Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matías divaga acerca de la edición de historietas y Gonza se copa con unos fanzines subidos de tono.
Una nueva (de)generación: Cristal Jackard de Kami Kama
Por Gonzalo Ruiz
Ya pasaron 58 años desde que Bob Dylan dijo que “los tiempos están cambiando”, y es una idea que hasta el día de hoy sigue vigente. Porque sí, para bien o para mal, los tiempos cambiaron, cambian y cambiarán, pero lejos de ponernos apocalípticos en estos extrañísimos tiempos que corren, me quiero centrar en lo positivo. Y, claro que sí, esto positivo es aplicado en las historietas.
El cambio viene de la mano de las nuevas generaciones de historietistas, sean estos guionistas, dibujantes o artistas integrales. Pero estos nuevos chicos y chicas están educados con distintos tipos de estímulos que ya exceden a la clásica historieta, como por ejemplo la animación o los videojuegos. A esto hay que sumarle que son más receptivos a (o instigadores de) nuevos cambios sociales, a nuevas formas de ver el mundo y de cómo relacionarse con el mismo y sus habitantes. Y todo esto hace que las historietas realizadas en estos últimos diez años, digamos, realizadas por esta juventud completamente desprejuiciada, tengan algo nuevo o más bien distinto para contar. Con una visión que, probablemente, la historieta nacional o mundial no tenía hace 60 u 80 años. Y una de mis artistas nóveles favoritas es Kami Kama.
La mencioné al pasar en nuestro tercer newsletter cuando recomendé Fusión 501 como un ejemplo del “manga gaijin” (y, si es necesario, lo recomiendo una vez más porque está buenísimo, una de mechas con onda setentosa clásica que garpa y mucho). Pero este prozine editado por Barro no es lo único de la por ahora acotada y joven carrera de Camila. Editados por su cuenta hay dos fanzines que dan cuenta de una serie, asumo, que también se encolumna con la ciencia ficción, una erótica pero absolutamente alejada de esa fantasía masculina hiperpajera. Por si no quedó claro, Cristal Jackard desde la tapa te avisa que vas a leer porno. No erotismo ni sutilezas, simplemente garches a lo largo y ancho de las 60 páginas que componen esta obra (son treinta por cada número). Pero lo más interesante (y, me atrevo decir, lo más importante, lo que separa el trigo de la paja —jej—) radica en quiénes cogen con quién y bajo qué parámetros o condiciones.
Partamos de la base: Cristal Jackard es, repito, una historia de ciencia ficción. Pero también es una comedia que no se toma en serio lo que pasa, donde el “marco teórico” no está para que dos personajes simplemente tengan sexo arriba de una silla onda Enterprise, sino para que funcione como una perfecta metáfora de la libertad y diversidad sexual propia de estos tiempos nuevos. Todo lo que ocurre son excusas para que aflore el garche, uno completamente consensuado. Similar a como ocurrían en las historietas que figuraban en, por dar un ejemplo, la Metal Hurlant o la CIMOC (grandes popes antológicos sci-fi), pero con la diferencia de que en que esas historias se presentaba una clara línea de pensamiento heterosexual masculina, donde solamente cogían hombres con mujeres (y estas últimas, en su mayoría, andaban completamente desnudas o con lo mínimo puesto), y donde también estaba delimitado el cuerpo femenino de una manera pensada obviamente para calentar hombres. Cristal Jackard se saca de encima ese bagaje, si se quiere, y se dedica a explorar a fondo hombres y mujeres (y aliens) con cuerpos no hegemónicos.
Por supuesto que esto último queda representado por el dibujo de Camila, completamente explícito y gráfico, carente de pudor. No hay ahorro de fluídos, erecciones, genitales en primer plano, y todo en un estilo no realista pero sí correcto, que se divierte con una buena representación de las posiciones sexuales sin destruir la anatomía humanoide. No está la herencia nipona que tenía Fusión 501, pero no hace falta para demostrar que hay talento en el arte.
No son tantas las historias que representen el sexo de esta manera tan divertida y realizada por jóvenes (o al menos no me consta, lo cual no quiere decir que no existan) sin prejuicios y apuntando a la diversidad. Por supuesto que en esa idea también está Si mojás me enciendo de Sukermercado, publicado por La Pinta en 2018, una comedia completamente más costumbrista que también involucra diversidad sexual por todos lados (chicxs trans incluídxs) y que también juega con el garche de manera explícita, aunque con un dibujo más caricaturizado.
Que los tiempos sigan cambiando de esta manera.
Wrecking Hearts: edición de historietas y originalidad en un mundo pensado para destrozarte el corazón.
Por Matías Mir
“La publicación presupone una comunidad, incluso una comunidad de ausentes”.
—Eric Schierloh, Moyotes & Escribir, imprimir, publicar (2020).
