Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza se sube medio tarde a una batipolémica y Mati se olvida que este newsletter no es su diario íntimo (y recomienda una historieta coreana cerca del final).
Este Batman mata fascistas
Por Gonzalo Ruiz
Ah, el microcosmos de la historieta (en) Argentina… imposible que no explote un polémica en algún lugar. Es tan esperable como que te afanen en Crime Alley. Y hablando del callejón que dio a luz, metafóricamente hablando, a Batman…
Dos o tres semanas atrás, ya no recuerdo cuándo, salió publicada una nota en el sitio web Anfibia que hablaba por enésima vez de la postura ideológica que representa el alter-ego superheroico de Bruce Wayne. La nota hace una trampa: se basa en las últimas interpretaciones cinematográficas. Hay referencias hacia algunas revistas (en algo que considero fuera de contexto, ya diré por qué), pero el núcleo duro está conformado por lo que ocurre en The Batman (2022, Matt Reeves) y Joker (2019, Todd Phillips).
No me quiero detener demasiado en el aspecto cinematográfico, un poco porque no vi (ni me interesa hacerlo) The Batman, y por otro lado porque lo que verdaderamente me importa es lo que ocurre en la historieta, el lugar “de origen” del personaje. Que también es algo engañoso porque, como varios de estos personajes de ficción, su historia es escrita y reescrita a lo largo del tiempo (y espacio) por muchos escritores. Y algunos han dejado huella de forma más evidente que otros, generando un “canon” a respetar. Por supuesto que, a esta altura del partido, cada película que saquen del murciélago va a querer instaurar su propio canon (sobre todo si triunfa y sirve como base para armar un universo compartido alla Disney con Marvel). Pero, por supuesto, no quiere decir que esta sea la versión “definitiva” del personaje. Siempre se le van a agregar o sacar capas nuevas que complejicen el secret origin o que funcionen para darle una vuelta de tuerca que esté acorde a ciertas sensibilidades marcadas por, insistiendo con las películas, Hollywood.
Como sabemos, Batman tiene, a pesar de sus más de 80 años de historia, algunas señas particulares e irrevocables: Su nombre es Bruce Wayne, heredero de una fortuna debido a que sus padres fueron asesinados. Su manera de hacer algo por esta ciudad enteramente corrupta es utilizar sus infinitos recursos para combatir el crimen por fuera de los márgenes de la ley como un vigilante que se viste de gris y negro con una capa y capucha que protege su identidad. A medida que crece el mito, más cosas se le fueron agregando, pero lo básico está acá.
Desde el vamos, puede sonar “polémico” pensar que un millonario bajo un alter ego puede ir más allá de la justicia para hacer que las cosas funcionen con ayuda de, repito, sus recursos ilimitados que, sí, capaz podrían ser más útiles financiando programas de rehabilitación o reinserción social. Pero el primer problema es el siguiente: dudo muchísimo que un chico o chica sienta interés por leer algo así en una historieta de superhéroes. Pensar en términos racionales o realistas dentro de un marco de ficción que se aleja varios escalones de lo mundano es erróneo.1Por supuesto que para este tipo de historias siempre va a ser mejor ver a Batman fajando a un pobre chorro… pero también, esto es otro concepto mal tomado como propio del personaje, como un demente fascista que solo ataca “perejiles” que representan un mínimo porcentaje del problema real. Y uno que entendió esto es Frank Miller.
Hoy por hoy puede estar en el centro de la polémica por varios dichos o también por una baja en su calidad artística, pero así como lo cortés no quita lo valiente, los errores del presente no quitan las medallas de oro del pasado. Un pasado que tiene obras muy claves para redefinir y hasta postmodernizar al personaje. La más importante para esto es Year One, que funciona como un “fresh start” en cierta manera después de la Crisis de DC, donde el verdadero protagonista es James Gordon. Porque no somos testigos solamente del comienzo de la carrera del vigilante, sino que, en mayor profundidad, vemos cómo el hoy recordado comisionado comenzó desde lo más bajo, como un rati que recibió como “premio” ir a la peor ciudad de Estados Unidos a trabajar con agentes y superiores entongadísimos hasta la nuca con lo más horrible de la sociedad. En este contexto, donde Gordon es el único interesado por hacer “lo correcto”, es donde unen fuerzas Batman y también Harvey Dent previo a perder su cordura, con la total intención de “derrocar” a Falcone.
