#72: 3 recomendaciones 3 // Historietas artificiales
Recomendaciones de historietas y polémicas algorítmicas
Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, nos hacemos los boludos y retrasamos el podcast prometido una semana. Gonza recomiendas tres comics nacionales porque… ustedes ya saben, y Matías divaga acerca de la humanidad en la historieta.
La última cábala mundialística: tres recomendaciones nacionales
Por Gonzalo Ruiz
Voy a cometer una infidencia: este mail tendría que ser no solo el último del año, sino un podcast de balance anual. Pero como tuvimos un partido futbolístico exagerada y excesivamente agónico, me quedé sin voz. Así que, como regalo navideño y como milagro de Scaloni, hoy tenemos un mail como los de siempre… ¡y encima el próximo sábado tenemos el podcast! Solo por fin de año volvemos a ser semanales.
Y como somos tricampeones (es decir, ganamos tres veces un torneo, y en este caso ni más ni menos que la Copa Mundial), se me ocurrió la originalísima idea de recomendar tres cómics nacionales. Precisamente tres cómics publicados este mismo año. Tres cómics tan grosos que saben cuánto pesa la copa.
Dusko: Doble función de Pablo Vigo (Maten al Mensajero)
El año pasado, Santi Kahn tuvo la brillante idea de “revivir” el formato revista para publicaciones de escasa cantidad de páginas, centrado en aquellos artistas que por algún motivo u otro son de una producción más bien escasa en cuanto a libros largos (novelas gráficas en cristiano, pero es un término que no me gusta, así que paso de él). Uno que fue parte de dicha colección es Pablo Vigo que, mientras termina de producir su próximo libro largo, Aullido (¿quizás para el año que viene?), largó Dusko, un recopilatorio de historias cortas publicadas en antologías. Y para los que quedaron (quedamos) con ganas de más, Maten al Mensajero publicó un segundo número de Dusko, esta vez con dos historias cortas que son 100% inéditas.
Al igual que en el primer número de Dusko, acá Pablo se la juega un poco más con la idea de meter algo de “género” en sus historias de gente neurótica, un Adrian Tomine pasado de mandrax. Ahora, con solo dos historias, tiene un poquito más de espacio (18 páginas la primera y 12 la segunda, en el medio una historia de una carilla) para jugar no tanto con los personajes sino con las situaciones que viven. En "Lamia", dos amigas van al cine mientras una de ellas lidia con un drama familiar y ven una película de terror con tinte político (onda Pulgasari1 pero en Libia). En "Ella", una nadadora es acechada por la imagen de un rostro tétrico que figura en el fondo del agua. Solo esas dos cositas le bastan a Pablo para arrancar a laburar con la psiquis de las chicas protagonistas, donde a una le imprime un tinte sobrenatural y, en otra, se divierte dibujando monstruos en medio de un dramón. ¿Qué decir del dibujo de Pablo? La misma chupada de medias habitual: su prolijidad exquisita y geométricamente perfecta, sus expresiones que dicen más que los diálogos, una economía de recursos narrativos bien aplicada. ¿Lo malo? Que sea todo tan corto.
Ojalá estemos en presencia del nacimiento de una antología de autor fatto in casa, algo que no tenemos y mal no nos vendría que sea de Pablo, mientras esperamos pacientemente a su próximo libro/obra maestra.
Distancia de JHC y Roa (Mil Palabras)
Algo sacudió a los difusores de historietas durante los meses previos, y fue la aparición de Distancia. Hasta donde me enteré, estos pibes no tienen nada más publicado salvo este tomazo de 300 páginas, y esto me shockeó: ¿Qué onda estos pibes salidos de la nada que se mandan con una obra estridente, pomposa, con tapa de Salvador Sanz y prólogo de Diego Agrimbau, quien también afirma no conocerlos? Lo primero que me pasó por la cabeza fue “qué arrogancia y qué huevos los de estos pibes”. Hay que bancarse un debut a todo trapo y con semejantes bendiciones. Hay que saber caer bien parado al momento de largarse con esto… y lo mejor de todo es que es un gran cómic, una sorpresa y revelación total.