En un principio tenía ganas de escribir acerca de Wrecked Hearts, una hermosa historieta por partida doble de Luca Oliveri y Mathilde Kitteh (y también lo voy a hacer), pero mientras más lo pensaba y lo investigaba, más me daba cuenta de que había algo más profundo e interesante que discutir (bah, rantear) en este espacio que llama a los lectores a leer las opiniones de dos chabones acerca de historietas. Hoy quiero hablar de edición de historietas.
El ya mencionado Wrecked Hearts es un libro publicado en 2016 por la editorial sueca PEOW Studio. A pesar de ser un libro impreso en Estonia de autores franceses y editores suecos, el libro salió publicado en inglés, en una movida jugada de apelar a la internacionalidad del material más que al mercado local al que apuntaban. Fue un libro bancado por un Kickstarter (como la mayoría de los proyectos de PEOW) pensado para esparcirse por internet y llegar lo más lejos posible a cierto público con el capital para bancar un crowfunding + envío y que supieran inglés aunque no fuera el idioma natal de ninguno de los involucrados en el proceso.
El libro incluye dos historietas conectadas por el género y la estética: manga gaijin shojo de ciencia ficción. La historia de Luca Oliveri, “The Real Thing”, ocurre en una colonia humana en otro planeta en el que una chica marciana (cambiaformas, como el Martian Manhunter) busca aprovechar sus habilidades para cumplir su fantasía de entrarle al chico que le gusta… teniendo ella cuerpo de varón, todo muy influenciado por la estética Ghibli (ahora tengo ganas de ver una de Ghibli sci-fi). La segunda historia, de Mathilde Kitteh, “Dark Energy”, plantea a una chica planta en su vivero espacial siendo entrevistada por una suerte de influencer androide y el romance que puede o no surgir entre ellos… mientras que una grieta cataclísmica se abre en el universo, todo impreso a una tinta especial y con un estilo muy agarrado de dibujitos como Hora de Aventura y mangas como Houseki no Kuni (tremendo combo).
En fin, historietas hermosas, originales, que no van a lo obvio y te hacen sentir que leíste algo de calidad, algo que fue acompañado en un proceso, que tuvo cierta guía editorial. En las primeras páginas, los editores mencionan que el libro fue planteado originalmente como dos historias cortas de 30 páginas, así que su crecimiento a algo más sólido fue claramente gracias a la labor editorial de la gente de PEOW. Y hablando de PEOW, es interesante pensar que arrancaron como una editorial bastante chica que imprimía sus propios cómics en risografía y que gracias a los proyectos por crowdfunding pudieron pasar a la impresión off-set y ya no tener que ocupar tiempo de edición dedicándose a la imprimir cada ejemplar. Esta clase de detalles siempre me parecen interesantes de conocer porque, antes de ser un otaku de las historietas, soy un otaku de la edición, mientras más de nicho, mejor.
Wrecked Hearts no es una rara avis, tampoco. Uno ve el catálogo de PEOW (o quizás yo veo el catálogo) y piensa “fua, la reputísima madre, qué libros del recarajo”. Si los viera en una feria, me los llevaría todos. Me provoca una necesidad fetichista e impulsiva de seguir esa línea, de querer pasar esas páginas. Y no puede ser casualidad algo así, no puede ser que casualmente todos esos libros de pinta fantástica (al menos, para el sector de consumidores en el que estoy inscrito) existan casualmente en la misma editorial.
No. Los artistas producen contenido. Los editores hacen libros.
Aunque es un movimiento que empieza a darse en la década de 1990 y hay precedentes previos, en el siglo XXI, la edición de libros (o, al menos, la rentable) termina por consolidarse como un área de profesionalización que supone más que solo saber cómo convertir un texto o una historieta de un original a un impreso masivo para distribuir. Esa profesionalización es lo que consolida a un editor “activo” de uno que no lo es. En Cartografía argentina de la edición mundializada, hablando específicamente del caso argentino pero completamente extrapolable a la edición general, Daniela Szpilbarg describe las características de este nuevo editor activo y profesional. Primero: que considere al libro “como un producto, otorgándole importancia a la tapa y al diseño como elementos de un packaging que deben ser pensados y planificados tanto como el contenido”. Segundo: que proponga un plan editorial “orientado a cuotas de mercado y a una oferta segmentada”. Y tercero: que se replantee los canales de comercialización (lo que Szpilbarg llama “sacar al libro de la índole exclusiva de las librerías”).
