Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En esta entrega celebratoria del Día de la Historieta, Gonzalo y Matías recomiendan grandes rescates.
¡PERO ANTES! Estamos muy contentos por la nominación de nuestro libro (editado por Rabdomantes) a los Premios Banda Dibujada 2024, dentro de la categoría “Libro teórico y/o de difusión y/o de información sobre la historieta y el humor gráfico”. El 22 de octubre nos enteraremos si ganamos o no, pero que la organización y el jurado haya reconocido nuestra labor ya nos hace sentir ganadores de antemano.
Las aventuritas gráficas de Enrique Breccia y Carlos Trillo para (casi) todo el público.
Por Gonzalo Ruiz
El genio no es genio por su genialidad, sino por su versatilidad, por su actitud camaleónica. Y a su vez, en ese cambio, conservar aún su estilo y frescura para poder identificarlo siempre, sin importar dicha variación estilística. Con esto no me refiero a la obvia (o no tanto, según casos) transformación que tienen los dibujantes conforme pasa el tiempo, sino con la madurez ya consumada. Porque quizás, si vemos los primeros trabajos de Mike Mignola, no podemos deducir que de ahí va a salir un genio de estilo muy personal.
Todo esto a colación de la reciente recopilación de “Los enigmas del PAMI”, una serie humorística escrita por Carlos Trillo y dibujada por un (casi) irreconocible Enrique Breccia. La mayor gracia (y acierto) de este recopilatorio realizado por Mariano Buscaglia y publicado por Deux, es que junta otras historietas “en esa línea”, tal como indica el subtítulo del libro. Es decir, estamos por presenciar un Churrique completamente diferente al de “Alvar Mayor” o de obras posteriores. Un Breccia sorprendentemente bien llevado con el humor gráfico.
Buscaglia, como testigo privilegiado (es sobrino del artista) cuenta en el prólogo de “Los enigmas del PAMI” que este tipo de estilo no le era ajeno a Enrique, sino que lo dejaba para sus adentros, cuando le pintaba dibujar gente en una sobremesa, todo en un ámbito intimista. Y fue en uno de esos momentos donde nace la idea de estas versiones ancianas y jubiladas de Breccia y Trillo, algo que empezaron como unos chistes sueltos que se iban devolviendo, como si de un partido de ping pong se tratase, hasta que empezó a crecer y tomar forma propia, una definitiva que llegó a los ojos de los lectores en el primer número de la Superhumor, de julio/agosto de 1980.
Acá viene lo realmente llamativo, porque, no sabemos cómo (o más bien, yo no lo sé explicar con exactitud), vemos a un Enrique Breccia de estilo suelto, relajado… pero por momentos surge, sin perder el trazo gracioso, todo lo fastuoso y cargado que le reconocemos de obras más populares, logra con naturalidad pasar de viñetas blancas, peladas y con un personaje presente a meter muchos detalles, o viñetas que son un close-up exagerado de alguna parte del decorado, o primerísimos primeros planos a los rostros. Impacta verle la tridimensionalidad a los viejitos, que uno podría hacer el ejercicio divertido de ver como eran Enrique y Carlos de jóvenes, después ver las caricaturas, y al final ver las fotos más “recientes” de los dos (dejando de lado el hecho de la muerte de Trillo hace más de diez años, por supuesto).
Este recopilatorio es un testimonio de la versatilidad. Para darle un grosor interesante al libro (Los Enigmas del PAMI propiamente dichos son cinco capítulos de entre seis y ocho páginas cada uno1) se incluyeron varias historias cortas, algunas escritas por Trillo y otras de Enrique solista. Obviamente, el hilo conductor pasa por el dibujo y lo gracioso que podía (puede) ser el menor de la Dinastía Breccia en distintos registros. De hecho, la historia que abre el libro es la mítica “El reino azul”, una alegoría bastante obvia de lo absurdas que son las dictaduras, realizada en el momento que Argentina atravesaba la última y más sangrienta2. ¿Que hay en “El reino azul”, más allá de un guion superior que sabe disfrazar un mensaje de denuncia dentro de una fábula para niños, con un rey exageradamente demente? Hay un dibujo alucinante que sabe acompañar ese humor, ese tinte infanto-juvenil pero sin contenerse, tan desatado como en las páginas de “El peregrino de las estrellas”.
