Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Gonzalo celebra el regreso de una saga comiquera cuasiolvidada y Matías vuelve a recomendar historietas digitales gratuitas.
PERO ANTES: un anuncio especial. Después de un largo debatir y gracias al aliento del amigo lector Hitoshi (quien además nos hizo una entrevista muy grossa en Animal Boy hace unas semanas), decidimos instalar un humilde Cafecito, esta posibilidad de mecenazgo por parte de ustedes hacia nosotros. ¿Va a afectar esto a la programación habitual? No (seguiremos entregando mails cada quince días y cada muy muy tanto volveremos con los podcasts, se planificaron algunas cosas). ¿Vamos a producir contenido exclusivo para quienes aporten? Tampoco. ¿Si no aporto mi propina soy menos lector de O/2 que los demás? Menos. Agradecemos a todos los que se copen, y repetimos que nuestra mayor alegría es ver que las entregas sean leídas y disfrutadas. Para quienes quieran colaborar, pueden hacerlo ACÁ.
Boy Maximortal o cómo aprendimos a dejar de preocuparnos y amar la independencia
Por Gonzalo Ruiz
Hace dos meses se terminó una de las revoluciones más silenciosas de la historieta underground norteamericana, y es que después de 30 años, Rick Veitch regresó al King Hell Heroica, su aleph privado de deconstrucción violenta y superlativa superheroica. Todo empezó en 2017, cuando apareció el primer número del Boy Maximortal, la patada inicial del segundo volumen del KHH, planeada desde 1997 pero recién concretada en este siglo. La idea del quía era sencilla: publicar la historieta de forma serializada en cuatro prestiges de 100 páginas, donde 50 eran la historia en sí y el resto era un recopilado de diversos dibujos sueltos a lo largo de todos estos años, en un segmento titulado “My back-pages”.
Pero antes de hablar de qué pasa en este segundo tomo, hay que tener en cuenta algo muy importante: cuál fue el nuevo giro que Veitch le encontró a la independencia comiquera. Porque tanto Brat Pack como The Maximortal (volúmenes 4 y 1 de esta saga, después hablaremos de esto) fueron publicados a través del sello de fantasía King Hell Press que mantenía Rick mismo, idea que tomó impulsado por sus amigos Dave Sim y el binomio Eastman/Laird (quiénes, de hecho, a través de Tundra, bancaron al KHP), que ya mantenían sus sendos sellos. Pero en el siglo XXI, Veitch encontró otra herramienta, una todavía más paradigmática y con la que rompió los cánones de lo que entendemos por “industria del cómic”: el sistema de print-on-demand que mantiene el gigante Amazon llamado CreateSpace. Esto es así: Uno va, hace su cómic (o su libro, imagino), lo registra en este sistema que otorga un ISBN, y cada vez que uno lo quiere, se lo compra en Amazon, se imprime esa única copia que le llega a través del sistema de envío del sitio web y listo. No hay distribución, editores, deadlines ni un cálculo matemático de “tenemos que hacer tantas copias para que rinda la guita”. No, el cómic existe cada vez que un lector lo desea. A este sistema llegó gracias a su amigo Stephen Bissette.
En el primer editorial habla de “construir un nuevo ecosistema económico para los cómics, para empoderar a los creadores para que tomen la iniciativa y exploren nuevos caminos”. A su vez, se define como un idealista/reformista de 66 años que todavía ama hacer cómics, y en estos tiempos del #ComicsBrokeMe suena utópico todo lo que plantea un ídolo que, más allá de haber mojado mucho tiempo con DC1, siempre eligió el camino de la independencia. No por nada elige catalogarse como un “artista underground” y no “indie”, una terminología algo bastardeada si tenemos en cuenta que todavía le dicen así a Image, hoy por hoy una empresa que tiene el mismo calibre que Marvel o DC, más allá de cómo eligen beneficiar a los artistas. Pero hoy, Veitch tiene la oportunidad de ser una compañía de un solo hombre que se beneficia de las herramientas que propone una industria y que le cierra por todos lados. Un hallazgo absoluto, idóneo para un iconoclasta.
Todo esto puede parecer una boludez, pero es necesario para entender al King Hell Heroica como un todo, donde los vericuetos “legales” de la vida real se dan la mano con una obra de ficción que habla, lisa y llanamente, de la historieta y del sufrimiento que tuvieron los Padres Fundadores. De los cinco libros pensados para toda la saga (Veitch estima que en total son 850 páginas, ya lleva 600 listas), los primeros tres están dedicados al desarrollo de la industria comiquera entre los 40 y los 80. Si bien en Brat Pack eligió realizar su propio Watchmen, uno más violento y sin concesiones, sin vuelo poético, para el resto la deconstrucción pasa más por los verdaderos héroes y villanos: los artistas en primer lugar y los editores en el segundo. En definitiva, Sid Wallace, el Bob Kane de este universo, es más real y villano que el misterioso Doctor Blasphemy. Hoy por hoy, no debe haber una historieta más honesta que esta. A nivel personal, me parece un valor agregado bastante poderoso que va más allá de la calidad.