Hace poco estaba leyendo el libro de Szpilbarg (un LIBRAZO que recomiendo mucho si les interesa el tema lo suficiente como para todavía seguir estando leyendo esto) y ahora no puedo evitar ver cómo su definición del editor activo se aplica perfectamente al caso PEOW. El catálogo y su promoción están orientadísimos al diseño atractivo, estético y llamativo. En ese sentido, todo su plan editorial sigue una línea orgánica y no “traiciona” a los lectores con algo radicalmente distinto, claramente apuntando a un segmento específico de lectores que leen inglés, pasan el suficiente tiempo en internet como para encontrarse con el proyecto y bancar un Kickstarter sueco y tienen una apreciación por el manga, la estética animé, los proyectos queer y orientados a lo gráfico. Y claramente salen del esquema de distribución tradicional porque se mueven por ferias, por crowfunding y promocionan con igual peso las ediciones digitales de sus libros en su web, sumándoles material extra, versiones corregidas y aumentadas a un precio competitivo.
Una editorial no se expresa a través de libros sueltos; su carta al mundo es su catálogo. En una entrevista que jamás publiqué en ningún lado a Santiago Khan, editor de Maten al Mensajero, en 2019, me comentó lo siguiente:
“En ‘Maten…’ empezamos a planificar linkeando los libros. (...) De a poco vamos tejiendo una red. (...) Se trata de trazar caminos de lectura en la editorial. De [todos los] títulos que tenemos publicados hasta ahora, probablemente a nadie le interesen todos, pero mínimo hay un par de avenidas por las que pueden entrar perfiles de lectores (divididos por rango etario, consumos culturales, etc). Los dos puntos más alejados del catálogo no están tan lejos como para que el lector o lectora se sienta traicionado o traicionada. Y si pasa, entonces no era lector o lectora de nuestra editorial”.
Esa red, esa forma en la que la oferta de una editorial vive como un pulso que lleva a los lectores de un libro a otro, que los impulsa a ir a buscar la novedad o a investigar el catálogo, a sacarlos de su nebulosa de información para decirles “estos productos tienen calidad y te van a gustar porque ya te gustó esto antes, confiá en tu criterio y el nuestro” y apelar a su fetichismo y necesidad consumista, eso es en lo que debería enfocarse un editor activo. Pueden verse similaridades entre lo que plantea Santiago y el ideal del editor activo.
Pero tampoco somos boludos, y no vivimos en una burbuja. Editar no es solo un oficio, es un negocio. Si no alcanza para vivir de ello, al menos tiene que alcanzar para ser autosustentable y no convertirse en un pozo ciego de guita. Si no tenés previsibilidad de que puedas sacar un segundo libro, ¿vale la pena seguir el ítem 2 y pensar en un catálogo orgánico a mediano/largo plazo? Pero sacar un libro solo, sin contenerlo en una colección, en una estética, en una línea más allá de “saco todo lo que me gusta cuando puedo y en el formato que pueda costear”, ¿cuánto tiene de verdadera pasión editorial y no solo de escupidera de folios encuadernados? Y no solo es una cuestión de capitales iniciales y la incapacidad de prever, porque también existen editoriales con títulos best-seller, con grandes catálogos, que abrumadas por su propia rueda de producción implacable, de cuotas de mercado que cubrir y de itinerarios caníbales, terminan volviéndose una marca en la tapa de sus libros, hechos con los formatos y diseños más básicos y siguiendo las estrategias de promoción y distribución más comunes e invisibles.
Todos los que compramos libros sabemos que una editorial grande no es significado de calidad o de originalidad. Quizás incluso todo lo contario. Quizás es en los proyectos independientes con sustentabilidad pero no ganancia, cuando de los volúmenes de venta depende la continuidad del proyecto pero no la propia vida de sus editores insertos en el capitalismo, que se puede ser un editor activo, despierto, con una idea de línea editorial original que se mueva, que movilice y mute y atraiga a lectores en sintonía. Quizás es como dice Eric Schierloh, autoeditor y militante de la edición artesanal, en su ensayo “Moyotes”:
“Porque todo lo que se normaliza acaba, más temprano que tarde, en un cajón de ofertas. Porque todo lo que se produce estandarizado muere. Lo vital y lo orgánico es justamente el desfase”.
Aunque PEOW sigue publicando sus últimas novedades restantes, ya anunció su clausura a mediados de 2021 y el cierre total de todos sus canales de venta para 2023. Sus dos editores restantes afirman que nunca pudieron ganar un sueldo regular en los diez años que mantuvieron la editorial, y también que todos sus libros son, de hecho, sus libros de cómics favoritos.1
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Y siento que querría recomendar y mencionar algunas editoriales que siento que siguen la filosofía de la edición activa (como las extranjeras Silver Sprocket o Shortbox, o las nacionales Deriva, Maten al Mensajero, Tren en Movimiento, Barro, Estudio Mafia o la extinta Wai Comics), pero no quiero pecar por omisión y después darme cuenta de que me faltó alguna, sobre todo porque estoy terminando de escribir esto a las 3 A.M. Así que no voy a hacer ninguna lista y ustedes no van a leer lo que hay en ese paréntesis. Nadie lee los paréntesis, y menos las notas al pie.