Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada semana, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este nuevo contacto, Matias analiza una escena buenísima y Gonza rinde homenaje al gran guionista paraguayo.
El demonio oscuridad y la representación del infierno en Chainsawman.
Por Matías Mir
Ahora que el volumen 8 de Chainsaw Man salió a la venta en Argentina, puedo hablar de esto mucho más tranquilo. Aun así, obvio, SPOILERS POR TODOS LADOS.
En mi primera lectura de la obra cumbre de Tatsuki Fujimoto pasé por un montón de momentos en los que pensé “esto ya se fue al carajo” (en el mejor de los sentidos), pero es porque el autor escribe con una estructura en la que constantemente busca superarse en sus propios giros de la trama. Tiene que patear el tablero e irse al carajo cada tantos capítulos para que la sensación que te quede de la lectura sea como una montaña rusa de la que te bajás emocionado y un poco mareado. Sin embargo, de todos esos eventos de “pateada de tablero” que plantea en Chainsaw Man, el que más me asombró y me dejó completamente alucinado es el que ocurre entre los capítulos 63 y 66, el coloquialmente llamado “arco del infierno”.
En principio, ni siquiera es un “arco” propiamente dicho. No es una unidad argumental de la obra, sino más bien un evento que arranca y termina en medio del arco de los asesinos internacionales que comienza unos tomos atrás. Denji y compañía vienen esquivando/luchando contra distintos asesinos con tratos con demonios o demonios mismos y cuando la cosa estaba tensísima, por motivos de la trama que no vale la pena detallar ahora terminan todos siento transportados al infierno. Estamos hablando de que de pronto, sin mucha preparación, la trama cambia por cuatro capítulos de locación. Un desvío grosísimo que sacude toda la historia que se venía contando y aumenta la escala de toda la serie.
La secuencia del traspaso ya es fantástica. Uno de los juegos gráficos que más me gustan de Fujimoto en esta serie es cómo juega con la perspectiva. Cómo simboliza el sacrificio de tres niños con un dedo que sale del borde de la viñeta para taparlos, o cómo una mano de seis dedos (ya adelantando una sensación extrañeza) sale de los cielos (o bien está muy cerca) y cuando se cierra ya está en el suelo del infierno, carcomida por los bichos. No es la primera vez que en la serie se hacen juegos similares: desde el principio, por ejemplo, el poder de Aki de invocar al Demonio Zorro (el icónico “Kon”) hacía que este se materialice en la posición y perspectiva de las manos de Aki en relación a él mismo. También recuerda al juego que hace con el demonio de su espada, que “empujaba” las cosas desde fuera de las viñetas, como una mano de una dimensión tridimensional interactuando sobre el manga.
Pero ahora sí, el infierno. La representación del infierno de Fujimoto en esta serie es una cosa muy curiosa: es un baldío lleno de maleza, dedos amputados y en el que el cielo son un montón de puertas. No hay sol pero hay luz. Sumado a los eventos que ocurren a continuación, se ha dicho que el infierno de Chainsaw Man funciona con lógica de sueños. Un espacio onírico, un sueño lúcido que se convierte rápidamente en una pesadilla.1
Ocurre el desastre: aparece el Demonio Oscuridad. Es una mancha que cae de una de las puertas y desvanece por competo todo el fondo, toda la escena. Ahora los personajes flotan en el negro. Están en su dominio. Pero ¿qué es el Demonio Oscuridad? En Chainsaw Man, los demonios son representaciones vivas de los miedos de los humanos, y tienen más fuerza mientras más se les tema. Siguiendo esa lógica, los miedos innatos de la humanidad de cualquier época son los más poderosos. Es lo que la obra llama “demonios primigenios”. En estos capítulos vemos apenas una prueba de lo abrumador de uno de ellos: la oscuridad.
Fujimoto acá dibuja una de sus páginas más icónicas, una que dio vuelta internet cuando se publicó, que se convirtió en el fondo de pantalla de millones de celulares, que trascendió su medio (la historieta) y se volvió una ilustración popular, memética, por su cuenta (creo que al menos tres personas empezaron a leer este manga solo porque vieron una story mía en Instagram de esta página). El Demonio Oscuridad apenas visible al fondo de una galería de astronautas partidos al medio en la tierra rezándole a sus propias piernas.