Distancia está dividida en tres actos, donde los primeros dos son la presentación de los personajes principales y el tercero es más bien un epílogo. Por un lado tenemos a Franco, un pibe provinciano que llegó a Buenos Aires para estudiar, freak total e introvertido que no encaja con nadie, fracasa con los estudios y con las minas, y que obviamente no comprende los códigos de vivir en CABA. Después está Laura, una adolescente también introvertida, más dark, a la que le chupa un huevo su colegio, su mejor amiga y vive en estado de alerta por el maltrato que el padre ejerce contra su madre. Pero el cómic no se queda en ellos dos solos con sus vidas medio verga, sino que explora un contexto global donde la gente se muere cuando se toca, algo que vemos durante el desarrollo de ambos personajes pero sin muchas explicaciones porque esto es el tomo 1 de una historia que obviamente, continuará en otro libro. Para ser 300 páginas, no pasan muchas cosas, pero sí se encarga de presentar la problemática y de desarrollar a los ¿héroes?. Franco y Laura son personajes por demás interesantes, de fácil empatía por ellos, te hace desear que sus vidas mejoren de una vez y puedan levantar cabeza. Ahí está la mayor gracia del guion de JHC, repleto de diálogos bien puestos y reales, que es lo que puede fallar cuando se escribe a personajes adolescentes y/o jóvenes. Capaz el segundo capítulo, el dedicado a Laura, está más estirado, con mucho énfasis en lo jodida que puede ser, pero en el balance final no afecta a una historia que promete fuerte y está a la altura de dicha arrogancia (una buena arrogancia, totalmente inofensiva, propia de unos pibes con ganas de salir a romperla con su historieta, cero mala leche).
Así de correcto es también el dibujo de Roa, un “amerimanga” bastante logrado, cero desproporcionado y con rasgos totalmente amables, con una dinámica y puesta de página bien japonesa (pocas viñetas por página), ágil, que dialoga armónicamente con la parte literaria de la historieta. Unos genios estos pibes: se tiraron desde un noveno piso hacia una pileta que estaban llenando y cayeron con una elegancia absoluta. Ojalá aparezcan otros jugados como ellos, más artistas que apuesten por la narrativa, por la aventura, por las ganas de contar historias. No importa que sean buenas o malas (aunque todos prefiramos que sean buenas), sino que estén ahí, que existan. Menos stickers y prints y más narrativa. Por favor y gracias.
Mamma Marilyn de VVAA (Viajero del Alba)
Ah, benditas antologías. Siempre lo mismo con ellas: tenés historias que te rompen la cabeza y algunas que te dejan indiferente o directamente no te gustan en absoluto. Ese problema de equilibrio que funciona como una regla no escrita pero aun así sine qua non de las antologías (en parte por la subjetividad del lector, una herramienta de la cual no nos podemos privar incluso siendo reseñadores) es lo que hace que estos libros o revistas garpen, principalmente porque nos permite presenciar una gran cantidad de artistas, algunos que probablemente no conozcamos, todo un golazo sobre todo si nos termina gustando su estilo.
