Bienvenidos a una nueva entrega de Oficio al Medio, un newsletter sobre historietas. Cada quince días, Gonzalo Ruiz y Matías Mir analizan algún cómic o alguna temática relacionada al mundo de las historietas, buscando repensar sus lecturas y conectar con otros fanáticos. En este contacto, Matías acaba con su sufrimiento y delira con el último tramo de Cerebus.
Cerebus VII: El último día
Por Matías Mir
(parte 1) (parte 2) (parte 3) (parte 4) (parte 5) (parte 6)
―Hola, mi nombre es Matías Mir…
―Hola, Matías… ―saluda el grupo al unísono, como un cantito que ya dicen sin pensar.
―…y terminé de leer Cerebus.
Noto algunas miradas confundidas, pero ninguno me dice nada. Con su aval tácito, prosigo.
―Tengo muchas ideas ―les confieso―, pero por encima de todas tengo una sensación de futilidad absoluta. No es ningún logro leer trescientas entregas de una historieta, y menos si la historieta es artísticamente interesante. A veces nos embarcamos en lecturas con la emoción de llegar a un punto final y sentir que conquistamos una montaña pero… quizás es más comparable a la sensación que tenés cuando llega tu cumpleaños; se supone que es un momentazo, todos te felicitan, pero no hiciste realmente nada para merecer esa satisfacción. El tiempo solo pasa. Las páginas solo pasan. Leí todo Cerebus y solo queda un vacío. Un vacío y una última nota por escribir para justificarme haber hecho todo esto.
Volver a casa
Estoy parado. Los miro a todos sentados en ronda. Es de noche y una sola lámpara de techo perfectamente en el centro de nuestro círculo nos alumbra y nos separa de la oscuridad absoluta. Nuestras sombras forman agujas de negrura. Si fuéramos un reloj, yo marcaría las doce.
―Cerebus y Jaka se van de la taberna, ¿no? ―empiezo― Se van y arranca “Going Home”, que abarca los capítulos #232 al #265, con esas tapas hermosas fotográficas que creo que sacaba Gerhard, ya no sé. Tampoco sé si es mi arco favorito, pero sí es uno al que le tengo mucho cariño porque se siente como el más… íntimo; agradable; doméstico. Me cuesta encontrar la palabra. Como que la serie pasó por un montón de construcción que fue resolviendo de a poco. La trama cósmico-mágica llegó a un clímax… Cerebus como personaje tuvo su viaje del héroe, llegó al paraíso y viajó al infierno, se rodeó de gente y estuvo solo, y se entendió a sí mismo y se volvió finalmente digno de la felicidad que buscó desde el principio. Puede estar con Jaka. Pueden tener eso. “Going Home” se trata de lo que pasa después, de esa convivencia, de cómo se tienen que volver a conocer ahora que se reencontraron siendo personas distintas. Es una historia de amor que arranca cuando se forma la pareja, y esas son, quizás, mis historias de amor favoritas.
«Es muy satisfactorio tener capítulos de Jaka y Cerebus solo queriéndose y entendiéndose y estando juntos ―continúo―. Incluso cuando tienen sus diferencias, vemos al cerdo hormiguero aceptar concesiones o renunciar a lo que él quiere para que ella esté bien. Es la recompensa que tenemos como lectores después de haberlo leído cometer tantos errores y cagarla tanto durante años. Hay una sombra negra, igual, rondándolos. Ya Rick le había advertido a Cerebus acerca del humor extraño de Jaka, sobre cómo a veces él iba a tener que cargar con la relación por los dos porque a ella le agarran sus episodios depresivos. Esa es una arista muy potente, muy real que ponerle a este drama íntimo. Hay un capítulo, el #235, en el que esto estalla. Jaka no puede ni levantarse de la cama, y Cerebus está congelado porque siente que lo próximo que diga o haga podría ser irremediable. Las viñetas se mecen en la página como si fueran una cortina, tan frágilmente sostenidas que se siente como si un viento ligero fuera a llevárselas volando para siempre. Son veinte páginas de pura tensión dibujadas y rotuladas con una finura y un entendimiento de las relaciones y el psique humano que no se siente como si pudieran hacerse mejor, y hasta te olvidás que las dibujó el hijo de puta de Dave Sim».
Hago una pausa. No quería mencionar a Sim tan pronto. No quiero enojarme todavía. Voy a fingir que no importa y seguir de largo.
