Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Matías vuelve a Tatsuki Fujimoto para analizar con spoilers su última novela gráfica.
Películas, mentiras y epitafios: Goodbye Eri de Tatsuki Fujimoto
Por Matías Mir
“No solo el narrador miente, la novela también. Fundamentalmente, se miente a sí misma”.
Félix Bruzzone - 307 consejos para escribir una novela.
No debería sorprenderme, mas lo hace, lo relevantes que me siguen siendo las historietas de Tatsuki Fujimoto. No solo por su prolificidad, máquina imparable generadora de historias y páginas de manga (incluso cuando se tira a chanta), sino por su capacidad intensa de ser tanto el autor de sus obras como su propio interpretador. En una postura absolutamente posmoderna, su propio cuerpo de obra, todavía vivo y en el inconsciente popular, se mantiene dinámico al reflejarse y cuestionarse, como vimos ya analizando su anterior “novela gráfica” Look Back. Hablamos de un creador que produce su obra y produce sobre su obra; piensa formas de replantear su oficio al mismo tiempo que lo practica obsesivamente y, desde su anonimato, llena bibliotecas y mantas de merchandising de eventos de animé y ferias callejeras. Así es Tatsuki Fujimoto, y así vamos a hablar de Goodbye Eri.
Es un desafío explicar rápido de qué trata Goodbye Eri (incluso si voy a spoilearla toda en breve), porque escapa a toda sinopsis fidedigna. Podríamos decir que trata de un pibe, Yuuta, aficionado a la grabación por video, cuya madre terminalmente enferma le pide que la grabe hasta el día que se muera. O quizás que trata sobre cómo el flaco conoce a la única chica a la que le gustan sus películas caseras y quiere ayudarlo a grabar una. O también podría tratarse sobre el romance trágico entre estos dos adolescentes a través del lente de una cámara de celular. O de lo que sea que pasa en el último tramo del libro. Con sus doscientas páginas sin cortes, se permite ir fluctuando la trama para donde le parece, pero ni te das cuenta porque el alma de la historia se mantiene intacto.
Y hay muchísima tela para cortar también, obvio, pero hay un concepto puntual que maneja y que me dejó pensando días después de terminada la lectura y necesito de alguna forma corporizar en caracteres. Hablemos por un rato sobre la realidad.
Si la leés rápido, podés llegar a pensar que Goodbye Eri está hermanada con Look Back en el sentido de que ambas son obras sobre artistas, ya sean mangakas o cineastas. Pero la verdad es que, más allá del mismísimo acto creativo, poco tienen que ver una con la otra. De hecho, casi tienen mensajes contrarios respecto a la artesanía y el oficio. Mientras que Look Back mostraba a su protagonista comprender la lección dura de que el arte todo lo da y todo lo quita, y no te deja más herramientas para sobrevivir que sentarte en la silla y seguir dibujando, el pibe de Goodbye Eri se pasa todo el manga viendo películas y haciendo giladas, grabando horas y horas de material crudo que eventualmente tendrá que editar, fuera de “cámara”, sin que importe para la historia la producción concreta de su obra, solo su etapa de formación más creativa.
No, acá lo que importa es otra cosa. Yuuta filma la película sobre su mamá hasta sus últimos días y la presenta en el festival escolar, con el giro delirante de que al final no la ve morir, sino que huye del hospital justo cuando explota en una fiesta de CGI pedorro. En ese chiste hay toda una declaración de intenciones respecto a la forma en la que plantea Fujimoto sus propias obras, en cómo su marca personal tan característica es el anticlímax absoluto: las expresiones confusas, el humor en el peor momento, las razones absurdas para una operación desmedida o, claro, un héroe cuyo objetivo es simplemente ponerla. Ir en contra de lo que espera el lector, adelantarte a su presunción y sorprenderlo, incluso (y especialmente) si para eso hay que cerrar la escena con una boludez.
Pero bueno, hace esa película, todos se burlan y queda como un insensible, pero hay una mina, la propia Eri, que entiende lo que quiso hacer, que tiene más cancha en esto del cine y puede juzgar su final como algo que funciona mejor que ir por el golpe bajo de la vieja muriéndose en una camilla, mientras que nosotros podemos ir suponiendo que lo que realmente hay ahí es una negación de parte de Yuuta, quien convierte su cobardía por no haber podido enfrentar la muerte de la vieja en una joda medio retorcida.
Y ahí es cuando Fujimoto muestra las cartas y te gana de nuevo. Bastantes páginas más adelante, se descubre el bulto y resulta que en realidad la madre de Yuuta, quien en su película se ve tan dulce y frágil, en realidad era bastante forra. Todo el proyecto de la grabación no solo es su idea, sino que ella es la verdadera directora detrás de cámaras, y maltrataba a su esposo y a su hijo en su obsesión por quedar reflejada como una santa. La película original, y nuestra percepción del protagonista y su historia, resultan ser falsas, porque la realidad era otra.
¿La qué? ¿De qué “realidad” estamos hablando? ¿Qué verosímil estamos manejando? Nosotros vimos a la vieja de Yuuta ser una buena mina y al pibe filmando contento. ¿No podemos “creernos” eso? Al final del día, el manga es todo nuestro marco de referencia, estamos a merced del autor y sus ganas de decirnos “la verdad” o “mentirnos”. Fujimoto no es el primero en ser un narrador poco confiable, pero su exploración de qué es real y qué no en la narración va más allá de eso.