La simbología de esta página fue ampliamente debatida en las redes y yo vengo acá a dar mi grano de arena que no pidió nadie. Como representación de un miedo, el Demonio Oscuridad se presenta exactamente como eso, como una figura apenas reconocible en la negrura. Miedo por irreconocibilidad, por ser una amenaza no comprensible, impredecible. Los personajes empiezan a sentirse abrumados por el miedo al punto de querer suicidarse solo por estar en su presencia. ¿Y los astronautas? A mí me gusta pensarlos como una metáfora del límite absoluto del miedo a la oscuridad. Por su propia definición, los astronautas son los humanos más envueltos en la oscuridad de todos: la oscuridad en el vacío del espacio. En un ambiente sin nada más que oscuridad en todas direcciones, con pocas construcciones sociales a las que aferrarse para ignorar la insoportable demencia que les puede llegar a producir ese miedo, ante su necesidad de tener ALGO a lo que rezarle para escapar del delirio, acaban por rezarse a ellos mismos, un ejercicio urobórico inútil que solo sirve como antesala para, justamente, la oscuridad encarnada.
Todo lo que ocurre a partir de ahí empieza a funcionar con la lógica de sueños ya mencionada. La narrativa se rompe, la velocidad de las acciones no concuerda con lo que nuestra lectura acostumbrada a la secuencialidad espera que ocurra. También ocurre, por supuesto, que todos los personajes pierden los brazos en un segundo (¡y sus brazos forman las viñetas de la página siguiente! Una locura). Es un desmadre a nivel argumental y a nivel narrativo.
El diseño del Demonio Oscuridad es en sí una locura: un cuerpo formado de cadáveres entrelazados con cuatro cabezas que representan a los cuatro monos sabios de la fábula de Buda (¿o eran tres?) y que sus piernas son a su vez dos juegos de piernas humanas de un cuerpo unido por la cabeza. Un despliegue de imaginación orientada al horror.
Cuando arrancan las piñas y todos los personajes descartables (y no tanto) empiezan a morirse, es cuando el miedo que hasta ahora solo sentían los personajes empezamos a sentirlo nosotros como lectores. El “epa, esto se fue al choto posta” que te agarra cuando los que no mueren quedan desmembrados y no se te ocurre cómo mierda van a salir del infierno literal al que acaban de entrar, porque en teoría no hay forma de salir y el Demonio Oscuridad no parece tener ganas de irse.
La narrativa de esa pelea es intensísima. Todos pelan sus poderes ocultos y todos sus power-ups y ni siquiera rayan al bicho ese. Fujimoto dedica todas esas páginas a demostrar la impotencia de los personajes ante algo trascendental e inderrotable. Un chobi que si te mira te mata, que materializa espadas, que con un chasquido de dedos te rompe todos los huesos.
Puntos extra para el detalle de la doble página del contraataque del Demonio Oscuridad donde la onomatopeya del ataque es el ataque mismo, siguiendo con lo onírico de la escena.
El gran misterio de la serie hasta el momento, Makima, aparentemente invencible, aparece y se le enfrenta, y para los lectores es como que de pronto el autor ponga todas las fichas en un solo casillero. La apuesta se eleva al máximo posible antes de retirarse y devolver la acción al mundo humano, pero para entonces los lectores ya quedamos todos en un pico de manija absoluta.
¿Cómo se vuelve de una escena así? ¿Cómo se supera ese nivel de altura de la trama? Increíblemente, los próximos tres tomos del manga no bajan la tensión, no pierden ni un ápice de tensión y se mantiene como una historieta de acción emocionante y superadora hasta su última página (hasta ahora). Ya hablé en otra entrega del virtuosismo del autor para las historias cortas, pero acá demuestra su capacidad para sostener las emociones límites durante capítulos. Como en pocos casos, esto es una historieta que, realmente, uno no puede dejar de leer. Incluso cuando la terminás, te sigue persiguiendo, se queda en tu cabeza repitiéndose como un loop. Como la oscuridad, es trascendental.
