Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto atrasado, Matías descansa y Gonzalo recomienda dos comics conectados por un mismo escritor (pero no del modo que ustedes piensan).
Dos caras de un mismo Tom De Haven
Por Gonzalo Ruiz
Quiero empezar con un mea culpa: esto tendría que haber salido ayer sábado (8 de abril, para mejor precisión o por si lo lees en diferido), pero como Matías está de (merecidísimas) vacaciones y yo me enfermé, esto sale hoy. No quería cancelar el mail siendo que ya pegué faltazo la vez anterior, así que mejor un retraso. Dicho esto, arranco.
Hay una cosa que disfruto mucho cuando leo y es ese momento en el que un nombre te suena de algún lado y, cuando haces la conexión, te sale un satisfactorio “con razón”. Esto se da básicamente porque no tengo una memoria de elefante (cosa que se nota cuando me planto frente a un micrófono para algún podcast y tiro datos erróneos porque creo que me los acuerdo y nada que ver, un irresponsable), pero bueno, así y todo tengo chispazos donde se activa ese poder. Hoy me pasó gracias a la lectura de un cómic de Dark Horse de los 90 que tiene relación con otro cómic publicado también en los 90 pero en DC.
Los inicios de la última década del siglo XX daban cuenta de la independencia y madurez como signo de los tiempos. En 1993, DC Comics lanzó dos imprints: Vertigo y Paradox Press (uno de los primeros intentos de la Distinguida Competencia para generar historias por fuera de la continuidad superheroica, un poco espiando al vecino y su mítico subsello Epic Comics). La intención era simple: cada sub-sello daba cuenta de distintas variantes. DC continuaba con los superhéroes y Vertigo se encargaba de levantar las series apuntadas para los «mature readers» con historias fantasiosas y complejas. Paradox, comandada por Andrew Helfer y Bronwyn Carlton, tomó otro destino, historias carentes de elementos fantásticos y más bajadas a tierra, pero con la mira puesta en el público adulto. Dentro del subsello se armó la colección Paradox Graphic Mystery, dedicada justamente a novelas gráficas de misterio y hard-boiled.1
Es en este momento cuando Helfer convocó al novelista Tom De Haven, nacido en Nueva Jersey y con un fanatismo por las historietas enorme, al punto de querer convertirse en caricaturista de tiras diarias y fracasar por completo. Así y todo, nunca se resintió e incluso en su actual status de profesor universitario dedicado a la literatura da cursos sobre “novela gráfica”. Sus textos (o más bien, su forma de narrar) están full inspirados en los cómics, y oscila entre policiales noir e historias con ciertas referencias o influencias comiqueras (su trilogía “Funny Papers” trata sobre el humor gráfico gringo y el mundo de las tiras sindicadas). Una persona así era más que idónea para este nuevo subsello, y junto a Robin Smith, británico con una larga carrera en la 2000 A.D. (no solo dibujando a Judge Dredd, sino siendo director de arte del magazine antológico de la Fleetway). le presenta al editor tres ideas. La elegida se llamó Green Candles.
Además de ser una excelente novela gráfica, lo que destaca a Green Candles es su inteligencia. De Haven no solo hace una historia policial donde los cabos se resuelven recién en las últimas hojas del libro dejando al lector preso de la lectura, sino que también es una historia personal y hasta casi intimista sobre el protagonista, John Halting, un detective privado que tiene como tarea, muy a su pesar, ser el guardaespaldas de una señorita que es amenazada por correo todos los días con polaroids que fotografían velas verdes que se derriten de a poco, algo que parece pertenecer a una secta satánica. En el medio, Halting investiga la desaparición del hijo del alcalde de la ciudad. Entre tareas, el detective lidia con sus problemas familiares, desilusiones personales y profesionales, y además la falta de algunos recuerdos de su vida como casado.
A medida que sus casos toman forma y las pistas aparecen, el detective también va revisitando su propia vida personal. Destaco la inteligencia porque los casos se unen no con una vaga idea del tipo “todo tiene que ver con todo”, sino desde un costado más conceptual, el del olvido. Grace (la señorita) no recordaba la secta satánica, John no recordaba por qué se separó de su mujer, el hijo del alcalde huye para tratar de olvidar un incidente y casi todas las acciones ocurridas o por ocurrir, pasan por un filtro obsesivo sobre el «síndrome de memoria falsa», tal vez el eje central de esta historia. De Haven también propone ese tema con un claro sentido: la denuncia sobre la estupidez de los medios de comunicación. Para cuando había comenzado a escribir la novela, el tópico del síndrome tuvo una fugaz pero intensa y controvertida aparición en diversos medios estadounidenses, gráficos y televisivos, algo que para cuando se publica Green Candles (originalmente en tres partes en 1995, luego recopilado en un solo libro en el 97) ya había dejado de suceder. Y uno de los puntos más fuertes de la historia ocurre en un plató de televisión, donde víctima y victimario se reúnen para discutir sobre el culto satánico.
