hasta se hacen preventas para bancar una reimpresión, como si fuera un libro completamente nuevo. Ahí me parece que una editorial que hizo bien las cosas es Loco Rabia, donde una gran parte de su catálogo más viejo (y que quizás no está muy cerca en la lista de espera para ser reeditado) está disponible en PDF o CBR, cosa que no haya que esperar un milagro para conseguir un cómic que te falta.
No creo que lo digital sea “el futuro” como una única posibilidad/salida, sino que es un shorcut alucinante y que puede ayudar a la recirculación de material otrora ignorado por un público neófito y añorado por aquellos que, en su momento, no lo compraron. Y a esto se le suma la intención de Gustavo Sala, que acorrala al lector y lo obliga a leerlo “sí o sí” de esta forma. De lo contrario, te vas a perder un (gran) libro. Y ojalá que esto suceda de forma más seguida, que se le pueda perder el miedo a lo digital. ¡A abrazar más seguido estas vías alternativas! Que, de todos modos, los libros en papel no van a morir por esto.
No mires atrás pero alguien te está siguiendo: Nick Drnaso y la historieta paranoica.
Por Matías Mir
La cosa es así. Desde hace años que, periódicamente, intento acercarme a leer Sabrina, la novela gráfica recontrapremiada y recomendada de Nick Drnaso. La hojeo, la veo de reojo, me acuerdo de su existencia y vuelvo, pero siempre me pasa lo mismo: me repele su estética, su tamaño, las caras inertes de sus personajes. Si llegué a empezarlo, abandono a las pocas páginas. Nunca me senté a leer una reseña del libro, tampoco nadie me lo recomendó personalmente nunca (que yo recuerde). Es más una de esas situaciones donde el aura de la obra en el ambiente te llega de un modo u otro, pero eso nunca fue suficiente para que pudiera leerla entera de corrido, porque siempre sentí que claramente esto apuntaba a otra gente. Que era una clase de delirio colectivo.
Entonces, nunca leí Sabrina. No completo, al menos. Y pensé que estaba destinado a estar del otro lado de la cancha, con los detractores del artista de Illinois que con un par de libros ya se volvió un nombre imprescindible de la nueva movida alternativa de la historieta norteamericana. Pensé todo eso hasta que, por quién sabe qué razón, terminé enganchándome leyendo Beverly, el cómic que publicó algunos años antes de Sabrina. Era obvio desde un kilómetro que era del mismo autor, pero tardé un par de páginas en hacer ese click, y también en darme cuenta de que estaba enganchadísimo con este libro, a pesar de no ser radicalmente distinto en estilo, ritmo o narrativa. Hasta podríamos argumentar que está peor dibujado (dado el momento de producción en la carrera del autor). No tiene sentido por qué ahora sí me enganchaba Drnaso y antes no, pero quizás el gusto se desarrolla en tiempo real, o quizás la obra correcta nos agarra en distintos momentos de la vida. Quizás el libro no cambia pero el que cambia es uno.
En Beverly, Drnaso teje una serie de pequeñas historias cortas en un macrorrelato complejo y bien jodido sobre la vida clasemediera en suburbios de Estados Unidos. La idea en sí está buena, pero lo que la hace funcionar es cómo plantea el autor las viñetas, las páginas, el ritmo general en el que funciona la historia. Su juego de "cámara" es increíblemente fijo, muy cinematográfico, y cuando se rompe es porque quiere que se rompa. Las viñetas todas iguales, más de diez por página, con los diálogos siempre clavados arriba, te atrapan en un ritmo de monotonía asfixiante. Es como si la historieta no parase de salir de una picadora de carne y tenés que seguir girando la manivela para leer.
Pero lo más propio que tiene es el dibujo en sí mismo. En lo narrativo se notan mucho las influencias de gente como Chris Ware, Adrian Tomine o Simon Hanselmann (claramente está enmarcado en esa movida), pero esos fondos hechos con regla bien duros, esas personas tan de plástico, esas caras tan poco expresivas, esos ojos sin alma, todo eso es icónico. Casi podrías decir que parece amateur, pero acá está todo hecho a consciencia, es alguien que sabe dibujar y se decanta por este estilo porque le es funcional a lo que quiere contar. Es una arreglo incómodo por diseño.
Porque la carne, lo atrapante del estilo Drnaso que exuda en Beverly (su primera obra larga) es la increíble tensión que logra crear en el lector. En todas las historias, los personajes parecen ser gente normal que está teniendo un día normal, pero de a poco va dejando entrar un aire incómodo, el ambiente se densa, una frase de más o un gesto de menos hacen que empieces a sentir que las cosas no están bien en este escenario. Drnaso sabe cuándo amagar, cuándo mostrar y cuándo no, y así gambetea muy sutilmente con las expectativas que tenés de a dónde va a ir esta historia. En todas parece haber un peor escenario muy obvio que está por darse, pero casi nunca ocurre. Ni siquiera tiene que dibujarlo, porque vos ya te lo imaginaste. Ya entraste en la paranoia.