Breve exequia textual por Robin Wood.
Por Gonzalo Ruiz
Parece una joda de mal gusto, pero dos e-mails atrás hablé de una gran saga de Nippur de Lagash… y todos terminamos el pasado día de la madre con la noticia del fallecimiento del padre de la(s) criatura(s): Robin Wood. No por esperada (el maestro ya estaba retirado de su profesión por una enfermedad neurológica) es menos dolorosa la noticia, algo se va con la desaparición física del maestro, como pasa siempre que muere alguien que hizo mucho por el medio artístico que uno elija.
Lo primero que me sorprendió fue que el eco de la noticia repercutió en muchos lugares donde la historieta no suele ser habitué. Esto puede parecer una boludez o una obviedad, pero hay algo que hablamos siempre (y que Mati ha hablado sobre la actual falta de “iconicidad”) y es si entendemos que, hoy por hoy, la historieta ubica un lugar más de gueto que de popularidad. Dejemos de lado cuando los superhéroes se vuelven tendencia por una película o porque salen del clóset: me refiero a la historieta en sí volviéndose tendencia. Y de golpe todos leyeron a Wood, cosa que puede parecer esperable cuando pensamos y repetimos lo que era el mercado editorial durante el apogeo del maestro, con un nivel de publicación e impresión abismalmente mayor al actual2 y donde todo el mundo leía historietas al ser uno de los medios de entretenimiento más baratos y de mayor alcance. No hacía falta ir a una comiquería (tampoco es que abundaran o incluso existieran en esos años): en cualquier puesto de diarios estaba ahí un número de D’Artagnan o Nippur Magnum. Y esta posibilidad de máximo alcancé logró que mucha gente, incluso la más inesperada, pudiera acercarse. No sé si es el momento de sentarme (o sentarnos) a discutir por qué esto ya no es así, qué se puede hacer para volver o si, de hecho, vale la pena volver a ser como era antes. Sí es claro que, con la muerte de Robin, pese a su inactividad, queda cada vez más en el pasado este momento semiidílico de la historieta argentina. Casi el fin de una era, si no fuera porque algunos artistas contemporáneos no solo siguen vivos sino que además se mantienen activos, sea acá o en Italia.
Con esto último me quiero hacer eco de un evento cuasi irrepetible. Durante una entrevista radial a cargo Sebastián De Caro y Diego Accorsi, cayó una inesperada visita al estudio: una mujer diciendo que Wood le salvó la vida. El momento está filmado y se puede observar acá mismo. No quiero entrar en detalles porque lo que ocurre ahí es demasiado fuerte, pero da cuenta de hasta dónde llegó el maestro, de como un artista no solo llegó a cualquier estrato sociopolítico, algo en un país donde las dicotomías dominan cualquier eje de pensamiento o discursivo.
Intentar repasar su vida en tan pocos caracteres sería un insulto a su memoria, más existiendo un libro como Una vida de aventuras, la biografía autorizada publicada hace unos pocos meses por El Ateneo, pero la forma en la que Robin Wood eligió vivir es por demás atractiva, quizás más que sus personajes. Una persona que no tenía nada para perder y de pronto tuvo al mundo en sus manos, un descendiente de europeos nacido en el Paraguay sin educación primaria que se convirtió en uno de los escritores más leídos, en un trotamundos que vivió aventuras más dignas de sus personajes que las de un guionista promedio. Una persona dedicada 100% a la aventura. ¿Existe gente así, devota a uno de los géneros más antiguos de la historia? ¿Habrá lugar, en esta modernidad, para un nuevo Robin Wood?
No importa que, previo a su muerte, haya pasado años sin producir más historias por cuestiones de salud. El mérito previo no se le resta, y es eso lo que estamos celebrando cada vez que evocamos a Robin Wood, ese guionista de nombre y vida de fantasía, pero que fue tan real como la Sumeria misma.
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No es de extrañar que Fujimoto haya declarado que su visión del infierno está inspirada en el famoso eclipse de Berserk.
Y eso que muchos historiadores apuntan que en los años 60/70, la “Edad de Oro” de la historieta venía en baja. Aun así son números hoy, aparentemente, imposibles de replicar.