También es destacable la figura de Halting como detective, diametralmente opuesta a los tropos detectivescos que acompañan al género desde casi principios de siglo, curioso para un guionista que, como Robert Crumb, cree que la cumbre de Estados Unidos fue la década del 30 (donde proliferaron lindo los hard boiled). Él no está seguro ni de su trabajo o habilidades, así como tampoco de sí mismo. Sin caer en misticismos, el personaje emprende un viaje personal donde busca de alguna manera quedar bien con Dios y el Diablo al tratar de volver con su exesposa mientras lo vemos reforzar sus lazos con el alcalde, amigo de la infancia que, en plena toma de poder, se ve envuelto en cuestiones non-sanctas que, si bien no hacen a la obra, sirven para demostrar de qué lado está la moralidad de John. El detective nunca es una persona apegada, sino más bien seria, adusta, cortante, pero este detective en particular, sin ser necesariamente una figura sensible, sí carece de la frialdad que uno esperaría ver. No hay femmes fatales, pero él trata de buscar el amor en las pocas mujeres que se le cruzan en el camino. De Haven sin embargo, cuenta en la introducción de la novela que realizó un curso corto para ser investigador privado para (irónicamente) realizar una investigación más a fondo en las formas del personaje principal. Mucho del entrenamiento es notorio, sobre todo en la forma de hablar de Halting con respecto a su profesión, e incluso el autor cita una frase que aprendió en el curso.
Bueno, hasta acá este cómic que leí hace unos años (y que releí entre delirios febriles y en tiempo récord anoche), ¿y por qué todo esto? Porque unos días antes había leído un tour de force espectacular, mala leche, una de esas historias que decís “solo a un demente hijo de puta se le pudo haber ocurrido”. Y cuando miro detenidamente los créditos, noto que es una adaptación de… ¡una novela de Tom De Haven! La primera, para ser exactos, que se llama (al igual que el cómic) Freaks’ Amour, adaptada por Dana Marie Andra y el ídolo de Phil Hester. Para hacer más grata la experiencia, los tres comic-book originales tenían tapas de Charles Burns, James O’Barr y Mike Mignola.
La premisa no tiene nada que ver con historias urbanas o detectivescas: en un poblado gringo ocurrió una explosión nuclear que mató a 1200 personas… y aquellas que sobrevivieron quedaron megadeformes y tan afectados que sus hijos ya nacen también deformes. Posta nada que ver con Green Candles, ¿no? Bueno, hay un componente político muy importante que traza un puente entre estos dos cómics. Hay una intriga que atraviesa Freaks’ Amour que es: ¿cómo carajo sobreviven estos deformes a la vida cotidiana, más cuando les prometen que gracias a una cirugía costosísima pueden ser normales? Bueno, algunos se dedican a montar espectáculos grandguiñolescos donde simulan violaciones entre sí, otros venden una droga que proviene de unos peces, cuyo efecto hace que uno muera y reviva en poco tiempo.
Hay una cuestión muy interesante y movilizadora sobre la disforia de género2, entre aquellos que no aceptan sus deformidades y buscan como sea, así sea humillándose, ser normales. Otros lo aceptan en un mayor o menor grado de resentimiento y/o resignación, prefiriendo estar en un ghetto para huir de la humillación. Por supuesto, el resentimiento mayor está en esta especie de “choque de clases” entre los que quieren dejar de ser monstruos y los que buscan seguir “fieles” a sí mismos. Quienes mejor representan a ambos grupos son dos hermanos que nacieron deformes y que, por supuesto, tomaron caminos más que opuestos en como vivir su vida miserable. Dana pone el ojo en Grinner, quien atraviesa un vía crucis horrendo e incomodísimo, una representación del humillado que terminará exaltado sobre el final. Con la diferencia que a lxs escritores les recontra chupa un huevo generar un final que reivindique a Grinner y a todo este poblado. No hay forma alguna de que esta gente pueda terminar bien. Hay un hallazgo, por otro lado, en no mostrar una convivencia total entre los deformados y los normales, si bien estos últimos son los que pagan por ver como cogen los primeros, solo pintan para simbolizar la humillación y nada más. Bueno, hay una intriga política detrás de la explosión nuclear que arrasó con Jersey City.
Dos historietas muy distintas, pero la visión que presenta Tom tanto en su cómic original como en una novela adaptada (bastante futurista, si tenemos en cuenta que se publicó en 1977) es bastante similar: pesimismo, misantropía, un futuro poco feliz dominado por, irónicamente, formas de consumo que nos empujan en dirección hacia una falsa alegría. Inconformista total, hay una densidad en Green Candles y Freaks’ Amour que le exige de más al lector. Pero vale la pena, al terminar queda la sensación de leer dos cómics del recontra carajo, bastante poco convencionales. Por algo se publicaron al margen del mainstream. Marginados como los deformes de Freaks’ Amour.
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El cómic más “celebre” de esta colección es A History of Violence (De John Wagner y Vince Locke), pero más que nada porque tuvo una adaptación cinematográfica dirigida por (me pongo de pie) David Cronenberg y protagonizada por “Guido” Mortensen.
No es azaroso el uso de este concepto: Dana nació como hombre (firmó varios cómics con su nombre de nacimiento, Mark Burbey) hasta que se operó para convertirse en mujer. Ella misma hace hincapié en la disforia en el epílogo del trade paperback que Dark Horse publicó hace no muchos años, sobre todo cuando comenta que para ella fue dentro de todo fácil poder operarse, solo le bastó vender en ebay su colección de cómics. Una facilidad que no tienen los personajes de Freaks’ Amour.
¡Que grande, Víctor Suheiro!