Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, tarde pero seguro, el dúo se reúne para hablar de historieta argentina, con improvisado énfasis en obras rescatadas y por rescatar.
Al horizonte de un suburbio: Pampa de Jorge Zentner y Carlos Nine
Por Matías Mir
Sé que alguna vez dije que era incapaz de hablar sobre alguna obra de Nine, pero merece la pena el intento.
Muy a principios de los 2000, Nine y Zentner pasean por las costas españolas en el contexto de un festival de historietas y empiezan a cranear una idea para su próxima colaboración. Ya habían trabajado juntos al menos una vez antes, cuando coincidieron en uno de los títulos para la ambiciosa colección de historieta histórica “Relatos del Nuevo Mundo” de la Sociedad Estatal Quinto Centenario y Planeta DeAgostini1, pero esta vez llegan a un puerto completamente distinto: hacer una de gauchos. El concepto es venderle una historieta gauchesca al público francés, que no debía conocer más que caricaturas del concepto que para los argentinos fue y es tan vernáculo. Así nace Pampa, una trilogía con nuestros desiertos y pastizales de escenario, gauchos e indios como actores, y la luna como foco cenital para el drama que los envuelve.
Lo que tiene Pampa es un arranque espectacular. El primer álbum (“Luna de sangre”) empieza con una escena tremenda: En un día tranquilo, en una aldea humilde del campo argentino, la gente charla acerca de un bebé reciente que, aparentemente, nació con “el alma fina” porque siempre llora cuando presiente que se acerca la muerte. Todos se cagan de risa, asumen que es porque están por carnear un cordero, pero entonces cae un malón y hace una masacre. La siguiente escena ya tiene a un regimiento persiguiendo a los indios, matando a los hombres y violando a las mujeres, y pone a girar la rueda de muerte y venganza que moviliza a esta saga generacional autóctona.
Claramente existe una larga tradición de historieta gauchesca… en Argentina. Columba tiene banda de historias cortas y series del género. También podemos mencionar a Inodoro Pereyra (claramente la historieta más graciosa que alguna vez tuvimos) y, solo para recomendar, dos adaptaciones borgeanas excelentes: “El fin”2, adaptada por Breccia y Sasturain; e “Historia del guerrero y la cautiva”, adaptada por Norberto Buscaglia y Alfredo Flores.3 La representación de Zentner y Nine mantiene el espíritu del género, pero tiene su énfasis en lo poético, lo simbólico y lo pictórico.
De las obras de Nine que pude leer, esta es quizás, gráficamente, la más distinta de todas. Es cierto que el maestro de Haedo produjo algunos trabajos con guionistas (como Trillo o Sasturain), pero en todos esos se nota que los escritores querían aprovechar (y quién los culpa) que estaban trabajando con un ilustrador salvaje, desatado, con el que el resultado de cada página era una sorpresa material y técnica. Esa improvisación, ese delirio en cada esquina, esos mundos delirantes tomados con absoluta normalidad por sus personajes ridículos… todo eso en Pampa se queda en el banco de suplentes para dar paso a otra cosa: una historieta relativamente formal, anclada en la realidad y con personajes (¡ah!) proporcionados y humanos. Por supuesto que hay una cuota de surrealismo, y no van a tardar en presentarse excusas para que la fantasía y el delirio se hagan un lugar, pero Pampa es una historia de realismo mágico cuyo núcleo está en el drama interpersonal humano. Casi se siente como si el guion de Zentner estuviese teniendo “atado” al arte de Nine, presionándolo para que ponga toda su atención en las figuras humanas y en los escenarios reales, concretos, de la Pampa argentina, y así sea más impactante la aparición de los elementos sobrenaturales.
Estas páginas, por supuesto, son una locura. Las estampas gauchescas de Nine tienen tridimensionalidad, casi huelen a oleo y campo; por poco se sienten al tacto con esa textura granulada que deja la propia superficie sobre la que Nine habrá estado dibujando (y que hasta deja impresas sobre la hoja y el dibujo algunas huellas de letras que eludieron toda edición). Como muchas otras obras a color del maestro, funcionan con una lógica impresionista extrema en la que lo que de cerca parece un montón de pinceladas en disputa, de lejos se aprecia como una figura detallada y compleja.