Su talento quizás está en que captura muy bien las ansiedades y los terrores que acechan a los lectores. Desconocidos en la calle que se ponen densos. Una noche de joda que termina mal. Que tu hijo crezca inevitablemente cruel. Esos extranjeros que se mudan a tu edificio. Y siempre todo sale casi mal, podría haber sido peor pero parece que no. Una especie de no-anécdota, de relato que le pasó a otro, que le da a la historieta entera esa verosimilitud tan precisa e imposible de imitar.
Hay una historia corta que hizo Nick Drnaso para la antología Mome llamada "Keith or Steve" en la que describe a un tipo que no hace nada interesante, y aun así es una historieta atrapante y competente solo por cómo la narra, y creo que encierra en una muestra de muy pocas páginas lo que hace a Beverly tan adictivo: el morbo del lector de estar esperando lo peor. Quizás tu vecino solo es medio raro. Quizás de noche secuestra nenes.
Estos cómics se ven tan raros... Entre lo artificiales de los personajes y lo bueno que es Drnaso para capturar la conversación mundana e incómoda, uno pensaría que el autor ve al mundo a su alrededor como si viera a hormigas en un frasco. O, si los aliens tuvieran su versión de "ciencia ficción" que fuera sobre la vida mundana de la gente en la Tierra, se verían así: historias casi corrientes, que pican muy cerca, pero desde la perspectiva de alguien que solo puede verlas desde afuera.
Pero nada de todo eso podía prepararme para su última obra (hasta ahora). Salteándome por completo Sabrina (ya llegaré eventualmente), pasé a Acting Class, una obra muchísimo más larga y producida bastantes años después en la que, de primera, se nota una mejoría notable en el arte, sobre todo en los colores y los fondos. Por lo demás, maneja la misma maestría en tensión, en ritmo adictivo y en diálogos que fluyen perfecto, pero ahora con un concepto increíblemente más atrapante.
Acá no son historias cortas conectadas, sino las vidas de DIEZ personajes que toman todos protagonismo y van contándose en simultáneo. Un reparto enorme, y el autor no es amable para nada para ayudarte a diferenciarlos o aclimatarte. Es un tren bala que no para nunca, vos solo te subís como podés y te vas acomodando mientras se desarrolla la acción. Diez obras que se ejecutan en simultáneo, y llegaste tarde al teatro.
Acting Class trata sobre cómo un montón de personas, todas medio del orto por distintas razones, terminan inscribiéndose en una clase de actuación terapéutica pensada para ayudar con los problemas de comunicación. A medida que van pasando las clases, Drnaso no solo va abriendo a sus personajes en lo psicológico, sino también que los va cambiando, quizás para peor. Esta experiencia empieza a ser como una adicción, y todos reaccionan distinto a la idea de poder compenetrar en una personalidad nueva.
Es un cómic que arranca con dos personajes teniendo una primera cita pero resulta que están casados hace cuatro años y estaban haciendo roleplay. A partir de ahí, todo se enmarca en un acting, en cómo estas personas de un modo u otro tienen que finjir no ser ellos mismos para lidiar con sus vidas. La línea entre ficción y realidad empieza a desdibujarse cada vez más,4 y Drnaso se la juega muchísimo con una secuencia final larguísima en la que no puede evitar agarrarte la cara, abrirte los párpados y obligarte a seguir hasta la última de sus más de cien páginas, una película dentro de una historieta en la que rezás por Dios que al final esta gente vuelva al mundo real, porque si no vas a empezar a dudar de todo a tu alrededor.
Al final seguro voy a terminar leyendo Sabrina, porque todavía no tuve suficiente de este estilo tan peculiar. Yo nunca probé el paco, pero no debe ser muy distinto a estas historietas. No sé cómo Nick Drnaso logra estos hitazos y encima hace que parezcan una boludez de hacer, pero de algún modo lo logra. Entiende a las personas como si él mismo no fuera una. Estamos todos en una habitación y hay alguien mirando desde afuera.
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Nota de Mati: Nada que ver, pero esto me recuerda a It’s lonely at the Centre of the Earth, de Zoe Thorogood, cuando ella “pierde el hilo” y el cómic se reinicia, con tapa, página de créditos y todo.
Para dar un ejemplo más “concreto”, hay secuencias que si se imprimieran en formato flipbook, garparían mucho más que leyéndolas como un cómic convencional.
Si leyeron Mirame, esa historieta tremenda de Diego Agrimbau y Tomás Aira, pueden imaginarse un poco para dónde van los tiros.
Muy bueno este #105! No conocía ninguna de las dos obras, anotadas en el txt de infinitas próximas lecturas. El "Daikiri No" me interesa mucho, muy buena portada!