¿Batman es “amigo de la yuta”? Sí, por supuesto, desde el día uno2. Pero no de todos ni de cualquiera, solamente con aquellos que están a favor de hacer “lo correcto”. Batman funciona como la fuerza escondida, fuera de la ley, pero a su vez está a favor de un funcionamiento más honesto. No implica que esté completamente de acuerdo con los métodos policiacos, por otro lado.
En el medio de todo esto, está uno de los momentos más celebrados del murciélago, en el que enuncia un discurso que está en las antípodas de las acusaciones que lleva en su contra:
Podemos encontrar más cosas similares en Dark Knight Returns, obra maestra ubicada en el otro extremo del período de actividad del encapotado, ya que transcurre diez años después del retiro del personaje, en una Gotham que obviamente nunca encontró su salvación y todo apunta hacia un desenlace inevitablemente fatal. Encuentro interesante, sobre el final de la obra, cuando Batman comienza a convertirse en un símbolo etéreo (aunque real y tangible porque el personaje vuelve a operar después de años) que es tomado por adolescentes que lo vieron combatir y piensan que su ley (marcial) es la que debería tomar la ciudad. Y así comienzan un asedio violento contra lo podrido de la sociedad, y que es detenido… ¡por Batman! Que desaprueba sus métodos y el uso de las armas de fuego. Ya en el final mismo, estos “batimontoneros”, se da a entender, comienzan a ser educados por Bruce para ser ellos quienes definitivamente tomen el manto.3
Pero quiero terminar con una obra verdaderamente política y antiderechista.
En 1996, el artista integral Howard Chaykin publica un Elseworld, Batman: Dark Allegiances. Wayne es literalmente un huérfano, porque sus padres no fueron millonarios, pero sí asesinados, dejando completamente abandonado al niño que se hizo bien de abajo hasta convertirse en un megaempresario textil cuyos aliados comerciales son gente de alta alcurnia de actitudes fascistas. ¿La época en la que transcurre la historia? 1939, a poquísimos momentos de estallar la Segunda Guerra Mundial.
Como buen Elseworld, la historia se encarga de distorsionar algunas cuestiones históricas tanto del personaje como del “mundo real”… pero Chaykin hace muchas de más, y arma todo un complot que involucra a una versión paródica del Ku Klux Klan financiada por versiones (aún más) aristócratas del Pingüino y Dos Caras. En el medio de todo esto, el autor también juega con la doble vida entre Batman y Bruce Wayne. Al segundo le toca bailar con la más fea y negociar con gente que se encuentra en la vereda de enfrente de su corriente de pensamiento, mientras que el primero trata de deducir cuál es el complot que traman. En el medio, hay un Alfred que “banca” hasta ahí las andanzas de su protegido, pero siempre mirándolo con desdén; Howard aprovecha para que la figura del estirado inglés se convierta en la de un conservador clasista que, con mayores motivos que el del mayordomo original, se encuentra en total negación de lo que hace Batman. Que por supuesto, también es presentado como un vigilante fuera de la ley… según “La Legión Blanca”, este remedo de KKK que participa del cómic. Nuevamente, el Caballero Oscuro resulta ser un símbolo que representa todo lo que está “mal” en una sociedad ordenada y conservadora, todo esto bajo observación de los nazis.
Si hay algo que Batman demostró en estos más de 80 años, es versatilidad. Es un personaje rico en todo sentido, y que permite tener aventuras de lo más diversas, siempre que claro, lo acompañe un buen guion. Es por eso que pensar de forma reduccionista y absoluta a este tipo de figuras es un error, menos atravesado por una óptica posmoderna que jamás tuvieron ni sus creadores ni muchos de los que continuaron escribiendo su historia, es injusto con aquellos creadores que, sabiendo del origen clasista que acompaña al personaje, lograron desembarazarlo con altura. Que después, para Hollywood, Batman signifique el epítome del control absoluto es otra cosa. Batman puede ser lo que sea, pero nunca una sola cosa.