La historia que Zentner le propone a su dibujante y a nosotros es, cuanto menos, poco predecible. Por un lado, el chico “de alma fina” crece y se vuelve el protagonista de una travesía de autodescubrimiento; y por el otro, los hijos de uno de los soldados del regimiento contra los malones se enfrentan a una maldición invocada por una india, ahora reencarnada en la Luna Mala, violada por su padre. Los pibes estos encima se pelean por el corazón de una chica, y además uno se vuelve líder de una banda criminal, y hay una subtrama del gobierno contratando criminales con pena de muerte para capturarlo, y (mi momento favorito) en el segundo libro el padre de los chicos (fallecido hace años) salta literalmente de la tumba como un esqueleto reanimado (¡Junto a su caballo! ¿Lo habían enterrado con el caballo? Es lo mejor que se le podría haber ocurrido). Me gusta pensar que todos estos giros delirantes estaban para mantenerlo entretenido a Carlos mientras dibujaba la historia.
Pero más allá de la joda, la de Zetner es una historia sobre la herencia. Los protagonistas de Pampa cargan con las consecuencias de dramas pretéritos, van con su pasado a cuestas: no solo con facones, riquezas o almas finas heredadas, sino con las secuelas de la violencia, tanto de las víctimas como de los victimarios; pero a pesar de la maldición, el desierto que atraviesan se mantiene impasible, constante. Pueden trazarse algunos paralelismos con otra obra del guionista entrerriano, El silencio de Malka (junto al dibujante español Rubén Pellejero), que también transcurre en suelo argentino (su Entre Ríos natal, por supuesto), basada en una historia familiar condimentada de elementos de fantasía. En Malka también hay un énfasis en esa vida campesina, en esos horizontes infinitos en los que se esconde el sol y salen lunas enormes que juzgan por igual a todos los hombres y mujeres. Hay una expresión de nostalgia por esos escenarios, por esas identidades culturales siempre en peligro de extinción. Como en el poema de Borges, a esa Pampa la desgarran surcos y callejones.
Esa nostalgia de un tiempo nunca vivido4 le queda pintada (je) a Pampa, una historieta de autores argentinos situada cultural y geográficamente en la Argentina… pero que nunca fue publicada en nuestro país. Ahí también hay una herencia maldita con la que cargamos nosotros, los argentinos, viendo cómo los más talentosos entre nosotros se van afuera para vivir de su arte y nos reflejan del otro lado del océano con estas obras como espejismos. Me acuerdo de un comentario el mítico blog de Accorsi que, hablando de Nine, decía algo como “ojalá hubiera nacido en Europa, así podía leer historieta argentina”. Seguimos esperando que nuestra propia cultura pueda rescatarse de catálogos extranjeros. Historieta sufrida y macha que ya estás en los cielos, no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.
Ese pseudomisterio llamado Pablo Zweig
Por Gonzalo Ruiz
La historieta argentina tiene deudas, como en casi todo el mundo. Artistas que pasaron a valores sin tener aunque sea un libro conseguible en los estantes de las comiquerías, otros de carrera extensa en el exterior y cuyas recopilaciones nacionales todavía no llegan. Es cierto que el mercado editorial hace lo que puede con las diversas crisis que atraviesan al país, y es así que de a poco dichas deudas se pagan. El tema es que hay de todo. Desde Frontera hasta la actualidad, con fanzines hechos por artistas de provincias que no llegan a Buenos Aires, en el medio hay DE TODO. Sellos que desaparecen con títulos que automáticamente se descatalogan, lo que se te ocurra. Y por supuesto que las mentadas crisis hacen que los editores no miren todo el tiempo atrás y solo se ocupen de sacar lo que tienen en mente. Así y todo, hay rescates, y finalmente le llegó a un dibujante que, hasta hace relativamente poco, no tenía ni un título disponible para su compra.
Por supuesto que ese dibujante es Pablo Zweig, como dice el título.
