Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías rescata tres historietas argentinas que referencian a otras similares, y Gonza habla de los límites de lo que se puede contar en las historietas.
Intertextualidades: tres historietas sobre otras historietas
Por Matías Mir
Si la entrega pasada el rescate era de historietas que referenciaran y homenajearan a distintos artistas de nuestro país, esta vez la idea es ir por distintas historias cortas, publicadas en antologías o como fanzines, que hagan lo mismo pero directamente con otras historietas. Un nuevo ejercicio de intertextualidad para celebrar lo rico de nuestro lindo medio, tener una excusa para recomendar historietas raras que no tienen lugar en las listas más gancheras y seguir teniendo algo de lo que hablar todos los sábados llueva o truene.
Mad Maf de Aureliano Acevedo
Esto me fascina. En el contexto del bizarro revival que tuvo Mafalda en internet poco antes de la muerte de Quino, movilizado principalmente por el movimiento de Mafalda Sopaposting (Amadeo Gandolfo me ahorró el trabajo y escribió un artículo que explica muy bien el fenómeno), el artista Aureliano Acevedo sacó un modesto fancomic en el que ponía a los personajes de Mafalda en un contexto postapocalíptico onda Mad Max. Lo que empezó como un chiste fue creciendo con los meses y ahora está por concluir en su octavo capítulo, después de armar toda una trama de intrigas, traiciones y revelaciones basada en la obra de Quino.
La historia básica es que, después de la tira del segundo libro en la que los chicos juegan a la guerra nuclear, efectivamente ocurre una guerra nuclear que deja destruido San Telmo, con solo los chicos como sobrevivientes (similar a El último recreo de Trillo y Altuna). En esa nueva sociedad, Manolito (“Pete Joe”, su apodo cuando jugaban a los cowboys) es el nuevo líder de los nenes y Mafalda es la rebelde que intenta recuperar una reliquia del viejo mundo.
Quizás lo mejor de esta falopa absoluta sea lo duro que juega con la “continuidad” de la tira original. Constantemente el humor y las revelaciones se basan en señalar cosas de las tiras originales (los seguidores de Manolito se llaman entre ellos “machu pichu”, ya con ese chiste puede robar por mil años si quiere). Atentos también al capítulo extra sobre cómo sobrevivió Mafalda a la hecatombe (“el acabose”), una historia corta en homenaje a Quino.
Toda esta droga IMPUBLICABLE en papel porque tendría a un grupo de sicarios contratados por De la Flor en la puerta a la media hora se puede leer en el sitio de La Mágica y Misteriosa, y ya hay tráiler para el capítulo final.
Los Alfonsín de Rep
En 1986 Rep empezó a publicar en la revista Humor Registrado (o Humo(R) para los amigos) de Ediciones de la Urraca su serie Los Alfonsín, una especie de comedia familiar basada en el presidente Raúl Alfonsín, su esposa María Lorenza Barreneche y tres nietos idénticos con la cara del presidente. Los episodios de Los Alfonsín siguen básicamente siempre una misma trama, en la que el Alfonsín es acosado y acusado por todos los frentes, el político y el familiar, en constante referencia a figuras y hechos que se condecían con la actualidad de la publicación. Cosas como el miedo a volver a la dictadura, el debate de la ley de divorcio, la deuda externa, el legado del partido peronista y esas cosas.
Los Alfonsín es parte de esa explosión de historietas (principalmente de De la Urraca) que aparecieron con la vuelta a la democracia y se permitían, ya sin miedo a la censura, criticar, parodiar y burlarse del gobierno y revisar la historia reciente. Es honestamente una historieta muy graciosa y a la vez muy al hueso, muy crítica tanto de ciertos sectores de la sociedad conservadores de la época (y los poderes que se beneficiaban y benefician con eso) como de algunas políticas del propio Alfonsín, y en general haciendo humor corriéndolo por izquierda.