No podés cruzar el mismo río dos veces: la Feria del Libro y otros desvaríos
Por Matías Mir
Permítanme el atrevimiento de tomarme este espacio para divagar un poco acerca de temas que esencialmente no le importan a nadie.4
El fin de semana pasado fui un par de días a pasearme por la Feria del Libro Internacional de Buenos Aires, evento cuya última edición fue a mediados del 2019 (por obvias razones) y al cual le tenía cierta expectativa. Sin embargo, cuando llegué, lo transité, me moví por sus pabellones, empecé a sentir cierta angustia, cierta sensación de pérdida. ¿Perdida de qué? ¿De un espacio? ¿De una experiencia? ¿De mí mismo? A falta de terapia, hago catarsis en los siguentes párrafos. Juro que también escribo sobre historieta.
Supongo que tiene un poco de sentido todo este asunto. Aunque haya parecido que el mundo quedó congelado desde que arrancó la pandemia, las cosas cambiaron bastante entre 2019 y 2022. Mi experiencia en la Feria era una completamente distinta entonces porque yo mismo era alguien completamente distinto. La Feria para mí era un espacio para ir y pasar todo el día, aprovechar la semana antes o después de clases, cuando iba menos gente, y solo pasearme rodeado de libros, llevarme un termo para hacerme dudosos cafés o una sopa instantánea insípida de contrabando tirado en el piso alfombrado apoyado contra el stand que alguien pagó cientos de miles de pesos para instalar. Aprovechaba mi pase de prensa y hasta me molestaba en justificarlo, en ese entonces armando mis clásicas “guías comiqueras de la Feria del Libro” (que veo con placer que este año otras personas están produciendo). En fin, que era un lugar al que yo, un estudiante universitario porteño y despreocupado, iba a estar, a existir un rato rodeado de libros que no podía comprar (no muchos, al menos, quizás alguno o ligando algo de regalo o de prensa) y que menos que menos podía leer.
Ahí había una bibliofilia novicia e intensa, satisfecha con solo estar cerca de libros. Medio psicótico si lo pienso mucho. Pero la juventud (dijo el jubilado) tiene esa intensidad. Del otro lado del abismo que fueron estos años, ya no soy un estudiante, ya no tengo los días al pedo como para pasármelos solo paseándome por la Rural y ahora tengo el suficiente dinero como para comprarme los libros que quiera pero también la responsabilidad de saber que no puedo hacer eso porque después el alquiler lo paga magoya.
Quizás el choque entre una experiencia y otra fue muy brusco. Como cuando te enterás que Papá Noel no existe y te dicen “es como el Ratón Perez, son los papás” y vos solo decís “¡¿el Ratón Perez tampoco existe?!”. Como que perdí la capacidad de ir con energía, perdí la experiencia de poder ir a comprar todos los libros que quisiera sin tener que ser responsable con mi propio dinero bien ganado y también perdí la mística de ir a “la librería más grande del mundo” porque ahora me cuesta verla como algo más que eso: una libería enorme, cansadora e infinita llena de libros que probablemente podría comprar afuera por precios similares o quizás hasta menores. Encima en mi adolescencia no conocía Bookdepository, otro gran destructor de ilusiones, del “si no lo compro ahora, no lo compro nunca”. Ahora que siempre lo puedo comprar, no lo compro nunca.
Lo cual no significa que no me haya hecho de unos cuantos libros, por supuesto. Quizás medio obligado por mi propia pretensión de tener un “botín de la Feria”, terminé gatillando varias cosas, muchas que iba a conseguir de todos modos, otras que esperaba ver ahí en persona sabiendo que me iban a tentar y hasta un par que me sorprendió que alguien tuviera stock. Quizás esa multitud de oferta de varios depósitos distintos tiene un beneficio: el de que aparezcan tomos agotados empolvados que alguien rescató para rematar en la Rural.