En realidad, Pablo figura en librerías, pero como ilustrador de libros, mas no como historietista. Y es que este dibujante nacido en 1964 probó suerte con el arte secuencial a finales de los 80, cuando se presentó a un concurso de arquitectura realizado en Alemania con una historia sobre dos extraños que coincidían en un hotel. No hubo triunfo por parte de Zweig, pero esto fue el puntapié para diseñar un personaje, de la mano de un editor en Hamburgo. Ese personaje fue Livingstone, quien debutara en la País Caníbal, antología publicada por De La Urraca en 1990. Pablo no estaba solo, sino que Mario Rulloni sería el guionista de “Tigre Hotel”, la primera historia larga del personaje que empezó a serializarse pero sin concluirse, debido al abrupto final de País Caníbal. Habría que esperar un par de años para que El-Decán editara la historia con final a blanco y negro.
¿Qué tiene Pablo de especial? Es de los pocos que le rinde culto a la línea clara en Argentina. Ese movimiento estilístico fundado por Hergé que define no solo un respeto por la arquitectura, un magistral uso de la síntesis y un gusto más que definido por la aventura tuvo a sus seguidores en algunas partes de Europa (como Yves Chaland, Serge Clerc o Daniel Torres, por nombrar tres que me gustan mucho), pero el virus francobelga no atravesó demasiado otras latitudes. Acá podríamos considerar, aparte de Zweig, a Lucas Varela como un gran exponente o al Juan Sáenz Valiente que hace historias para chicos con Norton Gutiérrez.
Vamos con un repaso de lo que hay para conseguir:
La etapa fanzinera: obra dispersa
A mediados de los 90, con el panorama editorial aniquilado por completo, comenzaron a proliferar los fanzines o publicaciones subte. Por supuesto que no era la panacea económica ni mucho menos, de hecho las viejas glorias de Récord o Columba se fueron a laburar directamente a Europa (más precisamente Italia) en búsqueda de la seguridad económica que tenían, entonces a los más jóvenes les tocaba la autogestión, hacer ilustración para medios grandes (como el Niño Rodriguez en Olé) o esperar un milagro. Entre el 96 y el 97, Pablo sacó tres fanzines sin título, llamados simplemente “Especial”.
Gracias al blog Zinerama de Roberto Barreiro y Julián Castro, podemos leer el “Especial Misterio! Comix”. Tres historias cortas que, como bien indica el título (Y un poco el diseño de tapa también), tiene inspiración en esas historias de terror con giros sorpresivos sobre el final de la EC Comics: “El premio” (un bailarín medio mufa que se mete a un concurso de baile con una chica demoníaca), “El trabajo de su vida” (muy buena, un historietista que tiene un deadline mientras lidia con unos vecinos insoportables) y “Justicia ciega” (una alegoría sobre la policía).
Un Pablo Zweig más rústico, a blanco y negro, con trazos prolijos pero menos detallista y con las líneas más sueltas y endebles en lugar de cierta rigidez buscada producto de la prolijidad. Junto con otras historias cortas que aparecieron en la Suélteme, Kapop y la antología Vórtice, tenemos un panorama del primer Pablo, previo a su primera historieta larga.
Livingstone
Más o menos conté su historia editorial, todo un material que hoy podemos disfrutar gracias a la labor de Comic.ar, quienes actualmente reeditan al personaje. Livingstone es una parodia al arquetipo del detective jamesbondista: un detective al servicio de la ley canchero, mujeriego (y con una suerte inalterable para con ellas), infalible. Pero Rulloni le pone mucha gracia al asunto y crea la mezcla perfecta entre el hijo de Ian Fleming y Tintín. Por supuesto que la comparación con Tintín es adrede, y es que la línea clara de Zweig tiene ese inconfundible flavor francobelga propio de Hergé. Una síntesis brillante combinada con un gusto exquisito por la arquitectura presente en todo momento.
La aventura empieza en el ya mencionado Tigre Hotel y es un policial hecho y derecho lleno de intriga y traiciones que involucra a nazis que huyeron de la Segunda Guerra Mundial. El guion resalta, además de los dibujos, por los matices que le agrega Mario, las pausas en las narrativas que se dan cuando Livingstone se dedica a coger con señoritas por un rato, un ritmo entrecortado bastante cinematográfico (de hecho Rulloni, guionista de cine, quería llevar a cabo una película policial en un hotel de Córdoba, y la imposibilidad del proyecto hizo que la historia se convirtiera en guion de cómic) que se forma entre persecuciones, tiroteos, investigación y garche. Se nota que hay ganas de divertirse por parte de los autores.