Decía entonces que los primeros tres libros son distintas eras comiqueras. Este, el segundo volumen, está dedicado a los 60 en todo su esplendor. De hecho, lo primero que vemos son análogos de S. Clay Wilson y Gilbert Shelton, dos de los padres del movimiento comix underground. No son azarosos estos cameos: en una entrevista para la Comics Journal, Veitch habló del Maximortal como un hijo ilegítimo entre Wilson y Curt Swan, el dibujante de Superman. Eso y también una declaración de principios de muchas cosas que se ven a lo largo de estos cuatro números. Porque Veitch, al menos en Boy Maximortal, no se encarga de deconstruir solamente “los cómics”, sino a toda la década entera y de las formas más divertidas posibles, seguramente abrazando el espíritu corrosivo de Crumb, Shelton y todos ellos. En este mundo conviven los héroes de comix; un Jack Kirby con secuelas de la guerra que, tras una visión, tiene una nueva concepción de los superseres; Aldous Huxley y sus visiones más pesadillescas de un futuro distópico y real dadas a conocer en una mítica entrevista televisiva; William S. Burroughs se pelea con Truman Capote por la escritura… cultura y contracultura se amalgaman al punto del ridículo cuando vemos al presidente Kennedy en la misma sala de guerra de la gloriosa Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb… ¡donde aparece el mismísimo Dr. Strangelove, el agente nazi de Peter Sellers! A Veitch no le alcanza con que reconsideremos nuestra visión de los superhéroes, sino de una década entera, una donde el idealismo pudo haber tenido más poder que una bomba si no fuera por una bala mágica enterrada en la nuca de un presidente o de un culto asesino californiano. El epítome de la cultura pop en tiempos donde la referencia de la referencia es moneda corriente.
Esta saga, como he contado una vez en una nota bastante vieja de este querido espacio, me tiene obsesionado. En parte por lo desolador que fue leer Maximortal y Brat Pack, cómics verdaderamente tristes que toman el axioma kirbyano por excelencia (“Comics will break your heart”) para hacerlo carne. Es interesante y hasta paradójico que, siendo Brat Pack la primera miniserie en salir, gustó tanto que en Tundra lo animaron a Veitch para seguir con este mundo donde lo consumista está mal. Ahí es donde viene el Maximortal como patada inicial retroactiva.
En reediciones se cambia el final de Brat Pack. Rick hace dos números que funcionan como puente entre historias (de hecho, al final del segundo número se ve la primera página de Boy Maximortal… año 97; recién en 2017 vamos a ver un pedazo de esta historia) y con esto comienza este ejercicio de reescritura del mundo pop/comiquero como un espacio de amargura. Y como buen análogo de los 60, Boy Maximortal por momentos es naif, hasta gracioso, con una secuencia muy divertida que parodia, por supuesto, qué le pasaría a Superman si se hiciera una paja. También, como buena historia sixtie, hay mucho espionaje y guerra fría como estilo de vida. Todo mientras de a poco se inicia una carrera contrarreloj en caza de este Maximortal, el True-Man, el alien que vino a la Tierra para cambiarnos la cabeza y el corazón a todos. Que también sirvió como bomba atómica, pequeño detalle.
El gimmick más grande que tiene esta historia pasa justamente por la inspiración que genera el True-Man como un ente totalitario. Lo mismo que vimos en Brat Pack de cierta forma, una muy distorsionada, acá está a través de una enseñanza casi de padre a hijo. Esa criatura alienígena rubia que supo asesinar a sus padres quedó al cuidado de Jerry Spiegal, uno de los creadores del True-Man/personaje de cómic de diseño similar al alien. Jerry logra contrarrestar los poderes de la criatura para que se amolde como un nene normal, que es adoctrinado por los guiones moralistas de esos comic-books pasados por el filtro del Comics Code Authority, una idea donde es imposible salvar el mundo por más que tengamos el poder necesario: Siempre va a haber alguien más poderoso que va a querer usarlo para un beneficio más personal y menos altruista.
