Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Gonza vuelve para terminar lo que empezó y Matías recomienda una novedad local violentamente buena.
Love and Rockets: Final
Por Gonzalo Ruiz
Llegó el final. O, al menos, el final de mi repaso por Locas, a casi un año de haber comenzado con estas reseñas esporádicas. Quedan los últimos dos arcos argumentales, que paso a rememorar ahora.
Serializada dentro de New Stories, Jaime Hernández reúne a sus musas ficticias, Maggie y Hopey, para un viaje nostálgico al ficticio pueblito de Huerta donde ambas fueron parte de la movida chicano-punk de 1979. Con esta premisa básica, comienza una historia de fuerte introspección sobre el paso del tiempo. Lo primero que observamos es como dos mujeres en sus cuarentas tratan, una por su lado, de recuperar la magia del pasado, mientras que el otro lado prefiere olvidarlo. Hay algo fuerte en el regreso a casa, una sensación de cuestiones sin resolver, sobre todo en Maggie. Tanto ella como Hopey (quienes supieron ser novias en su juventud) armaron sus vidas con matrimonios y familias, pero hay algo en este viaje que le despierta sentimientos encontrados, como en el momento en el que busca reconquistar a su amiga en una escena de falsa tensión sexual malinterpretada. Los personajes en su mediana edad siguen teniendo los mismos despistes que en su juventud, pero la magia de Jaime hace que no veamos a dos viejas patéticas, sino a dos adultas que se reencuentran con su pasado, que en algunos aspectos no cambió en absoluto, sentimiento reforzado cuando observamos flashbacks que se van intercalando con la historia actual.
La táctica de los flashbacks sirve también para seguir completando los micro-baches cronológicos que ocurrieron durante el primer volúmen de Love and Rockets. Un “relleno” que sirve para el impacto emocional y explicar de manera total como funcionan ambas, de la misma manera que, gloriosamente, Jaime Hernández explicó que Maggie siempre tuvo una pareja heterosexual, una que nunca se presentó pero que igual figuraba. También y de manera progresiva, vemos algo que nos pasa habitualmente a medida que nos acercamos a la adultez, que es la pérdida de cierta magia cuando se rememora la juventud. Lo que parecía genial antes, ahora deja de serlo, en parte por los achaques corporales o simplemente por la pérdida de inmadurez, y por momentos buscan soltar esa nostalgia curada para aceptar la realidad y que no todo tiempo pasado fue mejor; pero a veces es irresistible no sentir amor lo que alguna vez fueron. Y lo divertido es como se maneja Jaime al respecto, porque logra que a veces sea Maggie la inconsciente y Hopey la que tiene los pies en la tierra cuando históricamente la cosa era al revés.
Durante el desarrollo de “This is how you see me?”, Love and Rockets volvió a su formato original: el magazine de publicación errática (que hasta la fecha cuenta con once números) que ahora incluye, después de varios años, un personaje nuevo que le da título a la última publicación: Tonta.
Toda una novedad el hecho de no solo presentar un personaje completamente nuevo, sino darle protagonismo… lástima que la historia sea tan floja. Parece más una intención de crear un personaje que funcionara como una nueva generación de jóvenes con la onda que tenían Maggie o Hopey en los ochenta, pero al menos, a mi juicio, no termina de funcionar. Tampoco es que Tonta se rodee de personajes gancheros: es ella sola, una naba que gusta del punk y andar en skate, pero es carente de carisma, y el hecho que su historia no tenga una relación directa con las familias Chascarrillo o Glass hace que también el interés dure poco.
Tonta es la media hermana de Vivian Solis, ese personaje seductor y molesto que solía quemarle la cabeza a Maggie durante el vol. 2 y es en cierta forma la coprotagonista de esta historia, ya que Jaime aprovecha para contar su propio árbol genealógico, algo complicado por la cantidad de medio-hermanos y hermanas que tiene, todo por parte de una madre algo problemática, eje central de la historia “Crimen”, donde esta matriarca es toda una viuda negra, so pena de las hijas que procreó. Hernández pela chapa de su bien utilizado melodrama en esta historia, que queda medio colgada con el resto del boludeo de la adolescente que no termina de ser tan ganchero como todo lo que vimos en el pasado.