A la historia larga la complementan un puñado importante de historias mudas muy cortas (dos páginas) que muestran una veta más humorística explotada por Pablo (a veces solo, otras con guion de Rulloni, o de Diego Guza), además de pelar ideas de narrativa muy interesantes.
Frank Momo
En el número 116 de la segunda etapa de Fierro5 (junio de 2016) debutó el segmento “Novelas gráficas ejemplares”. La idea no perduró mucho (apenas salió después Cayetano de Saracino y Brondo en el #119) porque la revista estaba cercana a su final, que ocurrió solo nueve números después. Pero así pudimos leer “El último bolero de Paquito Rivero” el debut de un personaje que en realidad les pertenece a los hermanos Túnica (Pablo y Martín), que pensaron en vender a Momo como una tira diaria con dibujos ocasionales de Juan Sáenz Valiente. Al no funcionar esta idea, Pablo y Juan se pasaron a la idea de una historieta con la intención de que varios equipos creativos se hicieran cargo de contar historias. Túnica y Sáenz Valiente dejaron trunco el debut, que quedó en manos de Juan como guionista, permitiendo la entrada de Zweig como dibujante. Y esto es lo que vimos en la Fierro.
Al igual que Livingstone, “El último bolero” es un policial, pero en lugar de ser un agente policial, este es un detective privado nacido bajo el signo de Philip Marlowe. La idea de Pablo sobre Frank era la de “una historia noir en ambiente retro kitsch bolerístico de una ciudad caribeña parecida a La Habana de los años 50 (...) un negro caribeño al que no le gustan los boleros”6. Esta primera historia es, no sobre la misteriosa muerte de este cantante de boleros llamado Paquito Rivero, sino sobre un misterio más grande: ¿A quién le dedicaba sus canciones de amor? Ya que esa persona debería recibir una gran herencia por parte de Paquito y su acaudalada mamá.
Con el artista ahora conocido como Juanungo uno puede esperar una historia con ciertas dosis de comedia e ironía que, al igual que en Tigre Hotel, genera una ligereza disfrutable al ver cómo Frank, un perdedor hermoso que detesta al bolero y a Rivero, se ablanda mientras tiene que escuchar una tras otra tras otra canción del ídolo finado para encontrar una pista. Juan, al igual que Rulloni, tiene una maestría para rematar la historia sobre el tercer acto, de una forma que, más allá de dejar boquiabierto, te hace cagar de risa. Por su lado, el Zweig del siglo XXI mantiene cierta relación con el mismo de los 90: misma prolijidad, poder de síntesis y sentido por el gusto arquitectónico y de diseño. Quizás más en la sintonía de un Daniel Torres y la escuela valenciana y no tanto Hergé y el francobelgismo (aunque todos vengan de ahí), y un color tan brillante como plano que le hace justicia al dibujo.
Me gustaría mandarlos a buscar ese número de Fierro, pero hay una buena noticia: Historieteca va a editar en algún momento del año (o el próximo, quizás) “El último bolero…” junto con otras dos historias inéditas del personaje, a cargo de esta misma dupla. Fanáticos de la aventura, de la línea clara, de los personajes irreverentes, comiencen a festejar.
Y aquellos que todavía no conocen a un dibujante de la puta madre que, por algún motivo, nos quedó ajenos a todos los comiqueros actuales, es momento de cebarse.
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Todavía no terminamos de dimensionamos la locura de esa colección, una serie de libros tapa dura con historietas producidas ex profeso por autores de la talla de Alberto Breccia, Sergio Toppi, Enrique Breccia, Enrique Sánchez Abulí, José Muñoz y un montón de grossos más, incluyendo obvio a Nine y Zentner.
Se consigue en Versiones.
Se consigue en Fierro (I) #22 y en La Argentina en pedazos, libro del que ya hablamos hace un par de Días de la historieta.
“Nostálgico de un tiempo que nunca viví” dice Nine en esta entrevista de 2003 por Martín Pérez para Página/12: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-950-2003-09-21.html
Aparte de esta historia larga, Pablo participó con historias cortas en la Fierro (II) en los números 14, 28, 36, 44, 48 y 62.