Con 72 años cumplidos el mes pasado, Rick Veitch anunció que quiere seguir con este “ciclo de cinco novelas” hasta donde le dé el cuero. Tras lograr superar las barreras de la independencia y aprender a sustentarse en todo aspecto (en el mismo editorial antes citado, cuenta que ahora trabaja en digital), solo es momento de activar y está dispuesto a hacerlo. Y es importante aclararlo porque estamos ante los próximos eventos comiqueros más importantes y que, paradójicamente, a poca gente parecen importarles de verdad. En su momento causó un impacto salvaje y revolucionario, pero el eterno hiato hizo que muchos lo olvidasen. Quedó entonces esto como un premio para los que aguantaron desde el 90, los que aguantamos desde hace unos años cuando de saldo estaban las tres sagas deconstructivas veitcheanas2 editadas por Norma y nos topamos con un cómic muy personal, salvaje y sanador. Una piedra filosofal que llama a la reflexión de lo que estamos leyendo y que visibiliza lo maltratada que está la diáspora comiquera, el #ComicsBrokeMe antes de la existencia de dicho hashtag. Un impulso con la velocidad y fuerza de un tren en movimiento que viene a advertirnos de los males que, sin querer, a veces fogueamos dentro de una discusión en redes por tal o cual personaje o qué representa o si está bien o mal lo que hacen. Que la inspiración nos sirva para hacer el bien.
Y ojalá queden lo suficientemente cebados como para saber que esto existe, es real y está a un click de distancia para el disfrute. El Dios Rick se lo merece. Hail to the King Hell Heroica.
Tres webcómics otra vez
Por Matías Mir
Hay una costumbre muy sana y costosa que consiste básicamente en gastar tu sueldo bien ganado en libros para después apilarlos en un repositorio de polvo mientras leés cosas en la tablet o en la computadora. Hay todo un ensayo ahí acerca del atractivo de las pantallas, la muerte de nuestros periodos de concentración y el fetichismo como última resistencia de la industria del libro en papel, pero todo eso me deprime demasiado ahora mismo, así que mejor paso a lo que sí me interesa, que es recomendar más historietas que pueden leerse gratis y en internet.
Together, de Haus of Decline
Si usás las redes bien, eventualmente llegás a algún dibujo de Haus of Decline, tiras caracterizadas sobre todo por el recurrente gag de que sus personajes, monigotes humanoides, no solo suelen estar en pija, sino que su pene erecto es quizás el único detalle de todo el dibujo. Alex, la dibujante de la dupla de podcasters que le da nombre a la cuenta, ya tiene más de 700 de esas tiras cómicas, que usualmente pendulan entre la ironía y lo escatológico y queer, pero en el medio de eso (precisamente, entre octubre de 2022 y febrero de 2023) publicó una novela gráfica de 240 páginas enteramente en Twitter: Together.
La historia se define como una mezcla de romance con body horror. Una pareja pasando tiempos difíciles despierta un día unida por los dedos en una masa tentaculosa que infecta su sangre con una especie de sustancia lumínica. Es un asco, por supuesto, y gran parte de la obra va de lo estresante que es tratar de que tu vida no se vaya muy a la mierda mientras te atendés una “enfermedad” desconocida, y lo deprimente que es no poder escapar de tus problemas de pareja cuando tu pareja está literalmente pegada a vos. La progresión hacia el desastre se vuelve cada vez más empinada, y aunque el cómic tiene un par de pases de comedia, son como fintas para tirarte giros muy violentos y jodidos, tanto que te olvidás que está dibujado como unos monigotes. Alex no se priva de meter escenas de muerte, sexo y deformación corporal incluso aunque su capacidad para dibujarlas sea mínima, porque es la clase de historieta que demuestra que, si sabés plantar una buena narrativa secuencial en la página, saber anatomía, perspectiva o aplicar tintas son detalles menores.
También me pareció muy copado el hecho de que se fuera publicando en Twitter de a cuatro páginas por entrega, más o menos tres veces por semana. Muy rápido, leer Together se fue convirtiendo en un evento en el que los seguidores se juntaban a comentar la historia y los desarrollos de los personajes, opinando acerca de la relación de los protagonistas y teorizando sobre el origen de la infección que los movilizaba. Una versión digital y moderna de juntarse frente al fuego a escuchar cómo sigue un relato, en este caso una crónica monstruosa acerca de dos personas que se pegan un bicho cósmico y se enfrentan a la posibilidad de ser cada uno absorbido por el otro. Una lectura (ahora que está completa) adictiva y con mucha tela para seguirla pensando bastante después de haberla dejado.
Rauch, de Arklight Blues
Este es rarísimo. Arklight Blues es un dibujante conocidísimo en el fandom de Jojo’s Bizarre Adventure debido a que se dedicó casi exclusivamente a desarrollar un estilo similar al de Hirohiko Araki (en específico, al estilo más actual de Araki). Alcanzó mucha popularidad en internet haciendo fanarts de otras series al “estilo Jojo” y la debe levantar en pala con las comisiones, porque esencialmente hace lo más parecido a que Araki te dibuje lo que tengas ganas y lo hace con humildad, humanidad y mucha onda.