La idea que toma Cristian Blasco, alma páter del libro, es muy sencilla: historias cortas de género a determinar por cada dupla creativa o artista integral, pero con una condición: siempre tiene que estar en escena una pistola Smith & Wesson modelo 3, que tiene tallada una MM en su mango. El disparador (jej) es una historia que Blasco realizó junto al ídolo Nicolás Brondo, un western por demás interesante donde Nico humilla si bien con un dibujo más controlado y menos desquiciado que en Chica Alien pero aun así con una puesta versátil y una agilidad en su trazo que bombea tensión. Otra gran favorita es “Hierro, dolor y sangre” (Bertazzi y González) que se mete con el mito del Lobizón. Hernán González le imprime una asfixiante atmósfera terrorífica con un soberbio uso del claroscuro, mostrando a la criatura de una forma bastante tapada para acrecentar el suspenso. Juan por su lado comprime la historia de una forma que nos deja con las ganas de conocer más sobre este cazador de licántropos, los pocos cabos sueltos que quedan (aunque el final es bastante claro que no hay una necesidad de continuar con el personaje principal) solo sirven para dejar con ganas de más. Dos ejemplos más para demostrar la versatilidad del libro: “Plegarias de erkes y campanas”, una gauchesca, nuestro western vernáculo, a cargo de Ricardo Villarreal y Nicolás Mierez, una suerte de Martín Fierro que se cruza con elementos sobrenaturales al enfrentarse con el Diablo en plena partida de truco; y “El recaudador misericorde” de Lorente y Retamar, la parábola de un boxeador devenido en cobrador de la mafia. La historia es un dramón zarpado que también me dejó con ganas de más aunque, en este caso, la narración es lo suficientemente redonda para que no hayan peros, todo esto con un Retamar realista dibujando con todas las pilas. Hay más cosas también: hay humor, ciencia ficción, historias urbanas y barriobajeras, algo de metaficción… En fin, para todos los gustos. Happiness is a warm gun.
“¿El robot se sentía así cuando creaba contenido?”: Historieta, algoritmos y la artificialidad del arte.
Por Matías Mir
El título de esta nota sale de “My favourite artist was a robot”, una tira hermosa dibujada por Sam D’Orazio.
Escribís una idea, algo como “Mafalda con una bazooka”. Esperás un cachito. Te devuelve una imagen renderizada más o menos parecida a lo que pediste. En ese sencillo acto, acabás de producir una pieza gráfica que amenaza con cambiar para siempre el mundo del arte. Y ni hablar cuando vas a una web, le pedís que invente una historia, una idea, lo que sea, y frente a tus ojos un algoritmo se pone a escribir lo que le pediste con variados niveles de originalidad pero con una redacción que podría pasar el test de Turing. Esto existe. Entonces yo me pregunto: ¿Pueden las inteligencias artificiales cambiar la forma en la que pensamos la producción de historietas? ¿Un algoritmo puede desarrollar un cómic? ¿Cómo afecta esto a Boquita? Lo que sigue es un intento por resolver dos de esas tres incógnitas.
Este mismo año, al menos dos revistas salieron con tapas producidas con generadores de imágenes por IA (X) (X). Un flaco trata de sacar en dos patadas un libro infantil escrito y dibujado enteramente con IA (X). Tor Books publica una novela con una portada medio pedorra hecha con un generador de imágenes IA (X) (aunque se excusan diciendo que no estaban enterados).2 El ambiente general en el mundo de la ilustración parece partido por esta nueva tecnología que produce imágenes y amenaza con desvalorizar las piezas de artistas de carne y hueso y quitarles oportunidades laborales. Pero… ¿y en la historieta?
Primero hay que pensar que todo análisis, sobre todo cuando hablamos de tecnología, tiende a quedar desactualizado. Toda “falla” en el sistema podría resolverse eventualmente, así que si bien podemos hablar de lo que estas IA son, es importante pensar también lo que podrían ser. Y, segundo, hay que tener en cuenta lo mucho que yo no sé acerca de estos temas. De lo que sí sé es de historieta, así que indaguemos juntos en las posibilidades.
Historieta escrita usando IA
Sitios como ChatGPT le dan a uno la posibilidad de pedirle a un algoritmo disfrazado de interlocutor que le escriba cosas, incluyendo que tengan “ideas” narrativas. Se puede, por ejemplo, pedirle que te escriba un guion para una tira de Patoruzú, que se le ocurra el final de One Piece o que te invente un reparto de personajes. Ya más o menos te puede producir algo lógico, pero el principal problema acá es la originalidad. Un algoritmo que se basa en patrones preestablecidos solo puede pensar una sucesión de hechos más o menos comunes, así que está complicado que escriba nada interesante que valga la pena dibujar. Incluso asumiendo que va a poder escribir un guion de historieta y no solo una historia, no pasa de una secuencia genérica (y por eso, como vimos antes, lo mejor que puede armar ahora son “libros para chicos” hechos por gente que cree que “infantil” significa “para pelotudos”).