¿Un tomo medio raro? Y, sí. Veníamos de muchas historias de buenas para arriba para terminar con esta, algo mediocre y con falta de onda, más allá de un dibujo que, eso sí, no decae jamás. Un relato flojo que, igual, no baja puntaje en el promedio.
En conclusión…
Y acá estamos, 41 años1 después del debut de Love and Rockets.
Una historia que, hasta el momento, no deja de escribirse, porque los Bros siguen estoicos en el desarrollo de su never-ending story, no hay ningún tipo de intención de meterle un freno de mano a estos personajes que los acompañan desde 1981 y que crecieron a la par de sus creadores. Y creo que la magia de Locas reside en esto último, porque más allá de ser una historieta de alto vuelo poético, es todo un experimento de crecimiento y desarrollo de personaje, un trabajo que muy pocos historietistas se tomaron el trabajo de desarrollar (pienso capaz en otro paradigmático como Dave Sim con Cerebus) con sus propias obras, donde capaz tienen más de 100 números, pero con un crecimiento que roza el piso en lugar de tomar altura.
En el caso de Locas, a las chicas les vimos todo: la infancia, las carencias, las primeras rebeliones, el duro golpe de crecer sin herramientas, la dignidad con la que enfrentan su adultez. Porque ver como crece una persona no implica notar los cambios más biológicos, sino también tomar conciencia de cómo moldean su mente y sentimientos.
Y Locas es, precisamente, una historia sobre sentimientos humanos, sobre crecer en un ambiente en el que no te terminas de sentir identificado del todo, donde lo único que importa son los amigos, la gente que nos rodea y acompaña. Un canto a la humanidad con Black Flag y 7 Seconds de fondo mientras las naves voladoras y las superheroínas son reales, al menos por un instante.
Pero, por supuesto, esto no es todo. Ahora me toca empezar con la saga fantástica de Palomar. Pero esto quedará, sepan disculpar, para dentro de mucho. O no, quién sabe.
Y lo más importante de esta serie de notas, además de ser un “querido diario” de lectura, es buscar el cebamiento infinito ajeno (algo que también es el motor espiritual de este newsletter), el de todo aquel que capaz no conocía la serie, o no sabía cómo empezar a leer. Si caíste con una mano atrás y otra adelante al momento de leer esto, te cebó, lo empezaste a leer y te gustó, genial. Es todo lo que queremos con Mati.
Tu odio es un fuego y yo soy la sombra: Santa Sombra de Paula Boffo.
Por Matías Mir
Tenía pensado hacer un recuento rápido de varios fanzines y libros de historieta que compré en la última Crack Bang Boom (experiencia de la que hablamos en más detalle en el último podcast), pero esa idea tuvo que ser descartada cuando terminé de leer Santa Sombra, el libro de Paula Boffo editado por Barro el mes pasado. Hay en estas doscientas páginas bastante tela para cortar como para reducirla a la parte de un todo, así que pasemos a eso.
Primero: Santa Sombra es una suerte de versión extendida de La sombra del altiplano, uno de los primeros títulos que publicó Barro allá por el 2018. Yo no leí La sombra… así que me sorprende bastante que existiese una versión de 44 páginas de este concepto, que se siente tan anclado en su evolución y tan orgánico en su desarrollo. Quizás fue lo mejor haber leído la obra en esta versión, claramente su formato definitivo.
En Santa Sombra, la cosa va de una familia de mujeres colla atravesada por las dificultades de serlo en la modernidad, por sus propias tensiones internas y, poco después, por la tragedia. Juana, la hermana menor, sufre la tensión de estar atrapada entre dos mundos, demasiado colla para sus compañeros y demasiado insolente para su abuela matriarca. Es una perspectiva interesante de por sí, pero se resignifica totalmente cuando una de sus hermanas es secuestrada y Juana decide ir a recuperarla.
Toda esta travesía trágica está movilizada por dos ejes impensados de meter en la misma bolsa: el horror de la maquinaria de la trata de mujeres y el folclore mágico de los grupos indígenas del noroeste argentino y zonas aledañas. La familia de Juana mantiene los rituales de su cultura. Cuando su hermana es arrebatada por explotadores, sale en su búsqueda y encuentra en el corazón del desierto el elemento místico que le da el poder para actuar: los espíritus de las Degolladas, que poseen su cuerpo y se encarnan en dos tremendos machetes. La mística se pone al servicio de la acción y la violencia contra males que son, por el contrario, demasiado terrenales y humanos.