La cosa es que Ark también hace historietas, y cuando la plataforma MangaPlus (donde se publican en digital y en simultáneo los mangas de Shueisha) lanzó su espacio de “Creators” para que la comunidad de lectores publicara sus propias historias, ni lento ni perezoso aprovechó para subir una versión remasterizada de una de sus obras, Rauch, que se elevó al toque de entre la basura que esperarías en un espacio donde todo el mundo puede publicar cualquier cosa con mínima moderación. Originalmente pensada como un one-shot, Rauch llegó a las pantallas de miles de lectores que quedaron muy manijas y convencieron a Ark de convertirla en una serie “regular”.
Por supuesto, el mayor atractivo de Rauch es su parecido ridículo a Jojo. Y no es un parecido superficial, ¿eh? Estamos hablando de que la puesta en página, los diseños de personajes, las texturas, las expresiones, las onomatopeyas, la forma en la que cosas como nubes o agua se comportan con demasiada solidez (!), TODO te lleva a pensar inmediatamente en Jojo’s Bizarre Adventure. Es más, está rotulado igual que el fansub más popular de Jojo, y las versiones internacionales son traducidas por los grupos de fansubs de Jojo, en una bancada de la comunidad a uno de sus artistas más prominentes, un pibe de 21 que te hace mirar dos veces cada vez que vez un dibujo suyo para asegurarte que no es de Hirohiko Araki.
Pero fuera de su parecido estético con Jojo, la obra trata de una lucha cósmica entre dos seres: un ente que intenta destruir la Tierra y una estrella corpórea cuyo objetivo es detenerlo. Sus diálogos son intencionadamente ambiguos y el segundo capítulo no da más que un vago intento de explicación al origen de uno de estos enemigos galácticos, pero es todo tan interesante que te chupa medio un huevo por qué pasa lo que pasa. Una demencia cuya tercera entrega debería estar saliendo a principios de julio y que ya amasó una fuerte red de seguidores en varios idiomas.
Blind Alley, de Adam de Souza
Una de las cosas más lindas que consumo regularmente es Blind Alley, la tira regular que el dibujante Adam de Souza sube a sus redes. Una simpática aproximación a un grupo de nenes poco supervisados que juegan en las veredas y baldíos de un barrio llamado como la serie y que mezcla chistes para toda la familia, desarrollos anticlimáticos, reflexiones profundas y alguna que otra trama que va avanzando de pasos muy lentos, todo inspiradísimo por obras como Peanuts, Calvin & Hobbes y (admitidamente) el estilo de Taiyo Matsumoto.
Si uno sigue a Adam, comprende al toque que se trata de un tipo comprometidísimo con la historieta como medio, abanderado total de la autoedición, y un artista particularmente obsesionado con la idea de las tiras cómicas diarias, con que su obra sea lo más parecido a una tira sindicada yanki en su formato. Incluso comenzó hace poco a producir planchas dominicales a color (!) de la serie para sus suscriptores pagos en Patreon. Claramente un delirante, pero la clase de delirante que bancamos por estos lares.
La única forma que tengo para describir Blind Alley es "emociones complejas para niñes en cuatro viñetas". En el medio hay poderes sobrenaturales, criaturas fantásticas y un misterio que se cierne sobre este abstracto condado, pero el corazón de la tira son un montón de nenes con problemas y ansiedades. Hay mucho amor por la naturaleza y por la historieta, por tratar de hacer arte en un mundo que solo se siente horrible, muchas ganas de no seguir sufriendo.
Hace poco, Adam fue nominado a los premios Ignatz. No ganó esta vez (el galardonado fue Ride or Die de Mars Heyward), pero igual se ganó el corazón de todos los que ahora seguimos a estos pibes a medida que van descubriéndose a sí mismos y a lo que sea que esté pasando en ese pueblo que huele a nostalgia luganera mezclada con tinta de fanzines.3
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De hecho, hay que agradecerle a la Distinguida Competencia por no haber elegido “Brat Pack” como un proyecto para realizar.
Estas ediciones trajeron consigo una confusión que se repite hasta este momento: The One NO ES PARTE del King Hell Heroica. Si bien el cómic está inspirado en el Miracleman de Moore, Veitch lo pensó como una obra aparte, su inicio de esta monografía deconstructiva que es el King Hell. Así las cosas, una editorial italiana que reeditó estos tres libros en una nueva colección, bautizó a The One como el “King Hell Heroica 0”. Y a Veitch no le pareció desacertado.
Si te gustó El diablo en la torre nueve de Dani Ruggieri, es por acá.