―Pasan muchas cosas en el viaje de la pareja de camino al pueblo natal de Cerebus ―sigo como si nada―. Hay al menos dos sagas (como en “Melmoth”) de “convirtamos la vida de un escritor del mundo real en un arco argumental de Cerebus”, primero con F. Scott Fitzgerald y después con Ernest Hemingway. No voy a detenerme en lo de Fitzgerald y sus delirios etílicos porque no es tan interesante, pero vale la pena resaltar la otra historia, porque es muy intensa.
«Básicamente, se concentra en la relación de Hemingway con su esposa Mary y los viajes a África que hicieron juntos. Está muy basado en los diarios de ella, que son una documentación muy poética, muy atrapante de cómo es cambiar radicalmente de cultura y después volver a tu mundo occidental careta. Me encanta toda esa historia, y también el paralelismo de la relación de Hemingway y su mujer con Cerebus y Jaka. Lo cual vuelve muy tétrico lo que pasa después».
«La ficción histórica le regala a Dave Sim ―“Agh…”― el siguiente desarrollo. Hemingway se pega un tiro, tal como ocurrió en la realidad, pero Sim agrega el detalle de que su mujer lo asistió al darle la llave de la caja donde guardaban las armas, aún conociendo su estado mental deteriorado y su depresión. “Ninguna esposa tiene el derecho a privarle a su marido sus posesiones” es una frase demoledora y muy brutal que decir frente al tipo descorchado en la nieve cuya historia de vida acaba de ocupar las últimas setenta páginas».
«El impacto es total. La historia iba tan lento y de pronto empieza a acelerarse. A Cerebus le da un ataque de pánico y solo escapa con Jaka y termina en medio de una nevada eterna en uno de los capítulos más atrapantes de toda la serie. Cerebus #261 es una clase magistral sobre desesperación y miedo. La pareja es puesta a prueba en una situación tan extrema e intensa que te ponés nervioso vos como lector. Hay pasajes desoladores, angustiantes, tristísimos, con Jaka aceptando su muerte mientras Cerebus enloquece tratando de mantenerlos vivos y de ignorar que había conocido a uno de sus ídolos solo para verlo matarse a los pocos días. La cuadrícula de la página se fragmenta más y más. Cada instante tiene peso, incluso en los que no pasa nada. La tormenta sopla indiferente y Cerebus y Jaka esperan durante lo que parece una eternidad a ver cuál de los dos se muere primero».
Me quedo callado de nuevo. Todavía me acuerdo de ese capitulazo. Hay un par de buenas entregas después, pero esa es quizá la última verdaderamente genial. Sin duda justifica haber atravesado toda la última parte. “No te adelantes”, pienso.
―Al final se salvan, obvio, y como lector uno siente que la experiencia hasta los fortaleció como pareja. Es un desarrollo orgánico. Hay siempre una tensión entre ambos respecto a qué va a pasar al final del viaje, porque el pueblo de Cerebus es bastante conservador, y alguien tan fuerte e independiente como Jaka solo va a causar problemas para ambos. En el camino él va de a poco diciéndole estas cosas, buscando que ella acepte no mostrarse como es ahí, y él va aceptando sus términos, pero es una diferencia irreconciliable que claramente ambos solo van posponiendo hasta que tengan que enfrentarla. Y después… después el viaje se termina. Llegan a destino después de todos los retrasos, pero resulta que el lugar está abandonado y Cerebus se entera de que sus padres murieron mientras él no estaba. Cualquier plan que tuvieran con Jaka se pierde en hipotéticos, y hundido en su tristeza él solo no se la fuma más y la manda bien a la mierda, para siempre. Se termina la luna de miel. Como en la tormenta de nieve, todo se funde a blanco.
Los últimos días
Los muchachos de la ronda me escuchan atentos, pero nadie dice nada. Así es su costumbre, me digo. Escuchar sin interrumpir, sin juzgar. Estoy acostumbrado a públicos así, silenciosos y sutiles, como si no estuvieran. Quizás los estoy aburriendo. Quizás querrían irse a hacer cualquier otra cosa más interesante que escuchar un discurso derivativo sobre una historieta que terminó hace veinte años. Pero están acá ahora. Son mis rehenes. Bien podría torturarlos.