En la parte gráfica resalta lo dinámico de la narrativa, las puestas en página inspiradas por el manga y por la estética folclórica. La acción en blanco y negro con tramas y las viñetas bien angulares en las escenas de acción remiten al shonen sin dudarlo, pero lo más manga acá, para mí, está en el propio diseño de Juana. Ya hace bastante escribí acerca de la iconicidad en la historieta argentina (o la falta de ella), y Santa Sombra presenta exactamente eso: un personaje realmente icónico. El poncho, las trenzas largas, el sombrero a lo Luffy, las llantas y (insisto porque es fantástico) esos altos machetes, todo configura una silueta reconocible anclada en un ideal bien sencillo de entender: salvar a las mujeres secuestradas y cagar matando bien muertos a sus proxenetas y puteros. Es un símbolo que se rellena solo, con la vuelta fantástica de verlo difundirse través de estampitas religiosas.
Pero también hay en Santa Sombra una polemización de esa transformación de persona en símbolo. ¿Qué tan copado es que una nena se convierta en una máquina de matar hijos de puta sacrificando su cuerpo y su alma por esa causa? ¿Sirve más un mártir que su referente vivo? Juana encarna (simbólica y literalmente) una ira ya ancestral, la de las mujeres históricamente sometidas por los hombres. Ahora que tiene el poder para hacer algo al respecto, tiene que ser más que solo ella, tiene que ser todas. Ahora es la sombra proyectada por todo ese desprecio, y los va a ir a buscar. Hay un odio, un rencor, una bronca pura que cae a borbotones, que rompe la canilla y que inunda con tinta las páginas más duras del libro. Pero, ojo, sale con gracia, con altura. Paula Boffo dibuja escenas escabrosas, tortura a estas mujeres y después ofrece catarsis arrancando cabezas y plantando una esperanza en las víctimas y sus allegadas: hay una que lucha y gana.
Pero ¿quién reza por Juana? De eso trata el último tramo del libro, que ese sí tiene más pinta de haber sido producido después de la “trama principal”, digamos, porque funciona como un cierre hermoso que replantea toda la historia hasta el momento. Es el “arco final” que concluye todas las tramas abiertas y te deja una sensación de alivio, de que no estás leyendo solo bronca hecha historieta sino algo más profundo, más valioso. (Y todo sin jugarla nunca con el mensaje tibio y pelotudo de “si los matamos solo somos iguales a ellos”. De todas las cosas para agradecerle a este libro, yo le doy las gracias por eso).
Como he dicho ya alguna vez, hay libros que podrían ser un once pero se conforman con ser un diez. Hubo solo una cosa que me hizo ruido durante la lectura de Santa Sombra y estuvo en la parte del plantado, del rotulado, de la corrección. Quizá porque laburar tanto de esto ya me volvió un quisquilloso de estas cosas; quizá porque vengo leyendo Cerebus, donde Dave Sim demuestra desde el pasado lo vital que es el rotulado para expresar las emociones; o quizás porque soy un envidioso de la gente que tuvo el privilegio de trabajar con un libro tan trascendental, tan “clásico instantáneo” como este; que nunca paraba de sonar la voz en mi cabeza diciendo que en esos aspectos el libro podía sumar muchísimos más puntos. Pero no me hagan caso, solo soy un quejoso de mierda.
En fin, ya no sé cómo más recomendar este libro. Es un lindo tomito, con un diseño muy atractivo y una historieta espectacular entre las dos tapas. Paula produjo una historia intensamente arraigada en dramas reales pero enmarcada en una mística interesantísima poco aprovechada para la ficción, y menos con la calidad que tiene acá. Es transfeminista, es otaku y es liberadora. Y está buenísima.
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Si bien el Love and Rockets #1 tiene como fecha de publicación septiembre de 1982 (de la mano de Fantagraphics, por supuesto), en realidad este número uno salió publicado de forma fanzinera en 1981, con una tapa completamente distinta a la que utilizara Gary Groth.