Además, está todo el tema del subtexto. En la historieta (y en otras formas de ficción) importa tanto lo que se cuenta como lo que no. Si se dice una cosa, se omite todo lo que no es eso, y usualmente algo de todo eso omitido tiene importancia, es un silencio que dice más que mil palabras y que solo se comprende a través de pistas del contexto, diálogos sugerentes, etc. La IA, por definición, solo puede tomar y reproducir información, así que le cuesta y seguramente le siga costando muchísimo entender subtextos, porque son esencialmente NO-información.
Historieta dibujada usando IA
Acá ya entramos en terreno más pantanoso porque esto no es potencial, ya existe. Existe tanto que hay un sitio donde se promocionan algunos cómics hechos con IA. El concepto, básicamente, es que un autor tiene una historia, pero en vez de dibujarla le escribe a un generador de imágenes (como DALL-E o Midjourney) la descripción del dibujo de cada viñeta, toma el resultado, opcionalmente lo edita y lo coloca en la página.
Tenemos que detenernos entonces en cómo funciona ese proceso de producción de imagen. Insisto, yo no sé nada técnico, pero la idea básica parece ser que, a partir de una base de datos (usualmente internet), estas IA “interpretan” los conceptos que se les escriben y filtran, compactan, rellenan los resultados y los promedian en una sola imagen que, aunque se vea como un “dibujo”, es esencialmente un collage hiperproducido hecho de infinitas piezas que da la ilusión de originalidad.
El producto final depende entonces de las limitaciones que tenga el algoritmo al momento de producirlo. Estas historietas artificiales, con la calidad actual, terminan pareciéndose más a fotonovelas, o dependen demasiado de la narración porque no pueden mostrar lo que pretenden con la tecnología actual, o sufren de que la IA no pueda mantener consistencia de personajes porque genera nuevos en cada pedido.
De hecho me senté a leer algunas. En “Summer Island”, Steve Coulson intenta contar una trama de “pueblo chico, infierno grande” desde la perspectiva de un periodista al que nunca vemos. Como la IA solo puede hacer ilustraciones (por ahora), la narrativa, la puesta en página y la jerarquía de información las tiene que poner él para que esto sea una historieta. En una nota al final, insiste en que no cree que su trabajo hecho en Midjourney se compare con lo que pueden hacer artistas humanos, y duda que una IA pueda algún día igualar el “ojo para la composición dramática y la narrativa dinámica”.
También intenté leer “Orio Isamu”, un “manga” hentai producido con IA. Es una experiencia interesantísima, porque es imposible de leer sin pensar en lo malo que es porque está hecho con IA. No hay consistencia de diseño en sus personajes, los planos son horribles y quedan expuestas todas las falencias del algoritmo: manos horribles, ojos desviados, la incapacidad de hacer que fondo y figura conecten o que dos personajes interactúen entre ellos (tenés que imaginarte que la protagonista le pega una cachetada a otro o que le hace una paja, porque no lo puede mostrar)... Lo que sea que intente contar queda completamente de fondo ante la lucha de un guionista contra sus limitaciones técnicas.3
Lo que queda evidenciado, en cualquier caso, es que incluso con las estos hipercollages nacidos a partir de líneas de texto, es que sigue habiendo una necesidad de saber plantear una historieta en la página, de narrar algo visualmente, aunque sea con esta herramienta que aplana todo estilo y limita toda expresión personal.
Historieta producida enteramente por IA
No parecen existir (por ahora) algoritmos específicos para crear historieta a partir de prompts. Es más lúdico que expresivo, pero lo más parecido es concatenar una serie de IA distintas para que produzcan algo. Un loco hizo el intento de que algoritmos produzcan una tira cómica haciendo que la IA de texto cree la historia y el “guion”, y después le pasó esa idea a una IA de dibujo. Los resultados son, por supuesto, pobres, apenas legibles. Es un algoritmo interpretándose a sí mismo y a otro, sin reflexión alguna en el proceso. Zombis filosóficos haciendo una pantomima de creatividad.