Pero todas esas filas, toda esa caminata, todo ese laberinto de libros (para alguien que trabaja con libros y cuyo pasatiempo termina circundando lo mismo) terminó siendo abrumador. Al menos, para mí, obvio, que soy un intenso con este tema y claramente una minoría casi unitaria. Quizás lo que más disfruté fue cierto contraste con grupos de jóvenes que cruzaban corriendo los pasillos y se manijeaban entre ellxs diciéndose cosas como “me compré los tomos de Jujutsu Kaisen” o “¡mirá, encontramos un stand que vende Heartstopper!” con inocencia, sin saber que estaban hablando de las historietas con más demanda del año y que se vendían en cualquier stand que pudiera venderlas. Quizás ese evento cultural, esta feria que “es representativa de una manera de entender la cultura como comercio”, como dijo Saccomanno5, nunca pierde esa energía hipnótica y manijera de hacerte sentir que, dentro de un espacio y tiempo determinados, la lectura es lo más copado que existe, que los que dicen lo contrario son unos boludos que no saben de lo que se pierden. Quizás esa energía existe, pero se derrama hacia abajo, hacia lxs más jóvenes.
Y eso me termina pareciendo perfecto. Que ellxs se permitan disfrutar de la lectura y de las historietas, que nos dejen los planteos introspectivos inútiles a nosotros, los que estamos secos por dentro pero seguimos. A ellxs los libros les vibran, les producen algo que sigue siendo novedoso, vital e interpelante, y esa es la única conclusión que necesito.
Y para fingir que acá también recomendamos historietas, unas breves palabras acerca del último libro interesante al que le entré.
Malas compañías es una novela gráfica de 2012 desoladora. Su autora, Ancco, dibuja un recuento de episodios de su adolescencia mechados con su vida como adulta en los barrios más pobres de Corea del Sur, un mundo paralelo (pero real) a la locura pop tecnológica lumínica que nos venden de "la Corea buena".
En la Corea de Malas compañías predomina la violencia intrafamiliar, institucional y social, una misoginia profundamente arraigada y la indigencia siempre acechando. Para sus mujeres protagonistas, los servicios de "escort", la prostitución y los barrios rojos siempre son un futuro posible, casi inevitable.
Acá, dos amigas de quince años buscan escapar de la violencia de sus hogares volviéndose "damas de compañía" y, por supuesto, sale todo para el orto. Hay un ambiente pesadísimo que no abandona la historieta en ningún momento y tira unos cuantos golpes bajos con la narrativa cuando mezcla escenas del presente con el pasado. El lector arranca creyendo que va a ser algo al estilo de Nagata Kabi pero termina pareciéndose más al Asano más oscuro, el de Reiraku o los pasajes más jodidos de Oyasumi Punpun. Muy buena lectura.
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N.d.M. (Nota de Mati): Como dice Mazzucchelli en sus anotaciones de Año Uno: “Una vez que el personaje se inclina hacia el realismo, cada nuevo detalle desata un torrente de preguntas que exponen el absurdo en el corazón del género. Mientras más ‘realistas’ sean los superhéroes, menos creíbles son”.
Literalmente, porque el comisionado Gordon es el segundo personaje que conocemos en el mítico Detective Comics #27.
N.d.M. (Nota de Mati): Podemos argumentar, entonces, que Miller resuelve en su interpretación más lúcida de Batman que hay una tensión en el personaje (tiene los ideales puros de querer resolver el crimen y tiene los recursos para ejecutarlo VS. es solo un hombre, un personaje en una continuidad infinita) y que se resuelve por lo colectivo, por inspirar a una generación para que elija dejar la senda del crimen y darle los recursos para que pueda hacer el bien. Ah, pero eso en Anfibia no te lo dicen.
Esta semana estuve hablando un poco sobre estos temas en el podcast de La Batea, un episodio que complementa bastante este texto. Puede escucharlo acá.
Que ahora es popular por sus discursos polémicos pero a quien nosotros, adelantados, ya mencionamos hace un tiempo recomendando sus historietas perdidas.