En una entrega, Rep pone a Alfonsín en una situación distinta: sentado en su casa leyendo una historieta, específicamente Las puertitas del Señor Lopez, y después de algunos chistes meta y no-meta, el presidente se escapa de su familia por la puerta del baño y desaparece en otro mundo, como en los capítulos de la historieta de Trillo y Altuna. El juego de parodia es muy obvio, y al igual que López iba a mundos fantásticos para escaparse un rato de su realidad, Alfonsín se escapa a una Argentina alternativa donde los militares son mansos y lo obedecen, tiene apoyo popular, la juventud no lo critica y gracias a la ley de divorcio pudo sacarse de encima a su mujer (?). Pero, como siempre le pasa a López, la fantasía se rompe, y en el caso de Alfonsín su golpe de realidad es cruzarse con las Madres de Plaza de Mayo, quienes, aún en esta Argentina alfonsinista utópica, le siguen reclamando al gobierno por los desaparecidos. Al final, Alfonsín vuelve a su casa y deja las historietas para ponerse a leer El medio pelo en la sociedad argentina de Jauretche, y cierra con la matadora: “Como decía el General: la única verdad es la realidad”.
No somos nada… por Enrique Breccia
Acá es casi trampa, porque el juego de las referencias y los homenajes se lo hace Enrique Breccia a sí mismo. En esta historia de dos páginas, publicada en la Fierro #100 (segunda etapa), el propio autor se dibuja en una playa cirujeando “las cosas que el mar amontona en la orilla”, y ese escenario es suficiente para empezar un festival de autocelebración en el que en la arena se va encontrando con varios de sus propios personajes y objetos icónicos (el Che, el Peregrino de las Estrellas, el Sueñero...) hasta que es ahogado por la cantidad de referencias. No hay realmente ninguna historia, sino solo un divertido ejercicio de cameos que conectan el Churriqueverse (?), y podría ser tranquilamente un epílogo para El Sueñero por el divertido final que plantea.
Además, tiene la única página de historieta que existe en la que aparecen Swamp Thing y Alvar Mayor, así que como crossover falopa ya vale los $100 (como mucho) que te cuesta conseguir esta revista de saldo.
All your violence was in vain?: el “valor” del shock value en las historietas.
Por Gonzalo Ruiz
Hace cosa de unos días (comentario válido si estas leyendo en tiempo y forma) me di el lujo de leer algo que hacía mucho tiempo quería y, por manías con el consumo de papel, no leí. Pero el año pasado conseguí finalmente el integral español de Squeak the Mouse del ídolo, el maestro de la violenza alla italiana Massimo Mattioli, partícipe clave del comic italiano underground y de vanguardia quien junto a Stefano Tamburini fundaron la revista Cannibale. En fin, ¿De que trata Squeak the Mouse? Bueno, imagínense a Tomy y Daly de Los Simpsons, pero salvaje. Salvaje de verdad1. Destripaciones, mutilaciones, decapitaciones, incendios, orgías mega explícitas… lo de Mattioli es lisa y llanamente, visto desde ojos excesivamente moralistas, un asco repudiable.
Pero como no soy moralista, me pareció uno de los mejores cómics que leí en mi vida.
Si puedo admitir que me reí de cosas que en vista de todos los ojos del mundo (y realmente me asustaría si uno no piensa así), son completamente imperdonables cuando ocurren en la vida real. Sin entrar en mucho contexto (tampoco lo tiene, es un cómic absolutamente descerebrado), hay un momento donde el ratón masacra a una familia entera, donde uno de sus integrantes es un niñito inocente. Y si bien esto ocurre durante el segundo álbum y a mitad de camino del mismo, el libro va en todo momento y desde las primeras hojas, siempre para arriba, escalando en niveles de violencias imaginables y no tanto. Ah, y además se la pasan cogiendo de todas las formas posibles, strap-on incluído, y con un nivel de detalle excepcional. Y acá es dónde me quiero detener.
No, en lo de la cinturonga no, en lo anterior.