La exageración que escribe Trillo está representada de forma explosiva y graciosa, te reís con ese ser blanco y deforme que se mutila cuando las cosas no le salen como las exige, a los gritos con letras mayúsculas, mientras que el resto del texto está con una cursiva ampulosa, propia de los niños cuando les enseñan este tipo de caligrafía en la primaria3. Una letra chiquita, apretada, prolija… una letra que, para Buscaglia, también encierra cierta “perversión”, tal vez motivado por la gracia picaresca que sobrevuela por todo el libro (varias historias, de un modo u otro, tratan sobre el sexo ―o las relaciones― y el paso del tiempo).
Otro milagro obrado gracias a este rescate es el “what if…” que se nos abre con “Las rarísimas aventuras de Nariz de Batata”, el intento de Enrique para entrar en la Humi. No sabemos por qué nunca tuvimos aventuras de Don Batata (un gaucho que, más o menos, se parece al joven Churrique) más allá de ese “demo” de tres páginas. Uno solo puede especular, además de deleitarse. El resto del contenido puede dar una pista: las historias cortas se realizaron entre el 80 y el 87, de forma espaciada y en paralelo mientras se serializaban aventuras más largas. Podemos creer que el trabajo más grande (aquel que salía en Europa, algo que no pasó con este material humorístico, 100% localista4) logró sopesar estos experimentos que empezaron como una joda interna que creció y quedó, por fortuna. Leer esto como un compilado criterioso demuestra el enunciado con el que empecé esta nota, un momento fijo en el tiempo donde podemos apreciar otras variables de lo que llamamos genialidad y por qué le adosamos ese calificativo.
El cierre del libro lo da una curiosidad publicada en 1991 en la revista Rumbo Sur titulada “Espanto”, donde vemos cómo un monstruo se prepara para salir a asustar. El arte (decirle “dibujo” es menospreciarlo) no tiene nada que ver con lo previo, acá hay un laburo de experimentación con acuarelas muy similares a los últimos realizados por el Viejo en este mismo período… pero es cierto que guarda cierta gracia y todavía se conserva esa cursiva socarrona, lo cual valida esto como una historieta más de humor realizada por el Churrique, donde uno, nuevamente dice “qué tipo genio, mirá lo que hace”. Hay algo en Enrique de obrero en todo esto, se observa con total plenitud a una persona que dibuja de oficio, y que disfruta formarse y probarse a sí mismo. Sobre todo si uno ve las últimas páginas realizadas por el ídolo para Tex u otras novelas gráficas europeas, o en el Lovecraft comentado hace un par de meses.
A Trillo le encantaba “Los enigmas del PAMI”, y duele un poco saber que el maestro nunca se enteró de este recopilatorio que celebra un trabajo quizás menor (por la cantidad de páginas totales) pero más que necesario para saber, una vez, por qué los maestros son maestros.
A ellos, con cariño.
La rabia nunca murió cuando mataron al perro: Matar al tirano de Lautaro Ortiz e Ignacio Minaverry
Por Matías Mir
Hay algo irónico que no se nos escapa al dedicarle nuestro especial del Día de la historieta a ediciones recientes de Deux. Muñoz, como personaje recurrente en la trama del mercado de la historieta local, siempre invita a sentimientos fuertes, porque si inevitablemente te retrotrae a eventos fallutas o planes editoriales tan ambiciosos como irreales. Es inescapable. Pero también es inescapable porque siempre vuelve, siempre que desaparece un emprendimiento reaparece con otro, como si una compulsión más allá de la plata lo llevara a seguir editando libros, y eso solo puede ser el amor a la historieta. Así que, al final, tan irónico no era.