A lo largo de todo el manga, juega con un plantado bastante rígido de cuatro viñetas horizontales (que representan la grabación del celular apaisado) y con un trazo duplicado o hasta triplicado para reflejar el “movimiento” del video o la mano temblorosa que lo graba, además de que todo esto conlleva que el protagonista casi siempre está detrás de la cámara, fuera de cuadro. El recurso es bastante original en sí mismo, pero a medida que la obra avanza, empieza a fundirse más con las viñetas distintas, más quietas o que se salen de la puesta en página original. Cosas que interpretamos como parte de la grabación bien podrían no serlo, al igual que escenas que se ven “movidas” no necesariamente pueden haber quedado en el corte final de la película que vayamos a ver después. Nuestros sentidos de lectores son confundidos adrede para que no nos veamos venir el giro de que nos estuvieron mintiendo en la cara, aunque en realidad la mentira siempre estuvo presente desde el momento en que nos pusieron una grabación delante.
Porque toda película implica un proceso de edición, ¿no? Cientos de horas de cinta cruda transformadas en un par de horas (como mucho) de narrativa condensada. Con ese doble rostro de la madre de Yuuta se abre un juego espectacular: lo que queda afuera del corte final cuenta otra historia. El director (el autor) elige qué queda en la obra y qué no, incluso si al final no se está reflejando nada cercano a la verdad. El drama del protagonista no pasa por lo que muestra la película, sino por lo que oculta, que resignifica por completo la relación con su madre y, en consecuencia, por qué mancha su memoria con el chiste más boludo que se le pudo ocurrir. Es un chispazo de genialidad.
Y una vez que abriste esa caja, ya no la podés cerrar. Yuuta se pone a juntarse con Eri para cranear su próxima película, que (a pesar de plantear al principio el giro fantasioso de que trate sobre una Eri vampira) termina siendo inevitablemente sobre ella y sobre la enfermedad terminal que obviamente también tiene. Es todo narrativamente perfecto, cierra todos los cabos simbólicos a la vez. Y encima, para meterle azúcar a la herida, vemos cómo se van acercando románticamente los dos personajes. Ya está, cerrame la diez. Cuando Yuuta proyecta la película sobre Eri y esta vez todos lloran con su arte, vos lector también te conmovés porque viste a estos dos chicos ir conociéndose y enamorándose sabiendo que ella se iba a terminar muriendo. Es un drama bien lagrimón en el que la chica muere al final y solo nos queda la obra, como en Look Back. Fujimoto te la hizo de nuevo…
…Pero ahora no podés confiarte. ¿Podés ser uno más del público llorando cuando viste que la obra te miente en la cara? Después de la función, Yuuta charla con una amiga de Eri y, de a poco, empiezan a saltar algunas fichas incómodas, como que Eri usaba lentes y aparatos que jamás le vimos, incluso desde su primera aparición en cámara, supuestamente no planeada; o que Yuuta afirma que su relación era solo para la película, y que en la realidad ella lo había rechazado. Menos cosas empiezan a cerrar, entonces, y el manga te deja más dudas que certezas estando demasiado cerca de cerrarlo. Todas las alarmas de interpretación narrativa gritan “peligro”.
Todo el último tramo, con un supuesto time-skip, un Yuuta adulto y su reencuentro con Eri, igual de joven (!), revelada como una verdadera vampiro (?!), ya entra en el terreno de la ambigüedad absoluta. Fujimoto te dio durante la obra todas las evidencias para que no le creas en una trama relativamente realista, y entonces, a pocas páginas de terminar, te expande radicalmente el verosímil de la historia1 y te deja la pelota en tu cancha, a ver qué hacés. ¿No es obviamente otra mentira? Aunque por otro lado, ¿no sería lo más Fujimoto del mundo que lo sobrenatural de la realidad sobrepase los intentos del protagonista de introducir ficción en su propia película? Hay pistas suficientes a lo largo del manga como para teorizar que ese Yuuta “adulto” bien podría ser su propio padre actuando, y que todavía seguimos viendo alguna versión de alguna película, pero la única verdad es que, a esa altura del libro, ya no importa realmente, enfatizado por esa doble final en la que remata con el mejor chiste de todos: otra explosión absurda.
Hay una idea mucho más interesante que ponernos a debatir si Eri es una vampira o no y es el valor de la ficción en nuestro mundo, el de verdad (o la mayor verdad que somos capaces de percibir, dadas las circunstancias). En más de una escena, los personajes hablan sobre cómo las películas de Yuuta tienen la capacidad de dejar registrada a una persona, o una versión de la persona, y que esa versión configura cómo van a ser recordados por quienes la vean, incluso si conocían a la persona en la realidad.2 Si desde su primera escena Eri ya era una versión adulterada de sí misma, entonces la portada del libro es el mayor spoiler de todos: que nunca la conocimos realmente.
Nos la pasamos viendo versiones recortadas, editadas, guionadas y regrabadas de eventos que se nos presentan después como verdaderos y naturales. Los espectadores pueden creerse que la forra de tu vieja era buena madre (¡y hasta conmoverse con sus trágicos últimos días!), pero no te perdonan que rompas ese verosímil con una explosión ridícula. Al final, quieren que les mientas, que la mentira sea entretenida, que los interpele con buenos recursos y una historia en la que puedan zambullirse. Tatsuki Fujimoto entiende perfectamente que hacer historieta es mentir, y no le tiembla el pulso en declarar con su obra que lo único que importa es mentir bien.
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Un recurso que también usa en más de una de sus historias cortas.
Los personajes, a los que conocemos solo de ciertos ángulos en una cantidad limitada de tiempo y soportes, son inherentemente más relevantes que las personas, seres difusos con demasiadas dimensiones, con múltiples facetas, vidas internas y contradicciones poco orgánicas y menos aún interesantes. De todo eso ya escribí obsesivamente hace poco en mi divague sobre Corto Maltés.