―Ese final es fuertísimo, pero está bien llevado ―argumento―. Los personajes apuntan a eso, es más una inevitabilidad que una decisión pensada. Si sos un lector sensato, lo leés y pensás “y sí, obvio que iba a pasar”, y no buscás culpables. Por eso es tan loco cuando ves a Dave Sim comentando en sus paratextos que no, que Cerebus tiene razón y que Jaka es una trola que no entiende cuál es su lugar como la mujer. Esa disonancia entre lo que dibuja y lo que dice que dibuja ya es costumbre, como si quisiera hacer su panfleto de odio rancio pero fuera incapaz de meterse en el camino de su propia buena historia. Esta es quizás la última vez en la que la historieta gana la pulseada, porque, a partir de acá, es todo cuesta abajo.
«El último trayecto es la saga de “Latter Days”, con varios saltos temporales mostrando qué fue de la vida de Cerebus después de cagarla. A esta altura, ya nada puede movilizar al lector excepto el morbo, el completismo o el radicalismo, porque parece que, finalmente, ya no hay nada más que contar. Cada punta abierta por la trama y cada secuencia con final abierto del personaje ya se resolvieron. Las tramas políticas y las místicas y las interpersonales se entremezclaron y terminaron con un final amargo, pero se terminaron. Qué cagada que queden todavía treinta y cinco capítulos para llegar al #300, porque entonces hay que fumarnos un par de historias unitarias entretenidas mezcladas en un berenjenal que comete el peor pecado para una historieta: no ser deleznable, sino ser aburrida».
«No me importa que la doctrina de Rick se haya vuelto un culto, ni que a Cerebus lo secuestren una parodia de los Tres Chiflados, ni que lo tengan leyendo el Antiguo Testamento trucho durante banda de capítulos. Eventualmente pasa algo, y es que Cerebus logra unificar a todos los seguidores de Rick para que vayan a la guerra con las cirinistas (en joda, esperando que pierdan) y se sorprende cuando les ganan y el cirinismo es derrocado fuera de cámara. De nuevo en el poder (parodia de Spawn mediante), Cerebus decide aplicar las lecciones que aprendió de todas esas veces que estuvo en la cima y no se obsesiona con ganancias materiales sino con la solidez discursiva y efectiva de su movimiento político. Acá claramente Sim leyó ese capítulo final del Miracleman de Alan Moore en el que el Mago describe detalladamente cómo resolver todos los problemas del mundo si tuvieras el poder para hacerlo, y hace su propia versión de eso en clave de joda. Es divertido cuando manda a matar a todos los burócratas para simplificar la legislación o cuando efectúa la ley de “no seas un forro”. No es tan divertido cuando va de pueblo en pueblo haciendo desfilar a todas las mujeres (dibujadas como parodias de mujeres del mundo de la historieta de ese momento) para que los hombres del pueblo voten si merecen seguir con vida o ser asesinadas. Y ni hablar de los campos de concentración para mujeres en los que guardan a las que “merecen morir pero son demasiado atractivas como para matarlas”. Esto, según Sim, cada vez en tono menos paródico, es clave para alcanzar la utopía».1
Algunos de los muchachos se asombran ante eso último. Siguen sin hablar, pero sus ojos lo dicen todo. Se miran entre ellos y me devuelven la mirada. ¿Qué puedo decirles ahora? ¿Que de hecho en el cómic se supone que se alcanza una suerte de mundo pacífico? ¿Que el hecho de que Cerebus ni siquiera acepte su lugar como gobernante sino que se retire al campo nos da a entender que ahora sí es feliz porque el mundo vuelve a estar bien ahora que recuperó el patriarcado? No tengo la energía para hablarles de la subtrama de “Rabbi”, el superhéroe judío cuyos cómics viene leyendo Cerebus hace varios arcos y que, al final, resulta que incluían mensajes subliiminales de parte del creador específicamente para manipular a Cerebus para que derrocara a las Cirinistas solo porque el tipo quería sacárselas de encima. Es una boludez, pero revela algo crucial, que al final, Cerebus sigue siendo dominado por algo más cruel que Dios: los guionistas de historietas.