Todo esto para decir que hay algo muy tentador (para autores y lectores por igual) en el modelo comercial actual de Deux, que rabiosamente rescata títulos olvidados en los resquicios de las antologías o las carpetas de los artistas y los convierte en tiradas fugaces de ejemplares en las tiendas. Quizás no sean todos hitazos, pero hay claramente un par de nichos que se benefician de que alguien se acuerde que esas historias existieron. Y así llegamos al caso que nos compete este día: Matar al tirano, de Ortiz y Minaverry.
Esta novela gráfica breve (unas ochenta páginas, estirándonos) salió originalmente en la segunda etapa de Fierro por entregas entre el #103 y el #110 (sin contar un par de ausencias) a lo largo del 2015.5 En esa época, Ortiz era secretario de redacción de la revista, y Minaverry ya había publicado algunas historias de Dora, su obra más popular, y Noelia en el país de los cosos (la que más me gusta a mí). Los inicios de la historia cuentan, además, con asistencia en guiones de Pablo Túnica, otro artista popular de la revista que ya había hecho Roma & Lynch6 con Ortiz.
La historieta en sí es una recreación de un evento histórico: el juicio en 1921 en Berlín a Soghomón Tehlirian, el sobreviviente del genocidio armenio (a manos del Imperio Otomano) que mató de un tiro a Talaat Pashá, uno de los responsables directos del atentado a su pueblo y la matanza indiscriminada y sistemática de armenios a principios del siglo XX. Es un hecho enorme, una muerte en respuesta a cientos de miles, una violencia minúscula puesta en tela de juicio frente a la masacre que pasa por debajo de la alfombra. La potencia de la situación y su dramatismo piden a gritos una narrativa que muestre en escala el horror que se exhibe en esos tribunales y en las mentes de los protagonistas, y es ahí donde guion y dibujo demuestran estar a la altura de las circunstancias.
Lo interesante a nivel narrativo es cómo Ortiz no se ata a la literalidad del asunto y, en vez de conformarse con solo darles forma de historieta a los testimonios reales del juicio, va para atrás y para adelante en el tiempo en un delirio frenético, muy en tono con el estado mental de Soghomón durante los hechos y después. Su mente no puede evitar volver a eso, a retratar la muerte violenta y cruel de su familia, al impulso aterrador de saber que su enemigo está libre e indefenso, a la violencia de un tribunal que no comprende el horror que sufrió su pueblo a nivel colectivo. Un Soghomón viejo recorre las calles de San Francisco pero no puede escapar de los fantasmas de Europa.
Y después está, por supuesto, la puesta en página. Un Minaverry suelto, pop y a tres colores es perfecto para un cómic histórico, para dibujarte juicios en Europa del siglo pasado mezclado con drama personal jodido y rebozante de cultura. Es un placer adictivo ver cómo le da forma a la locura, la obsesión, la violencia y lo documental sin perder el hilo y siempre sorprendiendo. Acá hace cosas con la secuencialidad espectaculares, mete páginas rebosantes de texto sin que sea aburrido nunca e ilustra como si cada página la fueran a enmarcar y colgar en la pared de un jazz café. Entre el rojo, el verde y el negro, crea momentos impactantes, climas opresivos e iconocidad en cada viñeta. Es una historieta explosiva, como una rebelión o como un disparo.
Incluso si los autores están atados a la evidencia histórica, igual se toman sus libertades. En lo gráfico, Minaverry se agarra de un concepto fundamental del testimonio de Soghomón (que escuchó la voz de su madre a la hora de salir a matar a Talaat) para crear un espectro brecciano hecho de sombras cadavéricas que acosa al protagonista y lo insta a vengarse. Una genialidad por donde se la mire, la clase de cosas que solo puede darnos la historieta. Y en lo narrativo, hay un intertexto interesante cuando el Soghomón viejo se conoce en Estados Unidos con Aurora Mardiganián, otra figura histórica sobreviviente del genocidio (en su caso, a los harenes violadores y consecuentes empalaciones de mujeres) que contó su historia en un libro y luego, la versión más conocida, en una adaptación al cine que ella misma protagonizó, Ravished Armenia. Desconozco si lograron conocerse en la vida real, pero sí lo hacen en la historieta de Ortiz y Minaverry, donde intercambian ideas sobre la cultura, la libertad y el camino hacia el futuro sin dejar atrás el pasado.