Lo que me deja pensando todo este tema de historietas artesanales vs. historietas artificiales es que ya existen, hoy en día, dibujantes de historieta (¡Publicados! ¡Conocidos!) que tienen las mismas limitaciones que esas IA (que sus páginas parecen fotos poco dinámicas, que sus figuras solo flotan en sus fondos, que no pueden hacer que sus personajes interactúen de forma orgánica, que los personajes hablan con la boca cerrada…). Pienso que quizás sean esos artistas los que se vean más perjudicados por la aparición de estas IA, ya que son ellos los más reemplazables por estas nuevas tecnologías al alcance de cualquier guionista con una computadora. Quizás cambie la dinámica del mercado del arte (en el sentido más amplio posible) y se revaloricen y cobren inesperada fama los dibujos que resalten por su humanidad. Obviamente, no todo el arte requiere ser profundo ni apreciado una hora en cada detalle, pero el cambio de paradigma hace que, de pronto, apreciemos cosas que antes dábamos por sentado: la humanidad del arte.
Pero… ¿qué hace “humana” a una historieta? La historieta como concepto ya es inherentemente humana. De por sí, la representación de imágenes en reproducciones simbólicas existe porque convenimos que exista, pero la idea misma de plasmar imágenes yuxtapuestas e interpretarlas no como dos dibujos aislados sino como una secuencia que conlleva una narrativa es extremadamente humano. La historieta existe porque es percibida (leída) por humanos.
Otros elementos que hacen humana a una historieta: Como en toda narrativa, que tenga una estructura por actos que resulte orgánica; que utilice los recursos de la historieta (viñetas, globos, página, líneas cinéticas, perspectivas, fluidez del tiempo narrado a través de pistas contextuales, etc.); que plantee personajes lógicos, ideas y desarrollos que a un humano le interesen; que tenga, en cierto nivel mínimo, una introspección. Que sus personajes piensen por qué hacen lo que hacen. Ni hablemos de que se lo cuestionen. En síntesis, que haya una voluntad comprensible.
Todo el propósito de estos generadores de imágenes y texto (y toda la polémica a su alrededor) parece tener que ver con la idea de un engaño, de que al consumidor se le acerquen estas piezas y pueda empatizar con ellas. Que pasen el test de turing y el lector empatice con un algoritmo. Y, como dice Hassan Otsmane-Elhaou, “una página de historieta es una magia absoluta”, y los algoritmos, por ahora, todavía no entienden la magia.
Pero asumamos, para no quedarnos en lo que es sino en lo que podría ser, que la IA logra atravesar todas sus dificultades ya mencionadas. Aun así, todavía le quedaría otra gruesa capa para acercarse a esa magia: lo que Scott McCloud llama “closure” (“clausura”). La historieta asume que va a ser leída por humanos que van a interpretar su secuencia de imágenes, y explora todo lo posible dichas secuencias. Como dijimos antes, la historieta es tanto lo que dice como todo lo que no, y así es capaz de estimular la mente de sus lectores.4
Momento zurdo: Toda esta polémica por la producción de imágenes y textos por algoritmos responde a una progresiva evolución de la tensión entre el arte y el capitalismo. El acceso al arte nunca fue mayor, pero también su consumo, que es cada vez más acelerado, demandante y descartable. Una pieza puede ser admirada por millones de personas que luego ni recuerden quién la hizo o no puedan volver a encontrarla. El arte en redes sociales fue relegado a ser “contenido”, y el artista que no cuente con redes sociales es esencialmente invisible. Las piezas de arte, las páginas de historieta, incluso aquellas adaptadas y pensadas para experimentarse y consumirse en las redes, compiten en el mismo espacio y con las mismas reglas que el resto del ruido del internet.