No me quiero meter en esa, porque hablar de Dios es hablar entonces de religión, de cómo Dave Sim se fue obsesionando con el catolicismo para sus parodias con Rick y con el Islam después de los ataques del 11/S y con el judaísmo en su tiempo libre, y de cómo combinó todo eso con su pasión por escribir ensayos kilométricos que nadie quiere leer para hacer una saga de once entregas de esencialmente puro texto en las que reinterpreta la Torah mientras Woody Allen lo filma para una película mientras complementa las páginas con fanarts de películas de Bergman y Fellini. Es un sinsentido, una falta de respeto a los lectores a esta altura del partido y, sobre todo, un ejercicio inútil, porque nadie va a leer esa mierda. ¿Para qué pasamos tanto tiempo tratando de entender las sutilezas de un sistema religioso, político y social de fantasía si al final nada de eso importa porque solo vas a reemplazarlo por el de nuestro mundo porque te pintó? El mundo en el que transcurre Cerebus se vuelve irreconocible para los lectores, y el cómic se vuelve ilegible, y quizás así se sentía Dave Sim, que veía cómo el mundo a su alrededor cambiaba inexorablemente hacia uno más tolerante y menos conservador, y eso no iba a parar sin importar cuántos testamentos crípticos y fachos escribiera, con o sin cerdos hormigueros recitándolos.
Le ahorro a mi público todo eso y salto directamente al final.
―En “The Last Day”, de pronto, Cerebus es un anciano. Es tan viejo que ni siquiera sabe qué edad tiene con exactitud. Este último tramo es de hecho entretenido porque es el drama unipersonal de un viejo absolutamente decrépito y solo yendo de acá para allá encerrado en su casa. Personaje y fondo no paran de interactuar, la excusa perfecta para que Sim y Gerhard se empujen a dibujar las mejores páginas posibles una última vez.
«El concepto acá es que Cerebus quiere ver a su hijo (que aparentemente tuvo) por última vez, pero desde afuera le hacen la vida imposible, y va de a poco cediendo en todos sus principios con tal de que solo le concedan esta última cosa. Afuera, entrevemos, el nuevo mundo de Cerebus se fue a la mierda. Pero es comiquísimo porque este gran apocalipsis social que profetiza Dave Sim es… ridículo. Es una parodia de pesadilla republicana, una caricatura de Ben Garrison de esas con mil leyendas. Juventud perdida, pedofilia y zoofilia legalizadas, homosexuales por todos lados, abortos posnatales, fetos con tatuajes, la mayor zarta de pelotudeces que se te puedan ocurrir. Es uno de los mejores historietistas del siglo XX y también es tu tío facho que entra demasiado a Facebook y dice “las feministas quieren aprobar el matrimonio con perros, lo leí ayer” sin un dejo de vergüenza. Mientras más pasa el tiempo, más estúpidas son todas esas secuencias».
«Pero lo que nos importa es su hijo, Shep-Shep, que termina metiéndose de todos modos para hablar con su viejo. Este encuentro se da a dos capítulos de cerrar para siempre, y vuelve a tener a Sim cargando de tensión la serie y acelerando y desacelerando la narrativa como si fuera una boludez. Para hacerla corta, su hijo no lo quiere mucho a Cerebus. Parece que está metido en su propia religión onda egipcia por culpa de su vieja, y se cree un mesías demente. Sus planes incluyen un clon de él fusionado con un felino y agrandado artificialmente para volverse una esfinge de carne y hueso para arrasar a sus enemigos, todo muy tranquilo. En su conversación con Cerebus, se deja entrever que las nuevas generaciones no tienen mucha idea de qué pasó antes, y todo lo que leímos en la serie fue alterado por el teléfono descompuesto de los años y la conveniencia de distintos agentes políticos y religiosos al punto que, por ejemplo, la propia Jaka desapareció de la historia».
«En un último arrojo de heroísmo épico, el viejo Cerebus quiere matar a su propio hijo para detener la catástrofe que va a provocar en el mundo. Y es muy curioso porque, al final, el pibe se parece bastante a él. No en lo físico (es un humano común y corriente) sino en su obsesión por el poder y su convencimiento espiritual. Shep-Shep no es distinto a Cerebus cuando tenía su edad, una figura religiosa y política con el potencial para cambiar al mundo y dominarlo mientras es controlado por alguna mujer. Cerebus es incapaz de ver esto, por supuesto, y se lanza a su última pelea sosteniendo en su mano la misma espada que lo acompaña desde el primer capítulo, ya más de veinte años atrás».
Dejo de hablar otra vez, y empiezo a escuchar susurros entre mi público. Se miran entre ellos y se hacen comentarios por lo bajo, y finalmente uno se digna a decirme algo.
―Y… ¿y entonces cómo termina?
Abro bien grandes los ojos.