No es mi actividad favorita recomendarle a nadie que ponga plata por un libro de Deux, pero credit where credit is due. El libro incluye un par de textos complementarios de Osvaldo Bayer y el investigador Eduardo Kozanlián, clave en la recuperación de información sobre Aurora Mariganián. Y, claro, entre esos dos comentarios ofrece una historieta espectacular. Y si no, preguntale a Sasturain:
"Con un episodio histórico-político fechado casi un siglo atrás pero de plena vigencia y actualidad, los autores han conseguido una obra de poderosa fuerza expresiva, conmovedora y compleja, fruto de un trabajo a conciencia que no eligió en ningún momento los atajos de la simplificación".7
Seguramente, como yo antes de abrir este libro, vos tampoco sabías mucho sobre el genocidio armenio más allá de esas dos palabras. Esa ignorancia no es casual, sino por diseño, un cuidado trabajo de negacionismo histórico de parte del entonces Imperio Otomano y actual Turquía. La palabra "genocidio" se acuñó para definir precisamente a este evento (años antes, por ejemplo, de que Hitler asumiera el poder en Alemania) y aun así los estados perpetradores y sus aliados se rehúsan a afirmar su accionar. El caso argentino, de un país enjuiciando y condenando a sus genocidas, no es para nada la norma; no todas las culturas arrasadas tienen su "nunca más". Solo hace falta ver, por mencionar ejemplos recientes, el caso de Israel sobre Palestina, o de Rusia sobre Ucrania, o de Azerbayán contra la república no oficial de Artsaj, un estado separatista vinculado a Armenia.
En la edición en libro, la portada muestra la escena clave, a Talaat muerto en el suelo sobre un fondo con la bandera armenia. Su cabeza abierta se desangra sobre la franja roja, que simboliza la lucha por la supervivencia y la libertad del pueblo armenio. El ataque fatal de Soghomón a su opresor es tan simbólico como desproporcionado, y en el juicio se debaten las ideas de premeditación, de venganza y también de locura, como si la reacción ante el terrorismo tuviera que jugar con las reglas de la decencia. La ley y la justicia, tan supuestamente de la mano, revelan su affair inocultable con el poder cuando se les recuerda con una sacudida que oprimidos y opresores sangran por igual. La lección es clara: Haga justicia, mate a un tirano.
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¡Nos leemos!
N.d.M (Nota de Mati): Un divertido comentario de Trillo respecto a esto: En la Fierro #22, Martín García le pregunta “¿Para qué haces Los Enigmas?”, a lo que Carlos le responde: “Para llenar seis páginas en una revista. Es muy difícil pensar”.
Se publicó por primera vez en la revista italiana Linus #155 de 1978. En Argentina se conoció recién en 1985, cuando apareció en el decimosegundo número de Fierro (y a su vez, republicada en quinto número del tercer volumen de la mítica antología).
Dicho sea de paso, todas las historietas tienen este tipo de caligrafía. Un poco desafiante para una pispeada rápida, pero la buena impresión del libro (y el buen tamaño) hacen que no sea imposible de leer.
Además de la copiosa cantidad de lunfardo: hay adaptaciones de tangos, de una obra de teatro de Discépolo (recuperada en La Argentina en pedazos) y de un poema gauchesco de Juan Pedro López. Ah, y chistes peronistas realizados para la “Feriado Nacional”.
A diferencia de lo que dice en el libro, que afirma erróneamente que se publicó la historia entera en el #103. Acá jugó el índice del profe Facundo Vázquez para Ouroboros, actualmente inaccesible a menos que uses la Wayback Machine. Dale, AHIRA, te estás perdiendo un archivazo.
Otro rescate que ya se está tardando.
En sus "Contraindicaciones" de la Fierro (II) #110.