¿Hasta que punto toleramos o no, perdonamos o no y (por sobre todas las cosas) contextualizamos o no la ultraviolencia en los cómics? Y no me refiero a meterle una trompada a cualquier tipo de humanidad, algo habitual en, digamos, el mainstream superheroico (¡Si hasta es un meme!). Si no ir más allá, algo así como… meter a una mina adentro de una heladera. Por supuesto, estoy “a favor” del concepto de “women in refrigerators”, que implica que algunos personajes, femeninos en el caso que engloba esta teoría, son creados solamente para ser partícipes de un acto violento que solo funciona como shock value para el personaje principal y nada más. Es decir, una chica con cierto tipo de relación cercana al héroe es presentada en un número X y, dos meses (y dos números) después, termina o violada (con “suerte”) o directamente asesinada. El héroe se enoja mucho, se entristece, pega de más, se deprime, etc. ¿Estamos de acuerdo que esto es algo completamente repudiable? ¿Sí? Buenísimo, sigamos.
Sigamos con algunas preguntas: ¿cómo podemos determinar que muerte está bien y qué no? ¿Es válido considerar esto como un motivador para que el personaje avance su desarrollo? ¿Dónde podemos trazar una línea que separa con lo moralmente aceptable y lo repulsivamente inaceptable? Pienso en uno de mis mangakas favoritos, Suehiro Maruo. Pilar de la corriente eroguro aplicada en el manga, buena parte de sus historias rozan los mismos tópicos que Squeak the Mouse pero sin un ápice de gracia. Son relatos depresivos y opresivos, con una suerte de melancolía. Para el artista, su interpretación del eroguro tiene una motivación “política” si se quiere. Su violencia simboliza de manera perversa corrientes de pensamiento como el postmodernismo y el existencialismo, donde la modernidad no trae esperanza alguna para la humanidad, solo miseria. Cierto es que todo esto figura entre líneas, y lo que uno ve por encima de su obra primeriza, la más salvaje, son actos inhumanos de coprofagia, violación, incesto, pederastia…
A veces, lo salvaje, dentro de este marco de ficción, sirve para dar a cuenta un mensaje claro, ¿Pero a qué costo? ¿O bajo que niveles de interpretación? Vamos con otro ejemplo mainstream. ¿Se acuerdan que hace dos entregas mencioné la muerte de Gwen Stacy? Según uno de sus verdugos, Gerry Conway (que hace poco tuvo unos desafortunados comentarios sobre el manga -que casualmente tienen algo que ver con este pequeño apartado-), la “necesidad” de matarla a Gwen era simplemente porque querían darle más espacio a Mary Jane Watson, que era un personaje “más interesante”, con más onda que la finada. Por supuesto que están las consecuencias para el héroe (y una bellísima historia como Spider-Man: Blue)… pero los motivos son como mínimo, discutibles. Y eso que, gráficamente hablando, es poco explícito, a diferencia del ejemplo anterior o del que abrió esta nota. Lo mismo para el cómic de Green Lantern: nunca vimos literalmente la carnicería que sufrió Alexandra antes de terminar adentro de una heladera. Pero más allá de lo gráfico, es el mensaje final y el contexto lo problemático.
Es cierto que es imposible pedir que en algunos cómics, donde los supercombates se dan de manera muy cruenta, no existan las muertes. O incluso en otro tipo de historias, pedirles que no sean violentas o exageradas, dentro de los marcos de la libertad. Todo es posible. Lo que sí se puede pedir es que este mensaje no sea lo más revulsivo posible. Todavía más que lo que terminamos viendo.
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Nunca se confirmó del todo, pero sabemos bien que Matt Groening es comiquero… no sería de extrañar que se haya afanado a los personajitos. Y si bien Tomy y Daly debutaron en el 88 y el primer álbum de Squeak the Mouse se editó un año después por Catalan Communications, al ser un cómic mudo, tranquilamente pudo haber conseguido otra fuente. Con esto en mente, queda en ustedes elegir a quién le creen. Aunque en definitiva, tampoco es para tanto…