―¿Cómo más va a terminar? ¡Se muere! ―le grito― ¡Obvio que se muere! Se cae de la cama y se hace mierda en ese mismo instante. Es una secuencia tremenda, una caída dibujada desde todos los ángulos con una fuente de luz poco cómoda que mueve a Sim y a Gerhard a dibujar a conciencia cada plano ―estoy gesticulando como un demente―. Y el personaje muere solo en el piso de su habitación y al final nadie lo ama ni nadie lo llora, como ya había spoileado el Juez en la Luna allá por “Iglesia y Estado”. No pudo escapar a ese final, pero medio que pudo escapar a que le importara, así que bien por él, aunque en las páginas finales vemos cómo su alma es arrastrada al Infierno, que seguro para Dave Sim significa algo pero para los lectores ya no tiene ningún sentido.
«No hay nada más, eso es todo. No hay ninguna recompensa narrativa por haber llegado hasta el final. No regresa ninguna subtrama ni se recontextualiza nada de lo que venía contando ni saca los bombos y los platillos. Lo peor es que Sim era buenísimo para armar los finales. “High Society”, “Church & State”, “Jaka’s Story”, “Melmoth”, “Mother’s and Daughters” y “Rick’s Story” tienen todos secuencias finales alucinantes, diseñadas para manijear o para conmover y dejarte con la mandíbula por el piso y hacerte sentir que sagas de mil páginas habían durado demasiado poco. En algún momento se invirtió ese efecto, y arcos cortos parecían durar eternidades con finales chotos. El propio Sim se ocupa de dinamitar en esos últimos capítulos todo lo que te puede gustar de leer Cerebus (excepto exclusivamente el aspecto artístico y narrativo, la puesta en página sin leer las palabras) para alcanzar su meta de abstraerte y que lo estés leyendo a él. Al principio estábamos leyendo Cerebus, pero (más o menos cuando Dave Sim se volvió un personaje) terminamos leyendo una metalectura sobre el libro que tenés en la mano, sobre la experiencia de estar leyéndolo y sobre la inutilidad de todo el proyecto, una masiva cantidad de páginas para llegar a nada».
«Y me engaño a mí mismo perdiéndome en hipotéticos, ¿no? Cosas como “ojalá Dave Sim no hubiera sido un loco misógino” u “ojalá existiera una versión de esta historieta que tuviera algo mejor que contar que solo la desesperación de un chiflado al que se le acaba el tiempo y el mundo lo está dejando atrás”, porque la realidad es que esta historieta solo puede existir como es; solo se completó porque a su autor lo movilizaba su odio y sus posturas radicales. No dibujás la misma historieta por más de veinte años sin un fuego en tu interior tan ridículo como ese alimentándote. Cerebus existe porque Dave Sim está del orto, y leerlo a conciencia es meterse progresivamente en esa dialéctica podrida, delirante y deshumanizante. Una historieta tan bien hecha en lo técnico, tan rompedora en lo estructural y tan alucinante en su construcción, en cualquier otro contexto, sería un clásico de culto, no pararía de reeditarse, tendría fanáticos jóvenes inspiradísimos queriendo hacer algo así. Se forman grandes fandoms por mucho menos. Pero Dave Sim quema sus propios puentes, aliena a su obra y la posiciona en un lugar tan raro que vuelve imposible recomendarlo a conciencia ni militarlo. No te dan ganas de salir a la calle con una remera del personaje, no al menos sin ensayar algunas excusas. Ni siquiera queda en el reino de los placeres culposos, sino en el pantano de las culpas disfrutables».
No tengo nada más para decir. Los muchachos se me quedan mirando, como esperando, y no reaccionan, no aplauden, no hacen nada. Ni siquiera tienen caras. Estoy en una sala rodeado de personas sin cara. De pronto, estoy en una sala rodeado de sillas vacías. De pronto, estoy solo. De pronto, la luz se apaga.
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Y es particularmente molesto porque en “Jaka’s Story” hay toda una serie de capítulos en los que Jaka está encerrada en los calabozos cirinistas y son una representación crudísima y muy fuerte de cómo es oponerse a un régimen fascista y las consecuencias deshumanizantes que eso conlleva. Está al nivel del encierro de Evey en V for Vendetta en mensaje y en calidad artística. Hay una denuncia clarísima a las dictaduras autoritarias. ¿Cómo la misma persona después termina avalando su propia dictadura genocida sin que se le mueva un pelo?