Pero un tuit boludo y un dibujo, aunque tardan lo mismo en consumirse para el común de los usuarios, no tardan lo mismo en producirse. Hay una relación desigual entre el “costo” de producción del arte significativo y su consumo en el celular, en Instagram, donde ni siquiera podés hacer un zoom decente y terminás viendo el dibujo chiquito, de lejos, y hasta a veces se te desaparece solo cuando se refresca tu feed automáticamente.
La IA no aparece para resolver esa tensión, sino para parchearla. No cambia el problema subyacente del sistema, sino que lo entierra entre un montón de piezas producidas con el menor esfuerzo y en el menor tiempo posible. Si no se puede desacelerar el consumo, se puede acelerar el tiempo de producción. Son piezas rápidas, perfectas para su consumo descartable, superficial, poco comprometido, y particularmente ideales para ver chiquitas y de lejos, en un celular, donde no podés notar todas esas falencias que evidencian que esa imagen no fue creada por nadie que haya experimentado estar vivo.
¿Sabés quién sí experimentó la vida? Zoe Thorogood. En su review de The Impending Blindness of Billie Scott, Kieron Gillen califica al cómic de Zoe como “humano”. Y tiene razón. El libro de Zoe trata de una artista sin redes sociales que, cuando finalmente consigue que acepten sus próximas pinturas en una galería, recibe el diagnóstico de que se va a quedar ciega. Es un drama humano sobre hacer arte desesperadamente en un mundo que cada vez lo valora menos y de persistir a pesar de todos los problemas que acarrea porque es, quizá, la única forma que tenemos de producir algo que nos demuestre que somos más que la suma de nuestras partes. El dibujo de The Impending Blindness… es hermosamente imperfecto, porque sus imperfecciones son lo que conforma su estilo pulible y no son bugs parcheables. Su clímax es la presentación de los cuadros que pintó antes de quedarse ciega, y es impactante porque la humanidad de su personaje, su limitación puramente humana, define esas obras.
Eso es humano, y es completamente incompatible con la idea de escribir un prompt y esperar una imagen a la que puedas llamar “tu dibujo”.
Pero aun así, a pesar de todo, si todo falla y los robots aprenden a superar todas esas barreras… ¿qué hacemos? ¿Qué pasa si la IA aprende a hacer guiones orgánicos con personajes interesantes? ¿Y si aprende cómo funcionan los subtextos? ¿Si entiende cómo plantar una historieta con todos sus recursos y su clausura? ¿Si puede desarrollar perspectivas y voluntades individuales? ¿Qué pasa si puede hacer dramas humanos y los desarrolla con imperfecciones que se sientan a toda luces hechas por un humano? En síntesis: ¿Qué pasa si es capaz de ser perfectamente imperfecta, de sufrir y de plasmar ese sufrimiento en una historieta? Incluso con sus privilegios mecánicos, si el algoritmo se vuelve tan humano como nosotros, eso viene inevitablemente ligado con sus propias limitaciones, y ahí ya no quedan más argumentos para objetarle, porque no creo que haya ningún argumento en contra de ser humano.
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Pulgasari es una película norcoreana hecha por “encargo” del gobierno de Kim Jong-il, que secuestró al director para que le haga un Godzilla que pelee por la causa norcoreana. Es una poronga de proporciones bíblicas… pero si no querés quedar afuera del chiste (?), mirala acá y después (o durante si te aburrís) googleá la historia que, obvio, es más divertida que la película. Y bueno, dicen que a veces el viaje es más interesante que el destino (?).
Incluso antes de las IA, ya era un problema el uso de imágenes de stock genéricas en las portadas de novelas comerciales. Acá hay un buen análisis: (X)
O, como dice Haus of Decline, una historietista web que me encanta, el “arte” IA se enfoca más en el dedo que en la Luna a la que apunta.
Ojo, hay posturas que polemizan a McCloud objetando que no todos los lectores interpretan igual las mismas secuencias. Ver el caso de Neil Cohn, quien desarrolló una base de datos en constante expansión e investiga desde el Visual Language Lab cómo distintos lectores en todo el mundo leen historieta. https://www.visuallanguagelab.com/